viernes, 22 de noviembre de 2024

«Dream Girl», de Mitchell Leisen, la comedia que envejece, aunque divierta...

 


Un duelo entre la fantasía y el principio de cierta realidad… en un contexto, años cuarenta, felizmente superado. 

Título original: Dream Girl

Año: 1948

Duración: 85 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Mitchell Leisen

Guion: Arthur Sheekman. Obra: Elmer Rice

Reparto: Betty Hutton; Macdonald Carey; Patric Knowles; Virginia Field; Walter Abel; Peggy Wood; Carolyn Butler.

Música: Victor Young

Fotografía: Daniel L. Fapp (B&W).

 

          Comedia caricaturesca, ciertamente, pero comedia al fin y al cabo, que dirigió Mitchell Leisen acaso sin demasiado entusiasmo, pero con la dignidad suficiente como para poder valorar como se debe algunas partes de la película magníficamente cómicas, como el sueño del rancho donde la joven soñadora se realiza como pionera del Far West. El planteamiento de la película induce a pensar que se trata de una réplica en versión femenina al éxito de Danny Kaye con La vida secreta de Walter Mitty. Estrenada un año antes que la presente; sin embargo, el origen teatral de esta pieza nos revela que fue un auténtico bombazo en Broadway, donde la representaban Betty Field y nada menos que Wendell Corey. Betty Hutton confesó que esta película casi acaba con su carrera, pero no deja de ser una exageración de la actriz, que acaso no llegó a comprender, desde dentro, que daba exactamente el papel tal y como la historia lo exigía, a pesar de lo ridículo que pudiera parecerle el personaje, que lo es, sin duda alguna. He usado el concepto «caricaturesca» para dar a entender algo que me parece esencial en esta cinta que bordea, por producción y reparto, la serie B: no estamos en presencia de personajes redondos, sino de tipos muy genéricos que apenas tienen más vida propia que la de su función dramática en el relato, al servicio de un planteamiento muy simple: el enfrentamiento entre la personalidad soñadora, con tintes bobalicones, y la personalidad materialista, muy apegada a la realidad, con tintes cínicos. Ese es el choque, supuestamente explosivo, alrededor del cual se articula la trama de la película.

          El punto de partido es la boda de la hermana, de cuyo novio está profundamente enamorada la hermana menor, un alma sensible a la que le parece imposible que tan delicado ejemplar de hombre se haya acabado enamorando de una hermana como la suya, tan superficial y prosaica. A la boda se presenta un invitado muy particular, un compañero de College del novio que, a pesar de haber sido invitado, no simpatiza con él en absoluto. Diversos encontronazos y malentendidos entre estos dos personajes van a ir preparando el camino para los posteriores que ambos mantendrán, sobre todo después de entrar en la librería que ella regenta —y donde, literalmente, nadie entra nunca…—  para venderle algunos libros que tiene por casa, de los que se quiere deshacer.  Como quien no quiere la cosa, el periodista deportivo, pues esa es su profesión, deja caer que su cuñado le ha dejado la novela que ella ha escrito. Ella aparenta indiferencia, porque lo considera un gañán de marca mayor, pero no se resiste a preguntarle su opinión. Él la resume en una palabra: Stinks!, «apesta». No tarda ni tres cuartos de secuencia en montar en cólera y echarlo de la librería con cajas destempladas. Él representa la crudeza de la realidad frente a la sensiblería delicuescente de una mujer ultrasoñadora que reinterpreta en clave de sueño compensatorio cuando le ocurre en la realidad, para huir de ella y renunciar al enfrentamiento inevitable, si no quiere convertirse en una víctima del destino a sus 23 años y sin un proyecto de vida sólido al que agarrarse. Quince años después de esta película, que entretiene y divierte en un tono muy menor, John Schlesinger dirigió una película, Billy, el embustero, con Tom Courtenay y una tan hermosa como jovencísima Julie Christie, cuyo esquema argumental es muy parecido al de esta Dream Girl, pero sin un átomo de ingrediente caricaturesco y con un meritorio análisis de una psicología dominada por la invención y la necesidad de refugiarse en ella para huir de un presente cuyos tintes depresivos amenazan con arruinarle la vida. Ahora que la recuerdo tan vivamente, al hilo de esta película de Leisen, descubro que la vi antes de empezar a publicar las críticas de este Ojo, ¡como tantísimas otras!, por otro lado; pero advierto que acaso merezca una revisión para hacerla. Ahí dejo la sugerencia, por si a mí mismo me tomo la palabra…

          Mitchell Leisen era uno de los directores supuestamente «menores» que le gustaban mucho a Javier Marías, y las tres críticas de este blog dedicadas a sus películas coinciden con el malogrado escritor, especialmente La muerte de vacaciones, que a mí me parece una obra excepcional. Ignoro cómo acabó él dirigiendo esta película que, en principio, imagino le hubiera correspondido a Preston Sturges, con quien Hutton rodó esa excéntrica maravilla que es El milagro de Morgan Creek. El caso es que le dedicó al asunto los ajustados ochenta y cinco minutos que la trama exigía y ahí quedó todo, una película casi «tapada» y que, a mi humilde entender, bien puede ser vista con esos ojos misericordiosos que se avergüenzan muy a posteriori de unos comportamientos machistas que hoy nos sonrojarían en cualquier película que no sea de tesis o de propaganda en las que «lo exige el guion», como decían las actrices del «destape». A su manera, no está lejos de Sueños de Seductor, de Herbert Ross, porque, en el fondo, a la soñadora solo puede «despertarla» de sus ensoñaciones un tough guy, un «tipo duro», capaz de dejar colgada una conversación romántica para recibir confirmación de que ha ganado quinientos dólares en las apuestas de las carreras… Dejo para el final que lo mejor de la película son, sin duda, los raptos de ensoñación en los que reescribe lo que le está pasando en ese momento y la llevan a vivir extrañas aventuras bajo personalidades tan distintas como una pionera del oeste, una cantante en una cantina en tierras exóticas e incluso  la soprano que canta la famosa aria de Madama ButterflayUn bel di vedremo, en un momento verdaderamente mágico, sobre todo si se compara con el extremadamente cómico de su lección de canto al comienzo de la película. En fin, teniendo en cuenta la trayectoria de Leisen, un enamorado del cine no podía por menos de ver una película con excelentes momentos y otros olvidables, aunque, en conjunto, permite pasar un rato agradable y sonreír ante unos diálogos llenos de agudeza e ingenio.

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