Los duelistas en los bajos fondos y la democratización
usamericana frente a la nobleza irlandesa: una exhibición de «constantes»
fordianas…
Título original: The Blue Eagle
Año: 1926
Duración: 58 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Gerald Beaumont, Malcolm Stuart Boylan, Gordon Rigby
Música: Película muda
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto¨George O'Brien, Janet Gaynor, William Russell, Margaret
Livingston, Robert Edeson, Philip Ford, David Butler, Lew Short, Ralph
Sipperly, Jerry Madden.
Título original: The Shamrock Handicap
Año: 1926
Duración: 66 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: Peter B. Kyne, John Stone, Elizabeth Pickett
Música: Película muda
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: Janet Gaynor, Leslie Fenton, Willard Louis, J. Farrell
MacDonald, Claire McDowell, Louis Payne, George Harris, Andy Clark, Ely
Reynolds.
Rodando entre tres y cuatro películas por año, Ford aprendió
su oficio en el nulla dies sine línea del trabajo constante, y eso se
advierte, por ejemplo, en la época muda, de la que traigo a este Ojo dos
muestras muy diferentes, pero ambas, cada cual a su manera, muy atractivas,
porque Ford jamás pierde de vista la historia que cuenta, del mismo modo que no
pierde ocasión de introducir sus contrapuntos cómicos a la situación dramática
o sus subrayados políticos o existenciales de profundo calado, pero dejados ir
con la ligereza de las plumas que limpian de polvo el espacio donde se acaban
posando.
La primera, El águila azul, que se conserva muy defectuosamente, y de la que incluso falta una parte de la película, es una historia a medio
camino entre la exaltación militar, la labor redentora de la Iglesia y una
historia de amor en forma de triángulo y con dos duelistas que no pierden la ocasión
para disputarse a puñetazo limpio los favores de Janet Gaynor, a quien Borzage y Murnau convertirían en una estrella
universal con los melodramas El ángel de la calle, El séptimo cielo
y la tragedia Amanecer. No se trata, pues, de dos producciones de serie B, o
baratas, sino de dos proyectos que reúnen ingredientes habituales de las
mejores películas de Ford. Los dos duelistas, que son fogoneros en un barco de
la Navy, amigos del mismo barrio y ambos enamorados de la misma chica, irrumpen
en escena con el torso desnudo y sudoroso en plena faena de alimentar las
calderas del barco, y en la que se retan, a propósito de la supuesta «flojera»
de sus hombres. ¿Cómo lo resuelven? En cubierta, con una lucha a mamporros que
el cura castrense enseguida detiene para ponerles guantes de boxeo y
convertirla en una lucha deportiva. Una vez licenciados, el protagonista, un
George O’Brien cuya simpatía y masculinidad representaba a la perfección el héroe
fordiano, hasta que el modelo se fue haciendo más complejo con el paso del tiempo,
lo cual requeriría de otros actores distintos; el protagonista, decía, descubre
que su hermano, cojo, ha sido «abducido» por una banda de delincuentes que esta
introduciendo grandes cantidades de droga en el barrio, con los consecuentes efectos
destructivos en el tejido social del mismo. Los dos duelistas, cuya graciosa
rivalidad se va alimentando a lo largo del metraje, con situaciones de comedia pura como la larga secuencia del baile, acaban colaborando para
identificar y hundir un submarino que es el vehículo usado por los traficantes
parta traer la droga, todo ello a sugerencia del sacerdote del barrio, claro,
cuyo intervención es decisiva para la reconciliación temporal. Esa vertiente de
película de acción compensa adecuadamente el tenso triángulo amoroso y permite
un cierto lucimiento no solo de los actores, sino también de la dirección.
Resuelto el drama de la droga, queda esa combate nuclear que ha de aclarar
quién tiene «derecho» a pedir la mano de la hija del jefe de policía. Ese sí
que es, a solas los dos contendientes con el párroco como árbitro, sin dejar
entrar a sus amigos al combate, uno de los momentos estelares de la película,
un combate «a muerte» en el que ninguno de los dos da su brazo a torcer hasta
que… ¡Pero eso ya lo han de ver ustedes!
La hoja de trébol toca de lleno el «tema irlandés», por el
que Ford sentía predilección, y que aquí se nos muestra desde una perspectiva
muy curiosa: asociado a la decadencia económica de la aristocracia irlandesa y
a las carreras de caballos, porque un hombre de negocios usamericano no solo le compra dos caballos
al noble, sino que también se lleva al cuidador de los mismos para convertirlo en
jockey, aunque este duda entre aceptar el ofrecimiento o seguir al lado de su
enamorada, la hija del noble, a pesar de la diferencia de clases entre ambos.
Finalmente, acepta, y es presentado a otros jinetes en una escena muy divertida,
en la que no falta el criado negro que asume el papel del «gracioso» de nuestro
teatro clásico, aunque, en este caso, casi sin pretenderlo, dada su seriedad y
su efectivo repertorio de muecas, visajes y miradas. La desgracia se acaba
cebando en él y en una de las carreras cae del caballo y se lisia una pierna
quedando incapacitado para montar. La escena de la visita de los colegas a la clínica tiene algo de "camarote de los hermanos Marx" avant la lettre. El melodrama se acelera cuando el noble, que
no puede pagar los impuestos de su mansión, decide trasplantarse a Usamérica,
llevando el caballo de su hija, con la pretensión de que participe en las
carreras para resarcirse y poder recuperar sus propiedades. El choque cultural y
económico entre la familia del noble y los escasos recursos de que disponen se
pone de manifiesto cuando el mayordomo se emplea como peón y descubre que, al
otro lado del talud en el que él cava, está su «señor» haciendo exactamente lo
mismo que él. Como no puede ser de otra manera, se acerca el día de la gran
carrera en la que debutará el caballo de la hija y contratan al jockey judío,
el que tiene el criado negro, para montar el caballo en el gran acontecimiento.
¿…? Exacto, lo han adivinado, ese jockey monta un caballo solo acostumbrado a
que lo monten o la hija o su cuidador, y acaba rodando por el suelo muy poco
antes de empezar. Y ahí aparece la figura coja y salvadora del enamorado
dispuesto a resarcirse ante su enamorado y ante todos a quienes ha defraudado
por su merma física. Por cierto, hay un detalle que no me resisto a chafárselo a los espectadores: Cuando aparecen los intertítulos de los personajes animando al protagonista, cuando se ve al jockey judío desgañitado animándolo, ¡el intertítulo aparece escrito en hebreo! ¿Es o no es un gag de primera...! Antes de llegar a ese momento, está claro que el «factor
irlandés» ha propiciado poco menos que una reunión patriótica con motivo de la
aparición del noble, aunque esté empleado como peón caminero, porque la
reverencia de sus compatriotas hacia él no merma por el hecho de verle rebajado
de estado. Permítanme hacer hincapié en la aparición de una jovencísima actriz
a la que no he podido identificar y que es portadora de una belleza que deja en
estado de shock a cualquier espectador que la vea. Aparece al comienzo de la
película, enviada por su madre a decirle al noble que no le puede pagar la
renta y que acepte, a cambio, una cesta de galletas, y después cuando se forma
la asamblea irlandesa en la obra. Supuse que se habría convertido en una gran
estrella, pero ¡ni rastro de ella!
Es evidente que no es difícil intuir por dónde discurrirá el
romance entre Janet Gaynor y el mozo de cuadras buen mozo, Leslie Fenton, de
quien está enamorada, pero toda la película rezuma ese clásico humor fordiano
que no acabó cuajando nunca en la gran comedia que, como las de Lubitsch o
Wilder, podría haber rodado, desde luego, pero aquí hay muchos de los mimbres
con los que construyo secuencias inolvidables de sus muchas películas. Sumo y
sigo, en mi larga andadura fordiana…
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