viernes, 12 de junio de 2020

Un sucinto apunte sobre las últimas series vistas…

La vuelta al folletín, ahora visual, en tiempos de recogimiento forzoso…


Pues sí, aunque parezca mentira, en este Ojo Cosmológico también hay un amplio rincón para ese fenómeno de nuestro tiempo que son las series, y al que no puede cerrarse, sin quedar, por ello mismo, desterrado del panorama audiovisual contemporáneo. No soy un entusiasta del género, por descontado, y reconozco, por mi experiencia con Mad Men (HBO) y con Homeland (N) que no entro a ver ninguna serie que no esté completa o que, en su nueva modalidad, tenga temporadas completas que puedan verse de forma independiente de su posible continuación como tal serie. 
Al principio, como me pasó con Mad Men (HBO), A dos metros bajo tierra (HBO),  The Wire (HBO), Carnivàle (HBO), Los Soprano (HBO) o True Detective (HBO) solía comprar las series por temporadas completas, porque ni tenía una televisión con conexión a internet, pero se dilataba, a veces, tanto la aparición de las nuevas que me desesperaba. Ahora, sin comprarlas ya en vídeo, me ha sucedido algo semejante con Homeland (N), cuya última entrega se ha hecho esperar casi dos años…
Lejos, en el tiempo de la televisión única, queda el recuerdo de las grandes series que jalonaron mi vida, desde Los Monsters hasta Yo, Claudio, pasando por El detective cantante, Los intocables o Los gozos y las sombras…, por poner ejemplos que están en la memoria de todos cuantos «nacimos» a la realidad pegados ya a la pantalla del televisor desde edad tan temprana como los 9 años, acaso, sin ningún género de dudas, la primera generación totalmente televisiva de la sociedad española.
Cabe decir, de todos modos, que ninguna serie, por bien hecha que esté y por mucho interés que me despierte, puede competir con el estremecimiento estético que me produce el descubrimiento de ciertas obras maestras del cine, sobre todo de la época muda, aunque estoy abierto a todas las revelaciones en cualquier momento. Aún recuerdo el deslumbramiento que me produjo no hará mucho el Satiricón, de Fellini o, recientemente, The Party, de Sally Potter, por no remontarnos a los clásicos de Ozu o Ford.
Con todo, yo he venido aquí, hoy, a hablar de las últimas series a las que me he asomado con un interés que ha ido creciendo a medida que las veía, del mismo modo que he visto muchas otras de las que el desinterés me ha apartado a los pocos episodios, como Peaky Blinders (N), Sex Education (N) o Derry Girls (N), por poner algunos casos conocidos.  En este apartado de las «abandonadas» me atrevería a meter una de las vistas muy recientemente, Unorthodox, sobre una joven judía crecida en la secta jasídica de Nueva York a quien, poco a poco, se le va imponiendo, tras su boda insatisfactoria, el sentimiento de que vive «secuestrada» y se empeña en dar todos los pasos para salir de ese mundo cerrado en el que las mujeres actúan, básicamente, como meros agentes reproductores, un poco al estilo de El cuento de la criada, serie que no he querido ver, después del desencuentro con la historia a raíz de la película fallida de  Volker Schlöndorff, El cuento de la doncella. En Unorthodox hay un valor documental innegable, el de ofrecernos la vida por dentro de la secta, pero entre que la actriz pone de los nervios, su ingenuidad vital resulta ofensiva y sus aspiraciones desde la carencia absoluta de formación irreales, la aventura va discurriendo contra el descrédito constante del espectador. Si la meto aquí, entre las «abandonadas» es porque el éxito de la primera temporada augura una segunda inminente, que no veré, claro. Ya se advierte, imagino, que en esto de las series los factores arbitrarios en el juicio crítico son aún más fuertes que en las películas, pero, a diferencia, de en el mundo de la cinefilia, la seriefilia se mueve más en el terreno de los fans acríticos.  Como alterno entre Filmin y Netflix -y desde hace poco con Movistar, de la cual solo he visto una- pondré entre paréntesis (F) o (N) para indicar su pertenencia a una u otra plataforma.
Sin orden ni concierto, sino al puro azar del momento, es decir, sin que este orden aleatorio indique jerarquía alguna, me permito empezar por una serie The Crown (N), que empecé a ver con toda la renuencia del mundo, solo por complacer a mi Conjunta, y que fue despertando en mí un interés histórico y biográfico más que notable. Me parece una de las series más completas que he visto en los últimos tiempos. Ignoro su repercusión en Gran Bretaña y el impacto que habrá causado en “La empresa”, como llaman sus miembros al negocio patriótico de la Corona, pero he de confesar que personajes tan planos como hasta esta serie me parecían Isabel II, El duque de Edimburgo o el príncipe heredero, Carlos, por ejemplo, han asumido una dimensión biográfica en esta serie de tal complejidad que forzosamente te obliga a ver con otros ojos, a veces con los del asombro, otros con los de la piedad, otros incluso con los del afecto o la compasión, esas figuras destacadas contra un fondo institucional capaz de destrozar la vida de quien ose oponerse a los altos designios de la institución que ha de prevalecer sobre quienes ocupen tan alta  responsabilidad. La historia familiar del Duque de Edimburgo, por ejemplo, su dura educación; la historia de su madre, considerada una perturbada mental y apartada de la familia en Grecia… son partes memorables de un fresco histórico en el que se ventilan historias personales de profundo interés dramático. No, no vienen de Lady Di, los males impopulares de la Corona, sino de mucho antes; tanto como de cuando la crisis entre la reina Isabel y su marido, Felipe, permitió que fuera noticia pública el rumor de su inminente divorcio. Vi con mi Conjunta el final de Downton Abbey (N), que ha hecho mundialmente famosos a sus intérpretes y que incluso ha dado pie a una larga película, y algo de esa excelente factura «británica» para las series hay en esta magnífica, cuyos modernos enfoques histórico -el capítulo de los diversos Prime Ministers con quienes tiene relación la reina es uno de los aciertos de la serie- y biográfico, evitando cualquier censura o hagiografía extemporáneas, otorgan una solidez a la serie que por fuerza ha de satisfacer al más crítico de los espectadores. Altísimamente recomendable, by the way.
Quizás debería haber empezado esta crónica de visionados con Homeland (N), porque, tras haber visto todas sus temporadas en forma de maratón, que es la única forma apropiada para ver series como Breaking Bad (N), por ejemplo, a la que considero una película aristotélica de 46 horas…, la última se ha retrasado casi dos años de espera impaciente; y aun esta se ha partido en dos entregas entre las que también han pasado sus buenos meses. No estaba muy motivado para verla, pero qué duda cabe de que la política de espionaje usamericana está retratada en esta serie sobre agentes de la CIA con una fidelidad extraordinaria; tanta, que las últimas noticias reales sobre el enfrentamiento entre Irán y el gobierno usamericano de Trump me parecían avances de los últimos episodios de la serie. Los dos personajes principales, Saul Berenson y su agente «especial», Carrie Mathison, consiguen volverse «entrañables» para los espectadores, quienes seguimos los muy variados lances de su condición de caballero y señora «de Fortuna», con el corazón encogido. Y llega un momento en que ni siquiera el radical abuso del intervencionismo usamericano en el mundo nos aparta de ese temor por el destino de los dos agentes, siempre pendientes de que su vida penda, valga la redundancia, de un hilo. Hace poco, Savater expresaba su desilusión por el final de sus aventuras y la soledad en que le dejaban. Es cierto que el final es tan abierto que incluso, de aquí a unos años, pudiera rodarse una continuación, pero bien está como ha quedado, aunque cualquier final, por bueno que sea, deja siempre, si no es la muerte irrevocable, un poso de insatisfacción o de contrariedad. La protagonista de la serie padece bipolaridad, y estoy convencido de que esa condición habrá contribuido, al menos en el caso de esta dolencia, a combatir el estigma social que domina en nuestras sociedades frente a los trastornos mentales de carácter relativamente leve, como es la bipolaridad si diagnosticada y tratada a tiempo. Que lo padezca una especie de superheroína humanísima, fuerte como una roca y tierna como una adolescente enamorada, habrá hecho mucho por la causa de hombres y mujeres que conviven con ese trastorno. La fidelidad a las fuentes es tan extraordinaria que se representa uno enseguida la perfección con la que trabaja el espionaje usamericano, si bien comprende, al mismo tiempo, los impedimentos políticos que condicionan su desarrollo. La serie está llena de historias sorprendentes e incluso cuenta, con una verosimilitud total, la efímera presidencia de la primera mujer en la Historia del país. ¡Qué capacidad de convicción, la de los experimentados guionistas de la serie! No hay historia que no aceptemos a pies juntillas y que, además, sigamos con una entrega total a los destinos de los personajes que las pueblan. Me han molestado tanto los compases de espera, que no descarto, así que pasen cinco años, volverla a ver en una maratón de tres capítulos diarios. Hemos visto a Claire Danes en una película sobre un hijo con problemas de indefinición sexual, A kid like Jakes, de Silas Howard, pero le va a costar mucho ser aceptada como alguien distinta de Carrie Mathison. Son los pros y los contras de las series. Lo mismo le podría haber pasado a Tatiana Maslany, multipersonaje de Orphan Black (N) -que figura entre las series «abandonadas», y a quien vimos, muy distinta de su serie, en La dama de Oro, de Simon Curtis. Sobre El método Kominsky ya me explayé en una crítica hecha en este Ojo, y a ella remito a los interesados, aunque reitero aquí mi complacencia con una serie para «jubilados» en la que la vejez, sus achaques, ridiculeces y neuras, es objeto de crítica mordaz e inteligente. Cuenta, además, con dos interpretaciones de categoría, la de Aaron Arkin y la de Michael Douglas. Como gira en torno a un productor de cine jubilado y viudo reciente y a un actor fracasado que triunfa con su escuela de actores, son muy frecuentes las alusiones a un mundo en el que ambos actores han vivido siempre intensamente.
En el capítulo de las series españolas, he visto tres de muy diferente catadura. El sabor de las margaritas (N) es una serie gallega de investigación criminal en una pequeña localidad del interior. Los personajes centrales pertenecen a la Guardia Civil y la investigadora se presenta como una de las piezas del puzzle que ha de ser resuelto por ella misma y por los demás. La acción dramática progresa magníficamente y toda ella está impregnada del mejor realismo, convincente y persuasivo. Hay unos toques esotéricos que no distraen en exceso del caso, pero que sirven para que el desenlace llame mucho más la atención. La película se puede seguir en versión original en gallego, porque nada se perderán los espectadores y sí ganarán en «sabor local», un provincianismo que potencia la serie, al hacerla más cercana a nosotros. A mí me recordó mucho la extraordinaria película de Joaquim Jordà, Un cos al bosc, protagonizada por una inconmensurable Rossy de Palma también en el papel de guardiacivil
Arde Madrid (Movistar) es una miniserie centrada en la estancia de Ava Gardner en Madrid, dirigida por Paco León e interpretada por él y por una actriz en estado de gracia: Inma Cuesta. La trama de la picaresca que pretende sacar un beneficio de la cercanía a la actriz, así como un «sofisticado» plan de vigilancia de la actriz y sus fieles por parte de la Sección Femenina a través de la criada que mandan a su casa, para enterarse de los planes de los opositores al Régimen da pie a un enredo muy bien llevado, con una ambientación impecable, un blanco y negro de los mejores tiempos del cine español de los 50 e incluso con una Ava Gardner que no desmerece en absoluto de tan difícil papel. El «matrimonio» del pícaro con la criada falangista es una muestra del mejor esperpento nacional, así como la relación del chófer con el gitano y sus trapicheos de medio pelo. La serie enlaza, a su manera, con aquella vieja y excelente película, Truhanes, de Miguel Hermoso, con unos inolvidables Arturo Fernández y Paco Rabal, y con otra serie, Juncal, que no vi, salvo esporádicamente, porque me cargaba hasta la náusea el personaje que Paco Rabal bordaba, como todo lo suyo
Finalmente, la muy celebrada La casa de papel (N) -y anticipo que no puedo soportar la figura del  protagonista «el profesor»-, que es una serie calcada de una entretenida película interpretada por Clive Owen, Plan oculto, dirigida por Spike Lee. He de reconocer que toda la parte «personal» de los miembros de la banda se me hacía muy difícil de soportar, razón por la cual, a partir de la segunda temporada, y después de un trabajado pacto parlamentario con mi Conjunta, solíamos «pasar» con cámara rápida  esos «pestiños» para dar continuidad a la acción principal, dando por buenas sus exageraciones e inverosimilitudes. Solo así, he podido llegar a ese punto en que el protagonista parece acorralado y a punto de perderlo todo en que la serie se ha suspendido por el confinamiento. Como es preceptivo, acabaré de verla con la «piadosa censura» de por medio. En conjunto, me parece una extraña mezcla de ficción podemita que toma de V de vendetta, de James McTeigue, la dimensión político-populista -por cierto, las manifestaciones en los exteriores del supuesto Banco de España dan una horrorosa vergüenza ajena- y le añade el cinismo de Ocean’s Eleven, de Steven Soderbergh para confeccionar un producto que ha tenido tanto éxito como reblandecido está el espíritu crítico de los espectadores.
Capítulo aparte podemos considerar las últimas series de una sola temporada que hemos visto en Filmin, todas ellas británicas, de carácter realista, con una trama detectivesca y con unas interpretaciones muy del gusto de las tradicionalmente bien consideradas, como son las de la escuela británica de interpretación, que nos ha dado joyas como Retorno a Brideshead, Yo, Claudio, El detective cantante o cualesquiera otras que cada uno puede aportar desde su agradecida memoria, sin despreciar Los Roper o Sí, Ministro, por supuesto. Están, al menos tres de ellas, como cortadas por el mismo patrón: una pequeña localidad; personajes que se conocen; dramas que incluyen alguna muerte trágica y no pocas pasiones humanas que se muestran en escenarios de singular belleza. Me refiero a series como The Bay(F), El incendio(F) o Deep Water(F), todas ellas entretenidas y de muy cómoda visión, porque giran alrededor de la vida en comunidad y nos muestran la vida cotidiana de buena parte del pueblo británico, con su diversidad de acentos incluida y sin escatimar las miserias y las grandezas que en esas pequeñas comunidades se suceden casi sin solución de continuidad, aunque tengamos la tentaciçon de preguntarnos cómo es posible que ocurran tantas cosas en lugares tan pequeños. En ese punto, sin embargo, recordamos una olvidadísima serie de RTVE, Plinio, ubicada en la localidad de Tomelloso y donde suceden más crímenes que en todas las anteriormente citadas. Fue una serie dirigida por Antonio Giménez Rico, con guion de José Luis Garci y con una interpretación fastuosa de Antonio Casal, como Plinio.  Quede aquí, pues,  consignada la reivindicación necesaria. 
Otras series, sin embargo, tiene más serias aspiraciones, como Doctor Foster(N), quizá, a fuerza de su tremendo descenso a los abismos de las pasiones destructivas, la más notable de todas, una serie escalofriante que nos sumerge en el proceso destructivo de un matrimonio que se divorcia sin el talismán del «de mutuo acuerdo», lo que nos lleva a  un exhaustivo análisis del divorcio y el odio que puede generar en quienes son abandonados y en quienes, por otra parte, no acaban de entender que hayan deshecho la vida de otra persona. La perversidad de los personajes alcanza tales cotas de inhumanidad que al llegar al final de las dos temporadas, tanto mi Conjunta como yo nos asustamos de pensar que «eso» pudiera tener una continuación, aunque ahí está, en medio, el hijo de ambos que daría pie…¡ni queremos pensar bajo qué nuevas ominosas crueldades! La protagonista, Suranne Jones, galardonadísima por esta creación, ofrece un recital interpretativo memorable. 
Otra serie con mayores aspiraciones es La víctima (F), Se trata de una serie dramática que gira en torno a la sed de venganza de una enfermera cuyo segundo hijo fue asesinado por una persona que, tras cumplir condena, sale en libertad con la identidad cambiada para poder desarrollar una nueva vida. Como la sed de venganza de la madre es insaciable, desde que le llega el «soplo» de que el criminal se ha instalado en la misma localidad bajo una identidad falsa, todo su empeño consiste en crear una campaña de intimidación al sospechoso para conseguir llevarlo ante los tribunales para que explique lo inexplicable: por qué mató a su hijo. Otras biografías paralelas completan el intrincado nudo de suposiciones y mentiras que acaban sustanciándose en un juicio al que el acusado por la madre lleva a esta, tras sufrir una agresión vandálica, lo que levanta las sospechas de su propia mujer, quien, de repente, ignora con quién puede estar casada y haber tenido una hija… 
Finalmente, añadiré la serie Mrs. Wilson (F), construida sobre un caso de personalidad múltiple de un funcionario británico que, supuestamente, pertenece al servicio secreto y tras cuya muerte, su mujer contempla cómo se presenta ante ella otra viuda de Mr. Wilson, con sus hijos. Se trata, aunque parezca una ficción, de la autobiograf-ía de la abuela de la actriz Ruth Wilson, a quienes los aficionados a las series habrán visto en una pasable, Luther, y en otra que es un pastelón insufrible, The Affair, con un insoportable y ridículo Dominic West, el archicelebrado protagonista de The Wire. Ruth Wilson se mete en la piel de su abuela y nos ofrece un auténtico recital interpretativo en una historia llena de sorpresas y cuya realidad objetiva nos sorprende muchísimo más que la más retorcida de las ficciones que nos pueda ofrecer Black Mirror, una serie premium que nunca deja indiferente al espectador, desde luego. La ambientación y el sesgo psicológico de la historia se conjugan para ofrecernos un típico producto BBC, por ejemplo, cuyas series siempre han tenido el aval de producto perfectamente acabado. De todas estas series que voy comentando, uno de sus principales alicientes es la brevedad, que no se alargan en temporadas tras temporadas con el único fin de retener cuota de pantalla y los ingresos correspondientes.
Mindhunter (N) es una serie a medio ver, porque vi la primera e increíble temporada, por la recomendación de mi amigo Joselu y, al abrir el primer capítulo, por la sorpresa de encontrar a David Fincher detrás del proyecto, una garantía casi absoluta. El planteamiento de la serie, la investigación psicológica de las motivaciones de los asesinos en serie no solo es original, sino que da pie, a pesar de su aparente sencillez, a una suerte de subgénero policial, como lo podría ser, por ejemplo, las centradas en los investigadores de los «asuntos internos», y cuya «necesidad» no es en modo alguno algo obvio para las autoridades. La galería de asesinos es tan variada como inquietante y la serie logra crear en torno a ellos un halo de terror y de reacciones imprevisibles que pueden llegar a poner en juego, como lo hacen, la integridad física y psicológica de los investigadores. La sobriedad de la serie remite a la estética de su película Zodiac y la aparición estelar entre los «malos» es la de Charles Manson, unos capítulos espectaculares. A modo de anécdota diré que en la película de Tarantino sobre el asesinato de Sharon Tate, el actor que interpreta a Manson aparece apenas en un plano porque tenía un contrato en exclusiva con la serie, donde tiene el destacadísimo papel que su absoluto parecido con el asesino le permite realizar. Un día de estos, a la que las películas y las lecturas me den un respiro, me sentaré para ver de un tirón la segunda temporada ya disponible.
Mi experiencia lectora con las trilogías, tiene un paralelismo con las series en un título, El señor de los anillos, que se fue publicando a medida que iban traduciendo los tres volúmenes, con la consiguiente espera entre cada uno de ellos. ¡Nunca se lo perdonaré a la editorial Minotauro, pueden creerme! ¡Seis meses yendo cada semana a mi librería a preguntar si ya había salido un libro tan singular, aun a pesar de su diferencia abismal, como Los viajes de Gulliver, por ejemplo!
Supongo que alguien se puede preguntar, con total pertinencia, de dónde se saca el tiempo para ver cuanto este Ojo ve y para leer cuanto el Artista desencajado lee, sin que, por ello, se haya de suspender la vida corriente, ¡y mucho menos la atlética!, pero esos son secretos que algún día debería escribir en un Manual de uso y abuso del Tiempo, o ansí.




















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