Del lastre de lo previsible
y otras incongruencias de calado en Personal
Shopper o las inverosimilitudes se pagan, por modernas y cool que se
pretendan.
Título original: Personal Shopper
Año: 2016
Duración: 105 min.
País: Francia
Director: Olivier Assayas
Guion: Olivier Assayas
Fotografía: Yorick Lesaux
Reparto:
Kristen Stewart, Lars Eidinger, Nora von Waldstätten, Anders Danielsen Lie, Pamela Betsy
Cooper, Sigrid Bouaziz, David Bowles,
Ty Olwin, Leo Haidar, Benoit
Peverelli, Fabrice Reeves, Abigail Millar.
Dicho
de un artista o de un escritor: Exagerar en su obra rasgos artificiosos que la
apartan de la naturalidad. Esa es la definición de amanerarse, y ella
nos sirve para abrir con un juicio previo, que
no prejuicio, está claro, esta crítica. Es más, iba absolutamente
predispuesto a disfrutar poco menos que de una revelación cinematográfica en mi
bautismo assayesco, pero pronto se me enfrío el entusiasmo y la cosa fue
sobreviviendo a muy duras penas hasta llegar a un final archiprevisible –“Nena,
¡ojalá no sea quien los dos sabemos que será!”, le dije a mi Conjunta, y sí,
sucedió según la previsto, que es la peor manera de ver una película, hacerte
un chafado (spoiler en cool...) que te deja bailando en la cuerda tonta del si lo
llego a saber no vengo… ¿Por qué fue que, en el paseo desde el cine a casa, lo
primero que se me vino a la cabeza fue el famoso código secreto que Houdini, el
gran escapista, concertó con su mujer para desenmascarar a los charlatanes de
los contactos con los habitantes del “más allá”? Con mi predisposición poco
favorable a este tipo de “realidades” fantásticas, queda claro que mi grado de
aceptación de dichos asuntos está en relación directa con el grado de ficción capaz
de naturalizarlos en una trama que da por sentado que nos hallamos en el ámbito
de la ficción, o de la fantasía gótica o como se quiera llamar. De hecho, las escenas “con fantasma” de la
película me parecieron, visualmente, muy conseguidos, y aun en algunos casos, estremecedoras, como los
reflejos esquivos en la pared o algunos efectos paranormales, aunque no así la
vomitona del ectoplasma, por ejemplo, demasiado “vulgar” y tópica. Hasta cierto
punto, esas presencias fantasmales me recordaron a los cefalópodos gigantes que
se nos presentan como aliens en la controvertida película de Villeneuve, Arrival. El planteamiento del gemelo “escindido”
de su pareja -con el mito platónico del andrógino detrás-, que sufre por esa
separación y no sabe ni quién es realmente, por haber sido desgajado
violentamente de su otra mitad, es lo suficientemente atractivo como para
seducir al espectador, pero dicha seducción no se produce, antes al contrario,
el espectador -este, mi menda veyenda,
claro está-, se va desenganchando de esos patéticos sufrimientos de la gemela
viva y en modo alguno se siente interesado por una trama de thriller cuyo
desenlace conoce desde que se abre el teléfono con el inquietante mensaje. Por
cierto, igual que en los premios literarios se recurre mucho al diálogo tipo: -Hola, ¿qué tal? -Bien, ¿y tú? -Voy tirando.
-Sí, es lo que hay. -Muy duro, todo. -Ya lo creo. Oye.- ¿Qué? .Verás… para “cubrir”
la extensión requerida a los originales en las bases de los concursos,
últimamente no hay película en la que los diálogos a través del móvil no tengan
su buen espacio, y, la verdad, entiendo que se ahorra mucho en actores, en
extras, en permisos de rodaje y en puesta en escena, pero seguir un diálogo de
pantallas en la pantalla del cine no deja de ser un tostón de marca… Otra cosa
fue lo que sucedía en Her, pero allí nos movíamos en el terreno de la Sci-fi,
casi distópica, y aquí, y ahí es donde advierto yo uno de los errores
garrafales de la película, el director nos sitúa en la más real de las
realidades, si bien hay ciertas incongruencias que arruinan la posibilidad de
que nos tomemos esa realidad tan en serio como se la toma la protagonista. Dejo
de lado las diferentes elipsis que nos ahorran un conocimiento detallado de la
vida del médium, su hermano, que ha muerto, y con quien la hermana hace lo
posible y lo imposible para reunirse con él y poder concluir el duelo por su
muerte, teniendo la seguridad de que “sigue vivo” como alma inmortal. Hay una
afectación de la normalidad que resulta difícil de admitir que lo relatado se
produzca “realmente” en esos términos. Por ejemplo, ¿cómo es posible ser una personal shopper teniendo un gusto tan
horrendo para el propio atuendo, y la propia apariencia física, más allá del
drama íntimo que soporta la protagonista? ¿Se es una persona de tantísima confianza para
quien jamás entra en contacto contigo? ¿De que faceta de su personalidad doliente
emerge esa curiosidad malsana por seguir un diálogo “peligroso” con un
desconocido a través del móvil? Son preguntas legítimas que en modo alguno
invalidan una narración con imágenes muy
poderosas, que es lo que se le ha de exigir, como mínimo, a quien dirige una
película; pero no es menos cierto que esas preguntas sobre un guion demasiado
complaciente consigo mismo nos ponen en la senda de la explicación del
porqué del relativo fracaso de la película. La cuidadísima estética de Assayas
esconde en su perfección formal una insustancialidad de fondo que evita al
espectador generoso, como yo creo serlo, renunciar de buen grado al principio
de verosimilitud, porque la propia historia, con su fe ciega en los contactos
paranormales, induce a ello, en primer lugar, y porque de esa premisa se
deriva, al menos a mi parecer, la explicación de la paupérrima interpretación
de la gemela abandonada (en este valle de lágrimas). Moviendo información
descubro que está casado con Mia Hansen-Løve, de quien escribí la crítica de su
película El porvenir, con Isabelle
Huppert, a quien, curiosamente, parece sucederle en su película lo mismo que a
Kristen Stewart en esta: deambulan por la historia sin saber casi nunca a qué
atenerse y sin saber, exactamente, qué quieren. la directora y el director, de
ellos. Yo entiendo que el cine de autor implica, por lo general, una suerte de “misión”
artística: uno tiene un guion que quiere traducir en imágenes y no hay manera
de que se trabaje “en equipo”, esto es, que haya otros ojos que descubran “lo
que no funciona” en un guion que, adecuadamente pulido, nos permitiría hablar
de una película muy notable. Hay pequeños destellos de lo que podría haber
sido, como la conversación con el nuevo compañero de la mujer que lo fue de su
hermano gemelo desaparecido, porque hay en esos instantes, una capacidad de
generar inquietud que atrae al espectador de un modo poderoso; pero, en términos
generales, la película deriva por una visión de la modernidad mezclada con el
rancio tópico del espiritismo que consigue aburrir y en algunos momentos hasta
irritar, al margen, ya digo, del exceso de planos de pantalla de móvil o de
ordenador, elementos de los que nos e puede prescindir, lo entiendo, pero que
hay que dosificar con cuentagotas. La crisis de identidad de la gemela es
evidente y real, pero tiene un desenlace casi de chiste en película cosmopolita
y de turismo de lujo; el thriller que discurre paralelo al drama íntimo, se cae
de puro previsible; y la supuesta “renovada visión” del mundo del espiritismo
acaba convirtiéndose en algo no muy lejano de la hilaridad, por más que -¡y cómo
las agradecí!- las secuencias de la protagonista en la casa donde vivía el
hermano, adonde llega para intentar el “contacto” con él, saben crear una
atmósfera propia de ese cine de “lo paranormal”, a medio camino entre el cine
de terror gótico clásico y el cine de terror psicológico, al estilo de algunas
obras de Polanski. No me cabe duda de que Assayas o ha dirigido o dirigirá
alguna película importante, pero ni he visto su obra anterior ni tampoco me
siento excesivamente motivado para esperar las próximas, acaso debido al
injustificado entusiasmo con que he ido a ver la presente.
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