Los caminos
erráticos de la culpa y la expiación, cubiertos de escamas…
Título original: Maelström
(Maelstrom)
Año: 2000
Duración: 87 min.
País: Canadá
Dirección: Denis Villeneuve
Guion: Denis Villeneuve
Música: Pierre Desrochers
Fotografía: André Turpin
Reparto: Marie-Josée Croze,
Jean-Nicolas Verreault, Stephanie Morgenstern, Marc Gélinas, Bobby Beshro, John
Dunn-Hill, Marie-France Lambert, Virginie Dubois.
Que un mero
gigante, a punto de ser descuartizado por un matarife de pescados en un escenario
que remite al interior de la ballena donde Jonás habitara, tome la palabra y te
comience a contar la historia de un personaje al que conoceremos inmediatamente
en una clínica, donde se le practica un aborto por aspiración que se filma con
toda crudeza científica, no es en modo alguno un arranque convencional para una
historia, máxime si al pobre mero lo van a decapitar antes de acabar su
historia, ¿o su fábula?, porque, al revés de nuestros clásicos, el animal es,
en esta arriesgada película de Villeneuve, quien toma la palabra para intentar
contarnos una fábula de humanos desorientados y perdidos en sus pequeños mundos
en los que, a veces, casi siempre, acaban ahogándose. Retengan esta última reflexión,
porque, hacia la mitad de la película, un buzo le dará un giro a la historia
que nos dejará sin respiración…
Bibiane es hija
de un rico famoso que descuida sus obligaciones empresariales, genera una deuda
insufrible para la empresa que dirige su hermano, y es puesta de patitas en la
calle por este, dado que, a juicio del hermano, se ha vuelto un ser
inconstante, impredecible, improductivo y tóxico. El hecho de haber abortado por primera vez la
ha trastornado física y psicológicamente, hasta el punto de cometer algunas
barbaridades banales impropias de su estado. Se refugia en una amiga, pero la
culpa la obsede y su malestar no cesa, porque, de hecho, como la amiga le dice
sabiamente, aunque haya abortado, el cuerpo aún no se ha vuelto atrás de la
revolución hormonal que desencadenó en su organismo al quedarse embarazada.
Puede parecer un simple desajuste de tempos biológicos, pero es
indudable que Bibiane sufre un desconcierto atroz.
Una noche, en
el marco de sus andanzas cinegéticas sexuales, va conduciendo y, sin percatarse
siquiera de lo que ha ocurrido, atropella a un trabajador que sale de detrás de
un vehículo sin mirar justo cuando ella pasa. Oye el golpe, mira por el
retrovisor, pero no ve nada, aunque el bulto está en el suelo. No se detiene,
sin embargo, y sigue su marcha, aunque compungida y pesándole la culpa de no
haberse interesado por el estado del herido, si es que había herido a alguien.
A partir de ese momento, para el que la primera parte de la película, quizá
demasiado larga, funciona como una presentación de la niña rica con problemas,
famosa por ser hija de un famoso cuya actividad no se especifica, pero que se
ha convertido en un típico «desastre», su vida va a girar en torno a lo que no
tarda en confirmarse como una muerte traumática provocada por un atropello que
no le impidió al hombre llegar a su casa y sentarse en su cocina hasta morir. Parte
de la obsesión con esa muerte de la que obviamente se siente responsable es el
intento de deshacerse del coche en el puerto, imágenes que contrastan con otro espacio,
el de una presa imponente en cuyas aguas un buzo realiza labores propias de su
profesión. Ya tenemos a los dos protagonistas emparejados por un buceo
profesional y un buceo desesperado por salvar la propia vida.
Desde ese
momento, las historias de ambos van a cruzarse en el tanatorio donde, para
desolación del hijo, su padre ha sido incinerado, porque es «lo que se
acostumbra». Desde el inicio de la película se pide a los espectadores noruegos,
con un cartel en su lengua, que perdonen a los autores por haberse basado en
tópicos a la hora de crearlos personajes noruegos de la historia. La historia,
sin embargo, sean noruegos o no, funciona a la perfección, porque, tras haber
coincidido ambos en el tanatorio, Bibiane se hace pasar por vecina del finado,
a quien saludaba de vez en cuando, y el hijo, Evian, comienza a sentir una
poderosa corriente de afecto hacia ella, quien, sin embargo, duda entre la
prudencia y la seducción. Se impone al final la segunda, con tanta fortuna que,
gracias a ella, Evian salva su vida, porque la avioneta en la que pensaba
viajar se acaba estrellando y todos los pasajeros pierden la vida en el
accidente.
Pudiera parecer
un final «feliz», construido sobre la impostura, el silencio y el engaño; pero
Bibiane, como cualquiera que sea responsable de una muerte, no solo necesita «confesar»
la culpa, sino expiarla y reconciliarse consigo mismo. Está claro que ese
último tercio de la película ha de recorrerlo el espectador sin ningún adelanto
importuno del crítico.
En todo caso, y
a diferencia de la que he criticado hace unos días, Un 32 de agosto en la
Tierra, su ópera prima, Villeneuve consigue crear una dimensión moral profunda
y auténtica, a pesar de la superficialidad del personaje femenino protagonista.
De hecho, ese contraste entre la dimensión trágica y la banalidad de un ser
perdido en lo trivial potencia el interés del espectador por lo que ocurre en
la pantalla. Parte de esa «banalidad» es el cartel de Mao en la casa de la protagonista
con su conocido lema: El imperialismo
y todos los reaccionarios son tigres de papel.
Lo que no es
sorprendente es la factura técnica de la película, porque entre la comicidad de
los pescados parlantes en su predecapitación y la dureza de un pulpo que crea
una cadena desde el consumidor hasta el origen de la cadena de consumo, sumado
a la exquisitez de un buen número de planos esmerados, con una fotografía y una
iluminación exquisitas, la película ofrece una calidad de realización que
compensa sobradamente los posibles problemas de distribución de la materia
narrativa. La película, sobre todo en su segunda mitad, atrapa, finalmente, al
espectador en el pandemonio mental que vive la protagonista, con una
interpretación de mucha altura, dado el difícil personaje que a Marie Josée
Croze le ha tocado en suerte. Otra cosa son los elementos metafóricos, como la
presencia de los peces en la trama o el doble buceo, ¡tan distinto!, de
personajes que acabarán «forzosamente» enfrentados, el propio retrato de Mao o el coche asesino…,
pero eso son distracciones que a buen seguro complacerán a los espectadores que
esta película merece.
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