De las ilusiones de la primera juventud a los estragos de
la primera adultez… El grupo o un retrato sociológico de los unhappies
30 usamericanos.
Título original: The Group
Año: 1966
Duración: 150 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Sidney Lumet
Guion: Sidney Buchman (Novela: Mary McCarthy)
Música: Charles Gross
Fotografía: Boris Kaufman
Reparto: Candice Bergen, Joan Hackett, Elizabeth Hartman, Shirley
Knight, Joanna Pettet, Mary-Robin Redd, Jessica Walter, Kathleen Widdoes, Larry
Hagman, Carrie Nye, Hal Holbrook, James Broderick, George Gaynes, Flora
Campbell, James Congdon.
Sydney Lumet es un director capaz de lo mejorcísimo, El
prestamista, Tarde de perros o Antes que el diablo sepa que has muerto,
como de algo tan despersonalizado como Asesinato en el Orient Express o
películas tan peculiares como A la mañana siguiente o esta misma: El
grupo.
Como todo lo de Lumet, comencé a verla con verdadero
interés, porque el planteamiento era muy atractivo: seguir las vidas de un
grupo de amigas desde que se gradúan en el College en el 33 hasta que
nos acercamos al inicio de la Primera Guerra mundial. Como estamos en la resaca
del crack del 29, las circunstancias sociales son lo suficientemente
adversas como para que el hecho de abrirse paso profesionalmente constituya un
reto que se suma, como es lógico, al interés que todas tienen por la vida
sentimental de todas y cada una de ellas, algo que siguen con verdadera pasión.
Intuyo
que la novela de Mary McCarthy ha de ser bastante más entretenida que la
película, porque, al pretender abarcar las ocho vidas de las amigas, por más
que a algunas, como al personaje de Candice Bergen le dediquen menos tiempo,
porque es el más problemático, desde el punto de vista de la censura propia de
aquella época, al tratarse de una mujer lesbiana, seguir tantas vidas con un
mínimo de desarrollo dramático no está
al alcance de una película, por extenso que sea el metraje, y este lo es.
No caer en la trampa de esa suerte de sororidad acrítica,
que no esconde, sin embargo, fieras descalificaciones mutuas o admiraciones no
justificadas, era difícil, pero creo que es justo reconocer que Lumet sale con
bien del empeño y no tenemos la sensación de que se haya dejado arrastrar por
una historia de mujeres solo para mujeres, sino que el retrato generacional que
traza el director, siguiendo la pauta novelística, tiene suficiente fuerza
dramática como para interesarnos a todos. Máxime si advertimos que entre las ocho
amigas suman destinos muy diversos y situaciones personales que tienen un
profundo valor sociológico, amén de la exploración psicológica que supone
intentar entrar en ese mundo cerrado a los demás que forma «el grupo» y que
solo a partir de la importancia que esas relaciones interpersonales adquieren
en los Colleges usamericanos puede entenderse.
Mientras veíamos la película, mi Conjunta y yo, entendíamos
que «le faltaba algo» y, al mismo tiempo, a pesar del destensado ritmo de la
narración y ciertas superficialidades de las relaciones del grupo, que había también
suficientes elementos en su trama para interesar, y mucho, a los espectadores
curiosos, como nosotros lo somos.
Que la
nómina de actrices fuera tan exquisita era una baza segura para seguir atentos
a la pantalla, del mismo modo que la presencia del famoso JR de la seria Dinastía,
Larry Hagman, aquí jovencísimo en el
papel de escritor maldito que logra sacar de quicio a su enamorada y conducirla
incluso hasta al suicidio, una de las escenas más impactantes de la película.
Que constituyera un tema importante de la película la crianza de los hijos a
través del matrimonio de una de ellas con un pediatra que la convierte en un
conejillo de indias o que otra de las amigas tenga una relación amorosa con un
hombre casado, comunista, que sigue un psicoanálisis, y que duda de si
alistarse como voluntario para ir a luchar con el bando republicano en la
Guerra Civil española, son variaciones suficientemente alejadas entre sí como
para no entender el enfoque sociológico que predomina en el transcurso de la
película. Cierto que hay momentos muy íntimos, e incluso trágicos, así como los
hay con un toque de comedia, como la amiga que busca a toda costa tener
relaciones sexuales con alguien y acaba tropezando con un «castigador» al que
se somete de forma acrítica absoluta.
La mezcla de clases sociales de las amigas permite alternar
escenas con unos decorados lujosos junto a otros perfectamente cutres, y todo
ello redunda en la verosimilitud de la historia, así como en las dificultades
para abrirse camino en una ciudad, Nueva York, cuya hostilidad para prosperar
socialmente en ella han reconocido decenas de películas.
El compromiso político de algunas de ellas nos da a entender
el grado del propio compromiso político
de la autora, quien fue amiga de Hannah Arendt, con quien mantuvo una rica y
copiosa correspondencia. McCarthy formaba parte de un círculo intelectual al
que pertenecían autores como quien fue su marido, Edmund Wilson, o autoras como
Lillian Hellman, cuya vida dio pie a una famosa película: Julia, de Fred
Zimnemann.
Empieza la película con un cierto aire de alegre juventud
alocada, pero no tarda en ir decantándose hacia la dureza del encuentro con la
verdadera vida, aquella en la que, fuera de la burbuja irreal del College,
de la universidad, todo acaba adquiriendo el tono áspero y agrio de un combate
en el que se han de emplear incluso las fuerzas que no se tienen. Particularmente
«feliz» hemos de considerar la historia de la enfermera a quien abandona el psicoanalizado
que vuelve, finalmente, con su mujer y a
quien su padre, enfermo mental, probablemente bipolar, se le instala, tras
divorciarse, en su casa. A propósito del requerimiento a un psiquiatra para que
establezca un diagnóstico, acaba enamorándose de él. La destaco porque es de
las historias mejor llevadas, a mi entender, lo mismo que la trágica de la
casada con el escritor fracasado, aunque se le dedique menos metraje.
Insisto, no es una obra tan importante como podía haber
sido, quizás porque peca de ambiciosa, pero buena parte del mejor Lumet aparece
nítido en tan extenso metraje. Muy curiosa, si se saben reprimir las ganas
iniciales de decir “me he equivocado de película” y, acto seguido, ponerse a
buscar otra…
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