domingo, 24 de noviembre de 2024

«Cena en América», de Adam Rehmeier o el «punk» transgresor.

 

La friquigozada de una historia de amor tan delirante como seductora…

 

Título original: Dinner in America

Año: 2020

Duración: 106 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Adam Rehmeier

Guion: Adam Rehmeier

Reparto: Emily Skeggs: Kyle Gallner; Yancey Fuqua; ; Jennifer Kincer; Hannah Marks; Ricky Wayne; Lea Thompson; Nick Chinlund; Sean Rogers; Nico Greetham; Lukas Jacob;

Sidi Henderson; Robert Skrok; Lena Drake; Shelby Alayne Antel; Mary Lynn Rajskub; Pat Healy; Griffin Gluck.

Música: John Swihart

Fotografía: Jean-Philippe Bernier.

 

          ¡Menudo sorpresón!  La guardé «para ver más tarde» en la noche de tráileres que, de tanto en tanto, hemos de hacer para dejarnos guiar por ellos a la hora de seleccionar futuras películas, pues por el título, salvo películas ya criticadas o premiadas o de autores conocidos, poco en claro podemos sacar. A mi Conjunta esta le pareció un disparate mayúsculo; yo, más aventurero, intuí una gamberrada que podría tener su gracia. Nos ha acabado gustando a los dos, aunque el personaje, un cantante punk transgresor, insobornable, destructivo y autodestructivo está diseñado para atragantárseles a los espectadores como se les atraganta a cuantos comensales y no comensales tienen la desgracia de cruzarse con él. Y sí, Kyle Gallner borda el papel y tiene, en sus mejores planos, un aire inconfundible al Clark Gable más canalla y seductor…

          La historia tarda en perfilarse, porque los dos primeros personajes que aparecen en un test, pagado, para comprobar efectos médicos de nuevos medicamentos, salen «tocados» de la prueba y ella lo invita a comer en casa de sus padres y a dormir en ella. En el transcurso, pues, de la primera de las tres «cenas en América», ¡a cual más disparatada y real!, que se nos narran en la película, la madre de la joven no duda en lanzarse desesperadamente a un magreo con el joven en la cocina, donde los sorprende su hija. Antes de ser acorralado por el padre y el hermano, dos fanáticos del fútbol usamericano, el joven de apariencia y modales transgresores —aún nos queda asistir al encuentro con la protagonista y la comida en su casa para saber que es la variante punki de la transgresión social—, el joven rompe con una silla el ventanal del salón y sale al jardín de la casa, sobre el que rocía un bidón de gasolina para prenderle fuego a continuación. En ese momento se inicia la huida de la persecución policial, que burlará cuando la protagonista, en un descanso de su jornada laboral en una tienda de mascotas, despiste a la policía sobre el paradero del fugado, con quien puede fácilmente mantener contacto visual, pues está en el rellano de la escalera posterior de un edificio que da al mismo callejón donde está la joven.

          La entrada en escena de la joven friqui, a quien no solo los íntimos y los cercanos tienen por retarded, sino cualquiera que se cruza con ella, le hace dar a la historia un salto cualitativo impresionante. La unión de ambos es, ya, el súmmum de las parejas increíbles e inolvidables que nos han pedido desde la pantalla nuestro voto de confianza en su inverosímil unión. Y no nos defraudan, porque, por sus pasos contados, entre el desprecio irónico, la compasión infinita y una sorpresa que no puedo revelar, esa pareja de marginados antisistema deseosos, por otro lado, de integrarse en él, al menos en el espacio de felicidad que a todos nos está destinado, seamos como seamos y profesemos la pasión que profesemos.

          Lo mejor de todo este asunto es que no nos movemos de los típicos suburbia usamericanos en los que los modelos familiares y sociales, amén de los espacios públicos, como ese plano magistral de la pareja en una  cafetería bajo un mural esplendoroso, se definen con muy pocos elementos. Todos ellos, en el caso de esta historia, se relacionan con la asistencia a comidas familiares en las que se describen a la perfección esos modelos, ¡y no sin un ácido sentido del humor!  Me ha venido a la memoria la película de Milos Forman, Taking off, de la que la actual puede entenderse como lejana deudora, si bien aquel músico modosito que atraganta al padre de familia al revelarle sus ingresos anuales, es sustituido aquí por un punki destructivo que quiere vivir a la contra desde el estrecho lado marginal que lo empuja incluso a la pobreza, aun siendo de familia adinerada. Porque, bien avanzada la relación con la joven Patty, encarnada por una prodigiosa Emily Skegg, sabemos que el joven «disruptivo» es el líder de un grupo punk y que las tensiones con sus compañeros provienen de una exacerbada rebeldía que lo lleva a preferir la marginalidad que abrirse paso en un panorama musical en el que, como en cualquier orden de la vida, solo se abre uno camino a fuerza de cesiones que, como en el caso de John Q., pueden acabar desacreditando la naturaleza de su fuerza rebelde.

          Poco a poco, la relación entre los dos jóvenes se irá estrechando, fortaleciéndose mediante ciertos actos salvajes que parecen, y lo son, una glorificación de la violencia como lenguaje social en un mundo en el que otras violencias , distintas de la física, la mental y la económica, se ceban en personas como la protagonista, quien parece aceptar resignada y sumisamente ese puesto de subordinación y exclusión social al que la condena su entorno e incluso su propia familia, por no hablar de su empleador. No es que la pareja se convierta poco menos que unos Bonnie and Clyde contra la prepotencia de los biempensantes y malactuantes que pueden llegar incluso al intento de violación, como el caso cómico de los dos conocidos que se burlan de ella con una crueldad insufrible; pero sí que usan sus armas para defenderse, y sin perder el agrio sentido del humor que caracteriza al joven y del que irá aprendiendo la protagonista; pero mejor no me adelanto…

          Que la película es gamberra y malhablada ni que decirlo tengo, pero que también desnuda el cinismo de lo políticamente correcto y lo socialmente admitido, está fuera de toda duda. No se pierda de vista la importancia del lado musical de la película, porque nos va a deparar secuencias de muy intenso nivel emocional y una canción de las que dejan huella sonora. Confieso que películas como esta me rejuvenecen mucho.

 

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