lunes, 11 de noviembre de 2024

«Fremont», de Babak Jalali, una delicadeza en miniatura.

 

La esperanza contra el desarraigo y la solidaridad de las soledades.

 

Título original: Fremont

Año: 2023

Duración: 91 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Babak Jalali

Guion: Carolina Cavalli, Babak Jalali

Reparto: Anaita Wali Zada; Gregg Turkington; Jeremy Allen White; Hilda Schmelling; Avis See-tho; Siddique Ahmed; Taban Ibraz; Timur Nusratty; Eddie Tang; Jennifer McKay; Divya Jakatdar; Fazil Seddiqui; Molly Noble; Enoch Ku.

Música: Mahmoud Schricker

Fotografía: Max Miles, Laura Valladao.

 

          Por sugerencia de mi buen amigo Josep Oliver, entro a ver esta película pequeña y, en apariencia, poco ambiciosa, pero llena de un extraño hechizo que me deja admirado, acaso porque su estructura, los personajes, los silencios, los encuadres y la puesta en escena, tan «de pobres», me recuerde el cine de Aki Kaurismäki, al que soy afecto y adicto. Fremont es una localidad al sur de la bahía de San Francisco, famosa por conservar la Misión de San José, acaso la más antigua muestra de la colonización española de aquellas tierras. En un motel como el de Sean Baker en The Florida Project, vive la protagonista, Donya, una traductora para el ejército de Usamérica en Afganistán que pudo salir en uno de los vuelos tras la miserable entrega del país a los talibanes, después de hacer creer a la población en la esperanza de la consolidación de una democracia.

          Donya vive en el seno de una comunidad afgana en la que hay quien la ve bien y quienes la ven como una traidora a su país. Ella, discreta y serena, no duerme bien, sin embargo, a pesar de que tiene un trabajo que se ha buscado en la comunidad china, en una fábrica de galletitas de la suerte, ese «detalle» gastronómico al que tan aficionados son los usamericanos porque el mensaje que contienen es algo así como un horóscopo a tener en cuenta, como una carta del Tarot. Se trata de una fabrica muy artesanal y en la que Donya es promovida a la categoría de redactora de los mensajes cuando la anterior caer fulminada ante el ordenador en el que trabaja.

          Como duerme mal, un compatriota de Fremont le cede su cita con el psiquiatra para ver si este le receta algunas pastillas con las que dormir mejor. El encuentro entre ambos y sus posteriores entrevistas es uno de los grandes aciertos de la película, en buena parte por la excepcional actuación del reconocido artista punk Gregg Turkington, afincado, además, en San Francisco. Su actuación como psiquiatra que quiere explicar la situación de su paciente por el desarraigo, aunque esta no manifieste ningún síntoma de malestar más allá del insomnio recurrente que le afecta, me parece de lo mejorcito de la película, sobre todo cuando se empeña en leerle a la paciente pasajes de la que él considera su libro de cabecera, Colmillo Blanco, del mismo modo que Betteredge, el mayordomo de La piedra lunar, de Wilkie Collins, solo tenía un libro de cabecera: Robinson Crusoe.

          Por sugerencia del psiquiatra, Donya comienza a considerar la posibilidad de relacionarse con personas y, sobre todo, con hombres con quienes explorar la posibilidad de emparejarse. No se le ocurre, entonces, mejor idea que anotar su número de teléfono en un mensaje de una de las galletitas, pero con tan mala suerte que lo acaba abriendo una de las invitadas de los dueños de la fábrica en una celebración familiar. La arpía que tiene el dueño por mujer monta en cólera y exige de su marido que la ponga de patitas en la calle, pero el marido se niega, porque le parece que la chica tiene «potencial» para realizar ese trabajo tan delicado, descrito por él de una manera excepcionalmente ingeniosa.

          La venganza de la mujer es enviar un mensaje a la protagonista de un hombre que quiere conocerla, para lo que queda en una tienda de cerámica, una cita que es sometida a la consideración de su compañera de trabajo y única amiga, quien vive con la madre, pero sola y sin pareja. Esas escenas con la amiga y el karaoke improvisado en su casa, con una canción que «toca» emocionalmente a la protagonista, parecen calcadas de las películas del director finlandés. Aprobada la cita, se desplaza hacia el lugar, pero, antes, se detiene en una gasolinera. Comprueba el aceite y es ayudada por el dueño del garaje, un actor muy de moda a quien no conocía porque no he frecuentado la serie en la que ha destacado, The bear: Jeremy Allen White. He de confesar que aquí interpreta a un personaje que te roba el corazón, porque, tras coincidir ambos en el restaurante vacío donde él suele comer siempre, reconocemos el mágico encuentro de dos solitarios sensibles y en disponibilidad para encontrar su otra mitad platónica. No hay grandes aspavientos, no suenan violines, no hay atardeceres de ensueño, sino un taller mugriento, un restaurante de ínfima categoría y la timidez absoluta de dos personas que aún no han encontrado la felicidad.

          La cita resulta ser falsa, pero de ella se va con un ciervo de cerámica que le acaba regalando al dueño del taller, quien no duda en confesar que era el regalo que siempre había estado esperando… Se advierte, entonces, el sesgo poético y a veces surrealista que tiene la película: realista, sí, pero con una realidad en la que caben ciertas aspiraciones ideales. El cambio que se opera en la protagonista, de su presencia sencilla y aseada al maquillaje y el cambio de peinado posterior, es indicativo de la transformación que el psiquiatra ha conseguido operar en ella con sus sugerencias. Por cierto, la escena en la que el psiquiatra le expone los mensajes para las galletitas y los coloca minuciosamente ordenados en la mesa de su consulta ¡no tiene precio! ¡Una joya! Toda la película está llena de poderosos detalles del más puro cine: imágenes cuya capacidad de evocación y de descripción psicológica nos hablan de un modo de concebir el cine más cercano a la tradición europea que a la usamericana. No en balde el director ha trabajado anteriormente en Europa, y se nota cuáles son sus raíces.

          Conviene insistir, Fremont es una suerte de miniatura delicada y exquisita que, sin embargo, no es apta para todos los paladares cinematográficos. ¿Por qué? Un indicador inequívoco es este: de tres críticas de la película en FilmAffinity, una la puntúa con un 10 y la otra con un 1, la de en medio se queda en un 7. Esa diferencia de percepción revela bien a las claras la distancia abismal entre los diferentes tipos de público. Yo la he calificado con un 8.

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