La sitcom en Cadaqués para un viejo elogio del sólido núcleo familiar, merced a la devastación personal y colectiva.
Título original: Casa en
flames
Año: 2024
Duración: 105 min.
País: España
Dirección: Dani de la Orden
Guion: Eduard Sola
Reparto: Emma Vilarasau; Enric
Auquer; Maria Rodríguez Soto; Macarena García; Alberto San Juan; Clara Segura;
José Pérez-Ocaña; Flavio Marini; Noa Millán; Zöe Millán.
Música: Maria Chiara Casà
Fotografía: Pepe Gay de
Liébana.
Pues tenía razón mi cinéfilo amigo
Paco Marín: diez minutos excelentes, que prometen mucho, y luego todo se va
diluyendo hasta desembocar en el amplio mar de la mediocridad, donde desaguan
todas las buenas intenciones.
Finalmente, la
he visto, a pesar de haber leído voces con cierta autoridad que lo desaconsejaban.
En estos casos, que la pueda ver en casa contribuye lo suyo a prestarme, porque
si algo tenía claro era que para algo así no pasaba por taquilla, aunque me
hayan engañado con otras que no eran mejores que la presente, por supuesto. Aún
estoy dudando de si pasar o no por taquilla para la de Almodóvar, y me temo que
si alargo mucho mi duda, me suceda lo mismo que con Megalópolis, de
Coppola, que no me duró en las salas de al lado de casa ni diez días, y ahora
no sé dónde recuperarla en pantalla grande.
Casa en flames tiene por su estructura de sitcom y su tono de sainete que quiere
herir sin hacer sangre todas las papeletas para intentar agradar a cierto público
propenso a saborear todos los tópicos
reiterados hasta la saciedad en mil y una películas, como la lumbalgia
del marido bilingüe, la endeblez sentimental del hijo de los protagonistas o la
insatisfacción crónica de una casada aburrida del calzonazos de su marido. El
escenario, eso sí, es un marco privilegiado, una casa diseñada por José Antonio
Coderch y que, en realidad, no está en Cadaqués, sino en Canet de Mar, ¡esas cosas
del cine, tan mentiroso siempre, para crear la ficción de la realidad!, y los
personajes se mueven en él con bien probada naturalidad, como si, en efecto,
hubieran vivido en ella toda su vida.
Como tantas
otras películas, la acción gira en torno a una familia cuyos vínculos se han
ido deshaciendo con el paso del tiempo, por lo que su reunión en la antigua
casa familiar lo tiene todo de ejercicio de nostalgia y, al tiempo, de réquiem
por lo que fue y por lo que pudo haber sido y no fue. ¿El pretexto? La venta de
la casa, razón por la que todos han ido para «levantarla» y dejarla vacía para
los futuros compradores. En el marco de ese fin de semana vamos a asistir a un
apretado maratón informativo sobre los destinos y las inmediatas expectativas
de todos y cada uno de los personajes que aparecen: los cuatro del núcleo
familiar ya disuelto, una novia del hijo que no quiere ser amada, un yerno que
no satisface las expectativas de la hija y, finalmente, la nueva novia del
padre, una psicóloga ¡y terapeuta Gestalt! —¡mira tu por dónde…!— que los
involucra a todos en un jueguecito terapéutico que sirve de detonante para los
conflictos que irán aflorando desde entonces y que van a mostrarnos la cara oculta del relativo buen «rollito»
que, anodino como él solo, hemos visto hasta entonces. Prefigurando el final,
el jueguecito consiste en imaginar que se hallan en una sitio ardiendo y han de
escoger la persona que verdaderamente
desearían que los salvara del
incendio. Si el lugar escogido es un interior, los problemas vienen de uno; si
el lugar es exterior, los problemas vienen de los demás.
Los líos
familiares son un clásico para las comedias ligeras, pero no basta con crear
una situación más o menos ingeniosa, y contar con actores y actrices de
reconocida solvencia cómica, sino que se ha de optar entre el camino
enloquecedor de la comedia disparatada, en la que la acumulación de gags
generan un efecto contagio que, bien dosificado, se ganará el favor del público,
y el camino, más difícil de la comedia melodramática que exige, ya, una
construcción de los personajes más sólida. Aquí nos movemos a medio camino de
ambas direcciones, y de ello se resiente la historia, que deriva hacia un final
muy «pastelón» e impropio del planteamiento y el desarrollo; pero, bueno,
tampoco voy yo a denunciar que se ensalce la unión familiar nuclear como un «activo»
social, aunque hay familias cinematográficas, como la Bélier, por ejemplo, más
capaces de emocionar.
Un innegable
valor de la película es el tono costumbrista , muy natural, que no impide, sin
embargo, algunas sobreactuaciones bastante menos creíbles. A favor de la película
juega también el tímido bilingüismo que se perderá en caso de que haya una versión
solo en castellano. Aunque el papel de la madre es esencial, porque su deseo de
vender la casa es lo que propicia la reunión familiar, no acabo de entender
que la actriz principal tenga tan pobre
actuación, como si, teniendo las claves de todo, estuviera ausente de la trama
hasta que el azar juegue por ella sus cartas ganadoras. A lo largo del fin de
semana hay momentos de truculencia que conviene no revelar y que no contribuyen,
ciertamente al mejor diseño de la protagonista, como hay algunos momentos
pretendidamente cómicos, el salto en paracaídas, que se alargan
innecesariamente y echan a perder la pretendida comicidad del gag.
Insisto, el
planteamiento es excelente, pero el tono de sainete costumbrista, bien logrado —el
hijo «artista», por ejemplo, es una sátira que merecía haber sido tratada con
más hiel…— reduce la ambición del
magnífico humor negro inicial y va desliéndolo hasta quedarse en las gracietes
superficiales de momentos muy manidos y algo casposillos, como ocultar a la
novia del padre para que no la vea la madre, por ejemplo, o alguna peineta tan impresentable
como la emocionada e impostada alegría nostálgica del descubrimiento del «tesoro»:
los vídeos familiares.
No es fácil,
en lo tocante a la familia, a no ser que te llames Ford Coppola…, acertar con
el tono de verdad y los contenidos atractivos que trasciendan los tópicos,
pero, en el caso de Casa en flames se ha de reconocer, como dicen los
ingleses, un nice try…!
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