miércoles, 10 de junio de 2020

«Cautivos», de Atom Egoyan o los ciberdelitos sexuales.



Un intenso thriller construido sobre la extraña sumisión de la víctima y la herida de la desaparición en los padres…

Título original:  Captives (The Captive)
Año: 2014
Duración: 108 min.
País: Canadá
Dirección: Atom Egoyan
Guion: Atom Egoyan, David Fraser
Música: Mychael Danna
Fotografía: Paul Sarossy
Reparto: Ryan Reynolds, Scott Speedman, Mireille Enos, Rosario Dawson, Bruce Greenwood, Kevin Durand, Alexia Fast, Peyton Kennedy, Brendan Gall, Aaron Poole, Jason Blicker.

Desde Exótica, que fue la primera película impactante de Atom Egoyan que vi, hasta la presente, que es la antepenúltima parece que se haya convertido en un mantra crítico que Egoyan ha ido perdiendo, película tras película, el atractivo con que apareció en este mundo del cine tan dado a los entierros como a los bautizos y, por supuesto, al encumbramiento de la inanidad. Y, sin embargo, ahí está Remember, sobre el alzheimer y la necesidad de mantener vivo el odio al mal representado por los genocidas nazis o Ararat sobre la matanza de armenios a cargo del ejército turco, un genocidio medio olvidado por quienes certifican, desde el progresismo militante, qué asciende a la categoría de casus belli y qué no, para demostrar sus dotes artísticas y certificar, eso sí, cómo ha ido alejándose de los críticos para acercarse a los espectadores.
Esta película tiene los ingredientes necesarios para mantener en vilo al espectador a lo largo de un metraje en el que se denuncia la desaparición de menores y las tramas pederastas de delitos cibernéticos. Del primer tema se hizo justamente famosa una película, La habitación, de Lenny Abrahamson, en la que la persona secuestrada incluso tiene un hijo con el secuestrador, y convive con él en ese mundo finito particular en que ella convierte para el niño el lugar de su secuestro. En Cautivos, nos sorprende, como espectadores, saber que la niña capturada en un café de carretera, mientras el padre ha entrado a comprar algo, lleva años ya viviendo en cautividad y que incluso colabora con la red de pederastas para atraer a otras víctimas con las que contacta desde una ingenuidad sobreactuada pero eficaz; una colaboración que llegará a incluir, como compensación, una entrevista casi surrealista con el padre en un lugar remoto en el que, vigilados, le es imposible al padre «rescatar» a su hija.
¿Qué nos queda? Pues una investigación policial que, a trompicones, avanza, para desesperación de los padres, hacia la inoperancia absoluta. Ese capítulo de la historia, dado el interés que siguen manteniendo por el caso la investigadora jefe y su subordinado, quien acaba convirtiéndose en su pareja, se constituye en otro sólida trama paralela de la película, sobre todo cuando la investigadora es secuestrada por la trama criminal pederasta y encerrada en un coche caravana con el único contacto auditivo de la voz del secuestrador, quien la invita a rememorar su pasado de niña apartada de la familia y llevada a un centro de menores.
Poco a poco, las líneas de investigación del padre y de la policía van dando frutos y se va estrechando el círculo de sospechosos, máxime cuando el padre ha sido capaz de colocar un móvil con geolocalizador en el vehículo de  quienes él cree que son los secuestradores de su hija, y con quienes llega a entrevistarse en un café de carretera. No ha de perder de vista el espectador, por la nula confianza del padre en la policía, tras haber sido considerado primero sospechoso y después cómplice del secuestro, que esa circunstancia se haya convertido, desde el punto de vista de la policía, en el primer obstáculo para la investigación, porque los pasos erráticos del padre podrían, caso de hallar alguna pista fiable, alertar a los secuestradores para protegerse mejor.
Todos hemos visto en los telediarios la existencia de una brigada de la Guardia Civil contra de delitos informáticos, y cómo dedican no poco esfuerzo al rastreo de los pederastas y sus seguidores en la red. Esta película le da protagonismo a un equipo de investigación similar. Estamos poco menos que ante una película de denuncia social de una práctica delictiva con la que convivimos habitualmente, aunque pueda pasarnos desapercibida porque ignoramos, por lo general, qué hacen o dejan de hacer nuestros hijos con el ordenador. En modo alguno, dada la dificultad para adentrarse en ese mundo secreto, que navega, además, por lo que llaman «la internet profunda», la película peca de trivialidad, aunque algunos extremos de la historia puedan pecar de inverosimilitud o de un exceso de fantasía urdidora; pero, en términos generales, creo que lleva muy decorosamente el desarrollo de la historia y que los padres, literalmente hundidos tras la desaparición de la hija, son representados por los intérpretes con un grado de veracidad muy notable.  Han sido muchos los casos de desapariciones de menores y jóvenes en España que han alcanzado notoriedad informativa como para que no distingamos la «propiedad» con que el matrimonio protagonista viva un hecho que le destroza la vida a cualquiera.
La película está rodada en el invierno canadiense y esa puesta en escena del frío polar se le mete a uno hasta las entretelas. La hija pequeña, además, es una excelente patinadora sobre hielo a la que se le intuya una futura gran carrera, algo que queda truncado con la desaparición.  A mí me ha parecido una película interesante que se sigue con notable interés y que  permite una reflexión sobre el poder y la sumisión notablemente compleja. En cualquier caso, pensemos que hablamos del eslabón más débil de la estructura social: los niños.

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