miércoles, 13 de noviembre de 2024

«La barrera del sonido», de David Lean.

 

Un drama sobre exploradores que no admiten lo imposible.

 

Título original: The Sound Barrier

Año: 1952

Duración: 118 min.

País:  Reino Unido

Dirección: David Lean

Guion: Terence Rattigan

Reparto: Ralph Richardson; Ann Todd; Nigel Patrick; Denholm Elliott; Dinah Sheridan;

Joseph Tomelty; John Justin.

Música: Malcolm Arnold

Fotografía: Jack Hildyard (B&W).

 

          Más de cinco años hacía que se había roto esa barrera del sonido en Usamérica cuando David Lean decidió rodar el excelente guion de Terence Rattigan sobre los intentos de un fabricante británica de aviones a propulsión para lograr dicha hazaña. No se trata, pues, de hacer pasar por verdad histórica algo que no lo es y que, en esta película, no pasa de un vulgar pretexto para enfrentar al espectador a una ficción en la que la ambición tecno-científica puede equipararse a la de los grandes exploradores de la naturaleza de nuestro planeta o, más tarde, de la conquista del espacio, hacia el que se mira a menudo en esta película en la que la trama se centra en una pareja de militares que, ya en tiempos de paz, resultan ser un experimentado piloto y la hija de un magnate de la industria que fabrica aviones, obsedido por la idea de construir un jet que rompa la barrera del sonido, lo que significaría una hazaña no solo para la industria, sino también para la especie humana, porque cada conquista técnica modifica, de una u otra forma, nuestras sociedades y las relaciones entre ellas.

          Hay, pues, una historia de amor que no tarda en integrarse en el seno de una familia en a que también hay un trasfondo que no tarda en cobrarse a primera víctima, porque, en confidencia matrimonial, la hija le dice a su marido que su padre ha vivido una doble decepción paterna: que ella fuera, la primogénita, una mujer, y que el hijo no fuera como él deseaba que hubiera sido: quiere convertirlo en piloto a toda costa y esa obsesión no tarda en llevárselo por delante cuando, durante su plan de entrenamiento, el hijo pilota solo un avión que acaba estrellándose contra el suelo. La pérdida de la hermana se traduce en una mirada que, fijada en su marido, lo convierte anticipadamente en la siguiente víctima, sobre todo por lo muy bien que acaba llevándose con su suegro y porque acaba secundando sus esfuerzos por romper esa barrera, cueste lo que cueste.

          Particularmente, en mi calidad de hijo y hermano de aviadores, no me ha costado comprender la ambición de todos esos hombres por llegar a donde nadie ha llegado, por hacer lo que nadie ha hecho, y por el amor infinito a un invento que, desde sus orígenes, ha tenido amantes apasionados, dispuestos incluso a sacrificarse en aras de su progreso, ¡y no han sido pocos! Para los amantes de la literatura, no deja de ser duro que Saint-Exupéry fuera uno de esos amantes de los aviones, pues nos privó de la madurez ultima del autor de El principito. El cine se ha hecho eco del fenómeno de la aviación, pero a los buenos aficionados les vendrá a la mente dos hitos del género: Hombres sin miedo, de John Ford y Solo los ángeles tienen alas, de Howard Hawks.

          Esta película de David Lean no es muy distinta del resto de su obra, porque, aunque el tema secundario, la ambición tecnológica y la exploración de los límites de la invención humana, es muy potente; no lo es menos el drama familiar de la familia de la mujer y, por supuesto, la historia amorosa de los protagonistas. Desde que el aviador militar, y posteriormente piloto de pruebas, contempla con una mirada arrobada el funcionamiento de un motor a propulsión, advertimos en la mirada de su reciente esposa la sombría intuición de lo peor, pero, tras la confirmación de que está embarazada y de que esperan «un niño», porque es el peaje que se paga a la época en la que los hombres querían, a toda costa, un «heredero», ignorantes de que el ser procreado no necesariamente ha de ser como los padres desean que sea, y ese fue el drama del hermano de la protagonista, un Denholm Elliott muy joven, al que acabo de ver, por cierto, ya viejo, en la estupenda versión que hizo Peter Bogdanovich del éxito teatral hace sus buenos años en Barcelona, Pel davant i pel darrera: ¡Qué ruina de función! Y luego hemos de considerar los rasgos específicamente cinematográficos de un blanco y negro fantástico y una puesta en escena que combina ambientes muy diferentes: las dependencias militares; la gran casona familiar a la que lleva a la pareja recién casada el imponente Rolls Royce familiar; la fábrica donde se construye en secreto el prototipo de Jet; la pequeña casa donde se instala un viejo amigo del Ejército al que seduce para convertirse también en piloto de pruebas, ¡y que tanto ansiaba comprar la protagonista para «huir» de la nefasta influencia de su padre sobre su esposo!…; o el cine donde comunican a la protagonista el accidente de su marido… Sin despreciar las actuaciones de un elenco en el que brillan el padre, Ralph Richardson y la hija, Ann Todd, quien fuera esposa del realizador. El sonido de los jets en pruebas, constante a lo largo de la película, esos sonidos que obligan siempre a la protagonista a mirar al cielo, son un elemento destacado de la película, porque encarna el objetivo que se persigue, y luego están las tomas aéreas de las evoluciones de los aviones, así como el romántico viaje absolutamente fantástico desde Inglaterra hasta El Cairo, auténtico viaje de luna de miel de los recién casados.

          La película no puede compararse con las grandes obras maestras de Lean, por supuesto, pero yo me acerqué a ella picado por la curiosidad de qué tipo de película podría montarse alrededor de la idea de traspasar la barrera del sonido: ya lo sé, y el resultado me ha complacido bastante más de lo que yo esperaba, porque el pulso de Lean a la hora de retratar con muy pocas tomas los diversos caracteres de la trama es excelente. Que pueda excederse en la fijación del padre o en el egoísmo primario de la esposa, que quiere a su marido sujeto a sus faldas, ante el temor cierto de perderlo, forman parte no ya de la época en que se rueda la película, sino de todas las épocas. Y sí, los especialistas advierte de ciertas inconsecuencias en la parte técnica de la película, pero yo me quedo con la ficción que es y esos pequeños inconvenientes ni estorban ni, mucho menos, impiden que pasemos un excelente rato viendo esta película de «exploradores»…

 

1 comentario:

  1. Las incosistencias de guion cuando hacen referencia a aspectos técnicos como "no puede haber ruido/fuego/explosiones" en el espacio vacio, o "esa ropa no encaja en esa época" siempre me despiertan una sonrisa; sin embargo las incosistencia de los personajes, cuando actúan sin razones, no son consecuentes o son excesivamente planos o inanes, me sacan de la historia y esta deja de interesarse. Creo que pueden existir multiples universos o líneas temporales en que tal o cual aspecto técnico difiera del nuestro, pero para que una historia me interese tiene que hablar de personas que me sean creíbles. Parece una película muy atractiva. Gracias

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