El internado, en este caso femenino, como lugar de
corrupción y modelo de autoritarismo, amén de la tentación lésbica…
Título original: Mädchen in
Uniform
Año: 1931
Duración: 88 min.
País: Alemania
Dirección: Leontine Sagan, Carl Froelich
Guion: Christa Winsloe, Friedrich Dammann (Obra: Christa Winsloe)
Música: Hansom Milde-Meißner
Fotografía: Reimar Kuntze, Franz Weihmayr (B&W)
Reparto: Hertha Thiele, Dorothea Wieck, Emilia Unda
Título original: Finishing School
Año: 1934
Duración: 73 min.
País: Estados Unidos
Dirección: George Nichols Jr., Wanda Tuchock
Guion: Laird Doyle, David Hempstead, Wanda Tuchock, Louis Weitzenkorn
(Obra: Katherine Clugston)
Música: Max Steiner, Murray Spivack, Roy Webb
Fotografía: J. Roy Hunt (B&W)
Reparto: Frances Dee, Billie Burke, Ginger Rogers, Bruce Cabot, John
Halliday, Beulah Bondi, Sara Haden, Helen Freeman, Marjorie Lytell, Adalyn
Doyle, Anne Shirley, Irene Franklin, Ann Cameron, Rose Coghlan, Caroline Rankin.
He de
reconocer que Las rebeldes del internado es una película que quise ver
por la presencia de dos actrices muy diferentes, Frances Dee y Ginger Rogers. La
primera, porque, después de ver el más que digno biopic de Graeme
Cliffors, Frances, con una estupenda Jessica Lange en el papel de la
actriz con tan dramática existencia, siempre me atrae cualquier película que
ella haya protagonizado, y ya la vi, por la misma razón en Mujercitas, de
Geoerge Cukor, donde en modo alguno podía eclipsar a la espectacular Katharine
Hepburn; y la segunda, porque, más allá de haber sido la «pareja ideal» de Fred
Astaire en la edad dorada del musical, es una actriz con muchos más registros
que los excepcionales de la danza, como demostró, por ejemplo en El mayor y
la menor, de Wilde o Te volveré a ver, de Dieterle.
Como soy aventurero por
naturaleza, en esto de plantarme ante la pantalla, no sabía con qué iba a
encontrarme, aunque guardaba en la memoria una película que, por otras razones,
literarias, había visto: Muchachas de uniforme, de Leontin Sagan, una
película alemana de 1931 que supuso un gran escándalo en su momento por el
lesbianismo que aparecía de forma explícita en las pantallas. Al final, animado
por la película usamericana he revisado la alemana y aquí traigo las dos y las
enormes diferencias entre una y otra. Las películas “de internado” no son
extrañas en el cine, y han servido para cintas de corte psicológico,
habitualmente, como El seductor, de Don Siegel y también de terror, como
La residencia, de Chicho Ibáñez Serrador o Suspiria, de Darío Argento.
El internado como microcosmos, pues, tiene un alto rendimiento narrativo. Muchachas
de uniforme tuvo una versión, Corrupción en el internado, de Géza von
Radványi, con Rommy Schneider y Lily Palmer, en 1958. Mucho más interesante,
sin embargo, es la adaptación que dirigió Alfredo B. Crevenna, de origen alemán,
en 1951, en México, sustituyendo el Prusianismo original de la Directora, en la
película alemana, por el rigor del catolicismo, pues el internado es de carácter
religioso. Si en el original las alumnas están hechizadas por la belleza, la simpatía
y los métodos humanos de la profesora, opuestos a los de la dirección, lo que
significa que todas las internas están «enamoradas» de ella, en la película
mejicana, por ejemplo, ese «enamoramiento» se produce ¡nada menos que al hilo
de la lectura del Cántico espiritual , de san Juan de la Cruz. No
se me ocurre adelantar el final de ambas, porque en él radica una de las
grandes diferencias de la película, al margen de la contextualización.
Chicas de uniforme nos revela una estructura clásica
de poder ejercido a través de la “caridad”. La Directora, prusiana, tiene dos
principios: hambre y disciplina, como normas básicas para forjar el carácter.
La llegada de una huérfana de padre y madre, a quien su tía «coloca» en el internado
para deshacerse de ella, sirve de pretexto para, en primer lugar, mostrar el régimen
de vida de ese tipo de internados y, en segundo lugar, para describir la
aproximación sentimental y erótica entre Manuela y la profesora que trata
humanamente a las alumnas. Una escena clave es el acto de dar las buenas noches
a las alumnas en el dormitorio. La profesora pasa una por una y las besa en la
frente, pero cuando llega a Manuela la besa en los labios. Más tarde, al acabar
una representación teatral en la que Manuela ha interpretado con mucha vehemencia
el papel de Don Carlos y su enamoramiento de la mujer de su padre, Isabel de
Valois, según la obra de Shiller, Don Carlos. De ahí se sigue que, después,
cuando las alumnas celebran la fiesta escolar con un ponche en el que las
alumnas que lo han hecho vertieron una generosa dosis de alcohol, Manuela,
achispada, se atreva a proclamar a los cuatro vientos que esta enamorada de la
profesora y esta de ella, lo que crea un revuelo de consideración en el
internado. La prusiana Directora llama a capítulo a ambas, a la primera la
recluyen y a la segunda le dice que ya puede ir haciendo las maletas y despedirse
de la institución. El pathos dramático
se incrementa cuando Manuela, presa de la desesperación se sube a lo alto de la
escalera del edificio, una toma en picado y contrapicado que se ha repetido a
lo largo de la película, y está dispuesta a arrojarse al vacío…
La
película está llena de pequeños detalles de las complejas relaciones humanas
que se establecen en este tipo de instituciones, si bien lo que predomina en
ella es la sumisión ciega a la autoridad encarnada por la Directora y sus
secuaces, la camarilla de guardianas que imponen la represión con su sola
presencia. Las jóvenes están muy en su papel, con una naturalidad exuberante, y
Manuela y la profesora, sobre todo esta última, que ha de reprimir el fuerte
deseo que le inspira la joven, realizan una interpretación magnífica. ¡Qué
miradas y qué primeros planos!
Las
rebeldes del internado muestra la variante de la institución como una
escuela para señoritas antes de que estas inundaran las aulas de los Colleges.
Más allá de que se trata de mujeres adultas, no jovencitas, sorprende lo suyo
enterarse de las asignaturas que «cursaban» para ocupar «su lugar» como
perfectas esposas en una sociedad patriarcal en la que les estaba reservado el
papel de floreros con un barniz de cultura general. ¡La clase en la que se les
enseña cuántas tarjetas de visita se han de dejar en una casa después de una
visita es una secuencia impagable…!
Como
la «novata» Frances es asignada al cuarto de la veterana Rogers, pronto veremos
cómo la primera se deja seducir por las otras para asistir a una reunión en un
hotel en la que uno de los «galanes» pretende conseguir de ella a lo que se
daba por descontado que ella accedería. Un camarero la «salva» y no tarde en iniciarse
entre ellos el romance correspondiente. Se trata de un doctor que se paga las
prácticas como camarero. Como puede el espectador imaginar, en cuanto llega a oídos
de su tía una relación como esa, tan «plebeya», se intenta por todos los medios
apartar a la joven de semejante inclinación. Que andando la trama se descubra
que ella está embarazada supone toda una transgresión moral que deja chico el
libertinaje y la afición al alcohol de las jóvenes encerradas. Disfrutamos, en
ese año de 1933, de la inexistencia del código Hays que va a transformar, a
partir de 1934, casi radicalmente lo que se podía y no se podía ver en las
pantallas usamericanas. Se trata de una fecha que marca un antes y un después en la «moralidad» de las
producciones cinematográficas; un código muy parecido a la censura franquista,
todo sea dicho, dados los estándares religiosos por los que ambas censuras se
regían.
He de
decir que, a pesar de los años de la pelçícula, y aunque solo sea por ver la
actuación de una de esas «diosas» trágicas de la pantalla, como lo fue Frances
Dee, la película tiene aún muy buen ver, lo mismo que Muchachas en uniforme,
por supuesto. Que las disfruten.
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