lunes, 25 de mayo de 2020

«Entre la razón y la locura», de Farhad Safinia, o la pasión por la lexicografía.



Una historia de amistad forjada en las palabras tendidas como un puente de plata entre la orgullosa desmesura del saber y el humilde conocimiento de la insania: la Wikipedia avant la lettre..

Título original: The Professor and the Madman
Año: 2019
Duración: 124 min.
País:  Estados Unidos
Dirección: Farhad Safinia
Guion: John Boorman, Todd Komarnicki, Farhad Safinia (Novela: Simon Winchester)
Música: Bear McCreary
Fotografía: Kasper Tuxen
Reparto: Mel Gibson, Sean Penn, Natalie Dormer, Stephen Dillane, Ioan Gruffudd, Jeremy Irvine, Brendan Patricks, Adam Fergus, Kieran O'Reilly, Bryan Quinn, David Crowley, Olivia McKevitt, Steve Coogan, Malcolm Freeman, Robert McCormack, Abigail Coburn, Mark Quigley.

Ya sabemos que el epígrafe cinematográfico «basado en hechos reales» no es mas que una estrategia publicitaria, usada con total conocimiento por ambas partes, realizadores y espectadores, una convención, tal y como ocurre en Fargo, de los Hermanos Cohen, por ejemplo, y así lo aceptamos. Otra cosa muy distinta es que la película tenga un trasfondo histórico real, aunque se permita después el guion ciertas licencias, o que nos narre, como es el caso de la presente, una historia verídica, a la que se acerca, como sigue siendo el caso, con total honestidad, voluntad informativa y afán de sorprender a los espectadores por la relación insólita que va a ofrecerles.
La película arranca siguiéndole los pasos a un culto cirujano usamericano que tras haberse vuelto loco -y entre cuyas barbaridades se incluye la leyenda apócrifa de que marcó con el hierro candente de la D de desertor a un soldado en la cara durante la Guerra de Secesión usamericana- viaja a Londres para tratar de buscar curación con el famoso «cambio de aires», pero las alucinaciones que le persiguen, entre las cuales está la idea de que el “marcado” lo persigue para acabar con él, lo lleva a identificar a un hombre con él, a quien persigue, atravesando las húmedas y oscuras calles londinenses del XIX, hasta que logra acertar con el disparo mortal justo cuando ha llegado a la puerta de su casa, a la que golpea como último acto de su vida, antes de caer muerto ante los ojos aterrados de su mujer. El hombre es detenido, juzgado y absuelto por locura manifiesta, pero es enviado a un manicomio donde deberá permanecer de por vida.
De repente la historia cambia por completo y nos hallamos ante el examen, por parte de la sección de publicaciones de Oxford, de la propuesta del Presidente de la Sociedad Filológica, James Murray, de convertir a la Universidad en la editorial del proyecto de Diccionario ya iniciado y del que Murray es el tercer editor, y quien, una vez aceptado el contrato con Oxford Press University, acabará dedicando al proyecto toda su vida. No se trata de un académico, sino de un profesor autodidacta enamorado de las palabras, las etimologías y las lenguas que resulta ser, sin otra cualificación necesaria, la persona ideal para llevar el proyecto de varias vidas, no de una sola, adelante.
El método para la elaboración del Osford English Dictionary es algo así como la reivindicación avant la lettre de la Wikipedia fundada en 2001 por  Jimmy Wales y Larry Sanger, un proyecto que se ha convertido en la nueva Enciclopedia del siglo XXI, a pesar de sus detractores. A través de la petición de ayuda a la gente para que enviara fichas de palabras con citas de autoridad, el conocido popularmente como OED fue creciendo poco a poco gracias a esos corresponsales que facilitaron mucho la labor de los editores.
Encartaron peticiones de ayuda en los libros que se publicaban, y por aquí nos acercamos al punto de contacto entre el cirujano asesino y el lexicógrafo que dedicó su vida a «su» diccionario, porque cuando se relajó el régimen de vida carcelario del cirujano, y gracias a la pensión que cobraba de su gobierno, se le permitió tener su propia biblioteca. Descubierta la petición de ayuda, William Chester Minor inicia una frenética actividad de búsqueda de palabras y de las citas de autoridad que la avalen que le lleva a convertirse en relativamente poco tiempo en el mayor aportador de datos para la elaboración del OED. La película, supongo que para acentuar lo insólito de la situación, ignora que Minor, mientras cursaba la carrera de medicina se ayudó con trabajos temporales como el de asistente para la revisión del Webster’s Dictionary, que se llevaba a cabo en la universidad de Yale. No estamos hablando, así pues, de un «aficionado» improvisado, sino de alguien «ducho» en la tarea, lo cual en modo le quita valor a su contribución, antes bien le añade valor.
La historia irá progresando hasta que esos dos hombres, que en la vida real tanto se parecen físicamente, acaben encontrándose en el manicomio, una entrevista llena de malentendidos que solo se aclaran, en una hermosa escena, al final, cuando la mirada de Murray desciende hasta los pies de Minor y advierte las cadenas que lo controlan. El hecho mismo del conocimiento, resuelto poéticamente en la película con la caricia de la barba, como si Minor se estuviera mirando en un espejo, en una de las secuencias cumbre de la película.
La narración, sin embargo, se bifurca para atender a las diferentes historias de ambos hombres. El cirujano se empeña en darle su pensión integra a la viuda del hombre al que asesinó. Ella al principio no lo acepta, pero después, dada su pobreza y la dificultad para sacar a la prole adelante, no solo acepta sino que, siguiendo una estrategia curativa, accede a entrevistarse con el asesino de su marido, a quien acabará atándole un intenso afecto, sobre el que no me extenderé, porque esa historia de redención es, quizás, de lo más hermoso de la película, una historia de amor imposible con un final tremendista que nos remite a Orígenes, dicho sea para los escasos pero fieles amantes de la Patrística.
Para los amantes de la lexicografía son entrañables escenas como las de la erección del Scriptorium, un edificio en el jardín de su casa donde habilita una gran oficina en la que ordenar y archivar sus materiales, así como los intercambios léxicos, con la cita de autoridad que permiten seguir avanzando en el proyecto. A todos nosotros supongo que nos habrá venido a la memoria la inmortal figura de María Moliner y su Diccionario de uso del español, que forma parte esencial de nuestras vidas, y a quien García Márquez dedicó un inolvidable artículo en El País.
La película ha llegado a nuestras receptores caseros de televisión, que no a las pantallas, a causa de la pandemia, pero es el último de los obstáculos que ha sufrido a lo largo de los años, después de que, hace 20, Mel Gibson comprara los derechos de la novela para hacer la película. El director, accidental, que fue guionista de Apocalypto, una meritoria película de Gibson, no ha impedido, al margen de ciertos desajustes que afectan sobre todo al desenlace, que la película tenga una enorme fuerza visual y narrativa, sobre todo en la parte del cirujano demente, en la que Sean Penn tiene una actuación más que sobresaliente, confiriéndole al personaje las dosis exactas de inteligencia y de locura que resumen su «caso», y en cuyo desenlace acaba interviniendo nada menos que Winston Churchill.
Estamos, pues, ante las dos orillas de la mente, la razón y la locura, que se unen en un esfuerzo titánico lexicográfico sin igual, para bien de la lengua inglesa -por cierto, no es menor que Murray sea escocés, y que el OED naciera como sustituto del Diccionario de la lengua inglesa, de Johnson…-, pero, ahora, también para información de los espectadores en general y de los amantes de los diccionarios en particular.
James Murray
Willian Chester Minor


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