Puro cine negro para corazones apasionados y razas en
conflicto: El kimono rojo o el arte
brioso y espectacular de Samuel Fuller.
Título original: The Crimson Kimono
Año: 1959
Duración: 82 min.
País: Estados Unidos
Director: Samuel Fuller
Guion: Samuel Fuller
Música: Harry Sukman
Fotografía: Sam Leavitt (B&W)
Reparto: Victoria Shaw, Glenn
Corbett, James Shigeta, Anna Lee,
Paul Dubov.
Tenía ganas de ver El
kimono rojo, de Fuller. Voy cubriendo su obra a medida que me llegan a las
manos sus películas, porque me abandono al azar, antes que al método. Los
intervalos, a veces largos, entre unas y otras, siempre me permiten esperar con
muchas ganas los futuros descubrimientos. Por fin he llegado a una de sus obras
clásicas, no tan impactante como Corredor
sin retorno y solo un poco menos elegante que La casa de bambú -se rodó entre ambas-, pero sin duda apasionante
para el amante tanto del thriller como del cine social y del melodrama, porque
Fuller se lía la manta a la cabeza y comienza un thriller que deriva hacia la
crítica social y acaba en magnífico melodrama, y todo ello, sin despeinarse,
como quien dice. Lo curioso es el brioso comienzo en escenarios naturales, Los
Angeles, sobre todo con planos nocturnos de indudable plasticidad, que
enseguida nos pone en la pista, con el asesinato de una bailarina de streptease en plena calle, de un
thriller que intuimos de poderoso recorrido y lleno de enigmas, porque la
puesta en escena permite unos encuadres llenos de detallismo que alertan a los
espectadores del laberinto en que la cámara nos va a introducir inmediatamente.
A medida que la pareja de policías, amigos fraternos y compañeros en la Guerra
de Corea, uno de ellos de origen japonés, entra en escena y comienzan las
pesquisas, advertimos que se va a desarrollar una subtrama, la de su estrecha relación,
que tiene que ver con la crisis en que entra cuando ambos acaban enamorándose
de la misma mujer, a la que los ha conducido la única pista que tienen para
descubrir el asesinato de la bailarina: el cuadro en el que esta aparece
pintada con un kimono rojo, obra de una pintora, encarnada por la elegante y
bellísima Victoria Shaw, de poco relevante carrera en Hollywood, sin embargo,
pero quien cumple sobradamente con la exigencia que a la heroína le impone el
género, si bien la mezcla de géneros decanta su actuación hacia la clave blanda
del melodrama, en el que la lucha entre los dos hombres por ella adquiere una
presencia mayor, por la tensión de la rivalidad masculina que tantas
situaciones de violencia larvada permiten vivir. Que Fuller se desentienda
completamente de la trama criminal -que se retoma al final con una desgana
total y una falta de convencimiento absoluto- nos permite ahondar en el potente
melodrama del trío protagonista, y ahí radica, con el factor racial de por
medio, el más notable interés de la película, porque, en 1959, estamos a muy
poco de que prenda la mecha del conflicto racial en Usamérica, cuya resonancia
aun hoy alimenta las pantallas, como lo demuestra la película de Bigelow, Detroit, recién estrenada. Adviértase, a modo de anécdota reveladora, la terrible publicidad con que se anuncia la película: Una "agraciada" joven americana "en brazos" de un japonés. Ello nos permite advertir el valor transgresor de la película y el fuerte compromiso social antirracista del director. Dentro de la
policía, la fraternidad caucásica y oriental se exhibe a través de la
aceptación de las artes marciales japonesas, practicadas por los policías de ambos
orígenes, en unas secuencias llenas de dramatismo y rodadas con un vigor
extraordinario, como corresponde al sello característico del cine de Fuller, en
el que la acción es ingrediente consustancial. Aquí, en El kimono Rojo, hay una indagación psicológica sobre la amistad, la
culpa y la fidelidad a la tradición que nos sitúa, como ya digo, en el ámbito
del melodrama, perfectamente representado por la pareja protagonista, que
brilla a gran altura, aunque ninguno de los dos cuajó una carrera “estelar”.
Los actores desconocidos para el gran público, y aun para los críticos, al
menos para los amateurs, como mi menda visionanda, le dan a la película un aire
inconfundible de magnificente serie B, aunque la poderosísima fotografía de Sam
Leavitt -nominado para el Oscar a la mejor fotografía por Anatomía de un asesinato, de Preminger, rodada el mismo año, y que
tuvo la mala suerte de competir con un Ben-Hur que arrasó con 11 estatuillas- lo impide y la coloca, por
mérito propio, entre las grandes películas del género, hecha la salvedad, ya
digo de que el caso policial funciona casi como un Macguffin en esta vibrante, hermosa y, en su tiempo, atrevida película.
Hola , recien la ví en Tv publica y la verdad es que tu análisis me parece muy correcto. Siempre ayuda para aprecia mejor lo que vimos una mirada entrenada. Suerte !!
ResponderEliminarMuchas gracias, Ernesto, por tomarte la molestia de entrar a decirme que compartes mi visión de la película. Me alegro.
Eliminaralguna pag para verla??
ResponderEliminarYo la compré en vídeo en una tienda del barrio con un gran fondo de clásicos. Supongo que no será difícil hallarla a la venta en internet. Siento no poder ser de más ayuda.
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