jueves, 28 de noviembre de 2024

«Corazón rebelde», de Scott Cooper, el «country» crepuscular.

 

El patético ocaso de un cantante country en una soberbia lección interpretativa  de Jeff Bridges.

 

Título original: Crazy Heart

Año: 2009

Duración: 110 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Scott Cooper

Guion: Scott Cooper. Novela: Thomas Cobb

Reparto: Jeff Bridges; Maggie Gyllenhaal; Robert Duvall; Colin Farrell; Sarah Jane Morris;

Beth Grant; Annie Corley; Tom Bower; Josh Berry; Jack Nation; Ryan Bingham.

Música: T-Bone Burnett

Fotografía: Barry Markowitz.

 

          Siento predilección por la música country usamericana, y una de mis frustrados deseos es visitar Nashville e ir de bar en bar para oír cantar a los artistas de ese género que practica el personaje de esta película con mucho arte y con una voz apropiadísima, la del propio actor: Jeff Bridges, quien representa al vaquero cantante, Bad Blake, una vieja estrella en proceso de desaparición del panorama musical que se arrastra por pueblos malditos cantando en lugares de medio pelo, boleras incluidas. Y sí, disfrute lo mío con el Nashville de Altman, en la que, por cierto, también canta otro actor, Keith Carradine, quien compuso la canción estrella de la película, ganadora de un Oscar.

          La historia es tan trillada como puede serlo la de la decadencia de cualquier artista, historias que han sido y son frecuentes en el cine, por lo que he de explicar qué hace a esta, si no diferente, si merecedora de ser vista. En primer lugar, y acaso último, la magna interpretación de Jeff Bridges, porque el modo como ha hecho suyo el personaje de Bad Blake, un hombre mayor a la deriva, alcohólico y distanciado de todos, y sobre todo de sí mismo, porque vive en una autonegación que le impide aprovechar lo mucho que aún le queda por dar, impacta enseguida en el espectador, quien, sin empatizar con él, observa con piedad y compasión sus andanzas por esos pueblos perdidos donde aún quedan viejos admiradores que guardan el recuerdo de su época dorada y están dispuestos a invitarlo a algo e incluso a irse a la cama con

él. Hay en Blake un mucho de cowboy que recorre los amplios caminos del sur de Usamérica a lomos de su vieja camioneta, a la que cuida como si fuera el caballo indispensable de los héroes de las praderas; su  indumentaria, las botas, el sombrero, su vieja guitarra…, todo cuadra con el tópico, pero Bridges consigue que emerja, del tipo, una individualidad que va a crecer ante los ojos del espectador al encontrarse con su antagonista, la periodista que le hace una entrevista y lo acoge en su casa cuando, en sus largos viajes por carretera, se duerme en uno de ellos y acaba teniendo un accidente que lo deja con el tobillo deshecho y necesitado de que alguien lo cuide. Esa fragilidad será lo que le haga descubrir la magia de las relaciones humanas cotidianas, la vida supuestamente anodina de la que ha huido siempre como el «artista» por encima de todo y de todos que vive en él, contemplando el devenir de los humanos corrientes como cosa prescindible. De hecho, y al hilo de esa relación con la periodista y su hijo de cinco años —que da pie a unas secuencias de película de terror, no por previsibles menos impactantes— se decide un día a llamar a un hijo del que se separó, como de su madre, cuando el niño tenía nueve años y quien, tanto tiempo después, ya muerta la madre sin que el «artista» se hubiera enterado, decide no acceder a que lo visite. En un rapto sentimental había declarado previamente que ese hijo era «lo único que le quedaba en el mundo», el tópico lamento de los padres ausentes, tan frecuentes en las películas usamericanas.

          La realización oscila entre el tenebrismo de los interiores y la luminosidad esplendente de los exteriores por donde se mueve el cantante a sus anchas, libre, sin ataduras, pero más solo que un cactus, y sin la mitad de su altiva planta verde en medio de la nada, porque ese tobillo accidentado viene a metaforizar los pies de barro del éxito, cuya cara hosca y deprimente él interpreta con una veracidad fuera de lo común. Su desaliño, su constante borrachera, sus descomposiciones de vientre, las sórdidas habitaciones donde ha de hospedarse y el público de su quinta que le anuncia el final del viaje de la vida forman un ecosistema que acentúa el patetismo de su figura quebrada. Si se añaden a ello, los celos mal llevados del joven que creció artísticamente a su sombra y de quien se ve forzado por la necesidad a ser telonero, acabamos de sacar el retrato que solo nos es soportable por las ráfagas de humor negro con que el protagonista acepta su presente. Tiene por delante, eso sí, una seria posibilidad de «redención», porque esa es siempre la función del amor en esta clase de historias. No digo nada al respecto, para no arruinar a los posibles espectadores una parte final que sube bastante el nivel ya de por sí bastante alto de la trama. Coincide con la aparición en escena de un viejo colega de los buenos tiempos, quien, aunque en un papel muy secundario, le da una réplica excelente, Robert Duvall. No era fácil, en una película de hombre-orquesta como Corazón rebelde, ponerse a la altura de la interpretación de Bridges, pero Maggie Gyllenhaal, quien ya ha dado sobradas muestras de su calidad interpretativa, le da una réplica a la altura del protagonista. Su calidad humana, ella que también ha tenido experiencias poco satisfactorias con los hombres, como él con sus tres matrimonios fracasados, va a devenir, junto con  su hijo, algo así como su última oportunidad, aunque todos sepamos que para los cowboys solitarios su verdadero amor es su caballo…; y en ese terreno es donde se mueve el desenlace, con un plano final que suma la aventura individual y el marco geográfico, felizmente conjuntados.

          Cabe recordar que una parte importante de la veracidad de la película radica en que el protagonista sea capaz de cantar y tocar la guitarra como Bridges, reputado cantante, lo hace. Un comentario en uno de sus vídeos en YouTube me puso en la pista del parecido de su voz con la de Waylon Jennings, y es cierto, muy en la onda de la de los grandes del country como Johnny Cash, Willie Nelson o Kris Kristofferson. Aún recuerdo la gran decepción que me supuso ver la película biográfica sobre Cash y que quien cantara fuera su protagonista, Joaquin Phoenix, cuya voz en modo alguno puede compararse con la grave y sentida de Cash.

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