Título original: Bir
zamanlar Anadolu'da.
Año: 2011
Duración: 157 min.
País: Turquía
Dirección: Nuri Bilge Ceylan
Guion: Ebru Ceylan, Nuri
Bilge Ceylan, Ercan Kesal
Reparto: Muhammet Uzuner;
Yilmaz Erdogan; Taner Birsel; Ugur Aslanoglu; Ahmet Mumtaz Taylan; Firat Tanis;
Ercan Kesal; Erol Erarslan; Murat Kiliç; Safak Karali; Emre Sen; Nihan Okutucu;
Kubilay Tunçer.: Fotografía
Gökhan Tiryaki.
Título original: Kis Uykusu.
Año: 2014
Duración: 196 min.
País: Turquía
Dirección: Nuri Bilge Ceylan
Guion: Ebru Ceylan, Nuri Bilge Ceylan. Cuentos: Antón Chéjov
Reparto: Haluk Bilginer; Melisa
Sözen; Demet Akbag; Mehmet Ali Nuroglu; Nadir Saribacak; Ayberk Pekcan; Nejat Isler; Serhat Mustafa
Kiliç; Tamer Levent; Gülsen Özbakan.
Fotografía: Gökhan Tiryaki.
Título original: Ahlat Agaci
Año: 2018
Duración: 188 min.
País: Turquía
Dirección: Nuri Bilge Ceylan
Guion: Nuri Bilge Ceylan, Akin Aksu, Ebru Ceylan
Reparto: Dogu Demirkol; Murat Cemcir; Bennu Yildirimlar: Hazar Ergüçlü;
Serkan Keskin; Tamer Levent; Öner Erkan; Ahmet Rifat Sungar; Akin Aksu; Ercüment
Balakoglu;
Kubilay Tunçer; Kadir Çermik; Özay Fecht; Sencer Sagdiç; Asena Keskinci.
Fotografía: Gökhan Tiryaki.
De lo particular a lo universal: figuras
y paisajes en un todo armónico deslumbrante o el tempo preciso de la
existencia.
Descubro, con muchos años de retraso, el
cine deslumbrante de Nuri Bilge Ceylan y me quedo atónito ante la belleza de
sus imágenes, la profundidad de sus personajes y el modo parsimonioso y
tremendamente efectivo como desarrolla sus historias, siguiendo un ritmo
temporal que capta la vida en su movimiento cotidiano, sin prisas, sin pausas,
como la respiración solemne de la naturaleza más humilde. La presencia
majestuosa del paisaje, tanto de Anatolia como de Capadocia, tan distintos, más
el urbano y rural de El peral salvaje, donde se supone que existió Troya
y cerca de Gallipoli, el mejor escenario bélico conservado, según uno de los
personajes de la película, añaden a las historias que se cuentan una magia
escénica que imanta la mirada del espectador de tal manera que convierte en virtud el reproche que algunos
aficionados suelen hacerle al director turco: el excesivo metraje de sus
películas, ninguna de las cuales, al menos las tres que yo acabo de ver, una
detrás de otra, en un maratón agradecido y extasiado, baja de las tres horas.
No sé a otros, pero a mi se me han hecho muy cortas las tres, quizás porque las
historias se desarrollan tan lentamente como a veces la vida suele hacerlo,
pero en las tres películas con un interés que le deja al espectador con muchas
ganas de seguir en compañía de los personajes, de quienes no se acaba de conocer del todo su vida y a quienes
enseguida que la película acaba echamos mucho de menos, por lo que nos ha
impresionado su aparición en pantalla.
Nuri Bilge
Ceylan es un director que podemos emparentar tranquilamente con lo mejorcito
del cine europeo, una tradición en la que se inscribe por derecho propio y de
modo relevante, y también con autores como Kiarostamí, sobnre todo por lo mucho
que hay de El sabor de las cerezas en Érase una vez en Anatolia,
cuando el cortejo forense y policial recorre de noche los caminos, alumbrados
solo por los faros, en busca de un cuerpo enterrado que ha de ser localizado
por el asesino al que se lleva para que señale el lugar preciso del
enterramiento. Recordemos, no obstante, que la película se inicia con una
escena en un taller en el que tres
hombres comen y beben en un ambiente distendido. La cámara enfoca un cristal
sucísimo que no permite distinguir nada en el interior, pero cuando la imagen
se acerca hasta el vidrio, se cambia el enfoque el segundo plano y entonces
desaparece el cristal y vemos a los tres hombres. Tras los títulos de crédito,
a dos de ellos los veremos en la caravana de tres coches, junto a un inspector
de policía, un médico forense y un fiscal de distrito, más otros personajes
auxiliares, recorriendo los hermosísimos
y mesetarios paisajes austeros de Anatolia, en una expedición en la que uno de
los dos detenidos parece jugar con quienes lo custodian. La excursión nocturna,
¡y qué hermosa la gradación tanto del atardecer como del amanecer, con unas
tonalidades y una luz que impresionan al más ciego de los espectadores a los
juegos cromáticos!, que dará paso a un descanso en una aldea, donde son recibidos
y agasajados por el alcalde del lugar, antes de seguir camino, es una maravilla cinematográfica como hacía
tiempo que no veía. Si el cine son imágenes, no hay duda de que Ceylan es un
maestro de la composición cinematográfica, y eso lo comprobaremos enseguida,
porque la amenaza de tormenta que se cierne sobre todos ellos, dará lugar, a
través del viento, sobre todo, a imágenes auténticamente espectaculares.
La historia es
mínima, la localización de un hombre enterrado por sus asesinos al pie de un
árbol frondoso en un paisaje de belleza casi mística. La presencia del fiscal,
un hombre atrapado en una historia trágica que le va desgranando, como si fuera
ajena, al médico forense que forma parte de la comitiva y que, a su vez, es un
hombre divorciado que parece haberse «enterrado en vida» en el pequeño pueblo
en el que ejerce, se erige como un polo de interés narrativo, sobre todo porque
su figura encarna el imperio de la ley y de la racionalidad, frente a los
instintos del jefe de policía que acaba estallando violentamente contra las
burlas y el juego de despiste sobre la exacta ubicación de la rudimentaria
sepultura del cadáver. Estamos, sí, en presencia de una narración que puede
recordar algún episodio de la magnífica serie británica Endeavour,
aunque hay críticos que la relacionan con CSI: Miami, pero esta yo no la
he visto, y sí la británica. El escepticismo del policía británico sí que puede
ponerse en relación con el humor socarrón del fiscal, y ahí está el juego de
parecidos con Clark Gable que disuelve la solemnidad del hallazgo del cadáver
cuando él hace el relato forense de lo que han encontrado. Ese informe parece un preludio de lo que, más
tarde, será la práctica de la autopsia, momento en el que el médico le toma el
relevo al fiscal y relata los hallazgos de esa práctica forense. Para entonces,
ya habremos conocido a la viuda y a su hijo, y sabremos, por boca del jefe de
policía, que el muerto era una buena pieza. Los dos personajes femeninos que
aparecen en la película, la hija del alcalde, en el receso que hacen en la
búsqueda del cadáver y la mujer del
fallecido, son el de una joven y una mujer bellísimas que impresionan, a toda
la comitiva, la hija, y la viuda al doctor, quien sigue los pasos de la mujer,
que se aleja con la bolsa con las pertenencias de quien fuera su marido, desde
la sala donde se le está, literalmente, descuartizando, y donde se sugiere que
la víctima podría haber sido enterrada viva, y de ahí la circunstancia de que
estuviera fuertemente atada. No es una historia particularmente «amable», está
claro, y tampoco sabemos en ningún momento cuál ha sido la motivación de los
asesinos, pero tras tres horas de seguir la comitiva judicial y forense nos
hemos acercado a unos cuantos personajes cuyas historias se han ido desgranando
lentamente a medida que avanzaba la investigación, y alguna sorpresa hay que
nos deja tocados, sin duda. Las interpretaciones, sobrias y ajustadas, nos hablan
de un retrato social de una Turquía en la que se perciben fuertes diferencias
entre las personas ilustradas y quienes no lo son. Por otro lado, la trama está
constantemente salpicada con pequeños detalles de la vida cotidiana que nos
acercan al realismo costumbrista del que se desprenden momentos incluso
humorísticos, tan reales como la vida misma.
Sueño de
invierno está basada en un cuento de Chejov, La esposa, y es algo
que, sin saberlo, se reconoce en cuanto comienza la película y asistimos a
algunos diálogos entre el protagonista y su hermana o el protagonista y un
amigo o, finalmente, y ese es el meollo de esta extraña historia de amor y
desamor, el diálogo entre la esposa y el marido. La narración transcurre,
básicamente, en un hotel, con aires de casa rural, en la Capadocia, un paisaje
invernal de belleza absoluta que, a pesar de sus largas escenas de interior, el
director nos ofrece con perspectivas panorámicas que nos dejan sobrecogidos por
su belleza. De hecho, algunas de las habitaciones del hotel están excavadas en
la roca, lo que mezcla un primitivismo arquitectónica, ideal para turistas, con
una vida interior de rentista con preocupaciones intelectuales, un rico de la
zona que, además, es propietario de varias propiedades de las que extrae una
renta, excepto en el caso de un inquilino que, tras su paso por la cárcel y
ante la imposibilidad de encontrar trabajo, se ha refugiado en el alcohol y le
adeuda muchos meses de alquiler. Su hermano menor, un imán, se preocupa de él y
tercia ante el gran señor para evitar un desahucio que deje a la familia de su
hermano, con un hijo pequeño, en la
calle. Es el hijo quien, sabedor de que el propietario es el responsable de que
les hayan quitado la televisión y otros electrodomésticos ha lanzado una piedra
contra el coche en que viajaba el propietario con su administrador y está a punto de provocar un serio accidente. La
pobreza de ambos hermanos contrasta con la despreocupación del propietario,
viejo actor, ya retirado, que ha heredado con su hermana los bienes de la
familia y dedica su tiempo a escribir artículos de costumbres en la prensa
local, a la espera de reunir los datos necesarios para escribir su gran obra:
una Historia del teatro en Turquía. La película está permeada por el espíritu
decadente del personaje, agnóstico y escéptico, además de por su vivencia de la
vejez en la que acaba de entrar, con los achaques propios de la misma y la
pérdida de atractivo romántico y sexual que ello supone, aunque la distancia
que marca su esposa con él proviene de la desidia con la que él contempla los
proyectos filantrópicos en los que ella participa para darle un sentido a su
vida, pues se siente literalmente excluida de la de su marido. Estamos ante una
obra dialógica en la que se plantean constantemente temas que tienen que ver
con la ética, con la responsabilidad social, con la religión y con el sentido social
o individual de la vida humana. Se trata de diálogos intensos, muy a menudo
rodados con cámara fija y en los que las inflexiones de voz, los tonos y
algunos rasgos de carácter son tan valiosos y pertinentes como el propio
contenido de lo que se dice. Pensemos que el protagonista lleva una vida
retirada, sin vida social de ningún tipo, pero parece seguir estando
profundamente enamorado de una esposa esquiva que, en el devenir de la trama,
va a tener un terrible momento cuando, guiada por la compasión, se acerque al
inquilino moroso para regalarle una cantidad de dinero con la que saldar sus
deudas y permitirse algunas comodidades. Me reservo cualquier explicación,
porque es un momento culminante de la historia y el espectador ha de verlo y
juzgarlo a solas y sin estar avisado.
La narración
apenas nos presenta tres o cuatro conflictos que se extienden
parsimoniosamente en un metraje que en
ningún caso tiene como objetivo acumular anécdotas y mucho menos crear un
dinamismo artificial. La vida del protagonista tiene un tiempo interno más
próximo al estatismo que a la vivencia apresurada de emociones o vértigos
existenciales: todo parece estar bajo control, excepto el modo como salvar la
distancia que se ha creado entre él y su desengañada esposa, y de ahí esa
obsesión por mirarla subrepticiamente, casi por espiarla, aún fiel admirador de
su profunda belleza y quejoso añorante de una atención que ha perdido a medida
que él se ha hundido en la monotonía de sus días de rico propietario y se ha
desentendido de las vidas ajenas. Uno de los clientes le pregunta si no tienen
caballos, porque aparecían en la promoción publicitaria del hotel. Es una
hermosa digresión la de la captura del caballo salvaje, y el modo casi agónico como es sacado de un
canal; después, sin embargo, se convertirá en metáfora, que es el destino de
todo aquello de lo que nos rodeamos: expresar una carencia, una imposición o
una frustración.
La nieve en
Capadocia no es como la nieve en Manhattan, y los planos panorámicos que de sus
paisajes se nos ofrecen en la película son, con mucho, uno de los grandes
atractivos de esta historia crepuscular, desengañada y romántica. El espectador
disfruta, como un contertulio más, de los grandes retos dialécticos que van
surgiendo aquí y allá, y que nos comprometen, porque no se habla de los turcos,
sino de los seres humanos, por eso el cine de Ceylan traspasa con suma
facilidad las fronteras, porque remonta de la circunstancia local a la
universalidad de la condición humana.
Algo parecido
ocurre con El peral salvaje, una curiosa historia que nos va a hacer
seguir las peripecias de un joven protagonista recién graduado en Educación
Primaria con el que le es imposible
empatizar a cualquier espectador, un ser en apariencia «positivo» que va a ir
degradándose de secuencia en secuencia hasta llegar a la abyección moral propiciada por un egoísmo tan salvaje
como el peral del título. El joven vuelve a casa con un título bajo el brazo y,
sobre todo, con una novela o texto de impresiones personales sobre todo lo
humano y lo divino que quiere publicar a toda costa, dada su ambición de
convertirse en escritor. Las peripecias para la edición del libro forman parte
de la trama, sí, pero estas se mezclan con la situación familiar, el padre es
maestro y ludópata, quien, tras haber arruinado a la familia, debe dinero a
mucha gente, aunque es un enamorado del campo, de la vida natural y de los
animales. Está a punto de jubilarse y, aunque incluso llegan a cortarles la luz
por falta de pago, la mujer espera que se jubile y con la gratificación que les
da poder reenderezar su vida familiar. El joven Sinan, sin oficio ni beneficio,
decide presentarse al examen nacional para ocupar una plaza de maestro en el
este del país, la zona más atrasada, pero donde también comenzó su padre, una
época, además, de la que guarda buenos recuerdos. Mal preparado, no aprueba. En
el periplo para publicar su novela, se encuentra en un a librería con un
conocido y famoso escritor local, con quien sostiene una conversación en la que
viene a reírse de él y de sus claudicaciones para amoldarse a lo establecido,
dejando de lado el riesgo de la verdadera expresión artística. Todo ello sin
que, hasta ese momento, tengamos ninguna noción de los valores o deméritos del
joven aspirante de escritor. Hay algo de película de reencuentro con el lugar
de donde se salió para ir a estudiar a la capital: una antigua enamorada que
ahora se va a casar con un joyero, aunque a ella le gustaría vivir una vida
independiente fuera del «terruño», un encuentro, este, en medio de un bosque,
llena de sensibilidad, de misterio y de renuncia; la conversación con otro
aspirante a maestro que decide ingresar en el cuerpo de policía; con los
amigos, y, especialmente, con el antiguo novio de la joven casadera, con quien
ser acaba peleando para sacar los rencores tanto tiempo guardados; con el imán
que se niega a devolver las dos monedas de oro que le ha pedido prestadas a su
abuelo, antiguo imán, y con otros personajes secundarios como el alcalde y un
empresario muy lector —y la prueba es un pequeño armario en el que se ordenan
no más de cuarenta libros…— a quienes les pide financiación para poder publicar
el libro, sin recibir ninguna ayuda y, en el segundo caso, incluso
enemistándose con el empresario, quien se defiende contra el «instruido» con la
afirmación de que todos los amigos suyos que fueron a la universidad o bien
trabajan para él por cuatro perras o viven en la miseria o incluso se han
suicidado…
La vida del
escritor en cierne da un giro cuando, como último recurso para satisfacer su
narcisismo, decide vender el perro de su padre, lo que este más quiere en el
mundo, y, con los dineros, publicar el libro. La peripecia literaria es tan
patética que mejor se la dejo al espectador para que sufra solo y sólo una vez.
Después de su miserable «hazaña» decide hacer el servicio militar y, a partir
de ese momento, vuelve a regresar a casa de nuevo. Esta segunda vez es muy
diferente de la anterior. Y ya anticipo que la película tiene un doble
desenlace original y fantástico: el de la condena y el de la redención. Un
peliculón como los dos anteriores, aunque aquí la trama urbana desmerezca en
parte de la potencia estética de los paisajes de las dos anteriores, si bien
las referencias a Troya ya a Galípoli compensan en parte la baza ganadora de
las precedentes.
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