lunes, 1 de junio de 2020

«Tres hombres malos», de John Ford, tan muda como archielocuente…



¡Menudo peliculón del maestro! En la línea de El caballo de hierro, pero más ajustada a la historia principal, con un soberbio apunte histórico de la colonización del oeste. Los mejores recursos del mejor Ford de madurez.


Título original: 3 Bad Men
Año: 1926
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: John Stone (Novela: Herman Whitaker)
Música: Película muda
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: George O'Brien, Olive Borden, Lou Tellegen, Tom Santschi, J. Farrell MacDonald, Frank Campeau, Priscilla Bonner, Otis Harlan, Phyllis Haver, George Harris, Alec Francis, Jay Hunt.

         No paro de llevarme sorpresas en mi viaje por el «planeta Ford». Uno lee los títulos de sus sobras en ese listado de tres páginas a doble columna y ni se imagina qué puede encontrarse al entrar en uno de ellos al azar, como ahora me ha pasado con Tres hombres malos, es decir, con tres ángeles custodios dedicados al robo de caballos y que acaban convertidos en santos protectores de una joven a la que otros bandidos acaban e dejar huérfana.
         Si no fuera porque la historia tiene un trasfondo de ambición, avaricia y crueldad tan notables, bien podríamos decir que Ford habría  descubierto con ella el western cómico, aunque Keaton ya se le adelantó un año antes con El rey de los vaqueros, por supuesto. La suma de factores cómicos y dramáticos, sin embargo, sí que contribuyó poderosamente a cuajar una manera de plantearse las historias en a que los secundarios acabarían teniendo un papel tan o más destacado, yo diría que más, que los protagonistas, en este caso la pareja de enamorados que forman Olive Borden y quien ya fuera protagonista en El caballo de hierro, George O’ Brien. Olive Borden tendría un aciago destino, acabaría alcohólica y fregando suelos, para morir muy joven, y O’Brien llegaría a trabajar con Ford cuarenta años más tarde.
         Tres hombres malos emparenta directamente con Tres padrinos, el tierno relato navideño de Ford en el ambiente hostil de sus desiertos preferidos. Mientras que en esta, los tres Reyes Magos protegen a un niño, en aquella protegen a una joven para la que se empeñan en buscarle marido, en unas escenas de autentica comedia de calidad, cuando los dos excelentísimos borrachines que forman parte del trío, Frank Campeau y Farrel McDonald, van al Saloon en busca de marido para su protegida. Hasta me da la impresión de que uno de los candidatos realiza una discreta imitación del Charlot de Charles Chaplin, en una suerte de «homenaje» al genio del cine y de la comedia. Sea como fuere, las secuencias de esa búsqueda de candidato forman parte de lo mejorcito de la película, que está llena de detalles continuos del buen hacer de Ford.
         El apunte histórico que le da pie a Ford para rodar unas secuencias espectaculares es la gran carrera para conseguir territorios pertenecientes a los indios y que ahora se ofrecen, a precio de ganga, a los colonos para cultivarlos. La carrera la organiza el gobierno, con supervisión militar y Ford consigue auténticas escenas que van desde lo épico hasta lo cómico, como la gran bicicleta antigua atada a un caballo o el olvido de un bebé por los padre que han de arreglar la rueda rota y salen pitando para conseguir el mejor terreno. El niño, recogido por un caballista, le es entregado al editor que, en un carro, sigue al minuto el desarrollo de la carrera, en una suerte de reportaje in situ del acontecimiento histórico, un homenaje a la «prensa» que dio razón histórica de una conquista que ha alimentado buena parte del cine de Hollywood, en un estado aún por colonizar…
         Hay algunos resorte melodramáticos en la historia que Ford sabe cultivar espléndidamente, como la hermana perdida por uno de los tres hombres malos, quien la reencuentra en una situación desesperada, después de haber sido alcanzada por los disparos del malvado representante de la ley en el pueblo, un dandy  cuyo único objetivo es que un viejo buscador de oro le diga dónde ha encontrado el yacimiento cuyo mapa acaba en manos de la pareja protagonista; un motivo dinámico alrededor del cual girará la persecución que culminará el desarrollo de la historia.
         El escenario en el que transcurre la acción, con hermosos desfiladeros y peñascales donde se mantienen intensos tiroteos, no tiene aún la importancia que adquirirá cuando Ford instale sus cámaras en Monumental Valley, pero no deja de contribuir a la visión épica que tiene el director de la conquista del Oeste, una gesta que forma parte intrínseca de su mejor obra cinematográfica.
         La presente película es un sutil retrato de la bondad humana a partir de tres malhechores que deciden cambiar el rumbo de sus vidas en el último momento y que hasta son capaces de sacrificarse por el bien de la joven a la que han protegido como a su propia hija. La lucha eterna entre el bien y los malvados atraviesa la historia y permite al director conseguir escenas tan logradas como la del incendio de la iglesia, mediante unos carros incendiarios que lanzan terraplén abajo para intentar acabar con los allí congregados. Es decir, que Ford no descuida, en ningún momento el rodaje de escenas de acción que dan sentido, también, a ese mundo macho en el que los personajes se definen al tiempo que se redimen.
         En resumen, un excelente descubrimiento para todos aquellos a los que no les asusten las películas mudas, que seguro que no somos pocos… ¡Ah, y atentos al detalle final de los sombreros: un prodigio!

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