Una biografía espléndida de Bill Condon sobre un director
complejo y no suficientemente valorado, como Whale, aunque muy desigual en sus
obras, a juzgar por Wiwes Under suspicion.
Título original: Wives Under Suspicion
Año: 1938
Duración: 69 min.
País: Estados Unidos
Dirección: James Whale
Guion: Myles Connolly (Obra: Ladislas Fodor)
Música: Charles Henderson, Charles Previn, Frank Skinner
Fotografía: George Robinson (B&W)
Reparto: Warren William, Gail Patrick, Constance Moore, William
Lundigan, Ralph Morgan, Cecil Cunningham, Samuel S. Hinds, Milburn Stone,
Lillian Yarbo, Jonathan Hale.
Título original: Gods and Monsters
Año: 1998
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Bill Condon
Guion: Bill Condon (Novela: Christopher Bram)
Música: Carter Burwell
Fotografía: Stephen M. Katz
Reparto: Ian McKellen, Brendan Fraser, Lynn Redgrave, Lolita
Davidovich, Kevin J. O'Connor, David Dukes, Brandon Kleyla, Pamela Salem,
Michael O'Hagan.
James Whale es uno de los grandes directores, y
específicamente, del cine de terror, un género clásico de la Historia del Cine,
porque el Séptimo es un arte poblado de tantos monstruos como bellezas, dioses
y diosas de un star system que ha dibujado el mapa de los sueños de
generaciones de espectadores, como ilustró Herbert Ross con Pennies from Heaven
o Woody Allen con La rosa púrpura del Cairo. Los títulos inmortales de
Whale son tres: Frankenstein, La novia de Frankenstein y El
hombre invisible, tres películas que todos los buenos aficionados al cine
han visto al menos una vez…, una trilogía que basta para encumbrarlo en el
Olimpo de los directores. Por cierto, La novia de Frankenstein la
protagoniza Elsa Lanchester, la mujer de Charles Laughton e inolvidable
enfermera suya en Testigo de cargo, de Wilder.
Su obra, sin embargo, es variada y tiene títulos de muy
diferente naturaleza. De lo que no gozó siempre, y eso se advierte en esta
película, propiamente de serie B, es del favor de los grandes estudios, lo que
repercute en el presupuesto y en el rango del elenco con el que ha de rodar
algunas películas. Es curioso, pero el cine es un arte en el que el éxito en
modo alguno te garantiza la continuidad productiva. Del mismo modo que a
autores como la impecable Patricia Highsmith, los editores le pusieran pegas a sus
nuevas obras, a pesar de haber tenido éxitos rotundos con anterioridad. Tener
un nombre, según y cómo, no siempre es garantía de poder continuar la propia
labor en las condiciones mínimas imprescindibles.
El beso revelador, por ejemplo, cuenta
como principal estrella con Warren William, importante, pero por debajo de la
popularidad de las grandes estrellas. Con él había rodado ya La máscara de
hierro, pero aquí asume el protagonismo de un fiscal implacable en cuya mesa de
despacho tiene un ábaco para contar los acusados que lleva la silla eléctrica, y en la que los ábacos son
calaveras… A pesar de que pueda parecer truculento e incluso grotesco,
William logra componer un personaje creíble y del que su esposa se va
distanciando poco a poco, porque no advierte en él señal alguna de humanidad,
al verlo dominado por una extraña sed de venganza justiciera que antepone el
deseo del exterminio al propio de la Justicia que es la rehabilitación, y hasta
cierto punto la compasión. Warren William ha encarnado casi siempre al
«villano» en el cine, pero también fue el primero en interpretar el personaje de Perry Mason, que luego haría inmortal Raymond Burr. Poco a poco, ya digo, el
personaje se deja absorber por su «misión justiciera» como Fiscal estatal, lo
que le lleva a posponer continuamente las deseadas vacaciones que prometió a su
mujer. Cuando ya está a punto de dejarlo todo y marcharse, surge un caso
notorio en el que un hombre, llevado por los celos, disparó contra su mujer y
su amante, cegado. Pues bien, por azares de varios hechos sujetos a
malentendidos, el protagonista se da cuenta de que es posible que su mujer
tenga un amante. Y una noche que llega a casa y no la encuentra, sale disparado
para interesarse por su paradero, en busca inconsciente de la prueba de la
traición, porque por eso sale de casa con un arma… Es llamativo que en una
secuencia meramente de transición, ir a casa de una amiga de ambos para
interesarse por si estuviera allí, asistimos a un movimiento de cámara que coge
el coche que llega en un picado vertical y cuando el personaje sale del coche y
se acerca a la puerta, la cámara lo sigue acercándose con el zoom hasta
colocarse detrás de él y enfocar su espalda y a la amiga de frente, un
movimiento aéreo elegante y sofisticado que en modo alguno está a la altura del
interés de la escena para el desarrollo de la obra, ¡pero así es el cine,
voilà!
Aquí me
quedo, pero no quiero dejar de destacar la actuación de la doncella negra de la
familia, Lillian Yarbo, con una vis cómica magnífica, que pone un contrapunto
de humor selecto a la tensa situación del matrimonio. Todas sus escenas son de
la mejorcito de la película, y creo que Whale se dio cuenta de ello, al realzar
su papel. La doncella negra es un «clásico» del cine usamericano, y ahí está la
doncella de Lo que el viento se llevó, la inmortal Mammy, Hattie
McDaniel, la primera mujer negra que gano un Oscar; la que hace nada, en Ocho
mujeres y un crimen, vi también como doncella negra, la mismísima Hattie
McDaniel, en un papel cómico magnífico.
Dioses
y monstruos es un biopic que va más allá de las reglas
popularizadoras del género para adentrarse en el personaje mediante una exploración
psicológica e histórica que nos ofrece una visión no exhaustiva, pero si
comprehensiva del arco vital del creador de la trilogía inmortal por la que ha
pasado a la Historia del cine. La película se centra en las pocas semanas
anteriores al suicidio del gran director. La película se basa en la novela de
Christopher Fram El padre de Frankenstein, quien, como es obvio, le concede
un relieve extraordinario a la homosexualidad del autor, que se revela uno de
lo motores de la película, enseguida diré por qué. Whale vivió en pareja con el
famoso productor David Lewis quien solo poco antes de morir él mismo hizo pública
la nota de suicidio dejada por el director antes de lanzarse a la piscina de su
mansión y morir ahogado. Cuando tal cosa sucedió, Whale y Lewis hacía cinco
años que se habían separado.
La
película, así pues, nos sitúa ante una vieja gloria del cine que vive en una
mansión solo acompañado por una ama de llaves que actúa casi como una madre solícita
y tierna, pendiente de la salud y el bienestar de su empleador como si fuera
ella misma. Lynn Redgrave, menos conocida que su hermana Vanessa, hace un papel
lleno de tacto y delicadeza. Comprensiva, tierna y rígida, cuando la ocasión lo
requiere.
El
director ha rescatado su pasión por el dibujo, tal como se nos muestra en los
diferentes flash-backs que van completando la biografía del director. Al
mismo tiempo, siente la comezón de la necesidad erótica, la urgencia seminal
que le impele al deseo de la belleza masculina. Y ahí es cuando entra en acción
el jardinero que aparece por su jardín una vez por semana para arreglárselo, y
cuya apolínea belleza física no solo despierta el deseo erótico, sino también
el estético, por lo que le hace al jardinero la proposición de que pose para
él. Yo había conocido a Brendan Fraser en la película infantil de esas que no
te queda más remedio que ir a ver: George de la jungla, de Sam Weisman, una de la
que Javier Ocaña escribió: Los adultos, abstenerse…, ignorando que los
niños no pueden ir solos al cine, claro. ¡Cúal no sería mi sorpresa al
descubrir que Fraser, quien logró la popularidad con ese bodrio, iba a ser capaz,
solo un año después, de interpretar un papel como el del jardinero que se
convierte en interlocutor privilegiado del director con tal profundidad,
sensibilidad y capacidad de persuasión! Nada que ver, en absoluto, con el
payaso que lo llevó a la fama. ¡Qué ojo perspicaz el de Bill Condon para saber
ver en él un actor capaz de estar a la altura de un maestro como Ian McKellen,
el popular Gandalf de El señor de los anillos, de Peter Jaackson, entre
otros trabajos de mayor mérito artístico, sobre todo en el teatro!
El
choque de la exquisitez británica de Whale, representada a la perfección por un
activista gay como McKellen, y la rudez, ignorancia y hasta patosería de un
físico casi perfecto anatómicamente como el de Fraser van a permitir un juego
de sobreentendidos que le darán a la película una ligera capa de comedia muy
divertida, lo cual no esconde, en modo alguno, el proceso de autodestrucción
serena y firme de Whale hacia su desaparición, desencantado del mundo y de si
mismo, reconociéndose parte de la Historia del Cine, sí, pero nunca más, ya, un
ser seductor capaz de atraer a esos jóvenes dioses de la belleza como con el
que se cruza en las últimos días de su existencia y al que lanza todas las
indirectas del mundo para recibir exclusivamente, ¡que no era poco!, una relación
de simpatía profunda y reconocimiento, sin ningún tipo de admiración que lo enturbiara
todo, claro, porque el jardinero ni siquiera ha visto nunca una película del
autor.
La
película, esa es una de sus grandes virtudes, al margen, ya lo he dicho, de los
flash-backs que nos dan el contexto histórico de su biografía, se
plantea como una narración paralela a la de la película mítica de Whale, Frankenstein.
De la mano que dibuja del director va emergiendo en el cuaderno de dibujo un
ser que, al contrario del «monstruo», representa la belleza absoluta. Bien
puede leerse la relación como la de La bella y la bestia, de Cocteau, y
Whale se sabe la bestia degradada y envejecida que pretende rendir el alcázar
de la honestidad del bello, del apolíneo jardinero, al que le «repugna» de buen
comienzo la homosexualidad, si bien a medida que va conociendo al director y la
raíz estética de su sed de belleza, la del propio jardinero, lo lleva a aceptar
posar desnudo para el director. El jardinero, así pues, se va «integrando» poco
a poco en la vida del protagonista y acaba estableciendo una complicidad
notable con el ama de llaves, pues a ambos les une un afecto sincero y espontáneo
hacia un ser que vive en un mundo de recuerdos que -poco o nada tienen que ver
con su degradada situación vital actual. El contraste entre su nueva amistad,
esa belleza «en bruto» que supone el jardinero, se establece en la película cuando
a un periodista cinéfilo homosexual le es permitido hacerle una entrevista de
la que sale totalmente escaldado…
Ya se
advierte que estamos ante una película de corte psicológico que explora con
gran penetración la mentalidad de Whale y su azarosa vida desde que su padre
consideró que era demasiado endeble para trabajar como minero, y lo derivó al
negocio de la zapatería, desde donde daría el salto al dibujo y de este al teatro,
para, posteriormente, acabar en el cine…
La
cinta de Condon ganó el Oscar al Mejor guion adaptado y Lynn Redgrave fue
nominada como actriz de reparto.
Whale,
aunque dirigiera algunas películas como la criticada ut supra, lejos de
sus obras maestras, es siempre un director capaz de atraer la atención de los
espectadores, y cualquiera de ellas tiene detalles que nos revelan su altísima
categoría. En la presente de Condon, este consigue bellísimas escenas en las
que interviene el protagonista creado por Whale, dándole a la película ese aire
testamentario que lo impregna todo, y que nos permite comprender el impulso
hacia la vida bella que se acaba convirtiendo en un impulso hacia la muerte consoladora,
reparadora. No solo a los muy interesados en el cine les gustará una película
como esta, sino a cualquier aficionado. La insólita presencia de Fraser en un
papel dramático con algunos toques cómicos redime a cualquier espectador que
tuviera la desgracia, como yo, de haber tenido que ver George de la jungla…
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