martes, 9 de noviembre de 2021

«El desengaño» y «Horas desesperadas», de William Wyler.

 

Título original: Dodsworth

Año: 1936

Duración: 96 min.

País: Estados Unidos

Dirección William Wyler

Guion: Sidney Howard. Novela: Sinclair Lewis

Música: Alfred Newman

Fotografía: Rudolph Maté (B&W)

Reparto: Walter Huston, Ruth Chatterton, Mary Astor, David Niven, Paul Lukas, John Payne, Maria Ouspenskaya, Spring Byington.

 





Título original: The Desperate Hours

Año: 1955

Duración: 112 min.

País: Estados Unidos

Dirección: William Wyler

Guion: Joseph Hayes. Obra: Joseph Hayes

Música: Gail Kubik

Fotografía: Lee Garmes (B&W)

Reparto: Humphrey Bogart, Fredric March, Arthur Kennedy, Martha Scott, Dewey Martin, Gig Young, Mary Murphy, Robert Middleton, Alan Reed, Bert Freed, Ray Collins, Whit Bissell, Ray Teal.

 

Dos visiones muy distintas del matrimonio en dos géneros incomparables: el melodrama familiar íntimo y el thriller, pero con un solo director verdadero.

 

         William Wyler tuvo que soportar en vida que lo motejaran de excelente artesano, not to be confused… con los «artistas» del oficio tan reconocidos como Welles, Dreyer, Bergman o Ford, aunque a este último no fueron pocos los que le pusieron todas las pegas del mundo para sumarlo al club elitista que habita muchos escalones por encima de los «artesanos», si bien con estos se podría hacer el juego de palabras del «arte sano» con que han regalado siempre los ojos de los espectadores, quienes, desde esa perspectiva, han gozado de películas tan exquisitas y perfectas como las que se les atribuyen a los miembros del amplio club de «artistas» con  un sello inconfundible. Wyler empezó en el cine mudo y se adaptó a la perfección a cada nueva innovación en ese mundo cambiante del cine: el hablado, el color, la panavisión…, y sin especializarse en ningún género, sino imprimiendo su personalidad en todos ellos, porque rodo de todo y con la misma aspiración: lograr la película perfecta. Hoy traigo a este Ojo dos muestras de su talento narrativo y para la puesta en escena, dos películas muy distintas en las que, sin embargo, se observa un tratamiento de la familia diferente: crítico hasta la negación de la misma en un caso; entusiasta hasta la loa exaltada, en el otro. Había visto con antelación la primera, El desengaño; pero no había visto Horas desesperadas, que me ha dejado una muy grata impresión, quizás porque ver el duelo interpretativo entre dos grandes de la escena en sus postrimerías, como Fredric March y Humphrey Bogart, siempre es motivo de profunda satisfacción para un buen aficionado al séptimo arte. Esta película, además,  es de las primeras que explota la situación de los intrusos que toman como rehenes a una familia en su propia casa y cuya versión más dramática, entre la ficción y el documental, fueron los hechos que dieron pie al rodaje de A sangre fría, de Richard Brooks, un clásico indiscutible.

         Desengaño, rodada casi toda ella en interiores muy estilizados, es una película que describe los altibajos de un matrimonio en el que la mujer, que ha aguantado a su marido en el pequeño pueblo donde viven hasta que se retirara, para después iniciar una vida de viajes y placeres, se niega a aceptar la edad que tiene y, dada la diferencia de edad con su marido, cree que aún es una moza capaz de atraer a los pretendientes, al margen de su sólida cuenta bancaria. El marido, espontáneo y curioso, amante de la tranquilidad y la informalidad, en modo alguno puede seguir el ritmo frívolo de su mujer, quien, a lo largo del periplo europeo de la pareja, va cambiando de pretendientes en el barco e Inglaterra, Francia y Austria. Finalmente, el marido volverá a casa, pero sin ella, quien permanece en Europa para disfrutar de esa segunda juventud que en modo alguno lo es, aunque ella no quiera reconocerlo. Aparece otra mujer con quien el marido se comunica a la perfección, una madura Mary Astor a quien acabo de ver, en su digna vejez, en Un beso antes de morir, de Gerd Oswald. Con un divorcio pendiente, ambos esposos hacen su vida por su cuenta, momento en el que el marido recala en Nápoles y se encuentra con la serena mujer con quien tan fácilmente conectó en el barco, antes de desembarcar en Inglaterra. Es a la mujer a quien una proposición de matrimonio con un noble austríaco no se resuelve a su gusto y acaba en una separación ni deseada ni esperada, y ahí sí que se enfrentan dos mundos nítidamente opuestos en aquellos años: la vieja Europa aristocrática y la joven Usamérica emprendedora, aunque el matrimonio pertenezca a la alta burguesía. Estamos ante una película de corte psicológico que enfrenta dos personalidades muy diferentes, la llana y entusiasta del marido frente a la frívola y narcisista de la esposa, cuya elegancia y exquisitez contrastan poderosamente con unos andares que parecen copia exacta de los de  Mae West. El ambiente relativamente lujoso de los hoteles europeos no debe condicionar nuestra visión de la película, porque lo fundamental es el análisis de una relación que se había fundamentado, sobre todo, en la ausencia del marido merced a su dedicación laboral, de tal modo que cuando ambos pueden compartir su tiempo lo que se revela es lo lejos que están el uno del otro, lo desconocidos que son el uno para la otra y viceversa. A partir de entonces, pues, se otea en el horizonte un drama inevitable. Y así sucede, pero cómo sucede, de acuerdo con los inescrutables caminos del azar, es algo que tendrán que descubrir los espectadores. Recuerden, Walter Huston, el padre del cineasta John Huston, es el esposo que no acaba de comprender la súbita trivialidad de su mujer, un actor de la vieja escuela que llenaba la pantalla con un modo de actuar absolutamente prodigioso por espontáneo, poco menos que como nuestro insigne Pepe Isbert. Es un placer descubrírselo a las nuevas generaciones, sin duda.

         Horas desesperadas puede considerarse una película de corte policiaco que, dada la tardía intervención de la policía, se acerca al thriller, porque el padre de la familia que ha sido secuestrada por tres convictos huidos de la prisión ha de ingeniárselas para tratar de evitar el desastre que los tres hombres, en su desesperación, pueden causar. En la medida en que hay un escenario casi único, la casa, los planos del director, gracias a la ubicación de la cámara, son los que van a crear el ritmo narrativo, de ahí la multiplicidad constante de los mismos, de modo que no queda rincón de la casa desde la que se vea cuanto ocurre en ella. Hay buna acción exterior, por supuesto, porque los fugados esperan el envío de dinero para poder hacer frente a los gastos de la huida. Los tres fugados, dos hermanos y un forzudo bobalicón pero despiadado, no son precisamente la concordia personificada, y parte de sus problemas radica en la desconfianza que hay entre los tres. La presencia de un hijo pequeño y una hija mayor, con un novio que teme por ella y por ser aceptado en la casa en su condición de tal, van a suponer un aliciente para añadir dramaticidad al desarrollo, porque, poco a poco, van surgiendo inconvenientes, problemas, y decisión es arriesgadas sobre la marcha como el asesinato del recogedor de basura que, al abrir el garaje para recoger los periódicos viejos, descubre el coche de los fugados. Una vez que la policía toma cartas en el asunto, el cerco se va estrechando y el final de los acontecimientos supone un calculado crescendo que tiene, eso sí que se intuye desde el principio, un final feliz y familiar, porque el secuestro ha puesto a prueba los vínculos que los unen a todos entre sí, el niño incluido, porque la fe en su padre se debilita hasta desaparecer cuando advierte que su padre es no es capaz de plantar cara y derrotar «a los malos» para liberarlos de la amenaza. Como se advierte, pues, son varas líneas argumentales las que, tomando como pretexto el secuestro, se desarrollan ante los ojos de los espectadores. De más está decir que tanto en El desengaño como en esta, los directores de fotografía contribuyen poderosamente al brillante resultado final de las películas: Rudolph Maté en aquella y Lee Garmes en esta, dos pesos pesados de la dirección fotográfica, sin duda. Por el lado de la interpretación, sobresalen March y Bogart, pero sin el auxilio de todos los secundarios que bordan sus papeles y saben transmitir el grado exacto de ansiedad, de terror, de desesperación e incluso de amor, difícilmente Horas desesperadas tendría el valor que tiene. No olvidemos que, con el pretexto de los fugados, hay un planteamiento incipiente de lucha de clases entre los residentes, relativamente modestos, y los don nadie sin oficio ni beneficio que ocupan el hogar soñado por la clase media usamericana.

         Dos películas antiguas, de esas que ahuyentan a la juventud, pero con una solidez argumental y técnica que contribuyen mucho a la educación de la sensibilidad cinematográfica de los espectadores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario