domingo, 17 de mayo de 2020

«La mujer avispa», de Roger Corman, el «cutreterror…».



Una investigación disparatada para un delirio real: vencer los estragos del tiempo en la naturaleza humana, o una película amada por Cronenberg…

Título original: The Wasp Woman
Año: 1959
Duración: 73 min.
País:  Estados Unidos
Dirección: Roger Corman
Guion: Leo Gordon (Historia: Kinta Zertuche)
Música: Fred Katz
Fotografía: Harry Neumann (B&W)
Reparto: Susan Cabot, Anthony Eisley, Barboura Morris, William Roerick, Michael Mark, Frank Gerstle, Bruno VeSota, Roy Gordon, Lynn Cartwright, Carolyn Hughes, Frank Wolff.

         Bien, recupero el orden de publicación de críticas, interrumpido por la bienhumorada y amable comedia policial de John Ford a propósito de la mítica Scotland Yard, y me centro, siquiera sea brevemente, porque la película no da mucho de sí, en esta entrega de Roger Corman, quien fue, como dije en la crítica de Gideon’s Day, toda una institución del cine indie avant la lettre y de la serie B, ¡e incluso Z!, como propone algún crítico de Filmin.
         Corman se las pinta solo para contar una historia con la mayor economía de medios posible. No es que muchas de sus producciones sean «pobres», sino «raquíticas», pero con tres cachivaches, un mobiliario estándar y casi sin salir del estudio te narra una historia con la mayor de las verosimilitudes, hasta que llega el momento de la «metamorfosis«, claro, ese instante en el que la película se juega el todo por el todo y cae treinta y nueve escalones hasta el ridículo o el cine infantil, más allá de la originalidad del planteamiento.
         Esa originalidad fue lo que debió de llamar la atención de Cronenberg para convertirlo en un film de su predilección. Nos situamos ante el ilustre tema del científico cuyos experimentos transgreden las leyes biológicas que nos determinan como especie humana. El científico, en este caso, ha estudiado a las abejas y  a las avispas reinas y ha concluido su investigación con el descubrimiento de una pócima inyectable capaz de hacer retroceder un animal adulto a uno joven.
¿En qué contexto resulta aprovechable esa investigación? Pues, de entrada, en el de quien le financia al científico sus experimentos, después de haber sido expulsado de la empresa dedicada a la mejora genética de las abejas para conseguir más y mejor piel en los panales que las explotan. ¿Qué tipo de empresa es? Pues una empresa de cosméticos que, como se nos dicen en una junta directiva, presidida por la dueña de la empresa, está prácticamente a punto de quebrar, porque se había focalizado la imagen de la compañía en la juventud -¡ahora ya perdida!- de la dueña. Al no poder seguir usándose comercialmente el rostro algo ajado de la directora, los creativos de publicidad proponen diferentes alternativas, pero cuando llega ante ella el científico con su delirante proyecto, ella no duda en albergarlo y facilitarle el laboratorio donde llevar a cabo los experimentos, algo que hace al margen de la Junta directiva con la mayor opacidad, con total secretismo: ella y el científico son los únicos que han de estar al tanto de los experimentos y los resultados.
La descripción de las oficinas y el personal, así como del equipo directivo, es divertidísima, porque a Corman parece encantarle la técnica de recrearse en los prototipos y describir tópicos en vez de personas, como en el caso de la secretaria que se pasa la vida limándose las uñas, los compañeros de trabajo que mantienen una relación sentimental  o el encargado de supervisar los aspectos técnicos de los productos, a quien distingue, por ejemplo, el uso de una pipa sempiternamente en sus manos, su boca o el bolsillo de su americana.
Una vez descubierto el «rejuvenecedor», lo que asegura el futuro esplendoroso de la compañía, se suceden los contratiempos, que incluyen el atropello viario del inventor y la transformación que anticipa el título de la película. Todo discurre con una parsimonia como de historieta, y gestos y peligros y amenazas parecen dibujadas en dos dimensiones, antes que filmadas.  Con todo, he de decir que soy un seguidor entusiasta de estas narraciones que, como sucedía hace poco con la revisión que hice de La mujer y el monstruo, de Jack Arnold, son capaces de crear una atmósfera que impresiona, sobre todo, al niño que fui, pero que crearon en mí un aficionado contumaz a este tipo de películas de monstruos, como La humanidad en peligro, de Gordon Douglas, una afición con la que Guillermo del Toro ha construido una exitosa carrera cinematográfica, por ejemplo.
A nadie puede engañar una transformación en avispa tan paupérrima como la aceptada por Corman para esta película de ultrabajísimo presupuesto y rodada ¡en una semana! Tampoco podemos pedirles más a actores y actrices de escaso o nulo renombre, por más que se desempeñan en la película con una profesionalidad más que aceptable.Pensemos en sus grandes obras, y perdonémosle estos descensos a productos que, con todo, tenían su público, dada la voracidad consumista de las pantallas usamericanas en la época en que se produjo. Y eso sí, quien quiera «revisitar» su infancia, ¡que no se la pierda!


No hay comentarios:

Publicar un comentario