domingo, 17 de mayo de 2020

«Hombres sin miedo», de John Ford o la epopeya del correo aéreo.



El canto al coraje de los pilotos del correo aéreo que, desafiando al tiempo, eran las alas no metafóricas de los mensajes entre humanos o el «mundo macho» de la aviación en cierne…

Título original:Air Mail
Año: 1932
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Dale Van Every, Frank Wead
Fotografía: Karl Freund (B&W)
Reparto: Ralph Bellamy, Gloria Stuart, Pat O'Brien, Slim Summerville, Lilian Bond, Russell Hopton, David Landau, Leslie Fenton, Frank Albertson, Ward Bond.

         Siguiendo la estela de mi determinación cinéfila, acaso ser de los pocos aficionados que hayan visto la filmografía completa de John Ford -¡espero que el tiempo me acompañe y que los virus me respeten…!-, traigo hoy a este Ojo -por cierto, ¡qué mejor homenaje al falso tuerto insigne!- una película que obviamente desconocía y que es un precedente obvio de Men with Wings, de William Wellman, superior en interés a la presente.
         Estamos ante una película sin historia, porque, dada la situación: los entresijos del servicio de correo aéreo y las dificultades que han de superar sus arrojados pilotos, lo que no excluye ni siquiera la muerte, como es lógico, la película girará en torno a la incorporación de un piloto temerario que «asusta» al jefe del servicio y que tendrá un papel determinante en el desenlace de la película.
         Hay dos mujeres también, algunos niños y personal auxiliar que, en conjunto, le permite al director incluir algunos trazos humorísticos de la cotidianidad, aunque el inicio se las trae, porque un piloto cuyo avión entra en barrena y acaba incendiado, es disparado por un miembro del equipo para acortarle los sufrimientos, tal y como se suele hacer con los caballos heridos.
         La película es un homenaje inequívoco a pioneros de la aviación que se jugaban el pellejo para que las cartas llegaran a sus destinatarios. A ese respecto, la película se resume en el frontispicio de la misma, en la que un cartel sobre un servicio al que no afecta el tiempo atmosférico, va cambiando de acuerdo con el paso de las estaciones. Un detalle que anticipa el desarrollo de los títulos de crédito, aún en mantillas.
Son muchos los detalles que permiten conocer por dentro un mundo, el de los pilotos que aún podía considerarse casi como una profesión artesanal, no rodeada aún de la sofisticación de la aviación comercial actual. La mayoría de los pilotos eran excombatientes de la Primera Guerra Mundial y supongo que algunos de ellos, los más jóvenes, volverían a combatir en la Segunda.
Además de ciertas filmaciones de vuelos acrobáticos de notable interés, y del demasiado esquemático estudio de caracteres que hay en la película, lo que sorprenderá al espectador de la misma es la calidad de la iluminación y la composición de no pocos planos y secuencias. ¿A qué se debe? Pues nada más ni nada menos a que el cinematografista de la película es el director y director de fotografía Karl Freund, una de las leyendas del cine: El último, de Murnau, Metrópolis, de Lang y el Drácula de Tod Browning,  además de La momia, dirigida por él, están entre sus extraordinarias credenciales. No puede extrañarnos, pues, que Hombres sin miedo, presente una calidad técnica que está muy por encima de la anécdota argumental que sirve a Ford para rodar una película más cerca del documental propagandístico -y en ese haber han de figurar todos los planos en los que las cartas tienen un destacado protagonismo- que de una historia en la que se describan las pasiones humanas. Todo en la película está subordinado al servicio de correo aéreo, y los personajes no parecen vivir sino para justificar que, contra viento y tormentas, ellos han de cumplir con el compromiso contraído con los consumidores.
Es cierto que la llegada del nuevo piloto, con quien el Jefe establece una rivalidad nada amable, anima algo la película y permite una lucida actuación de Pat O’Brien, el héroe rebelde, frente a un conservador Ralph Bellamy. Ninguno de los dos accedió a la categoría de big star de Hollywood, pero ambos trabajaron asiduamente en largas carreras profesionales.
La película ha de agradar sobre todos a los amantes de la aviación, y a mí, personalmente, me ha permitido evocar los primeros tiempos de aviador de mi padre, que volaba en «cacharros» como los que aparecen en la película, y cuya cazadora de vuelo, con el cuello de piel, será siempre una de las prendas icónicas de mi vida.

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