viernes, 5 de noviembre de 2021

«Plan de salida», de Jonas Alexander Arnby, o la eutanasia de lujo.

Una puesta en escena magnificente para una críptica reflexión sobre la eutanasia y el amor. 

Título original: Selvmordsturisten

Año: 2019

Duración: 90 min.

País: Dinamarca

Dirección: Jonas Alexander Arnby

Guion: Rasmus Birch

Música: Mikkel Hess

Fotografía: Niels Thastum

Reparto: Nikolaj Coster-Waldau, Tuva Novotny, Robert Aramayo, Kate Ashfield, Jan Bijvoet, Sonja Richter, Kaya Wilkins, Peder Pedersen, Johanna Wokalek, Vibeke Hastrup, Solbjorg Hojfeldt, Slimane Dazi, Mette Lysdahl, Anders Mossling, Lorraine Hilton, Christine Albeck Børge, Per Egil Aske.

 

 

No hace mucho, critique una película de Henrik Hellström:  The Quiet Roar,  cuyo argumento era parcialmente parecido a esta de  Jonas Alexander Arnby que hoy traigo a este Ojo: la eutanasia  planificada. LO curioso es que en ambas películas hay un factor que va más allá de lo real y se adentra en ese mundo brumoso y a medio camino entre la imaginación febril y la distopía. En la de Hellström se trataba de la posibilidad de explorar mediante las drogas y la asistencia de un psiquiatra un auténtico viaje alucinógeno a un momento dado del pasado de la persona para revivirlo antes de emprender el famoso viaje definitivo. En el caso de Plan de salida se trata de una suerte de hotel eutanásico del que, una vez contratados los servicios, sabemos que una de sus cláusulas dice que no se podrá salir de él, lo que, por supuesto, anula cualquier devolución del importe pagado.

Con ese parvo adelanto de la trama, podemos intuir ya por dónde se desarrollará la trama en la que se ve inmerso el protagonista, un agente de seguros que investiga la desaparición de un cliente al que se niegan a dar por muerto hasta tener alguna evidencia clara de que lo está, porque todos sabemos en qué consiste el negocio de una aseguradora: ingresar, siempre; pagar, nunca. Ese agente, por su parte, descubre, tras serle practicado un tac cerebral, que tiene un tumor en el cerebro de imposible operación y de crecimiento constante, lo cual sitúa el horizonte de su muerte en pocos meses. Se trata de un hombre realmente enamorado de su mujer, con quien comparte la intensidad de sus momentos cotidianos, pero de la que su propia enfermedad lo distancia, por el mutismo y la tristeza en que se encierra para no compartir tan graves noticias con ella. La película se construye, así pues, desde la interioridad del protagonista y la difícil lucha por tomar la decisión adecuada. Sí, tras conocer la existencia de ese «hotel» donde el cliente había puesto fin a su vida, se dirige a ellos y tiene una entrevista para firmar el temido e irreversible contrato que lo «liga» a los designios de una organización que, finalmente, no resulta ser la benéfica institución que se ofrece a los ciudadanos desesperados por abandonar la vida de la manera menos dolorosa posible.

En la medida en que la puesta en escena, interior y exterior, tiene siempre un valor determinante en las películas, estamos ante un caso en el que ese espacio, excepcionalmente fotografiado por Niels Thastum, adquiere un protagonismo muy destacado, porque no dejamos de integrar el drama del protagonista en el marco relajante y arquitectónicamente incomparable del Hotel Aurora donde los clientes se preparan para pasar a mejor vida, hasta que el intento de huida de una cliente que se arrepiente de su decisión, vecina de habitación del protagonista, es resuelto mediante una ejecución con un fusil de precisión que usa el Director del hotel para «abatir» a la presa que huye, ante la indiferencia de trabajadores y clientes. Con todo, el protagonista sigue adelante con su plan, en el que no falta la simulación, incluso, de una realidad familiar con que el hotel se presta a representar para «despedirlo» como había sido un tímido deseo formulado por él: volver a ver de nuevo a su mujer, una vez, antes de morir.

Arrepentido de su decisión, logra vomitar la píldora letal que había ingerido y se apresura a seguir la indicación que había descubierto en un rincón del espejo del cuarto de baño: «Huye de este lugar». A partir de ese momento, se inicia una suerte de thriller a lo largo del cual vamos a ir descubriendo parte del perverso negocio del hotel y, sobre todo, una progresión de la trama absolutamente desconcertante para el espectador, quien, de hoz y coz, gracias a una elipsis arriesgadísima, que amenaza con hacer caer el castillo de naipes de la verosimilitud de la sutil trama construida con no poco artificio, se ve ante la dura prueba de tener que arriesgar una explicación «razonable» para lo que está viendo. De hecho, la película se asemejaría, en ese sentido, y más allá de la espectacularidad de las imágenes y de la fría y exquisita belleza del hotel, a aquellas viejas películas de los años 70 del pasado siglo que promovían sesudas sesiones de cine-fórum en las que se debatía sobre el significado de las imágenes servidas por los directores. Pienso ahora en Grotowski, por ejemplo, pero también en Antonioni o en Ferreri, mucho más cerca de cierta convencionalidad.

Está claro que el protagonista vive un drama existencial tan intenso que lo sume en la incomunicación. Cuando uno sale del médico con una sentencia de muerte escrita sobre el débil pulso con que se ha recibido la noticia, en modo alguno está para hablar de ello y compartirlo. Aún recuerdo cómo mi hermano mayor no me dijo ni pío cuando me despidió en la puerta de su casa y le acababan de comunicar una sentencia como la del protagonista; pero tampoco se lo comunicó a su mujer. O sea, que el punto de partido es absolutamente verosímil, y Nikolaj Coster-Waldau, a quien yo conocí por la también excelente película danesa Una segunda oportunidad, de Susanne Bier, porque, como dije en aquella crítica, no había visto ni un solo capítulo de Juego de tronos, compone un personaje muy peculiar y absolutamente convincente, capaz de expresar levísimas diferencias anímicas y de lograr la total empatía del espectador cuando descubre lo que descubre, eso que el espectador descubre de su mano, con un nudo en la garganta, a través de un aparente final escalofriante. La película se presentó en Sitges, pero excepto que hablemos del terror existencial, en modo alguna podemos considerar Plan de salida como una película «de género», sino como una incursión en algo tan familiar en estos días, después de su aprobación en el Parlamento, como la eutanasia. De pago, sí —no como el servicio social de Cuando el destino nos alcance, de Richard Fleischer, tan impactante en su momento como película futurista, y una realidad cotidiana hoy, a casi 50 años de distancia—, pero eutanasia al fin y al cabo…

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