La
vuelta al folletín, ahora visual, en tiempos de recogimiento forzoso…
Pues sí, aunque parezca mentira, en este Ojo Cosmológico también hay un amplio rincón para ese fenómeno de nuestro tiempo que son las series, y al que no puede cerrarse, sin quedar, por ello mismo, desterrado del panorama audiovisual contemporáneo. No soy un entusiasta del género, por descontado, y reconozco, por mi experiencia con Mad Men (HBO) y con Homeland (N) que no entro a ver ninguna serie que no esté completa o que, en su nueva modalidad, tenga temporadas completas que puedan verse de forma independiente de su posible continuación como tal serie. Al principio, como me pasó con Mad Men (HBO), A dos metros bajo tierra (HBO), The Wire (HBO), Carnivàle (HBO), Los Soprano (HBO) o True Detective (HBO) solía comprar las series por temporadas completas, porque ni tenía una televisión con conexión a internet, pero se dilataba, a veces, tanto la aparición de las nuevas que me desesperaba. Ahora, sin comprarlas ya en vídeo, me ha sucedido algo semejante con Homeland (N), cuya última entrega se ha hecho esperar casi dos años…
Lejos,
en el tiempo de la televisión única, queda el recuerdo de las grandes series
que jalonaron mi vida, desde Los Monsters hasta Yo, Claudio,
pasando por El detective cantante, Los intocables o Los gozos
y las sombras…, por poner ejemplos que están en la memoria de todos cuantos
«nacimos» a la realidad pegados ya a la pantalla del televisor desde edad tan
temprana como los 9 años, acaso, sin ningún género de dudas, la primera
generación totalmente televisiva de la sociedad española.
Cabe
decir, de todos modos, que ninguna serie, por bien hecha que esté y por mucho
interés que me despierte, puede competir con el estremecimiento estético que me
produce el descubrimiento de ciertas obras maestras del cine, sobre todo de la
época muda, aunque estoy abierto a todas las revelaciones en cualquier momento.
Aún recuerdo el deslumbramiento que me produjo no hará mucho el Satiricón,
de Fellini o, recientemente, The Party, de Sally Potter, por no
remontarnos a los clásicos de Ozu o Ford.
Con
todo, yo he venido aquí, hoy, a hablar de las últimas series a las que me he
asomado con un interés que ha ido creciendo a medida que las veía, del mismo
modo que he visto muchas otras de las que el desinterés me ha apartado a los
pocos episodios, como Peaky Blinders (N), Sex Education (N) o Derry
Girls (N), por poner algunos casos conocidos. En este apartado de las «abandonadas» me atrevería
a meter una de las vistas muy recientemente, Unorthodox, sobre una joven
judía crecida en la secta jasídica de Nueva York a quien, poco a poco, se le va
imponiendo, tras su boda insatisfactoria, el sentimiento de que vive «secuestrada»
y se empeña en dar todos los pasos para salir de ese mundo cerrado en el que
las mujeres actúan, básicamente, como meros agentes reproductores, un poco al
estilo de El cuento de la criada, serie que no he querido ver, después
del desencuentro con la historia a raíz de la película fallida de Volker Schlöndorff, El cuento de la
doncella. En Unorthodox hay un valor documental innegable, el de ofrecernos
la vida por dentro de la secta, pero entre que la actriz pone de los nervios,
su ingenuidad vital resulta ofensiva y sus aspiraciones desde la carencia
absoluta de formación irreales, la aventura va discurriendo contra el descrédito
constante del espectador. Si la meto aquí, entre las «abandonadas» es porque el
éxito de la primera temporada augura una segunda inminente, que no veré, claro.
Ya se advierte, imagino, que en esto de las series los factores arbitrarios en
el juicio crítico son aún más fuertes que en las películas, pero, a diferencia,
de en el mundo de la cinefilia, la seriefilia se mueve más en el terreno de los
fans acríticos. Como alterno entre
Filmin y Netflix -y desde hace poco con Movistar, de la cual solo he visto una-
pondré entre paréntesis (F) o (N) para indicar su pertenencia a una u
otra plataforma.
Sin
orden ni concierto, sino al puro azar del momento, es decir, sin que este orden
aleatorio indique jerarquía alguna, me permito empezar por una serie The
Crown (N), que empecé a ver con toda la renuencia del mundo, solo por
complacer a mi Conjunta, y que fue despertando en mí un interés histórico y
biográfico más que notable. Me parece una de las series más completas que he
visto en los últimos tiempos. Ignoro su repercusión en Gran Bretaña y el
impacto que habrá causado en “La empresa”, como llaman sus miembros al negocio
patriótico de la Corona, pero he de confesar que personajes tan planos como
hasta esta serie me parecían Isabel II, El duque de Edimburgo o el príncipe
heredero, Carlos, por ejemplo, han asumido una dimensión biográfica en esta
serie de tal complejidad que forzosamente te obliga a ver con otros ojos, a
veces con los del asombro, otros con los de la piedad, otros incluso con los
del afecto o la compasión, esas figuras destacadas contra un fondo
institucional capaz de destrozar la vida de quien ose oponerse a los altos
designios de la institución que ha de prevalecer sobre quienes ocupen tan
alta responsabilidad. La historia
familiar del Duque de Edimburgo, por ejemplo, su dura educación; la historia de
su madre, considerada una perturbada mental y apartada de la familia en Grecia…
son partes memorables de un fresco histórico en el que se ventilan historias
personales de profundo interés dramático. No, no vienen de Lady Di, los males
impopulares de la Corona, sino de mucho antes; tanto como de cuando la crisis
entre la reina Isabel y su marido, Felipe, permitió que fuera noticia pública
el rumor de su inminente divorcio. Vi con mi Conjunta el final de Downton
Abbey (N), que ha hecho mundialmente famosos a sus intérpretes y que
incluso ha dado pie a una larga película, y algo de esa excelente factura
«británica» para las series hay en esta magnífica, cuyos modernos enfoques
histórico -el capítulo de los diversos Prime Ministers con quienes tiene
relación la reina es uno de los aciertos de la serie- y biográfico, evitando
cualquier censura o hagiografía extemporáneas, otorgan una solidez a la serie
que por fuerza ha de satisfacer al más crítico de los espectadores.
Altísimamente recomendable, by the way.
Quizás
debería haber empezado esta crónica de visionados con Homeland (N),
porque, tras haber visto todas sus temporadas en forma de maratón, que es la
única forma apropiada para ver series como Breaking Bad (N), por
ejemplo, a la que considero una película aristotélica de 46 horas…, la última
se ha retrasado casi dos años de espera impaciente; y aun esta se ha partido en
dos entregas entre las que también han pasado sus buenos meses. No estaba muy
motivado para verla, pero qué duda cabe de que la política de espionaje
usamericana está retratada en esta serie sobre agentes de la CIA con una
fidelidad extraordinaria; tanta, que las últimas noticias reales sobre el
enfrentamiento entre Irán y el gobierno usamericano de Trump me parecían
avances de los últimos episodios de la serie. Los dos personajes principales,
Saul Berenson y su agente «especial», Carrie Mathison, consiguen volverse
«entrañables» para los espectadores, quienes seguimos los muy variados lances
de su condición de caballero y señora «de Fortuna», con el corazón encogido. Y
llega un momento en que ni siquiera el radical abuso del intervencionismo
usamericano en el mundo nos aparta de ese temor por el destino de los dos
agentes, siempre pendientes de que su vida penda, valga la redundancia, de un
hilo. Hace poco, Savater expresaba su desilusión por el final de sus aventuras
y la soledad en que le dejaban. Es cierto que el final es tan abierto que
incluso, de aquí a unos años, pudiera rodarse una continuación, pero bien está
como ha quedado, aunque cualquier final, por bueno que sea, deja siempre, si no
es la muerte irrevocable, un poso de insatisfacción o de contrariedad. La
protagonista de la serie padece bipolaridad, y estoy convencido de que esa
condición habrá contribuido, al menos en el caso de esta dolencia, a combatir
el estigma social que domina en nuestras sociedades frente a los trastornos
mentales de carácter relativamente leve, como es la bipolaridad si
diagnosticada y tratada a tiempo. Que lo padezca una especie de superheroína
humanísima, fuerte como una roca y tierna como una adolescente enamorada, habrá
hecho mucho por la causa de hombres y mujeres que conviven con ese trastorno.
La fidelidad a las fuentes es tan extraordinaria que se representa uno
enseguida la perfección con la que trabaja el espionaje usamericano, si bien
comprende, al mismo tiempo, los impedimentos políticos que condicionan su
desarrollo. La serie está llena de historias sorprendentes e incluso cuenta,
con una verosimilitud total, la efímera presidencia de la primera mujer en la
Historia del país. ¡Qué capacidad de convicción, la de los experimentados
guionistas de la serie! No hay historia que no aceptemos a pies juntillas y
que, además, sigamos con una entrega total a los destinos de los personajes que
las pueblan. Me han molestado tanto los compases de espera, que no descarto,
así que pasen cinco años, volverla a ver en una maratón de tres capítulos
diarios. Hemos visto a Claire Danes en una película sobre un hijo con problemas
de indefinición sexual, A kid like Jakes, de Silas Howard, pero le va a
costar mucho ser aceptada como alguien distinta de Carrie Mathison. Son los
pros y los contras de las series. Lo mismo le podría haber pasado a Tatiana
Maslany, multipersonaje de Orphan Black (N) -que figura entre las series
«abandonadas», y a quien vimos, muy distinta de su serie, en La dama de Oro,
de Simon Curtis. Sobre El
método Kominsky ya me explayé en una crítica hecha en este Ojo,
y a ella remito a los interesados, aunque reitero aquí mi complacencia con una
serie para «jubilados» en la que la vejez, sus achaques, ridiculeces y neuras,
es objeto de crítica mordaz e inteligente. Cuenta, además, con dos
interpretaciones de categoría, la de Aaron Arkin y la de Michael Douglas. Como
gira en torno a un productor de cine jubilado y viudo reciente y a un actor fracasado
que triunfa con su escuela de actores, son muy frecuentes las alusiones a un
mundo en el que ambos actores han vivido siempre intensamente.
En el
capítulo de las series españolas, he visto tres de muy diferente catadura. El
sabor de las margaritas (N) es una serie gallega de investigación criminal
en una pequeña localidad del interior. Los personajes centrales pertenecen a la
Guardia Civil y la investigadora se presenta como una de las piezas del puzzle
que ha de ser resuelto por ella misma y por los demás. La acción dramática
progresa magníficamente y toda ella está impregnada del mejor realismo,
convincente y persuasivo. Hay unos toques esotéricos que no distraen en exceso
del caso, pero que sirven para que el desenlace llame mucho más la atención. La
película se puede seguir en versión original en gallego, porque nada se
perderán los espectadores y sí ganarán en «sabor local», un provincianismo que
potencia la serie, al hacerla más cercana a nosotros. A mí me recordó mucho la
extraordinaria película de Joaquim Jordà, Un cos al bosc, protagonizada
por una inconmensurable Rossy de Palma también en el papel de guardiacivil.
Arde
Madrid (Movistar) es una miniserie centrada en la estancia de Ava Gardner
en Madrid, dirigida por Paco León e interpretada por él y por una actriz en
estado de gracia: Inma Cuesta. La trama de la picaresca que pretende sacar un
beneficio de la cercanía a la actriz, así como un «sofisticado» plan de
vigilancia de la actriz y sus fieles por parte de la Sección Femenina a través
de la criada que mandan a su casa, para enterarse de los planes de los
opositores al Régimen da pie a un enredo muy bien llevado, con una ambientación
impecable, un blanco y negro de los mejores tiempos del cine español de los 50
e incluso con una Ava Gardner que no desmerece en absoluto de tan difícil
papel. El «matrimonio» del pícaro con la criada falangista es una muestra del
mejor esperpento nacional, así como la relación del chófer con el gitano y sus
trapicheos de medio pelo. La serie enlaza, a su manera, con aquella vieja y
excelente película, Truhanes, de Miguel Hermoso, con unos inolvidables
Arturo Fernández y Paco Rabal, y con otra serie, Juncal, que no vi,
salvo esporádicamente, porque me cargaba hasta la náusea el personaje que Paco
Rabal bordaba, como todo lo suyo.
Finalmente, la muy celebrada La casa de
papel (N) -y anticipo que no puedo soportar la figura del protagonista «el profesor»-, que es una serie
calcada de una entretenida película interpretada por Clive Owen, Plan oculto,
dirigida por Spike Lee. He de reconocer que toda la parte «personal» de los
miembros de la banda se me hacía muy difícil de soportar, razón por la cual, a
partir de la segunda temporada, y después de un trabajado pacto parlamentario con
mi Conjunta, solíamos «pasar» con cámara rápida esos «pestiños» para dar continuidad a la
acción principal, dando por buenas sus exageraciones e inverosimilitudes. Solo
así, he podido llegar a ese punto en que el protagonista parece acorralado y a
punto de perderlo todo en que la serie se ha suspendido por el confinamiento.
Como es preceptivo, acabaré de verla con la «piadosa censura» de por medio. En
conjunto, me parece una extraña mezcla de ficción podemita que toma de V de
vendetta, de James McTeigue, la dimensión político-populista -por cierto,
las manifestaciones en los exteriores del supuesto Banco de España dan una
horrorosa vergüenza ajena- y le añade el cinismo de Ocean’s Eleven, de
Steven Soderbergh para confeccionar un producto que ha tenido tanto éxito como
reblandecido está el espíritu crítico de los espectadores.
Capítulo
aparte podemos considerar las últimas series de una sola temporada que hemos
visto en Filmin, todas ellas británicas, de carácter realista, con una trama
detectivesca y con unas interpretaciones muy del gusto de las tradicionalmente
bien consideradas, como son las de la escuela británica de interpretación, que
nos ha dado joyas como Retorno a Brideshead, Yo, Claudio, El
detective cantante o cualesquiera otras que cada uno puede aportar desde su
agradecida memoria, sin despreciar Los Roper o Sí, Ministro, por
supuesto. Están, al menos tres de ellas, como cortadas por el mismo patrón: una
pequeña localidad; personajes que se conocen; dramas que incluyen alguna muerte
trágica y no pocas pasiones humanas que se muestran en escenarios de singular
belleza. Me refiero a series como The Bay(F), El incendio(F) o Deep
Water(F), todas ellas entretenidas y de muy cómoda visión, porque giran
alrededor de la vida en comunidad y nos muestran la vida cotidiana de buena
parte del pueblo británico, con su diversidad de acentos incluida y sin
escatimar las miserias y las grandezas que en esas pequeñas comunidades se
suceden casi sin solución de continuidad, aunque tengamos la tentaciçon de
preguntarnos cómo es posible que ocurran tantas cosas en lugares tan pequeños.
En ese punto, sin embargo, recordamos una olvidadísima serie de RTVE, Plinio,
ubicada en la localidad de Tomelloso y donde suceden más crímenes que en todas
las anteriormente citadas. Fue una serie dirigida por Antonio Giménez Rico, con
guion de José Luis Garci y con una interpretación fastuosa de Antonio Casal,
como Plinio. Quede aquí, pues, consignada la reivindicación necesaria.
Otras
series, sin embargo, tiene más serias aspiraciones, como Doctor Foster(N),
quizá, a fuerza de su tremendo descenso a los abismos de las pasiones
destructivas, la más notable de todas, una serie escalofriante que nos sumerge
en el proceso destructivo de un matrimonio que se divorcia sin el talismán del
«de mutuo acuerdo», lo que nos lleva a un exhaustivo análisis del divorcio y el odio
que puede generar en quienes son abandonados y en quienes, por otra parte, no
acaban de entender que hayan deshecho la vida de otra persona. La perversidad
de los personajes alcanza tales cotas de inhumanidad que al llegar al final de
las dos temporadas, tanto mi Conjunta como yo nos asustamos de pensar que «eso»
pudiera tener una continuación, aunque ahí está, en medio, el hijo de ambos que
daría pie…¡ni queremos pensar bajo qué nuevas ominosas crueldades! La
protagonista, Suranne Jones, galardonadísima por esta creación, ofrece un
recital interpretativo memorable.
Otra serie con mayores aspiraciones es La
víctima (F), Se trata de una serie dramática que gira en torno a la sed de
venganza de una enfermera cuyo segundo hijo fue asesinado por una persona que,
tras cumplir condena, sale en libertad con la identidad cambiada para poder
desarrollar una nueva vida. Como la sed de venganza de la madre es insaciable,
desde que le llega el «soplo» de que el criminal se ha instalado en la misma
localidad bajo una identidad falsa, todo su empeño consiste en crear una
campaña de intimidación al sospechoso para conseguir llevarlo ante los
tribunales para que explique lo inexplicable: por qué mató a su hijo. Otras
biografías paralelas completan el intrincado nudo de suposiciones y mentiras
que acaban sustanciándose en un juicio al que el acusado por la madre lleva a
esta, tras sufrir una agresión vandálica, lo que levanta las sospechas de su
propia mujer, quien, de repente, ignora con quién puede estar casada y haber
tenido una hija…
Finalmente, añadiré la serie Mrs. Wilson (F),
construida sobre un caso de personalidad múltiple de un funcionario británico
que, supuestamente, pertenece al servicio secreto y tras cuya muerte, su mujer
contempla cómo se presenta ante ella otra viuda de Mr. Wilson, con sus hijos.
Se trata, aunque parezca una ficción, de la autobiograf-ía de la abuela de la actriz
Ruth Wilson, a quienes los aficionados a las series habrán visto en una pasable,
Luther, y en otra que es un pastelón insufrible, The Affair, con
un insoportable y ridículo Dominic West, el archicelebrado protagonista de The
Wire. Ruth Wilson se mete en la piel de su abuela y nos ofrece un auténtico
recital interpretativo en una historia llena de sorpresas y cuya realidad
objetiva nos sorprende muchísimo más que la más retorcida de las ficciones que
nos pueda ofrecer Black Mirror, una serie premium que nunca deja
indiferente al espectador, desde luego. La ambientación y el sesgo psicológico
de la historia se conjugan para ofrecernos un típico producto BBC, por ejemplo,
cuyas series siempre han tenido el aval de producto perfectamente acabado. De
todas estas series que voy comentando, uno de sus principales alicientes es la
brevedad, que no se alargan en temporadas tras temporadas con el único fin de retener
cuota de pantalla y los ingresos correspondientes.
Mindhunter
(N) es una serie a medio ver, porque vi la primera e increíble
temporada, por la recomendación de mi amigo Joselu y, al abrir el primer capítulo,
por la sorpresa de encontrar a David Fincher detrás del proyecto, una garantía casi
absoluta. El planteamiento de la serie, la investigación psicológica de las
motivaciones de los asesinos en serie no solo es original, sino que da pie, a
pesar de su aparente sencillez, a una suerte de subgénero policial, como lo
podría ser, por ejemplo, las centradas en los investigadores de los «asuntos
internos», y cuya «necesidad» no es en modo alguno algo obvio para las
autoridades. La galería de asesinos es tan variada como inquietante y la serie
logra crear en torno a ellos un halo de terror y de reacciones imprevisibles
que pueden llegar a poner en juego, como lo hacen, la integridad física y
psicológica de los investigadores. La sobriedad de la serie remite a la
estética de su película Zodiac y la aparición estelar entre los «malos»
es la de Charles Manson, unos capítulos espectaculares. A modo de anécdota diré
que en la película de Tarantino sobre el asesinato de Sharon Tate, el actor que
interpreta a Manson aparece apenas en un plano porque tenía un contrato en
exclusiva con la serie, donde tiene el destacadísimo papel que su absoluto
parecido con el asesino le permite realizar. Un día de estos, a la que las
películas y las lecturas me den un respiro, me sentaré para ver de un tirón la
segunda temporada ya disponible.
Mi
experiencia lectora con las trilogías, tiene un paralelismo con las series en
un título, El señor de los anillos, que se fue publicando a medida que
iban traduciendo los tres volúmenes, con la consiguiente espera entre cada uno
de ellos. ¡Nunca se lo perdonaré a la editorial Minotauro, pueden creerme!
¡Seis meses yendo cada semana a mi librería a preguntar si ya había salido un
libro tan singular, aun a pesar de su diferencia abismal, como Los viajes de
Gulliver, por ejemplo!
Supongo
que alguien se puede preguntar, con total pertinencia, de dónde se saca el
tiempo para ver cuanto este Ojo ve y para leer cuanto el Artista
desencajado lee, sin que, por ello, se haya de suspender la vida corriente,
¡y mucho menos la atlética!, pero esos son secretos que algún día debería
escribir en un Manual de uso y abuso del Tiempo, o ansí.
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