lunes, 1 de noviembre de 2021

«El buen patrón», de Fernando León de Aranoa, comedia empresarial «all’italiana».

 

Una excelente y divertida comedia con generosas dosis de tragicomedia social arnicheana…

 

Título original: El buen patrón

Año: 2021

Duración: 120 min.

País:  España

Dirección: Fernando León de Aranoa

Guion: Fernando León de Aranoa

Música: Zeltia Montes

Fotografía: Pau Esteve Birba

Reparto: Javier Bardem, Manolo Solo, Almudena Amor, Óscar de la Fuente, Sonia Almarcha, Fernando Albizu, Tarik Rmili, Rafa Castejón, Celso Bugallo, Yaël Belicha, Martín Páez, Daniel Chamorro, María de Nati, Mara Guil, Pilar Matas.

 

         Desde los títulos de crédito se inicia un juego entre la realidad y su distorsión que la película va a desarrollar ante nuestros ojos con una sabia dosificación de dos géneros en principio antagónicos: la comedia de enredo y la tragedia laboral, como si Aranoa reuniera en esta película dos de sus muy buenas obras: Los lunes al sol y Familia. He de anticipar que, salvo esas pequeñas dosis de tragedia social que «justifican» ante su audiencia una obra que, de otro modo, hubiera sido acusada de «frivolizar» una realidad tan sangrante como el despido laboral a través de un ERE, algo que en parte sucede a través del guardia de seguridad que custodia la entrada a la fábrica, uno de los grandes secundarios de la película y un papel muy agradecido; decía que ya en los títulos de crédito se inicia esta comedia que a mí me ha parecido inspirada en las magníficas muestras del género realizadas en Italia, y no pocas veces me sorprendía a mí mismo superponiendo en pantalla a Ugo Tognazzi sobre un apabullante Javier Bardem, auténtico camaleón de la interpretación que saca a relucir aquí una vis cómica extraordinaria que ya le vimos, no obstante, en Boca a boca, de Manuel Gómez Pereira, su primer Goya a la mejor interpretación masculina; acabo diciendo, en esta tercera vez que reinicio la frase, que la broma iniciada en los títulos de crédito nos lleva a descubrir entre los productores de la película a la empresa Básculas Blanco, lo cual parece rizar el rizo del no va más: conseguir que la propia empresa a cuyo patrono se va a poner a parir financie la película… Aclarada la broma —los productores incluso han creado en el Registro Mercantil dicha empresa, sin actividad económica ninguna—, la película se abre con una escena de «cacería de inmigrantes» que nos da una clave de lo que acabará pasando en un momento u otro de la película, y eso es algo poco sutil narrativamente, desde luego. A esas escenas rodadas, sin embargo,  con nervio de buena película de acción, le sigue una alocución del patrón a sus trabajadores en la que se resume, ya para el resto de la película, el retrato del personaje, lo cual le resta algo de credibilidad, por asemejarlo al estereotipo, pero lo faculta para ser el vehículo brillante de una narración en la que todo el peso cae sobre él, porque casi en ningún momento la acción abandona al empresario, y cuando lo hace es de forma muy breve. El retrato del paternalismo empresarial de los «trabajadores-hijos» y de la «gran familia», modelos harto vigentes en ciertas mentalidades empresariales, sobre todo en empresas medianas, como la del protagonista, que se traspasa de padres a hijos, se mezcla con el estallido de mala leche ante las adversidades que sus «buenas relaciones» no le pueden resolver, como es el caso del trabajador despedido en un ERE y que se planta ante la puerta de la empresa para tratar de ser readmitido en su puesto, dada la terrible situación de desamparo laboral y social en que se queda, por más que, en esa particular empresa, sus casi doscientos trabajadores no solo no muevan ni un dedo por él, sino que tampoco aparece la figura del sindicalista defensor del despedido; todo ello da pie a una lucha quijotesca del menesteroso frente al poderoso que acaba, con el paso de los días, modificando el sentido de la misma para ambos, el buen patrón y el despedido.

         Que estamos también ante una comedia de enredo se advierte en cuanto el patrón comienza a interesarse, a causa de los problemas que ello supone para el normal desenvolvimiento de la producción, por los problemas de su Jefe de Producción, que resultan ser astado-matrimoniales. La eficacia, en esos momentos, de los excelentes diálogos que tienen al «aire» que necesita la esposa del empleado como protagonista nos mete de hoz y coz en una espiral de acciones, recuerdos de vieja y falsa amistad, y desnudamiento de la verdadera personalidad del protagonista que nos va a llevar a ver lo que podríamos denominar el «revés de la trama», esa urdimbre aparentemente anárquica de los hilos del tapiz que obedecen, sin embargo, al tributo a los más viejos instintos de supervivencia que no se detiene ante nada ni ante nadie. Y por ahí ya advierte el espectador que hay dos maneras de resolver los problemas que están en las mentes de todos y que, acaso ingenuamente, en prolepsis indebida, el narrador nos anticipa demasiado claramente. No es importante, con todo, porque, sepamos o no a ciencia cierta qué hechos acabarán acaeciendo, lo fundamental de la película es la «composición» del personaje que ha hecho Javier Bardem, otro más que añadir a la nutrida galería de ellos que le han dado la fama que tiene y que por ellos merece. ¡Quién no recuerda interpretaciones tan dispares y magistrales como la de Reinado Arenas en Antes que anochezca, de Julián Schnabel y la de Ramon Sampedro en Mar adentro, de Alejandro Amenábar! A través del arquetipo de la campechanía, la espontaneidad y la estudiada falta de afectación, aparece ante nuestros ojos un empresario cuyas «maneras» y objetivos irán transformándose en función del desarrollo de los acontecimientos que afectan a su empresa, pendiente de una visita de una Comisión, se supone que de la UE, porque a la empresa le han concedido un galardón autonómico a la «excelencia empresarial». En un divertido, y también dramático, ejercicio de desnudamiento —la escena del lavado de manos en la pica de los obreros es de lo más significativo—, la película retoma el clásico de Stevenson y nos ofrece el míster Hyde de Julio Blanco, el apologeta del equilibrio, aunque para mantener este, a veces…, y ahí lo dejo, porque, visualmente, es uno de los grandes hallazgos de la película, una suerte de auténtico epifonema de la película.

         No solo la actuación de Bardem, ¡ojo!, justifica ir a ver la película, que nos hará reír con sus generosas dosis de comedia costumbrista y no nos soliviantará en exceso con las inevitables demagogias que incluyen algún private joke autorreferencial, como cuando el empresario dice que hay que estar atentos para cazar las subvenciones de las administraciones, porque, si no, «se las llevan los del cine»…; sino que todo el reparto está muy puesto en su papel y contribuye poderosamente al fin último de dotar de coherencia narrativa el relato. El acierto de aspectos aparentemente marginales, como el desequilibrio —¡inadmisible para el buen patrón!— de la báscula que preside la entrada al recinto de la fábrica adquieren una relevancia casi definitiva para entender bien la sólida estructura con que, ya desde los títulos de crédito, se ha construido esta inteligente película cuyos livianos pecados demagógicos no nos privan, insisto, de un disfrute que incluso permite llegar a la carcajada.

         Supongo que las ácidas comedias españolas de los años 50, Ferreri, Berlanga, Nieves Conde, etc. podrían aducirse como referentes para El buen patrón, pero a mí me ha parecido que seguía más el modelo italiano, como en el caso de El patrón y el obrero, de Steno, aunque, dada la naturaleza del negocio, las básculas y el necesario equilibrio de las mismas, sin las gotas de aparente disparate que pueden advertirse, por ejemplo, en esa tragicomedia terrible que es Brutti, sporchi e cattivi, de Ettore Scola, que he visto con sumo interés por recomendación de ese gran crítico de cine y realizador que es Javier Arazola.

         El broche final de la terrible aventura social en que acaba convirtiéndose la película tiene un sí sé qué de documento que, a pesar del emisor, podría ser entendido como una crítica radical de la corrección política en que anda perdida la pseudoizquierda reaccionaria española. Doctores tiene la santa madre iglesia para que nos iluminen…

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