sábado, 9 de mayo de 2020

«Muchachas de uniforme», de Leontine Sagan y Carl Froelich y «Las rebeldes del internado», de George Nichols Jr. & Wanda Tuchock, dos visiones del sometimiento de la mujer.



El internado, en este caso femenino, como lugar de corrupción y modelo de autoritarismo, amén de la tentación lésbica…

Título original:  Mädchen in Uniform
Año: 1931
Duración: 88 min.
País: Alemania
Dirección: Leontine Sagan, Carl Froelich
Guion: Christa Winsloe, Friedrich Dammann (Obra: Christa Winsloe)
Música: Hansom Milde-Meißner
Fotografía: Reimar Kuntze, Franz Weihmayr (B&W)
Reparto: Hertha Thiele, Dorothea Wieck, Emilia Unda

Título original: Finishing School
Año: 1934
Duración: 73 min.
País: Estados Unidos
Dirección: George Nichols Jr., Wanda Tuchock
Guion: Laird Doyle, David Hempstead, Wanda Tuchock, Louis Weitzenkorn (Obra: Katherine Clugston)
Música: Max Steiner, Murray Spivack, Roy Webb
Fotografía: J. Roy Hunt (B&W)
Reparto: Frances Dee, Billie Burke, Ginger Rogers, Bruce Cabot, John Halliday, Beulah Bondi, Sara Haden, Helen Freeman, Marjorie Lytell, Adalyn Doyle, Anne Shirley, Irene Franklin, Ann Cameron, Rose Coghlan, Caroline Rankin.

He de reconocer que Las rebeldes del internado es una película que quise ver por la presencia de dos actrices muy diferentes, Frances Dee y Ginger Rogers. La primera, porque, después de ver el más que digno biopic de Graeme Cliffors, Frances, con una estupenda Jessica Lange en el papel de la actriz con tan dramática existencia, siempre me atrae cualquier película que ella haya protagonizado, y ya la vi, por la misma razón en Mujercitas, de Geoerge Cukor, donde en modo alguno podía eclipsar a la espectacular Katharine Hepburn; y la segunda, porque, más allá de haber sido la «pareja ideal» de Fred Astaire en la edad dorada del musical, es una actriz con muchos más registros que los excepcionales de la danza, como demostró, por ejemplo en El mayor y la menor, de Wilde o Te volveré a ver, de Dieterle.
Como soy aventurero por naturaleza, en esto de plantarme ante la pantalla, no sabía con qué iba a encontrarme, aunque guardaba en la memoria una película que, por otras razones, literarias, había visto: Muchachas de uniforme, de Leontin Sagan, una película alemana de 1931 que supuso un gran escándalo en su momento por el lesbianismo que aparecía de forma explícita en las pantallas. Al final, animado por la película usamericana he revisado la alemana y aquí traigo las dos y las enormes diferencias entre una y otra. Las películas “de internado” no son extrañas en el cine, y han servido para cintas de corte psicológico, habitualmente, como El seductor, de Don Siegel y también de terror, como La residencia, de Chicho Ibáñez Serrador o Suspiria, de Darío Argento. El internado como microcosmos, pues, tiene un alto rendimiento narrativo. Muchachas de uniforme tuvo una versión, Corrupción en el internado, de Géza von Radványi, con Rommy Schneider y Lily Palmer, en 1958. Mucho más interesante, sin embargo, es la adaptación que dirigió Alfredo B. Crevenna, de origen alemán, en 1951, en México, sustituyendo el Prusianismo original de la Directora, en la película alemana, por el rigor del catolicismo, pues el internado es de carácter religioso. Si en el original las alumnas están hechizadas por la belleza, la simpatía y los métodos humanos de la profesora, opuestos a los de la dirección, lo que significa que todas las internas están «enamoradas» de ella, en la película mejicana, por ejemplo, ese «enamoramiento» se produce ¡nada menos que al hilo de la lectura del Cántico espiritual , de san Juan de la Cruz. No se me ocurre adelantar el final de ambas, porque en él radica una de las grandes diferencias de la película, al margen de la contextualización.
         Chicas de uniforme nos revela una estructura clásica de poder ejercido a través de la “caridad”. La Directora, prusiana, tiene dos principios: hambre y disciplina, como normas básicas para forjar el carácter. La llegada de una huérfana de padre y madre, a quien su tía «coloca» en el internado para deshacerse de ella, sirve de pretexto para, en primer lugar, mostrar el régimen de vida de ese tipo de internados y, en segundo lugar, para describir la aproximación sentimental y erótica entre Manuela y la profesora que trata humanamente a las alumnas. Una escena clave es el acto de dar las buenas noches a las alumnas en el dormitorio. La profesora pasa una por una y las besa en la frente, pero cuando llega a Manuela la besa en los labios. Más tarde, al acabar una representación teatral en la que Manuela ha interpretado con mucha vehemencia el papel de Don Carlos y su enamoramiento de la mujer de su padre, Isabel de Valois, según la obra de Shiller, Don Carlos. De ahí se sigue que, después, cuando las alumnas celebran la fiesta escolar con un ponche en el que las alumnas que lo han hecho vertieron una generosa dosis de alcohol, Manuela, achispada, se atreva a proclamar a los cuatro vientos que esta enamorada de la profesora y esta de ella, lo que crea un revuelo de consideración en el internado. La prusiana Directora llama a capítulo a ambas, a la primera la recluyen y a la segunda le dice que ya puede ir haciendo las maletas y despedirse de la institución.  El pathos dramático se incrementa cuando Manuela, presa de la desesperación se sube a lo alto de la escalera del edificio, una toma en picado y contrapicado que se ha repetido a lo largo de la película, y está dispuesta a arrojarse al vacío…
La película está llena de pequeños detalles de las complejas relaciones humanas que se establecen en este tipo de instituciones, si bien lo que predomina en ella es la sumisión ciega a la autoridad encarnada por la Directora y sus secuaces, la camarilla de guardianas que imponen la represión con su sola presencia. Las jóvenes están muy en su papel, con una naturalidad exuberante, y Manuela y la profesora, sobre todo esta última, que ha de reprimir el fuerte deseo que le inspira la joven, realizan una interpretación magnífica. ¡Qué miradas y qué primeros planos!
Las rebeldes del internado muestra la variante de la institución como una escuela para señoritas antes de que estas inundaran las aulas de los Colleges. Más allá de que se trata de mujeres adultas, no jovencitas, sorprende lo suyo enterarse de las asignaturas que «cursaban» para ocupar «su lugar» como perfectas esposas en una sociedad patriarcal en la que les estaba reservado el papel de floreros con un barniz de cultura general. ¡La clase en la que se les enseña cuántas tarjetas de visita se han de dejar en una casa después de una visita es una secuencia impagable…!
Como la «novata» Frances es asignada al cuarto de la veterana Rogers, pronto veremos cómo la primera se deja seducir por las otras para asistir a una reunión en un hotel en la que uno de los «galanes» pretende conseguir de ella a lo que se daba por descontado que ella accedería. Un camarero la «salva» y no tarde en iniciarse entre ellos el romance correspondiente. Se trata de un doctor que se paga las prácticas como camarero. Como puede el espectador imaginar, en cuanto llega a oídos de su tía una relación como esa, tan «plebeya», se intenta por todos los medios apartar a la joven de semejante inclinación. Que andando la trama se descubra que ella está embarazada supone toda una transgresión moral que deja chico el libertinaje y la afición al alcohol de las jóvenes encerradas. Disfrutamos, en ese año de 1933, de la inexistencia del código Hays que va a transformar, a partir de 1934, casi radicalmente lo que se podía y no se podía ver en las pantallas usamericanas. Se trata de una fecha que marca un  antes y un después en la «moralidad» de las producciones cinematográficas; un código muy parecido a la censura franquista, todo sea dicho, dados los estándares religiosos por los que ambas censuras se regían.
He de decir que, a pesar de los años de la pelçícula, y aunque solo sea por ver la actuación de una de esas «diosas» trágicas de la pantalla, como lo fue Frances Dee, la película tiene aún muy buen ver, lo mismo que Muchachas en uniforme, por supuesto. Que las disfruten.

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