Una colosal y olímpica Ava
Gardner, sin réplica en el plano Robert Walker, para una comedia ingeniosa: Venus era mujer o cómo brillan los
secundarios: Eve Arden, sobre todos los demás.
Título
original: One Touch of Venus
Año: 1948
Duración: 78 min.
País: Estados Unidos
Director:
William A. Seiter
Guion:
Harry Kurnitz, Frank Tashlin (Obra: S.J. Perelman, Ogden Nash. Novela: F. Anstey)
Música: Ann Ronell
Fotografía: Franz Planer
Reparto:
Robert Walker, Ava Gardner, Dick Haymes,
Eve Arden, Olga San Juan, Tom
Conway, James Flavin, Sara Allgood,
Arthur O'Connell.
A estas aberturas del Ojo
lo que me extraña es que de algo que seleccione en Tallers 79 no tenga alguna
referencia que me confirmen la sensatez de mi elección. Es el caso de esta
comedia de marcado carácter clásico, a medio camino entre la alta comedia
sentimental y el género musical -en origen fue un musical en Broadway-,
dirigido por un todoterreno de la dirección, William A. Seiter, cuya carrera se
inicia en los tiempos heroicos del cine, en 1915 y se extiende hasta nada menos
que 1954, es decir, casi 40 años de profesión que han dado de sí para construir
una carrera profesional al servicio de actores y actrices, sobre todo, quedando
él en un más que discreto segundo o tercer plano. En cualquier caso, dos son
las películas vistas con anterioridad a la presente: El hotel de los líos, con los hermanos Marx y Una oportunidad en el cielo, con Ginger Rogers y, entonces, un
guapísimo y seductor Joel McCrea, aunque el premio a la mejor interpretación se
lo lleva Ginger Rogers, ¡y sin dar en
ningún momento ni un solo paso de baile…! Venus
era mujer, he de admitirlo, no me queda otra, es la típica comedia
usamericana que sabe explotar una situación absurda, y hasta casi pueril, para
sacar de ella una película que se ve con auténtica delectación y, en ciertos
momentos de la película, incluso con admiración por una estructura narrativa
que lo liga todo a la perfección y que potencia en grado sumo la sensación de
estar ante una nadería rodada con un
sentido riguroso del timing típico de la comedia y con una recreación
apasionada en la figura de una actriz, Ava Gardner, que saldría de esta película
con el dulce sambenito de “el animal más bello del mundo”, que ya gustaría a
tantos y a tantas. La historia, típicamente broadwayana, no puede ser más
absurda ni tópica: una estatua de Venus se anima cuando la besa un diseñador de
escaparates de unos grandes almacenes momentos antes de ser presentada por su
dueño a la prensa como una de las grandes maravillas del arte de todos los
tiempos. A partir de esa “desaparición”, la película sigue el guion de las
comedias de enredo, muy próxima al vodevil, con escenas de entradas y salidas,
con bañeras llenas de espuma que esconden o no a la protagonista, juegos de
malentendidos, etc. Cabe recordar que en el guion hallamos a alguien muy
conocido, Frank Tashlin, director de algunas de las mejores comedias de ese
genio del cine que fue Jerry Lewis. Si le añadimos un par de canciones que
sobrevivieron al musical, perfectamente coreografiadas, nos hallamos ante una
comedia de sabor clásico que, desde un punto de partida absurdo, nos depara un
rato la mar de agradable en compañía de un animal fotogénico como Ava Gardner y
el genio wilderiano de una soberbia secretaria, perdidamente enamorada de su
jefe, Eve Arfen, con una vis cómica de primerísima clase, el perfecto
complemento al deslumbramiento que produce en el espectador la irrupción y los
planos, primeros, medios y generales de esa auténtica Venus animada que fue Ava
Gardner, de quien las cámaras se enamoraban desde el pimer plano en que tuviera
a bien aparecer en la película que fuese y por buena o mal que esta, la
película, claro,fuese. Vestida durante casi toda la película con una estola
ajustadísima que perfilaba un perímetro corporal de los que quita el aliento,
Ava Gardner es mimada por Seiter en un repertorio de primeros planos y planos
medios que podrían muchísimas actrices exhibir como muestra de cómo les gustaría
que el director las tratase en la película que estén rodando. Es una lástima
que no apareciera por la película en quien s primero se pensó para el papel ,
Frank Sinatra, y lo acabara haciendo un Robert Walker idóneo para Extraños en
un tren, pero absolutamente ridículo en una película en la que da la impresión
constantemente de no saber qué diablos pinta en ella, algo que no debió de
ponerle fáciles las cosas a Ava Gardner, quien sabe sortear la nula química que
tiene con su coprotagonista y sacar adelante una filmación cuyos únicos núcleos
de interés son ella misma y la irónica secretaria enamorada del jefe, Eve
Arden. Arden, sobre cuya valía poco hay que añadir, actuó en dos películas
magníficas y de muy diferente naturaleza: Alma
en suplicio, de Michael Curtiz y Anatomía
de un asesinato, de Preminger. Reconozco mi debilidad por este tipo de
películas en apariencia inanes que esconden momentos de cine muy puro. Hay
quienes, desde un inicio tan absurdo renuncian a continuar, creyendo que todo
será un disparate detrás de otro, y aunque no les falte razón, lo que les falta
es ser lo suficientemente razonables para aceptar el código fantástico que se
les está proponiendo -en este caso la comedia sofisticada- y descubrir a través
de su realización lo que esta película nos da y con creces: momentos
cinematográficos deliciosos y algunos con tanto fuerza cómica como las mejores
comedias ácidas de Wilder o las más amables de Lubitsch, cuyo tópico “toque”
parece haber asimilado Seiter a la perfección para este entretenimiento
ingenioso y brillante. La puesta en escena en los grandes almacenes -como la
escena en la lujosa casa recreada en una
de las plantas- tiene detalles estupendos, como el mismísimo inicio de la
película, en el que los títulos de crédito se recortan sobre una acrópolis
griega tras la que emerge, al acabarse estos, la figura del diseñador de
interiores que se incorpora tras la maqueta para darle los últimos toques al
decorado, lo cual permite enlazar su trabajo con el retoque que ha de darle a
la cortina que permitirá al jefe de los grandes almacenes levantarla suavemente
para que aparezca la estatua, una copia a tamaño natural de la actriz, de la
que bubo dos versiones, una totalmente desnuda, al más puro estilo clásica, y
otra con la estola correspondiente para “adecentarla”, y de esta última se hizo
una reproducción a pequeña escala que se adjuntó al dossier de prensa como regalo
promocional de la película, lo que no evitó que la película fuera un fracaso,
quizá constatando, con ese rechazo popular, que la película acabaría siendo
feliz objeto de descubrimiento para amantes de los escondidos destello de la
mejor comedia usamericana. Si Marilyn Monroe es un icono, lo mismo, o con mayor propiedad, si cabe, ha
de decirse de Ava Gardner en esta perfectísima encarnación de Afrodita.
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