Una puesta en escena magnificente para una críptica reflexión sobre la eutanasia y el amor.
Título original: Selvmordsturisten
Año: 2019
Duración: 90 min.
País: Dinamarca
Dirección: Jonas Alexander
Arnby
Guion: Rasmus Birch
Música: Mikkel Hess
Fotografía: Niels Thastum
Reparto: Nikolaj Coster-Waldau, Tuva Novotny, Robert Aramayo,
Kate Ashfield, Jan Bijvoet, Sonja Richter, Kaya Wilkins, Peder Pedersen,
Johanna Wokalek, Vibeke Hastrup, Solbjorg Hojfeldt, Slimane Dazi, Mette
Lysdahl, Anders Mossling, Lorraine Hilton, Christine Albeck Børge, Per Egil
Aske.
No hace mucho, critique una película de
Henrik Hellström: The Quiet Roar,
cuyo argumento era parcialmente parecido
a esta de Jonas Alexander Arnby que hoy
traigo a este Ojo: la eutanasia planificada. LO curioso es que en ambas
películas hay un factor que va más allá de lo real y se adentra en ese mundo
brumoso y a medio camino entre la imaginación febril y la distopía. En la de Hellström
se trataba de la posibilidad de explorar mediante las drogas y la asistencia de
un psiquiatra un auténtico viaje alucinógeno a un momento dado del pasado de la
persona para revivirlo antes de emprender el famoso viaje definitivo. En el
caso de Plan de salida se trata de una suerte de hotel eutanásico del
que, una vez contratados los servicios, sabemos que una de sus cláusulas dice
que no se podrá salir de él, lo que, por supuesto, anula cualquier devolución
del importe pagado.
Con ese parvo adelanto de la trama,
podemos intuir ya por dónde se desarrollará la trama en la que se ve inmerso el
protagonista, un agente de seguros que investiga la desaparición de un cliente
al que se niegan a dar por muerto hasta tener alguna evidencia clara de que lo
está, porque todos sabemos en qué consiste el negocio de una aseguradora:
ingresar, siempre; pagar, nunca. Ese agente, por su parte, descubre, tras serle
practicado un tac cerebral, que tiene un tumor en el cerebro de imposible
operación y de crecimiento constante, lo cual sitúa el horizonte de su muerte
en pocos meses. Se trata de un hombre realmente enamorado de su mujer, con
quien comparte la intensidad de sus momentos cotidianos, pero de la que su propia
enfermedad lo distancia, por el mutismo y la tristeza en que se encierra para
no compartir tan graves noticias con ella. La película se construye, así pues,
desde la interioridad del protagonista y la difícil lucha por tomar la decisión
adecuada. Sí, tras conocer la existencia de ese «hotel» donde el cliente había
puesto fin a su vida, se dirige a ellos y tiene una entrevista para firmar el
temido e irreversible contrato que lo «liga» a los designios de una organización
que, finalmente, no resulta ser la benéfica institución que se ofrece a los
ciudadanos desesperados por abandonar la vida de la manera menos dolorosa
posible.
En la medida en que la puesta en escena, interior
y exterior, tiene siempre un valor determinante en las películas, estamos ante
un caso en el que ese espacio, excepcionalmente fotografiado por Niels Thastum,
adquiere un protagonismo muy destacado, porque no dejamos de integrar el drama
del protagonista en el marco relajante y arquitectónicamente incomparable del
Hotel Aurora donde los clientes se preparan para pasar a mejor vida, hasta que
el intento de huida de una cliente que se arrepiente de su decisión, vecina de
habitación del protagonista, es resuelto mediante una ejecución con un fusil de
precisión que usa el Director del hotel para «abatir» a la presa que huye, ante
la indiferencia de trabajadores y clientes. Con todo, el protagonista sigue
adelante con su plan, en el que no falta la simulación, incluso, de una
realidad familiar con que el hotel se presta a representar para «despedirlo»
como había sido un tímido deseo formulado por él: volver a ver de nuevo a su mujer,
una vez, antes de morir.
Arrepentido de su decisión, logra vomitar
la píldora letal que había ingerido y se apresura a seguir la indicación que
había descubierto en un rincón del espejo del cuarto de baño: «Huye de este
lugar». A partir de ese momento, se inicia una suerte de thriller a lo largo
del cual vamos a ir descubriendo parte del perverso negocio del hotel y, sobre
todo, una progresión de la trama absolutamente desconcertante para el
espectador, quien, de hoz y coz, gracias a una elipsis arriesgadísima, que
amenaza con hacer caer el castillo de naipes de la verosimilitud de la sutil
trama construida con no poco artificio, se ve ante la dura prueba de tener que
arriesgar una explicación «razonable» para lo que está viendo. De hecho, la
película se asemejaría, en ese sentido, y más allá de la espectacularidad de
las imágenes y de la fría y exquisita belleza del hotel, a aquellas viejas
películas de los años 70 del pasado siglo que promovían sesudas sesiones de
cine-fórum en las que se debatía sobre el significado de las imágenes servidas por los directores. Pienso ahora en Grotowski, por ejemplo, pero también en
Antonioni o en Ferreri, mucho más cerca de cierta convencionalidad.
Está claro que el protagonista vive un
drama existencial tan intenso que lo sume en la incomunicación. Cuando uno sale
del médico con una sentencia de muerte escrita sobre el débil pulso con que se
ha recibido la noticia, en modo alguno está para hablar de ello y compartirlo.
Aún recuerdo cómo mi hermano mayor no me dijo ni pío cuando me despidió en la
puerta de su casa y le acababan de comunicar una sentencia como la del
protagonista; pero tampoco se lo comunicó a su mujer. O sea, que el punto de
partido es absolutamente verosímil, y Nikolaj Coster-Waldau, a quien yo conocí
por la también excelente película danesa Una segunda oportunidad, de
Susanne Bier, porque, como dije en aquella crítica, no había visto ni un solo
capítulo de Juego de tronos, compone un personaje muy peculiar y absolutamente
convincente, capaz de expresar levísimas diferencias anímicas y de lograr la total
empatía del espectador cuando descubre lo que descubre, eso que el espectador
descubre de su mano, con un nudo en la garganta, a través de un aparente final
escalofriante. La película se presentó en Sitges, pero excepto que hablemos del
terror existencial, en modo alguna podemos considerar Plan de salida
como una película «de género», sino como una incursión en algo tan familiar en
estos días, después de su aprobación en el Parlamento, como la eutanasia. De pago,
sí —no como el servicio social de Cuando el destino nos alcance, de
Richard Fleischer, tan impactante en su momento como película futurista, y una
realidad cotidiana hoy, a casi 50 años de distancia—, pero eutanasia al fin y
al cabo…
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