lunes, 5 de junio de 2017

La virtuosa caligrafía del suspense: “El desconocido”, de Dani de la Torre.


Dani de la Torre se estrena con un ejercicio de medida acción, desbordada emoción y espectacular puesta en escena: El desconocido o de cómo el poder visual disimula los defectos de guion. 

Título original: El desconocido
Año: 2015
Duración: 91 min.
País:  España
Director: Dani de la Torre
Guion: Alberto Marini
Música: Manuel Riveiro
Fotografía: Josu Inchaustegui
Reparto: Luis Tosar,  Javier Gutiérrez,  Goya Toledo,  Elvira Mínguez,  Fernando Cayo, Paula del Río,  Marco Ruiz,  Luis Zahera,  Ricardo de Barreiro,  María Mera, Mateo González,  Antonio Mourelos.


Yo venía hoy a este Ojo a dejar constancia de una de esas películas de “terror” que me gusta ver de vez en cuando para oxigenarme tras la sofocación stendhaliana de las obras exquisitas, Refugio macabro, de Roy Ward Baker, pero ayer por la noche se me cruzó El desconocido, de Dani de la Torre y, contra mis sólidos hábitos, fui capaz de ver, en tiempo real, con las insufribles pausas publicitarias estratégicamente colocadas, la película, anunciada como “El peliculón”. Una hipérbole excesiva, desde el punto de vista de este cineaficionado, pero he de reconocer que la ópera prima de De la Torre me ha complacido enormemente, sobre todo porque no son precisamente películas de este tipo a las que soy más aficionado, si bien no me cuesta reconocer sus virtudes técnicas y el oficio cinematográfico que requiere mantener la tensión a lo largo de todo el metraje, un tour de force que, salvo algunas caídas lógicas de tensión y algunas incoherencias de guion, consigue un resultado óptimo gracias, sobre todo a una planificación milimétrica de la aventura, al uso extraordinariamente eficaz de la ciudad de La Coruña como parte de una estupendísima puesta en escena y, finalmente, por unas interpretaciones en las que, salvo roles algo forzados, como el de Elvira Mínguez o el poco afortunado de Javier Gutiérrez, descansa el peso de la película. En este sentido, los tres protagonistas, el directivo de banca, Tosar, y sus dos hijos, una hija adolescente y un hijo pequeño, logran dominar de tal manera la situación que el espectador se traga gustosamente el anzuelo de la desesperada situación mortal en que se hallan y aprieta, con ellos, el culo contra el asiento del sofá a lo largo de toda la película. Son recurrentes, en nuestro país, las críticas a las “imitaciones” del cine usamericano en producciones como la presente y, más allá de valorar en sí la película, se valora en qué medida se ajusta o deja de ajustar esos modelos. Que los modelos existen es innegable, pero de lo que se trata es de si la aclimatación de los mismos nos ofrece un “simulacro” o una obra interesante y personal, en la medida en que pueda hablarse de cine “personal” para películas de acción de este tipo, tan ajustadas a patrones genéricos. La película de De la Torre cumple con todos los requisitos que exige el género y crea una atmósfera angustiosa que atrapa al espectador en un crescendo sabiamente dosificado, aunque, insisto, ciertos aspectos del guion, por muy Ingeniero de Minas que sea el antagonista, ofrecen serios reparos en punto a la inverosimilitud de algunos de ellos. Que en este tipo de películas haya ciertas “trampas” narrativas forma parte del género al que pertenecen, y, efectuado el balance final, lo que cuenta es si seguimos sin resuello el hilo de la acción o no, y, sobre todo, si deseamos que el protagonista se salve o no. En este caso, en el de una venganza por los abusos de la banca en la colocación de “preferentes”, lo cierto es que las simpatías del espectador se van hacia el malvado, Javier Gutiérrez, un hombre desesperado por haber perdido a su mujer, que se suicidó tras haber sido desahuciados, después de perder sus ahorros mediante la estafa que realizó el protagonista, Tosar, pero el aire físico de Fernando Rey, como malvado de French Connection, al que remite su caracterizacion, no ayuda a consolidar su relato, que hace aguas rápidamente. Con todo, la parte más interesante de la película, desde el punto de vista cinematográfico, no está en la historia en sí, aunque forme parte de los deleznables abusos políticos y sociales que hemos sufrido, sino en la aventura de ese coche a través de una ciudad hermosa sobre cualquier ponderación como La Coruña y en la habilidad de De la Torre para moverse con un ritmo exacto entre los interiores del coche y los exteriores de la ciudad. El mantenimiento de la acción a través del diálogo entre el vengador y el banquero es un acierto, y ahí el uso de los registros coloquiales y la interpretación oral se llevan la palma de la eficacia. No insisto más en detalles de la película, porque quien quiera verla, y yo recomiendo hacerlo, seguro que se llevará una sorpresa tan grata como la que me he llevado yo. Sí quiero recordar, en todo caso, esa escena hitchcokiana del final, con un plano cenital que abarca el crucero que acaba de llegar al muelle, el descenso de los viajeros y la incrustación del coche-bomba entre ellos, con el protagonista y el antagonista dispuestos a afrontar el desenlace. La luz de la película, una luz fría y metálica,  consigue unos colores poco saturados que acentúan el acabado de una película a la que espero seguirán otras muestras del buen hacer de tan experto debutante.

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