martes, 26 de mayo de 2020

«El grupo», de Sydney Lumet o una desangelada adaptación de la novela generacional de Mary McCarthy…


De las ilusiones de la primera juventud a los estragos de la primera adultez… El grupo o un retrato sociológico de los unhappies 30 usamericanos.

Título original: The Group
Año: 1966
Duración: 150 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Sidney Lumet
Guion: Sidney Buchman (Novela: Mary McCarthy)
Música: Charles Gross
Fotografía: Boris Kaufman
Reparto: Candice Bergen, Joan Hackett, Elizabeth Hartman, Shirley Knight, Joanna Pettet, Mary-Robin Redd, Jessica Walter, Kathleen Widdoes, Larry Hagman, Carrie Nye, Hal Holbrook, James Broderick, George Gaynes, Flora Campbell, James Congdon.

         Sydney Lumet es un director capaz de lo mejorcísimo, El prestamista, Tarde de perros o Antes que el diablo sepa que has muerto, como de algo tan despersonalizado como Asesinato en el Orient Express o películas tan peculiares como A la mañana siguiente o esta misma: El grupo.
         Como todo lo de Lumet, comencé a verla con verdadero interés, porque el planteamiento era muy atractivo: seguir las vidas de un grupo de amigas desde que se gradúan en el College en el 33 hasta que nos acercamos al inicio de la Primera Guerra mundial. Como estamos en la resaca del crack del 29, las circunstancias sociales son lo suficientemente adversas como para que el hecho de abrirse paso profesionalmente constituya un reto que se suma, como es lógico, al interés que todas tienen por la vida sentimental de todas y cada una de ellas, algo que siguen con verdadera pasión.
Intuyo que la novela de Mary McCarthy ha de ser bastante más entretenida que la película, porque, al pretender abarcar las ocho vidas de las amigas, por más que a algunas, como al personaje de Candice Bergen le dediquen menos tiempo, porque es el más problemático, desde el punto de vista de la censura propia de aquella época, al tratarse de una mujer lesbiana, seguir tantas vidas con un mínimo de desarrollo dramático  no está al alcance de una película, por extenso que sea el metraje, y este lo es.
         No caer en la trampa de esa suerte de sororidad acrítica, que no esconde, sin embargo, fieras descalificaciones mutuas o admiraciones no justificadas, era difícil, pero creo que es justo reconocer que Lumet sale con bien del empeño y no tenemos la sensación de que se haya dejado arrastrar por una historia de mujeres solo para mujeres, sino que el retrato generacional que traza el director, siguiendo la pauta novelística, tiene suficiente fuerza dramática como para interesarnos a todos. Máxime si advertimos que entre las ocho amigas suman destinos muy diversos y situaciones personales que tienen un profundo valor sociológico, amén de la exploración psicológica que supone intentar entrar en ese mundo cerrado a los demás que forma «el grupo» y que solo a partir de la importancia que esas relaciones interpersonales adquieren en los Colleges usamericanos puede entenderse.
         Mientras veíamos la película, mi Conjunta y yo, entendíamos que «le faltaba algo» y, al mismo tiempo, a pesar del destensado ritmo de la narración y ciertas superficialidades de las relaciones del grupo, que había también suficientes elementos en su trama para interesar, y mucho, a los espectadores curiosos, como nosotros lo somos.
Que la nómina de actrices fuera tan exquisita era una baza segura para seguir atentos a la pantalla, del mismo modo que la presencia del famoso JR de la seria Dinastía,  Larry Hagman, aquí jovencísimo en el papel de escritor maldito que logra sacar de quicio a su enamorada y conducirla incluso hasta al suicidio, una de las escenas más impactantes de la película. Que constituyera un tema importante de la película la crianza de los hijos a través del matrimonio de una de ellas con un pediatra que la convierte en un conejillo de indias o que otra de las amigas tenga una relación amorosa con un hombre casado, comunista, que sigue un psicoanálisis, y que duda de si alistarse como voluntario para ir a luchar con el bando republicano en la Guerra Civil española, son variaciones suficientemente alejadas entre sí como para no entender el enfoque sociológico que predomina en el transcurso de la película. Cierto que hay momentos muy íntimos, e incluso trágicos, así como los hay con un toque de comedia, como la amiga que busca a toda costa tener relaciones sexuales con alguien y acaba tropezando con un «castigador» al que se somete de forma acrítica absoluta.
         La mezcla de clases sociales de las amigas permite alternar escenas con unos decorados lujosos junto a otros perfectamente cutres, y todo ello redunda en la verosimilitud de la historia, así como en las dificultades para abrirse camino en una ciudad, Nueva York, cuya hostilidad para prosperar socialmente en ella han reconocido decenas de películas.
         El compromiso político de algunas de ellas nos da a entender el grado del propio  compromiso político de la autora, quien fue amiga de Hannah Arendt, con quien mantuvo una rica y copiosa correspondencia. McCarthy formaba parte de un círculo intelectual al que pertenecían autores como quien fue su marido, Edmund Wilson, o autoras como Lillian Hellman, cuya vida dio pie a una famosa película: Julia, de Fred Zimnemann.
         Empieza la película con un cierto aire de alegre juventud alocada, pero no tarda en ir decantándose hacia la dureza del encuentro con la verdadera vida, aquella en la que, fuera de la burbuja irreal del College, de la universidad, todo acaba adquiriendo el tono áspero y agrio de un combate en el que se han de emplear incluso las fuerzas que no se tienen. Particularmente «feliz» hemos de considerar la historia de la enfermera a quien abandona el psicoanalizado que vuelve, finalmente, con  su mujer y a quien su padre, enfermo mental, probablemente bipolar, se le instala, tras divorciarse, en su casa. A propósito del requerimiento a un psiquiatra para que establezca un diagnóstico, acaba enamorándose de él. La destaco porque es de las historias mejor llevadas, a mi entender, lo mismo que la trágica de la casada con el escritor fracasado, aunque se le dedique menos metraje.
         Insisto, no es una obra tan importante como podía haber sido, quizás porque peca de ambiciosa, pero buena parte del mejor Lumet aparece nítido en tan extenso metraje. Muy curiosa, si se saben reprimir las ganas iniciales de decir “me he equivocado de película” y, acto seguido, ponerse a buscar otra…

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