El John Ford documentalista, inédito para muchos de sus
buenos aficionados, a quienes sorprenderá la perfección formal del cine de
propaganda en tiempos bélicos.
Título original: December 7th
Año: 1943
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford, Gregg Toland
Guion: Budd Schulberg
Música: Alfred Newman
Fotografía: Gregg Toland (B&W)
Reparto: Documentary, Walter Huston, Harry Davenport, Dana Andrews,
Paul Hurst.
Título original: Undercover
Año: 1944
Duración: 61 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Fotografía: (B&W)
Reparto: Documentary, John Ford, Pierre Watkin,
Martin Garralaga, Osa Massen, Peter Lorre.
Estamos,
queda claro, ante una dimensión propagandística del cine en un conflicto bélico
de la trascendencia del de la Segunda Guerra Mundial, un desafío total a los
principios básicos de las libertades democráticas. Ese es el contexto en el que
John Ford pone al servicio de su país lo mejor con lo que puede contribuir: su
genio cinematográfico. Por la primera, además, 7 de diciembre, recibió
un Oscar al mejor documental.
Escoger la figura del Tío
Sam como personaje que nos narra la peculiaridad de las islas Hawái, en una
primera parte que preludia el infierno de la segunda, el ataque aéreo japonés,
en un diálogo con un periodista que trata de hacerle ver otra realidad
diferente respecto del origen japonés de muchos de sus habitantes es de una
originalidad más que notable. Dos actores de tanto mérito como el padre de John
Huston, Walter y el espléndido secundario Harry Davenport nos sirven de hilo
conductor para hacer un repaso de la historia de las islas y el lugar central
que la inmigración japonesa acabó teniendo en ellas. Desde este punto de vista,
el documental cumple una labor informativa de alto nivel y en modo alguno deja
indiferentes a cuantos, a través de la las imágenes vamos viendo lo arraigado
que está en la comunidad japonesa el sentimiento de pertenencia a su país, en
guerra, no lo olvidemos con el país de sus ancestros.
Las islas son tan
afortunadas como nuestras Canarias, y se descubren en toda su belleza
apabullante en películas como la reciente Los descendientes, de Alexander
Payne o la desconocida, pero muy atractiva, El señor de Hawái, de Guy
Green. En el blanco y negro magnífico del documental, con verdaderas joyas
paisajísticas en los encuadres de Ford, hemos de destacar la presencia de uno
de los grandes directores de fotografía de la Historia del cine: Gregg Toland. La
excepcional pareja de artistas es capaz de hacernos ver Hawái de un modo que
resulta muy difícil no admirar tantísima belleza natural, aunque sea en blanco
y negro.
Una vez recontada la
historia de los japoneses en Hawái, como minoría mayoritaria, casi unas 150.000
personas, se ha de recordar que, a diferencia de otros lugares del Continente,
donde fueron internados en campos de concentración, no padecieron el mismo
destino en Hawái, donde todos los norteamericanos de origen japonés se pusieron
incondicionalmente del lado de su país y contra el de sus ancestros, sobre todo
después del sorprendente ataque que mermó, temporalmente, eso sí, la capacidad
de respuesta de Usamérica por mar y por aire.
La recreación del bombardeo
es magnífica, la propia de una película bélica como las dirigidas por el propio
Ford. Pueden los «puristas» ponerle pegas a la reconstrucción con maquetas de
los estragos que produjo en la «Navy» un ataque perfectamente sincronizado y
ejecutado con absoluta pericia por los aviadores japoneses. Recordemos que un
año después de este documental, Mervyn LeRoy dirigió Treinta segundos sobre
Tokyo, que es algo así como la respuesta usamericana al bombardeo de Pearl
Harbour. Las escenas bélicas de Ford no es que coincidan en muchos aspectos con
el único documental «en directo» rodado por Al Brick en la base militar el día del
ataque, después de la incursión de la aviación japonesa, sino que fue
directamente utilizado por él, mezclándolo con el resto del metraje rodado por
él. En el documental de Brick no solo se muestran los daños sufridos, sino que,
como ocurre en el documental de Ford, se narra el esfuerzo de reparación de
todos los daños causados para volverlos a poner «operativos» y seguir luchando
contra el enemigo.
El documental acaba con un recuerdo a los militares muertos, en cuyo
nombre se entrevista a uno de ellos, interpretado nada menos que por Dana Andrews,
entonces estrella emergente y gran divo de la pantalla pocos años después. El
desfile de banderas de los países que sumaron sus fuerzas a las usamericanas
concluye la narración. Recordemos, no obstante, el muy diferente valor que
tiene para los usamericanos su bandera, a la hora de juzgar el «cierre» de la
película.
Undercover es un documental algo
diferente, porque tiene más estructura de película que el anterior. Trata sobre
la formación, sobre el adiestramiento de los agentes secretos o «tapaderas»,
como refiere el título, que se instalan en otros países para transmitir
información al gobierno de cuanto pueda ser de interés para este, sobre todo en
tiempos de conflicto, enfrentamiento e incluso guerra. John Ford tiene un papel
en la película, como seleccionador de dichos espías, pero el grueso del rodaje
se centra en cómo se ha de comportar un «undercover» para no levantar ningún
tipo de sospechas respecto de su interés en ciertos asuntos que podría resultar
sospechoso para los ciudadanos del lugar donde viva destinado. Con actores en
su mayor parte secundarios que no siquiera son acreditados en el documental,
actores como el español que triunfo en Hollywood, Martín Garralaga, la danesa Osa
Massen que tuvo algún papel secundario destacado, como en Un rostro de mujer,
de George Cukor, y la aparición «de campanillas» de Peter Lorre, un cameo, como
el del propio Ford, que elevan a curiosidad que se ha de ver un documental tan raro
como el presente.
No solo se repasan los
protocolos de seguridad que ha de seguir el «tapado», sino que, viéndolo actuar
sobre el terreno, se comentan las opciones de que dispone y se corrigen las erróneas,
porque cualquier mínimo error, sea en el relato de a qué se dedica, de dónde
viene, cuáles son sus circunstancias personales, etc., puede tener funestas
consecuencias para él mismo y para su misión.
No olvidemos que detrás de
la cámara está un genio y que incluso productos tan alejados de lo que podríamos
considerar un proyecto «personal» tienen una distinción casi innata en los
enfoques, en el uso de la luz, en el ritmo narrativo. En definitiva, lo más
parecido a «un Ford», siendo, como son, «Fords de encargo».
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