martes, 12 de mayo de 2020

«El beso revelador», de James Whale y «Dioses y monstruos», de Bill Condon, una obra menor de un director mayor, y una penetrante e inteligente biografía del creador de «Frankenstein».



Una biografía espléndida de Bill Condon sobre un director complejo y no suficientemente valorado, como Whale, aunque muy desigual en sus obras, a juzgar por Wiwes Under suspicion.

Título original: Wives Under Suspicion
Año: 1938
Duración: 69 min.
País: Estados Unidos
Dirección: James Whale
Guion: Myles Connolly (Obra: Ladislas Fodor)
Música: Charles Henderson, Charles Previn, Frank Skinner
Fotografía: George Robinson (B&W)
Reparto: Warren William, Gail Patrick, Constance Moore, William Lundigan, Ralph Morgan, Cecil Cunningham, Samuel S. Hinds, Milburn Stone, Lillian Yarbo, Jonathan Hale.

Título original: Gods and Monsters
Año: 1998
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Bill Condon
Guion: Bill Condon (Novela: Christopher Bram)
Música: Carter Burwell
Fotografía: Stephen M. Katz
Reparto: Ian McKellen, Brendan Fraser, Lynn Redgrave, Lolita Davidovich, Kevin J. O'Connor, David Dukes, Brandon Kleyla, Pamela Salem, Michael O'Hagan.

         James Whale es uno de los grandes directores, y específicamente, del cine de terror, un género clásico de la Historia del Cine, porque el Séptimo es un arte poblado de tantos monstruos como bellezas, dioses y diosas de un star system que ha dibujado el mapa de los sueños de generaciones de espectadores, como ilustró Herbert Ross con Pennies from Heaven o Woody Allen con La rosa púrpura del Cairo. Los títulos inmortales de Whale son tres: Frankenstein, La novia de Frankenstein y El hombre invisible, tres películas que todos los buenos aficionados al cine han visto al menos una vez…, una trilogía que basta para encumbrarlo en el Olimpo de los directores. Por cierto, La novia de Frankenstein la protagoniza Elsa Lanchester, la mujer de Charles Laughton e inolvidable enfermera suya en Testigo de cargo, de Wilder.
         Su obra, sin embargo, es variada y tiene títulos de muy diferente naturaleza. De lo que no gozó siempre, y eso se advierte en esta película, propiamente de serie B, es del favor de los grandes estudios, lo que repercute en el presupuesto y en el rango del elenco con el que ha de rodar algunas películas. Es curioso, pero el cine es un arte en el que el éxito en modo alguno te garantiza la continuidad productiva. Del mismo modo que a autores como la impecable Patricia Highsmith, los editores le pusieran pegas a sus nuevas obras, a pesar de haber tenido éxitos rotundos con anterioridad. Tener un nombre, según y cómo, no siempre es garantía de poder continuar la propia labor en las condiciones mínimas imprescindibles.
       El beso revelador, por ejemplo, cuenta como principal estrella con Warren William, importante, pero por debajo de la popularidad de las grandes estrellas. Con él había rodado ya La máscara de hierro, pero aquí asume el protagonismo de un fiscal implacable en cuya mesa de despacho tiene un ábaco para contar los acusados que lleva  la silla eléctrica, y en la que los ábacos son calaveras… A pesar de que pueda parecer truculento e incluso grotesco, William logra componer un personaje creíble y del que su esposa se va distanciando poco a poco, porque no advierte en él señal alguna de humanidad, al verlo dominado por una extraña sed de venganza justiciera que antepone el deseo del exterminio al propio de la Justicia que es la rehabilitación, y hasta cierto punto la compasión. Warren William ha encarnado casi siempre al «villano» en el cine, pero también fue el primero en interpretar el personaje de Perry Mason, que luego haría inmortal Raymond Burr. Poco a poco, ya digo, el personaje se deja absorber por su «misión justiciera» como Fiscal estatal, lo que le lleva a posponer continuamente las deseadas vacaciones que prometió a su mujer. Cuando ya está a punto de dejarlo todo y marcharse, surge un caso notorio en el que un hombre, llevado por los celos, disparó contra su mujer y su amante, cegado. Pues bien, por azares de varios hechos sujetos a malentendidos, el protagonista se da cuenta de que es posible que su mujer tenga un amante. Y una noche que llega a casa y no la encuentra, sale disparado para interesarse por su paradero, en busca inconsciente de la prueba de la traición, porque por eso sale de casa con un arma… Es llamativo que en una secuencia meramente de transición, ir a casa de una amiga de ambos para interesarse por si estuviera allí, asistimos a un movimiento de cámara que coge el coche que llega en un picado vertical y cuando el personaje sale del coche y se acerca a la puerta, la cámara lo sigue acercándose con el zoom hasta colocarse detrás de él y enfocar su espalda y a la amiga de frente, un movimiento aéreo elegante y sofisticado que en modo alguno está a la altura del interés de la escena para el desarrollo de la obra, ¡pero así es el cine, voilà!
Aquí me quedo, pero no quiero dejar de destacar la actuación de la doncella negra de la familia, Lillian Yarbo, con una vis cómica magnífica, que pone un contrapunto de humor selecto a la tensa situación del matrimonio. Todas sus escenas son de la mejorcito de la película, y creo que Whale se dio cuenta de ello, al realzar su papel. La doncella negra es un «clásico» del cine usamericano, y ahí está la doncella de Lo que el viento se llevó, la inmortal Mammy, Hattie McDaniel, la primera mujer negra que gano un Oscar; la que hace nada, en Ocho mujeres y un crimen, vi también como doncella negra, la mismísima Hattie McDaniel, en un papel cómico magnífico.
Dioses y monstruos es un biopic que va más allá de las reglas popularizadoras del género para adentrarse en el personaje mediante una exploración psicológica e histórica que nos ofrece una visión no exhaustiva, pero si comprehensiva del arco vital del creador de la trilogía inmortal por la que ha pasado a la Historia del cine. La película se centra en las pocas semanas anteriores al suicidio del gran director. La película se basa en la novela de Christopher Fram El padre de Frankenstein, quien, como es obvio, le concede un relieve extraordinario a la homosexualidad del autor, que se revela uno de lo motores de la película, enseguida diré por qué. Whale vivió en pareja con el famoso productor David Lewis quien solo poco antes de morir él mismo hizo pública la nota de suicidio dejada por el director antes de lanzarse a la piscina de su mansión y morir ahogado. Cuando tal cosa sucedió, Whale y Lewis hacía cinco años que se habían separado.
La película, así pues, nos sitúa ante una vieja gloria del cine que vive en una mansión solo acompañado por una ama de llaves que actúa casi como una madre solícita y tierna, pendiente de la salud y el bienestar de su empleador como si fuera ella misma. Lynn Redgrave, menos conocida que su hermana Vanessa, hace un papel lleno de tacto y delicadeza. Comprensiva, tierna y rígida, cuando la ocasión lo requiere.
El director ha rescatado su pasión por el dibujo, tal como se nos muestra en los diferentes flash-backs que van completando la biografía del director. Al mismo tiempo, siente la comezón de la necesidad erótica, la urgencia seminal que le impele al deseo de la belleza masculina. Y ahí es cuando entra en acción el jardinero que aparece por su jardín una vez por semana para arreglárselo, y cuya apolínea belleza física no solo despierta el deseo erótico, sino también el estético, por lo que le hace al jardinero la proposición de que pose para él. Yo había conocido a Brendan Fraser en la película infantil de esas que no te queda más remedio que ir a ver: George de la jungla, de Sam Weisman, una de la que Javier Ocaña escribió: Los adultos, abstenerse…, ignorando que los niños no pueden ir solos al cine, claro. ¡Cúal no sería mi sorpresa al descubrir que Fraser, quien logró la popularidad con ese bodrio, iba a ser capaz, solo un año después, de interpretar un papel como el del jardinero que se convierte en interlocutor privilegiado del director con tal profundidad, sensibilidad y capacidad de persuasión! Nada que ver, en absoluto, con el payaso que lo llevó a la fama. ¡Qué ojo perspicaz el de Bill Condon para saber ver en él un actor capaz de estar a la altura de un maestro como Ian McKellen, el popular Gandalf de El señor de los anillos, de Peter Jaackson, entre otros trabajos de mayor mérito artístico, sobre todo en el teatro!
El choque de la exquisitez británica de Whale, representada a la perfección por un activista gay como McKellen, y la rudez, ignorancia y hasta patosería de un físico casi perfecto anatómicamente como el de Fraser van a permitir un juego de sobreentendidos que le darán a la película una ligera capa de comedia muy divertida, lo cual no esconde, en modo alguno, el proceso de autodestrucción serena y firme de Whale hacia su desaparición, desencantado del mundo y de si mismo, reconociéndose parte de la Historia del Cine, sí, pero nunca más, ya, un ser seductor capaz de atraer a esos jóvenes dioses de la belleza como con el que se cruza en las últimos días de su existencia y al que lanza todas las indirectas del mundo para recibir exclusivamente, ¡que no era poco!, una relación de simpatía profunda y reconocimiento, sin ningún tipo de admiración que lo enturbiara todo, claro, porque el jardinero ni siquiera ha visto nunca una película del autor.
La película, esa es una de sus grandes virtudes, al margen, ya lo he dicho, de los flash-backs que nos dan el contexto histórico de su biografía, se plantea como una narración paralela a la de la película mítica de Whale, Frankenstein. De la mano que dibuja del director va emergiendo en el cuaderno de dibujo un ser que, al contrario del «monstruo», representa la belleza absoluta. Bien puede leerse la relación como la de La bella y la bestia, de Cocteau, y Whale se sabe la bestia degradada y envejecida que pretende rendir el alcázar de la honestidad del bello, del apolíneo jardinero, al que le «repugna» de buen comienzo la homosexualidad, si bien a medida que va conociendo al director y la raíz estética de su sed de belleza, la del propio jardinero, lo lleva a aceptar posar desnudo para el director. El jardinero, así pues, se va «integrando» poco a poco en la vida del protagonista y acaba estableciendo una complicidad notable con el ama de llaves, pues a ambos les une un afecto sincero y espontáneo hacia un ser que vive en un mundo de recuerdos que -poco o nada tienen que ver con su degradada situación vital actual. El contraste entre su nueva amistad, esa belleza «en bruto» que supone el jardinero, se establece en la película cuando a un periodista cinéfilo homosexual le es permitido hacerle una entrevista de la que sale totalmente escaldado…
Ya se advierte que estamos ante una película de corte psicológico que explora con gran penetración la mentalidad de Whale y su azarosa vida desde que su padre consideró que era demasiado endeble para trabajar como minero, y lo derivó al negocio de la zapatería, desde donde daría el salto al dibujo y de este al teatro, para, posteriormente, acabar en el cine…
La cinta de Condon ganó el Oscar al Mejor guion adaptado y Lynn Redgrave fue nominada como actriz de reparto.
Whale, aunque dirigiera algunas películas como la criticada ut supra, lejos de sus obras maestras, es siempre un director capaz de atraer la atención de los espectadores, y cualquiera de ellas tiene detalles que nos revelan su altísima categoría. En la presente de Condon, este consigue bellísimas escenas en las que interviene el protagonista creado por Whale, dándole a la película ese aire testamentario que lo impregna todo, y que nos permite comprender el impulso hacia la vida bella que se acaba convirtiendo en un impulso hacia la muerte consoladora, reparadora. No solo a los muy interesados en el cine les gustará una película como esta, sino a cualquier aficionado. La insólita presencia de Fraser en un papel dramático con algunos toques cómicos redime a cualquier espectador que tuviera la desgracia, como yo, de haber tenido que ver George de la jungla


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