El canto al coraje de los pilotos del correo aéreo que,
desafiando al tiempo, eran las alas no metafóricas de los mensajes entre
humanos o el «mundo macho» de la aviación en cierne…
Título original:Air Mail
Año: 1932
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Dale Van Every, Frank Wead
Fotografía: Karl Freund (B&W)
Reparto: Ralph Bellamy, Gloria Stuart, Pat O'Brien, Slim Summerville,
Lilian Bond, Russell Hopton, David Landau, Leslie Fenton, Frank Albertson, Ward
Bond.
Siguiendo la estela de mi determinación cinéfila, acaso ser
de los pocos aficionados que hayan visto la filmografía completa de John Ford
-¡espero que el tiempo me acompañe y que los virus me respeten…!-, traigo hoy a
este Ojo -por cierto, ¡qué mejor homenaje al falso tuerto insigne!- una película
que obviamente desconocía y que es un precedente obvio de Men with Wings,
de William Wellman, superior en interés a la presente.
Estamos ante una película sin historia, porque, dada la
situación: los entresijos del servicio de correo aéreo y las dificultades que
han de superar sus arrojados pilotos, lo que no excluye ni siquiera la muerte,
como es lógico, la película girará en torno a la incorporación de un piloto
temerario que «asusta» al jefe del servicio y que tendrá un papel determinante
en el desenlace de la película.
Hay dos mujeres también, algunos niños y personal auxiliar
que, en conjunto, le permite al director incluir algunos trazos humorísticos de
la cotidianidad, aunque el inicio se las trae, porque un piloto cuyo avión entra
en barrena y acaba incendiado, es disparado por un miembro del equipo para
acortarle los sufrimientos, tal y como se suele hacer con los caballos heridos.
La película es un homenaje inequívoco a pioneros de la aviación
que se jugaban el pellejo para que las cartas llegaran a sus destinatarios. A
ese respecto, la película se resume en el frontispicio de la misma, en la que un
cartel sobre un servicio al que no afecta el tiempo atmosférico, va cambiando
de acuerdo con el paso de las estaciones. Un detalle que anticipa el desarrollo
de los títulos de crédito, aún en mantillas.
Son
muchos los detalles que permiten conocer por dentro un mundo, el de los pilotos
que aún podía considerarse casi como una profesión artesanal, no rodeada aún de
la sofisticación de la aviación comercial actual. La mayoría de los pilotos
eran excombatientes de la Primera Guerra Mundial y supongo que algunos de ellos,
los más jóvenes, volverían a combatir en la Segunda.
Además
de ciertas filmaciones de vuelos acrobáticos de notable interés, y del
demasiado esquemático estudio de caracteres que hay en la película, lo que
sorprenderá al espectador de la misma es la calidad de la iluminación y la
composición de no pocos planos y secuencias. ¿A qué se debe? Pues nada más ni
nada menos a que el cinematografista de la película es el director y director
de fotografía Karl Freund, una de las leyendas del cine: El último, de
Murnau, Metrópolis, de Lang y el Drácula de Tod Browning, además de La momia, dirigida por él,
están entre sus extraordinarias credenciales. No puede extrañarnos, pues, que Hombres
sin miedo, presente una calidad técnica que está muy por encima de la anécdota
argumental que sirve a Ford para rodar una película más cerca del documental
propagandístico -y en ese haber han de figurar todos los planos en los que las
cartas tienen un destacado protagonismo- que de una historia en la que se describan
las pasiones humanas. Todo en la película está subordinado al servicio de
correo aéreo, y los personajes no parecen vivir sino para justificar que,
contra viento y tormentas, ellos han de cumplir con el compromiso contraído con
los consumidores.
Es
cierto que la llegada del nuevo piloto, con quien el Jefe establece una
rivalidad nada amable, anima algo la película y permite una lucida actuación de
Pat O’Brien, el héroe rebelde, frente a un conservador Ralph Bellamy. Ninguno de
los dos accedió a la categoría de big star de Hollywood, pero ambos
trabajaron asiduamente en largas carreras profesionales.
La
película ha de agradar sobre todos a los amantes de la aviación, y a mí,
personalmente, me ha permitido evocar los primeros tiempos de aviador de mi
padre, que volaba en «cacharros» como los que aparecen en la película, y cuya
cazadora de vuelo, con el cuello de piel, será siempre una de las prendas icónicas
de mi vida.
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