Un intenso thriller construido sobre la extraña sumisión
de la víctima y la herida de la desaparición en los padres…
Título original: Captives (The
Captive)
Año: 2014
Duración: 108 min.
País: Canadá
Dirección: Atom Egoyan
Guion: Atom Egoyan, David Fraser
Música: Mychael Danna
Fotografía: Paul Sarossy
Reparto: Ryan Reynolds, Scott Speedman, Mireille Enos, Rosario Dawson,
Bruce Greenwood, Kevin Durand, Alexia Fast, Peyton Kennedy, Brendan Gall, Aaron
Poole, Jason Blicker.
Desde
Exótica, que fue la primera película impactante de Atom Egoyan que vi,
hasta la presente, que es la antepenúltima parece que se haya convertido en un
mantra crítico que Egoyan ha ido perdiendo, película tras película, el
atractivo con que apareció en este mundo del cine tan dado a los entierros como
a los bautizos y, por supuesto, al encumbramiento de la inanidad. Y, sin
embargo, ahí está Remember, sobre el alzheimer y la necesidad de
mantener vivo el odio al mal representado por los genocidas nazis o Ararat sobre
la matanza de armenios a cargo del ejército turco, un genocidio medio olvidado
por quienes certifican, desde el progresismo militante, qué asciende a la
categoría de casus belli y qué no, para demostrar sus dotes artísticas y
certificar, eso sí, cómo ha ido alejándose de los críticos para acercarse a los
espectadores.
Esta
película tiene los ingredientes necesarios para mantener en vilo al espectador
a lo largo de un metraje en el que se denuncia la desaparición de menores y las
tramas pederastas de delitos cibernéticos. Del primer tema se hizo justamente
famosa una película, La habitación, de Lenny Abrahamson, en la que la
persona secuestrada incluso tiene un hijo con el secuestrador, y convive con él
en ese mundo finito particular en que ella convierte para el niño el lugar de
su secuestro. En Cautivos, nos sorprende, como espectadores, saber
que la niña capturada en un café de carretera, mientras el padre ha entrado a
comprar algo, lleva años ya viviendo en cautividad y que incluso colabora con
la red de pederastas para atraer a otras víctimas con las que contacta desde una
ingenuidad sobreactuada pero eficaz; una colaboración que llegará a incluir,
como compensación, una entrevista casi surrealista con el padre en un lugar
remoto en el que, vigilados, le es imposible al padre «rescatar» a su hija.
¿Qué
nos queda? Pues una investigación policial que, a trompicones, avanza, para
desesperación de los padres, hacia la inoperancia absoluta. Ese capítulo de la
historia, dado el interés que siguen manteniendo por el caso la investigadora
jefe y su subordinado, quien acaba convirtiéndose en su pareja, se constituye
en otro sólida trama paralela de la película, sobre todo cuando la
investigadora es secuestrada por la trama criminal pederasta y encerrada en un
coche caravana con el único contacto auditivo de la voz del secuestrador, quien
la invita a rememorar su pasado de niña apartada de la familia y llevada a un
centro de menores.
Poco
a poco, las líneas de investigación del padre y de la policía van dando frutos
y se va estrechando el círculo de sospechosos, máxime cuando el padre ha sido
capaz de colocar un móvil con geolocalizador en el vehículo de quienes él cree que son los secuestradores de
su hija, y con quienes llega a entrevistarse en un café de carretera. No ha de
perder de vista el espectador, por la nula confianza del padre en la policía,
tras haber sido considerado primero sospechoso y después cómplice del secuestro,
que esa circunstancia se haya convertido, desde el punto de vista de la policía,
en el primer obstáculo para la investigación, porque los pasos erráticos del
padre podrían, caso de hallar alguna pista fiable, alertar a los secuestradores
para protegerse mejor.
Todos
hemos visto en los telediarios la existencia de una brigada de la Guardia Civil
contra de delitos informáticos, y cómo dedican no poco esfuerzo al rastreo de
los pederastas y sus seguidores en la red. Esta película le da protagonismo a un
equipo de investigación similar. Estamos poco menos que ante una película de
denuncia social de una práctica delictiva con la que convivimos habitualmente,
aunque pueda pasarnos desapercibida porque ignoramos, por lo general, qué hacen
o dejan de hacer nuestros hijos con el ordenador. En modo alguno, dada la dificultad
para adentrarse en ese mundo secreto, que navega, además, por lo que llaman «la
internet profunda», la película peca de trivialidad, aunque algunos extremos de
la historia puedan pecar de inverosimilitud o de un exceso de fantasía
urdidora; pero, en términos generales, creo que lleva muy decorosamente el
desarrollo de la historia y que los padres, literalmente hundidos tras la
desaparición de la hija, son representados por los intérpretes con un grado de
veracidad muy notable. Han sido muchos
los casos de desapariciones de menores y jóvenes en España que han alcanzado
notoriedad informativa como para que no distingamos la «propiedad» con que el
matrimonio protagonista viva un hecho que le destroza la vida a cualquiera.
La
película está rodada en el invierno canadiense y esa puesta en escena del frío
polar se le mete a uno hasta las entretelas. La hija pequeña, además, es una
excelente patinadora sobre hielo a la que se le intuya una futura gran carrera,
algo que queda truncado con la desaparición.
A mí me ha parecido una película interesante que se sigue con notable
interés y que permite una reflexión
sobre el poder y la sumisión notablemente compleja. En cualquier caso, pensemos
que hablamos del eslabón más débil de la estructura social: los niños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario