miércoles, 20 de mayo de 2020

«El caballo de hierro», de John Ford, un western mudo colosal.


La primera obra maestra de John Ford: la epopeya de la construcción del ferrocarril de costa a costa. Una superproducción llena de “su” humor, de acción, de crónica social, de aventura, de naturaleza… y de amor. Una joya con insignificantes defectos. John Ford en elocuente estado puro y maduro…


Título original:  The Iron Horse
Año: 1924
Duración: 133 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Charles Kenyon (Historia: John Russell)
Música: (Música de acompañamiento: Erno Rapee) (Película muda)
Fotografía: Burnett Guffey, George Schneiderman (B&W)
Reparto: George O'Brien, Madge Bellamy, Charles Edward Bull, Will Walling, Fred Kohler, Cyril Chadwick, Delbert Mann.

         Sigo paseándome por esa avenida ancha de la obra de un cineasta de genio que siempre insistió en considerarse un «profesional» que rodaba para pagar las facturas, no un «artista» deseoso de trepar en el escalafón para ser adulado como otros muchos con muchísimos menos méritos. Cuando en 1924 rueda El caballo de hierro, llevaba ya a sus espaldas unas cuarenta películas, entre cortos y largos, y eso es lo primero que va a percibir el espectador que escoja acercarse al primer western «maestro» de Ford, ciertamente eclipsado por su mutismo y por su duración, 133 minutos que, bien mirados, se pasan en un santiamén, por más que el maestro se haya precipitado, a mi modo de ver, en su conclusión, después de haber sembrado unas líneas argumentales tan magníficas.
         Estamos en presencia de una película «cívica» que ensalza el american way of life y su capacidad  emprendedora, en este caso en lo referente al sueño de unir ambas costas a través del ferrocarril. La película, en consecuencia, en histórica y, a su manera, patriótica, porque loa un esfuerzo nacional y, al tiempo, es capaz de encajar ese proyecto ambicioso en una narración que recoge una historia de venganza, propia del género, una historia de amor que se origina en la infancia y que se culmina en la adultez, una descripción atractiva de las costumbres de los colonos que completan la conquista del Oeste con esa unión por ferrocarril de las dos orillas del país y la propia epopeya de la construcción del mismo, habiendo de sortear, dificultades orográficas y la amenaza de las tribus indias que veían, con sana lógica, que esa endiablada invención suponía una amenaza contra su supervivencia como tribus libres.
         La película de Ford es lo más parecido, en términos narrativos, a las mejores películas de Griffith. Y sí, también fue una superproducción carísima, ¡más de cinco mil extras!, que triplicó en taquilla la inversión, algo así como lo que suele ocurrir con las innumerables obras maestras del cine español de nuestros días…Comienza con una historia de amor entre dos mozalbetes que poco menos que se juran amor eterno en una secuencia llena de sensibilidad. El padre del chico se pone en camino para ir hacia el oeste en pos del sueño de la construcción del ferrocarril. Cuando están acampados, sufren un ataque de los indios y, escondido el niño entre el ramaje que circunda el claro del bosque donde arde la fogata de su acampada, un indio con la mano mutilada coge un hacha y delante de sus ojos asesina al padre, al que da, luego, cristiana sepultura.
         La acción adelanta al momento en que Lincoln firma el acta que libra los fondos para la construcción de la vía férrea que enlace Este y Oeste. Ahí reencontramos a la protagonista, que se ha prometido con un ingeniero de los que participará en el proyecto, al mando del padre de ella. Enseguida entramos «en materia» y Ford nos describe el día a día de los trabajadores que, llegados de diferentes partes del mundo, sobre todo de China, conviven con los habituales roces cotidianos, que le sirven al director para desplegar el generoso abanico de sus secundarios «graciosos», fuente de una vena cómica que se irá alternando con la historia principal de la película: el negocio entre un terrateniente y el ingeniero jefe para trazar la línea por unas tierras suyas, vendidas al Gobierno por sus buenos dineros, en vez de por un «atajo» que el padre y el hijo habían descubierto. De ello se enteran cuando, yendo padre e hija en el tren hacia el punto último del recorrido, descubren que los indios persiguen a un jinete del Pony Express, un pequeño anacronismo que para nada afecta al desarrollo de la historia, muy por encima de esos pequeños detalles. Lo que suma Ford, con esa aparición, es la fuerza de la leyenda de aquellos jinetes intrépidos que, como en la presente ocasión, desafiaban el peligro de ser exterminados por los indios, poco amigos de que nadie se adentrara en sus territorios. Las secuencias de la persecución son un preludio de posteriores enfrentamientos, todos ellos rodados con un vibrante sentido de la espectacularidad y del ritmo. Se ha de decir que, en este caso, es el blanco renegado, que pasa de terrateniente a agitador de sus antiguos compañeros de tribu, quien los persuade para atacar los trabajos del tendido de la vía, de modo que puedan matar al explorador que le arruinaba el negocio con el descubrimiento de la vía más accesible.   De forma paralela a la acción principal, son numerosas las secuencias en que se filma el traslado de reses para asegurar el mantenimiento de los obreros que trabajan en el ferrocarril.
Cuando padre e hija descubren que el intrépido jinete es el hijo del vecino que se fue al Oeste y esta le presenta a su prometido, el ingeniero jefe de las obras, se abre una línea narrativa, el del enfrentamiento entre el ingeniero, que se convierte en esbirro del terrateniente, y el joven que sugiere un paso montañoso diferente del del negocio que se traen entre manos su rival y el renegado. La película, así pues, ofrece diversas líneas narrativas que Ford las hace converger en el final de la película, con suma habilidad. Pero hasta ahí ha de llegar solo el espectador, quien agradece la presencia simbólica, pero, así mismo, legendaria de Buffalo Bill, sumándose a la «gesta» histórica que ayudó lo suyo a construir la idea de nación por encima de los estados federados, ¡y no pueden faltar en la cinta los excombatientes sudistas que colaboran, como los que más, a la consecución del sueño unitarista! En este sentido, no faltan los enfrentamientos cómicos entre orígenes distintos, del mismo modo que sorprende la cómica facilidad con que el Saloon se convierte en Tribunal de Justicia…
En la medida en que hay diálogos y que los cambios de línea narrativa se indican también mediante un intertítulo con un dibujo alusivo, la película se extiende más de lo que debiera, e incluso me atrevería a decir que Ford se precipita ligeramente a rematarla, cuando ya no venía de un cuarto de hora más para que todo quedara atado y bien atado. Con todo, ya digo, la película se hace corta y sorprende el blanco y negro exquisito en que fue rodada, que solo se altera en la filmación de las escenas de acción. Las ajustadas interpretaciones y la perfecta iluminación de las escenas de interior “modernizan” la cinta y nos la hacen muy próxima. Bastante más tarde, Cecil B. De Mille explotó la misma historia en Unión Pacífico, pero el hálito de «verdad» documental que hay en la película de Ford, la presencia mítica de la naturaleza incluida, no aparece en aquella. Son muchos los hilos narrativos y los registros con los que Ford compone El caballo de hierro, pero lo cierto es que todo está muy ajustadamente en su lugar: que las batallas lo son, cruentas y feroces; que los celos y la ambición tienen un gran poder; que la épica de los grandes movimientos de masas ante la pantalla llega a crear hermosas coreografías, como la estampida que empuja al tren a los trabajadores para ir a rescatar del ataque de los indios a los sitiados en el último punto del tendido, y que la historia de amor se abre paso entre la corrupción y la venganza. ¡Todo un espectáculo que debió dejar boquiabiertos a los espectadores de 1924! ¡Como me ha dejado a mí! Cuando los westerns del Ford entrado en años se hicieron legendarios, Ford hacía treinta años que era el «maestro» de ese género.



No hay comentarios:

Publicar un comentario