La sofisticación de la comedia en tiempos de post-crack
bursátil pavoroso: una screwball comedy tan contenida como entretenida: Just
for fun!
Título original: The Mad Miss Manton
Año: 1938
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Leigh Jason
Guion: Philip G. Epstein
Música: Roy Webb
Fotografía: Nicholas Musuraca (B&W)
Reparto: Barbara Stanwyck, Henry Fonda, Sam Levene, Frances Mercer,
Stanley Ridges, Whitney Bourne, Vickie Lester, Ann Evers, Hattie McDaniel,
Penny Singleton.
El
cine de la década de los 30 no puede entenderse sin el crack del 29, que
determina diferentes movimientos cinematográficos, desde la denuncia hasta la comedia policiaca de evasión y, por supuesto, el cine de «distracción» por
antonomasia: el musical: Melodías de Boradway, de Roy Del Ruth y W.S. Van
Dyke, La calle 42, deLloyd Bacon, Sombrero
de copa, de Mark Sandrich o El mago de Oz, de Victor Fleming y un largo etcétera glorioso. Nace también,
con La ley del hampa, de Sternberg, el cine de gánsters y comienza su largo
reinado en las pantallas el cine negro.
El
subgénero de las comedias policiacas tiene su máxima expresión en la adaptación a la pantalla de una novela de Raymond Chandler, The thin man, con idéntico
título, traducido al castellano como La cena de los acusados, de W.S.
Van Dyke. El éxito promovió la realización de cuatro películas más del exitoso
tándem William Powell y Myrna Loy, secundados muy eficazmente por la perrita
Asta, rodadas a lo largo de una década. Se trata de películas de ambiente upper
class, llenas de espacios lujosos, vestidos glamurosos, pieles, vestidos de
noche, tocadores de ensueño, etc., es decir, la vida de lujo con la que a los
espectadores solo les estaba permitido soñar. Un musical dirigido por Herbert
Ross, Pennies from Heaven, en 1981, nada que ver con la original Pennies
from heaven, de Norman Z. McLeod, del 36, de la que solo toma el título,
lleva a cabo una crítica feroz del mundo de ensueño con que se quería «distraer»
a los sufridos damnificados del crack del 29, y logra, de paso, añadir un excelente
musical a la historia de este género, con números tan brillantes como el archiespectacular
de Christopher Walken: Let’s misbehave…
A toda
esa ola de distracción ejemplar de los usamericanos le siguieron obras tan
duras como Las uvas de la ira o, la más dura aún, La ruta del tabaco,
ambas del maestro de maestros John Ford.
Pero
centrémonos en Ocho mujeres y un crimen, una película «de actores», en
el bien entendido de que el «gancho» de la experimentada Barbara Stanwyck y un
joven pero ya muy cuajado Henry Fonda, no en vano era su decimoquinta película y
ya contaba entre sus éxitos nada menos que con Jezabel, de William Wyler,
eran los reclamos principales de una comedia bienhumorada en la que los
secundarios consiguen dar la réplica idónea a la pareja principal, sobre todo
el Teniente de policía, Sam Levene, un secundario insustituible.
Todo
arranca con el descubrimiento de un cadáver por una joven de la upper class,
quien, en compañía de sus siete amigas tienen fundado algo así como un club de investigadoras,
dispuestas a meterse en cualquier embolado. Cuando llega la policía y el cadáver
se ha evaporado, se nos pone en antecedentes de las «locuras» incívicas de ese
club de desocupadas ricas, para desesperación de la policía, aventuras que un
reportero ha ridiculizado en un artículo que lleva a la protagonista a ponerle
al diario una demanda por un millón de dólares.
La película
progresa colmo una screwball comedy, pero, a pesar de la efectividad de
la desesperación cómica del Teniente de policía y del doble juego del redactor,
siempre dispuesto a que sea la policía la que se juegue el pellejo para
resolver el caso del cadáver desaparecido, y por suerte para el espectador, la
película no da el salto al disparate de ese género, aunque Henry Fonda acredita
la suficiente vis cómica, en la línea de Cary Grant, para haberlo hecho. No lo
hace, sin embargo, y eso que gana la película.
Ya se
habrá adivinado, porque forma parte del guion establecido, que entre la rica
caprichosa y el periodista cívico nace enseguida, casi a primera vista, un
flechazo que va a sufrir diversos vaivenes a lo largo de la trama, sobre todo
en función del progreso de la acción, que pasa por diversas fases según quién
pase a ser el sospechoso de los crímenes cometidos.
El
desarrollo del la historia de amor tiene una estupendísima escena cuando, aun
manteniendo ella una distancia impertérrita para «castigarlo», le hacen creer
que está a punto de morir tras haber sido disparado mientras la acompañaba a
ella. Se trata, por obra y gracia del Teniente, que está presente en toda la
escena, de convencerla para que revele lo que sabe acerca de uno de los
personajes clave para resolver el misterio. La escena, ya digo, perfectamente
diseñada, es muy graciosa y está interpretada con la gran solvencia de la
pareja protagonista.
No olvidemos, porque seria injusto hacerlo, la presencia de una actriz de tanto peso como Hattie McDaniel, ganadora de un Oscar por su papel de Mammy en Lo que el viento se llevó. Encasillada en el papel de doncella, aquí tiene un papel de contrapeso realista a los disparates de la protagonista y un buen repertorio de comentarios jocosos que ponen en ridículo a los absurdos hombres blancos y sus estrafalarias maneras de vivir y relacionarse...
No olvidemos, porque seria injusto hacerlo, la presencia de una actriz de tanto peso como Hattie McDaniel, ganadora de un Oscar por su papel de Mammy en Lo que el viento se llevó. Encasillada en el papel de doncella, aquí tiene un papel de contrapeso realista a los disparates de la protagonista y un buen repertorio de comentarios jocosos que ponen en ridículo a los absurdos hombres blancos y sus estrafalarias maneras de vivir y relacionarse...
Las
siete acompañantes de la protagonista forman una especie de coro en el que se
dibujan no tanto individualidades como clichés que cumplen un cometido cómico
muy logrado, por las reacciones y las réplicas con que salpican la casi vertiginosa
acción. En la medida en que se trata de una película policiaca, el director, un
eficaz artesano que, después de dirigir 20 largos y bastantes cortos, se orientó
hacia la televisión, aplica no pocos recursos del cine negro, sobre todo en las
puestas en escena de espacios como las casas en penumbra, una estación del
metro en obras, donde las sombras se proyectan amenazadoras, etc. Sabe su
oficio y le da esa atmósfera de película de detectives reales, por más que el
Teniente sea de «opereta» que consigue una verosimilitud lo bastante potente
como para conseguir mantener al espectador pendiente del desenlace. Just for
fun!
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