jueves, 7 de mayo de 2020

«Los guardianes», de Hall Bartlett o el abismo de la locura.




Una aproximación honesta a la renovación de los crueles tratamientos psiquiátricos y a las incipientes terapias de grupo.

Título original:  The Caretakers
Año: 1963
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Hall Bartlett
Guion: Henry F. Greenberg, Hall Bartlett, Jerry Paris (Libro: Dariel Telfer)
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: Lucien Ballard (B&W)
Reparto: Robert Stack, Polly Bergen, Diane McBain, Joan Crawford, Janis Paige, Van Williams, Constance Ford, Sharon Hugueny, Herbert Marshall, Barbara Barrie, Ellen Corby, Ana María Lynch, Robert Vaughn, Susan Oliver, Virginia Munshin.

Hall Bartlett conoció las mieles del éxito con una película Juan Salvador Gaviota, cuya banda sonora, compuesta por Neil Diamond, quizás alcanzó más fama que la propia película. Bartlett dirigió también la muy irregular Los hijos de Sánchez, sobre el estudio antropológico llevado a cabo por Oscar Lewis, de idéntico título, y, finalmente,  también hemos de contar en su «haber» Zero Hour, nada menos que con Dana Andrews, Sterling Hyden y Linda Darnell, el precedente dramático del gran éxito cómico que fue, muchos años después, Aterriza como puedas, de Jim Abrahams, David Zucker, Jerry Zucker  una secuela cómica.
Los guardianes es una aproximación honesta a una realidad crítica: el tratamiento que recibían en los psiquiátricos los enfermes mentales. Con anterioridad, Nido de víboras, de Anatole Litvak, ya criticada en este Ojo, había tratado ese tema y había servido, tras su estreno, para influir notablemente en el modo como eran tratados dichos enfermos en los psiquiátricos públicos. La película de Bartlett, aunque por estética pueda parecernos de los años 50, por el blanco y negro y el planteamiento tradicional del enfrentamiento entre el joven doctor de métodos «renovadores» frente a la inercia del sistema establecido, es ya de la década de los 60 y refleja los primeros intentos de consolidación de una técnica, la terapia de grupo, que, a pesar de haberse iniciado en los años 30, no dejaba de ser  algo muy novedoso en aquellos tiempos de abertura psiquiátrica a nuevas experiencias. No estamos lejos, a unos cuatro años, del nacimiento de la antipsiquiatría, según la bautizó el Dr. David Cooper, un movimiento que pretendía reintegrar al enfermo mental a su espacio cotidiano para superar desde él su enfermedad. De hecho, como se advierte en la película, buena parte de los trastornos descritos en la película no nos parecen hoy que necesiten un internamiento del enfermo, por más que en algunas historias está presente la decidida voluntad agresiva o la autolisis.
No engaño a nadie si digo que hay una distancia entre Los guardianes y Lilith, de Robert Rossen; pero mientras en el primer caso, el de Bartlett, podríamos hablar de que estamos en presencia de un realizador «activista», comprometido socialmente; en el caso de Rossen a ese compromiso se le suma un afán de perfeccionismo estético que está muy por encima de la inmediatez de la película de Bartlett. Esto no quiere decir que Bartlett sea un director «descuidado», ni mucho menos, y hay en la película muchas secuencias de mérito, como el ataque que sufre en el cine uno de los personajes, delante de la pantalla, ante el resto de espectadores, el mismo personaje que se «pierde» en el hospital por sus inacabables pasillos laberínticos y acaba en la sala de los hombres, que se abalanzan hacia ella. Si a esa atmósfera inquietante se le suma la más que extraordinaria banda sonora de Elmer Bernstein, uno de los grandes compositores de música para películas, bien puede decirse que incluso hay momentos «sobrecogedores» que nos aterrorizan.
Aunque llegó al cine bastante más tarde de cuando Ken Kesey  escribió la novela, 1959, Alguien voló sobre el nido del cuco, de Milos Forman (1975) está muy emparentada con Los guardianes. Y se advierte, sobre todo, en los intentos de abrirse camino en las neurosis individuales a través de la terapia de grupo, con lo que ello supone de posibilidades de tensión, enfrentamiento e incomprensiones de todo tipo entre los pacientes. El médico innovador, un Robert Stack en plena eclosión como actor, crea un área de convivencia dentro del hospital,  «Nueva frontera» la llama, en la que las enfermas disponen de una libertad que no les está permitida a las enfermas «peligrosas», sometidas a una reclusión vigilada.
Ello supondrá un desafío para la mentalidad conservadora de la co-directora del hospital, una Joan Crawford que le da una réplica de mucha altura a Stack, con quien tiene tensas conversaciones en las que Crawford destaca por su capacidad para la insinuación y la ironía. Junto a ellos, notemos la aparición de un ya envejecido Herbert Marshall, pero siempre tan eficaz y de una Polly Bergen que borda su papel de malcasada con un joven Robert Vaughan que solo un año después se iba a convertir en uno de los mitos de la televisión con la serie El hombre de Cipol, donde encarnaba al agente Napoleon Solo, un nombre asociado a la memoria de los primeros televidentes de este país, como yo lo soy. De hecho, al protagonista, Robert Stack, lo conocimos en España también a través de la televisión con aquella serie, Elliot Ness y los intocables, que «atrapó» a toda la audiencia, en su momento.
Supongo que hay espectadores interesados en la enfermedad mental como tema cinematográfico, y a ellos sobre todo les digo que la película no les decepcionará. Sin ser tan «espectacular» como la del Nicholson de Alguien voló…, las historias retratadas en la película nos permiten acceder a ciertos misterios insondables del espíritu humano cuando la mente no puede controlar ciertos impulsos que nos sacan del quicio de la sindéresis y somos incapaces de dominarnos. Hay escenas muy notables, como la del pic-nic y la del intento de incendio provocado por una de las enfermas, pero nos queda, del intento de lucha por «humanizar» el tratamiento psiquiátrico, un buen sabor de boca. Ha sido, y aún lo sigue siendo, muy largo el camino para que la enfermedad mental, en sus muy diferentes niveles, no sea, como aún hoy lo es, estigmatizada socialmente, pero poco a poco, gracias a intentos que vienen de lejos, como la técnica humanizadora de este doctor, se irá consiguiendo.

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