Una historia de pasiones, desamores, engaños y apariciones en el marco de la comunidad judía neoyorquina: el mundo de Singer, Roth y, al fondo, el recuerdo de Allen…
Título original: Enemies: a
Love story
Año: 1989
Duración: 120 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Paul Mazursky
Guion: Roger L. Simon, Paul
Mazursky. Novela: Isaac Bashevis Singer
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Fred Murphy
Reparto: Ron Silver,
Anjelica Huston, Lena Olin, Malgorzata Zajaczkowska, Alan King, Judith Malina,
Paul Mazursky, Rita Karin, Phil Leeds, Elya Baskin, Henry Bronchtein, Tyrone
Benskin, Rummy Bishop.
Un traumatizado
superviviente del Holocausto convive en Manhattan con la criada polaca que lo
ayudó a sobrevivir, escondido, en el altillo
de una granja durante la época del dominio nazi, pero, al mismo tiempo, porque
está con ella por puro agradecimiento, se enamora de una mujer de rompe y
rasga, impulsiva hasta casi el trastorno mental, y, de repente, apenas transcurrido
un tercio de la película, aparece su mujer, como un espíritu que lo deja sin
aliento, porque entendía que ella y sus hijos habían perecido en la feroz persecución
de judíos de los nazis. Con ese panorama, la película de Mazursky va a seguir
las andanzas de un escritor de medio pelo que sobrevive gracias a sus
colaboraciones con un rabino, a quien le escribe los sermones, por más que él
sea un descreído. La doble relación amorosa que mantiene, a la que se añade la
extraña aparición de su mujer, con quien nunca acaba de entender qué relación
tiene, porque se llevaban a matar, aunque, al reencontrarse, revive en ellos un
simulacro del amor que algún día debieron de tenerse y que los llevó a casarse,
va a convertirse en un carrusel de situaciones de todo tipo, desde la comedia
tipo Allen, hasta la tragedia y, por supuesto, la descripción privilegiada de
un hombre enamoradizo que se ha de plantear a qué ha de obedecer, si a su
instinto o a su responsabilidad.
La película
está ambientada en la zona de Coney Island, cuya feria preside, de forma
omnipresente, muchas de sus escenas, con la Wonder Wheel emergiendo
sobre el entramado de casetas, y quién sabe si esas escenas no habrán sido,
desde la memoria de las mismas, una inspiración para la Wonder Wheel,
de Woody Allen. De hecho, la puesta en escena y la ambientación son
extraordinarias y, a medida que veía la película, echaba de menos
constantemente la iluminación de Vittorio Storaro. Para hacernos a la idea, solo se me
ocurre comparar esta ambientación con la de Días de radio, también de
Allen. Se trata de una producción muy cara, pero a la que se le saca un provecho
magnífico, porque todos los detalles están cuidadísimos y tenemos una impresión
de realidad absoluta. Hay mucho extra y muchos secundarios de gran valía, no obstante, la película
gira en torno a los cuatro personajes principales cuyas particulares psicologías
se toma su tiempo Mazursky para describirlas, de modo que los espectadores no
se quedan con estereotipos, sino con personas muy individualizadas, aunque a
veces nos cueste aceptar como normales sus reacciones. La historia se mueve
entre el costumbrismo bienhumorado y la tragedia de las personas que han vivido
el holocausto y sobrevivido a él, lo cual implica ciertas vivencias imborrables que reaparecen en
sus sueños o en momentos de estrés como a los que se somete el protagonista, que
va de una mujer a otra sin saber exactamente si está haciendo «lo que debe», aunque está claro que el nítido impulso sexual que lo guía le indica el camino
que ha de seguir, aunque vaya de chasco en chasco y escandalizando a propios y
extraños.
Pudiera deducirse, por lo que llevo
escrito de esta crítica, que la comicidad inherente a un buen puñado de
situaciones incline la película hacia la comedia, pero, a pesar de las
generosas situaciones cómicas, como la polaca que lo protegió y que quiere, a
toda costa, por amor a él, convertirse al judaísmo, lo propio sería incluir la
historia en la tragicomedia que es la vida misma, tan plural, como la historia
del corazón de Rubén Darío, pródiga en amores. Que el ambiente judío lo presida
todo tiene que ver con la adaptación de la obra de Isaac Bashevis Singer, el
Nobel autor de El mago de Lublin, una de las primera novelas que leí y en la
que, como en esta, los conflictos pasiones son el eje vertebrador de la trama.
Quien sea adicto a los novelistas
judíos norteamericanos, Bellow, Roth, Singer y tantos otros, advertirá
enseguida un cierto espíritu de familia en los conflictos de los personajes,
sobre todo los de carácter amatorio y, como no podía ser de otra manera, los de
su polémica relación con la religión judía, omnipresente en esta película de
Mazursky. Con todo, el conflicto pasional del protagonista, más allá del marco
social y de su relación con una religión concreta, es universal y afecta a todo
ser humano.
Dejo para el final el merecido elogio a
las interpretaciones del cuarteto protagonista al que se ha de sumar la breve,
pero intensa, de Judith Malina, quien fuera durante tantos años el alma viva
del proyecto teatral del Living Theatre, junto con Julian Beck, a quien
sobrevivió. Curiosamente, Malina actuaba también en Días de radio, de
Allen. Si alguna actriz, en esta película, destaca sobre todas, aun a pesar del excelentísimo
trabajo de Anjelica Huston, poderosa de principio a fin, es la sueca Lena Olin, interpretación premiada por el Círculo de escritores
cinematográficos de Nueva York, a quienes deslumbró como a cualquiera que vea
la película. Fue nominada a Mejor actriz de reparto, pero no ganó el Oscar. En
esta película aparece como una mujer torturada, apasionada, frágil, trastornada
y muy unida, paradójicamente, a su madre. Su turbulenta relación con el
protagonista nos ofrece momentos memorables, como las cortas vacaciones en una
suerte de campamento de vacaciones solo para judíos.
No conocía esta obra de Mazursky, de quien
aprecié mucho Bob, Carol, Ted y Alice y Escenas en una galería,
donde trabajó con Allen y Bette Midler, pero es muy posible que Enemigos,
una historia de amor, sea una de las más redondas que haya dirigido.
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