¡Menudo peliculón del maestro! En la línea de El
caballo de hierro, pero más ajustada a la historia principal, con un
soberbio apunte histórico de la colonización del oeste. Los mejores recursos
del mejor Ford de madurez.
Título original: 3 Bad Men
Año: 1926
Duración: 95 min.
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guion: John Stone (Novela: Herman Whitaker)
Música: Película muda
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: George O'Brien, Olive Borden, Lou Tellegen, Tom Santschi, J.
Farrell MacDonald, Frank Campeau, Priscilla Bonner, Otis Harlan, Phyllis Haver,
George Harris, Alec Francis, Jay Hunt.
No paro de llevarme sorpresas en mi viaje por el «planeta
Ford». Uno lee los títulos de sus sobras en ese listado de tres páginas a doble
columna y ni se imagina qué puede encontrarse al entrar en uno de ellos al
azar, como ahora me ha pasado con Tres hombres malos, es decir, con tres
ángeles custodios dedicados al robo de caballos y que acaban convertidos en
santos protectores de una joven a la que otros bandidos acaban e dejar huérfana.
Si no fuera porque la historia tiene un trasfondo de
ambición, avaricia y crueldad tan notables, bien podríamos decir que Ford habría
descubierto con ella el western cómico,
aunque Keaton ya se le adelantó un año antes con El rey de los vaqueros,
por supuesto. La suma de factores cómicos y dramáticos, sin embargo, sí que
contribuyó poderosamente a cuajar una manera de plantearse las historias en a
que los secundarios acabarían teniendo un papel tan o más destacado, yo diría
que más, que los protagonistas, en este caso la pareja de enamorados que forman
Olive Borden y quien ya fuera protagonista en El caballo de hierro,
George O’ Brien. Olive Borden tendría un aciago destino, acabaría alcohólica y fregando
suelos, para morir muy joven, y O’Brien llegaría a trabajar con Ford cuarenta
años más tarde.
Tres hombres malos emparenta directamente con Tres
padrinos, el tierno relato navideño de Ford en el ambiente hostil de sus
desiertos preferidos. Mientras que en esta, los tres Reyes Magos protegen a un
niño, en aquella protegen a una joven para la que se empeñan en buscarle marido,
en unas escenas de autentica comedia de calidad, cuando los dos excelentísimos
borrachines que forman parte del trío, Frank Campeau y Farrel McDonald, van al Saloon
en busca de marido para su protegida. Hasta me da la impresión de que uno de
los candidatos realiza una discreta imitación del Charlot de Charles Chaplin,
en una suerte de «homenaje» al genio del cine y de la comedia. Sea como fuere,
las secuencias de esa búsqueda de candidato forman parte de lo mejorcito de la
película, que está llena de detalles continuos del buen hacer de Ford.
El apunte histórico que le da pie a Ford para rodar unas
secuencias espectaculares es la gran carrera para conseguir territorios pertenecientes
a los indios y que ahora se ofrecen, a precio de ganga, a los colonos para
cultivarlos. La carrera la organiza el gobierno, con supervisión militar y Ford
consigue auténticas escenas que van desde lo épico hasta lo cómico, como la
gran bicicleta antigua atada a un caballo o el olvido de un bebé por los padre
que han de arreglar la rueda rota y salen pitando para conseguir el mejor terreno.
El niño, recogido por un caballista, le es entregado al editor que, en un
carro, sigue al minuto el desarrollo de la carrera, en una suerte de reportaje
in situ del acontecimiento histórico, un homenaje a la «prensa» que dio razón
histórica de una conquista que ha alimentado buena parte del cine de Hollywood,
en un estado aún por colonizar…
Hay algunos resorte melodramáticos en la historia que Ford
sabe cultivar espléndidamente, como la hermana perdida por uno de los tres
hombres malos, quien la reencuentra en una situación desesperada, después de
haber sido alcanzada por los disparos del malvado representante de la ley en el
pueblo, un dandy cuyo único
objetivo es que un viejo buscador de oro le diga dónde ha encontrado el
yacimiento cuyo mapa acaba en manos de la pareja protagonista; un motivo
dinámico alrededor del cual girará la persecución que culminará el desarrollo
de la historia.
El escenario en el que transcurre la acción, con hermosos
desfiladeros y peñascales donde se mantienen intensos tiroteos, no tiene aún la
importancia que adquirirá cuando Ford instale sus cámaras en Monumental Valley,
pero no deja de contribuir a la visión épica que tiene el director de la conquista
del Oeste, una gesta que forma parte intrínseca de su mejor obra cinematográfica.
La presente película es un sutil retrato de la bondad humana
a partir de tres malhechores que deciden cambiar el rumbo de sus vidas en el
último momento y que hasta son capaces de sacrificarse por el bien de la joven
a la que han protegido como a su propia hija. La lucha eterna entre el bien y
los malvados atraviesa la historia y permite al director conseguir escenas tan
logradas como la del incendio de la iglesia, mediante unos carros incendiarios
que lanzan terraplén abajo para intentar acabar con los allí congregados. Es decir,
que Ford no descuida, en ningún momento el rodaje de escenas de acción que dan
sentido, también, a ese mundo macho en el que los personajes se definen al
tiempo que se redimen.
En resumen, un excelente descubrimiento para todos aquellos
a los que no les asusten las películas mudas, que seguro que no somos pocos… ¡Ah, y atentos al detalle final de los sombreros: un prodigio!
No hay comentarios:
Publicar un comentario