Divertidísima adaptación a la pantalla, en clave de screwball comedy, de un vodevil clásico: ¡Qué ruina de función!
Título original Noises Off!
Año: 1992
Duración: 99 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Peter Bogdanovich
Guion: Martin Kaplan.
Teatro: Michael Frayn
Reparto: Michael Caine; Carol Burnett: Denholm Elliott; Julie Hagerty; Marilu
Henner: Mark Linn-Baker; Christopher Reeve; John Ritter; Nicollette Sheridan.
Música: Phil Marshall
Fotografía: Tim Suhrstedt.
Mi Conjunta me
hizo caer en la clave del asunto: estábamos viendo una adaptación al cine del
que fuera gran éxito teatral en Barcelona en 1985, en adaptación de Paco Mir,
miembro fundador de El Tricicle, bajo la supervisión del propio autor,
Michael Frayn: Pel davant i pel darrera [La adaptación en castellano de
Juan José Arteche se tituló Al derecho y al revés.] En Barcelona tuvo un
éxito de público absoluto. No solo ese año, sino en las dos ocasiones posteriores
en que se reestrenó: , en el 96 y en el 2002.
A
mí la película me fue entusiasmando a medida que la trama se complicaba y
pasábamos de una comedia de enredo a un vodevil disparatado en la mejor
tradición del género, sobre todo por el uso de las puertas y las
correspondientes entradas y salidas con un ritmo in crescendo que se
gana al espectador, también en la versión cinematográfica, bastante más libre
que la propia obra teatral, gran parte de la cual se representa en pantalla
como se hizo en el teatro.
Bogdanovich supo ver enseguida el
potencial de una adaptación cinematográfica, aunque su más que loable esfuerzo
no halló la recompensa de la taquilla, y no me explico por qué, excepto, acaso,
por el toque excesivamente brittish, lo que pudo retraer al espectador
usamericano. En cualquier caso, mi entusiasmo fue creciendo a medida que la
trama pasaba de ese vodevil discreto a un ejercicio casi surrealista de
intrincadas relaciones que solo podían manifestarse cinematográficamente a
través de dos de sus géneros fundacionales: el slapstick y la screwball
comedy, a los que Bogdanovich rinde sentido homenaje en esta película. Hay,
por lo tanto, además del homenaje al teatro, un homenaje a la propia historia cinematográfica,
lo cual es coherente con la vida de un director y estudioso del cine, faceta
esta casi tan valiosa como la de su propia creación artística, en la que hay
títulos tan espectaculares como El héroe anda suelto (Targets) y La
última película (The last picture show).
Me parece que no tiene mucho sentido
intentar resumir el argumento de una obra que, por torpezas de los actores y
por las subsiguientes reacciones ante las relaciones cruzadas que mantienen
fuera de la obra, se va complicando hasta llegar al absurdo. Es evidente que hay
una cierta sátira controlada, tanto hacia el sistema impositivo como hacia las
relaciones sexoafectivas. Si a ello añadimos el toque de un magnífico ladrón
muy aficionado a la botella, interpretado por Denholm Elliot, a quien, poco
después de esta película, en la que aparece como un viejo, vi en La barrera
del sonido, de David Lean, con apenas 25 años, y una gotita de anagnórisis,
tenemos una visión más o menos intuida del auténtico «desmadre» que se
representa en escena.
Como sucede en cualquier comedia, la vis
cómica de los actores es indispensable para el éxito de la representación. Y
ahí emerge Michael Caine como el Director a quien nada satisface y corta
continuamente el ensayo de sus actores para desesperación, ¡y confusión!, de
estos. En la versión cinematográfica, construida por flashbacks que explican la
vida de la obra hasta llegar a Broadway, la figura del Director permite ciertas
licencias que aumentan el protagonismo de Caine, de lo que se beneficia
enormemente la representación. A cualquiera, en su momento, debió de chocar
fuertemente ver a Cristopher Reeve en un papel cómico en el que incluso acaba
con los pantalones en los tobillos, del mismo modo que no nos sorprende que una
actriz tan bien dotada como Nicollete Sheridan haya de pasarse casi toda la
función en ropa interior, como un ejemplo de la bella ingenua que acaba
resultando una inteligencia feliz. La presencia de Carol Burnett parecía una
exigencia y otro homenaje a una profesión, la de «cómica» que ella representaba
ala perfección, tras toda una carrera dedicada a hacer reír a los espectadores.
¡Quién no la recuerda en Primera plana, de Billy Wilder, por ejemplo!
Es cierto que en la versión de Bogdanovich
la obra corre el riesgo de mostrar más crudamente la inanidad de ciertos
conflictos de la obra, así como la ruptura del timing que la trama exige al
rodar esa suerte de interludios con el director, al margen de la gracia
intrínseca que tengan, por descontado. Por otro lado, no es menos cierto que la
habilidad de la cámara para potenciar los momentos hilarantes del tráfico de
objetos que vienen y van de unas a otras manos es mucho más visible en el cine
que en el teatro. Sea como fuere, esta película de Bogdanovich, acaso de
encargo, pero impecablemente planificada y dirigida, es una muy buena
adaptación que, si solo consigue alguna carcajada aislada, sí consigue la
sonrisa permanente de complacencia ante una perfecta realización. Recordemos,
además, que el autor ha ido añadiendo cambios a lo largo del tiempo, por lo que
cada representación puede ser diferente en algunos aspectos de las anteriores,
lo que no deja de ser un aliciente para ir a verla cuando la reestrenen en algún
teatro.
Veinte años hubieron de pasar entre el estreno fallido de la siguiente película de Bogdanovich, Esa cosa llamada amor
(1993) , y su regreso con todos los honores a la pantalla gracias a Lío
en Broadway, ya criticada favorablemente en este Ojo, aunque no puede
decirse de él, un director cinéfilo hasta las cachas, que el éxito popular haya
ratificado su buen quehacer. Pero a muchos aficionados no nos pasa por
alto la enorme calidad fílmica de todas
y cada una de sus obras, y entre estas han de incluirse sus documentales y sus
libros, por supuesto.
Disfruté mucho con esta película. Ahora tras leer este artículo se aprecia aún mejor
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