Un drama sin concesiones en el que la naturaleza adquiere
un protagonismo dramático o el hijo no deseado y «desaparecido»…
Título original: Nelyubov
Año: 2017
Duración: 128 min.
País: Rusia
Dirección: Andrey Zvyagintsev
Guion: Andrey Zvyagintsev, Oleg Negin
Música: Evgueni Galperine
Fotografía: Mikhail Krichman
Reparto: Maryana Spivak, Aleksey Rozin, Matvey Novikov, Marina
Vasilyeva, Andris Keishs, Alexey Fateev.
La mayor violencia imaginable contra los hijos es
demostrarles que jamás los has querido y que son un estorbo en tu vida. Esa es
la situación de partida de una película que no se ve sin una poderosa conmoción
interior que Zvyagintsev sabe potenciar, mediante la elipsis, hasta un dolor
infinito. Prepárense los espectadores, porque se las van a ver con un drama que
deviene tragedia familiar, y ello con un protagonista, Alyosha, el niño, que no
aparece más que en el primer tercio de la película y no durante mucho tiempo.
En él lo vemos compartirlo, o sufrirlo, con una madre que lo desprecia, lo
insulta y le da algún que otro golpe, y un padre que lo ignora por completo.
Ambos están en proceso de divorcio y tienen, cada uno de ellos su propia
pareja. Solo les une la venta del piso para repartirse el dinero de la misma.
Y, para su futuro, el hijo es, y así lo percibe la criatura, ¡para ambos!, un
estorbo insufrible. De hecho, el marido ya está esperando un hijo de su nueva
pareja, y en los cálculos de la pareja de ella, que ya tiene una hija independizada,
no parecen entrar los hijos, propios o ajenos.
Las primeras imágenes de la película, de unos troncos
deshojados e inclinado a las aguas heladas de un río en el recio invierno ruso,
son ya lo suficientemente desoladoras
como para, si no cabrilleara la luz en las aguas, creer que estábamos ante unas
pinturas, no ante la realidad. La salida del niño de la escuela y su solitario
paseo hacia casa, por la orilla del río, donde lanza a un árbol una cinta que
queda suspendida de una rama, agitada por el viento, no hace presagiar el dramático
desarrollo que va a seguir a esas escenas, aunque nos duela, porque la dureza
de la madre, tanto con el padre de la criatura como con la propia criatura aún
está por explicar. Lo que sí sabemos es que una terrible discusión entre los
padres tiene un epílogo de película de terror, pues al salir la madre del baño,
donde ha orinado ante la cámara, sale cerrando la puerta tras de ella y
haciendo emerger de la penumbra el cuerpo frágil, convulso y deshecho en lágrimas
de su hijo.
La presentación de los personajes, un vendedor y una asesora
de belleza, una pareja anodina y desigual, no tarda en mostrarnos la
superficialidad de ambos y lo incomprensible de su unión. Habremos de esperar a
que ocurra «el incidente» alrededor del cual gira la película, para que nos
demos cuenta de que la explicación hay que buscarla en la relación de la madre
con la abuela del niño. Antes de ese incidente, se nos ha mostrado, con una estética
muy distinta en uno y otro caso, de clase media-baja en el caso de él y de
clase alta acomodada en el caso de ella, las gratificantes relaciones sexuales
de la pareja. La madre le confiesa a su pareja que ¡por fin! ha encontrado la
felicidad junto a él. Y el padre de la
criatura le confiesa a la madre de su hijo que siempre “estará con ella y que
no los abandonara nunca”, es decir, lo que, más tarde, sabemos que con idénticas
palabras le había dicho a su primera mujer. Es tras esa «felicidad», al volver
de buena mañana a casa, que la madre,
olvidada por completo del hijo, se percata de que no está en la casa y de que
tampoco ha llegado a la escuela.
Desde ese momento, y tras una espera prudencial, la pareja da
aviso a las autoridades y se inicia el protocolo de búsqueda de un menor de 12
años en plena temporada de nevadas. De repente, el niño que apenas había tenido
un mínimo protagonismo -«Siempre estás llorando», le recrimina la madre, «eres
tan débil como tu padre»- adquiere un protagonismo insospechado, porque no hay
escena, tenga el contenido que tenga, en que la atención de lo espectadores no
esté clavada, como una saeta en una diana, en la ausencia del chiquillo, a
quien se evoca constantemente. Hasta ese momento se nos había trazado un somero
retrato de la banalidad y ambición de la madre -que había escogido al marido y
tener un hijo con él para huir de su propia casa y de una madre dominadora y
tiránica- y de la sumisión del padre tanto a quien fuera su primera mujer, como
ahora a la segunda, amén de retratarlo en el trabajo como un ser apocado y con
escasa iniciativa.
La parte sustancial de la película se centra en las labores
de búsqueda del niño desaparecido, para lo que no se escatiman esfuerzos, ni de
la policía ni de los voluntarios, entre los que no siempre están los padres,
aunque ambos acaban involucrados en la búsqueda hasta tal punto que acaban
hermanados en la desolación, la tristeza, la culpa y el remordimiento, que les
cambia la vida radicalmente. Los planos exteriores, más el desplazamiento hasta
la destartalada casa de la madre de ella o los del refugio donde un compañero
de escuela acaba confesando a la policía que tenían como guarida para sus
juegos, un hotel en ruinas en el que la cámara extrae unos planos tan hermosos
como dolorosos, constituyen una suerte de exploración de la desesperación; de
idéntico modo que la visita a la morgue para identificar si un cadáver de un
niño de esa edad es el de su hijo o no, un espacio degradado, sucio y tétrico,
nos planta ante una escena difícil de «digerir» y en la que la madre, Maryana
Spivak, tiene una actuación sobresaliente, como en el resto de la película,
aunque la dureza despiadada de su personaje logra que el espectador no empatice
para nada con ella, una belleza altiva y banal que busca explotar su poderoso
atractivo físico para conseguir una posición social acomodada.
Hay algo de documental y de sociológico en la película, que
ha sido producida, en su mayor parte, por capital europeo, no ruso, lo cual nos
da a entender que Leviatán no debió de procurarle muchas amistades al director.
Y menos le va a granjear esta. La sociología es la básica de una pareja en
crisis que nos ofrece el retrato de dos seres egoístas y sin escrúpulos que,
como refiere el título, «no aman» a su hijo. El documental tiene que ver con
las técnicas policiales de búsqueda y la implicación de la familia en esas
pesquisas. Son ellas las que acaban transformando a la pareja en dos almas en
pena que expían, así, todo el daño causado. Es triste, muy triste, una película
dura de ver, pero por la que el Director nos conduce mediante un esteticismo
que potencia los escenarios del crimen, al tiempo que degrada a los protagonistas.
No deseo hablar del desenlace, porque es una de las grandes bazas de la película,
pero quede aquí, entre nosotros, el inmenso dolor que quienes tengan hijos van
a sentir viendo esta película que, por otro lado, es «necesario» ver; no solo
porque nos acerca a un drama íntimo en un país bastante desconocido, sino también
porque algo se revela de ese país que nos conviene saber. Advertidos quedan los
lectores de este Ojo: es dolorosa, pero es película hermosa; es
terrible, pero apasionante; es real, pero la belleza, que solo puede serlo de
lo convulso, la trasciende…
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