Ante
el principio de realidad, sucumbe el deseo: Secretos
de una esposa o el triste y viejo romance de la malmaridada, con una Ingrid
Bergman a la altura de su nombre.
Título
original: A Walk in the Spring Rain
Año: 1970
Duración: 98 min.
País: Estados Unidos
Director:
Guy Green
Guion:
Stirling Silliphant (Novela: Rachel Maddux)
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: Charles Lang
Reparto:
Anthony Quinn, Ingrid Bergman, Fritz Weaver,
Katharine Crawford, Tom Holland,
Virginia Gregg, Mitchell Silberman, David Opatoshu.
Un título demasiado
ampuloso y equívoco en castellano, mala traducción sensacionalista de un título
original tan lírico como cursi, A walk in
the Spring Rain, esconde, más que descubre, una película sensible, realista
y felimente interpretada por dos actores de fuste, Ingrid Bergman y Anthony
Quinn, si bien para el publico usamericano fue muy discutida la elección de
Quinn como un granjero de los Apalaches, porque ni por morfología ni por acento
podrían sentirse identificados los habitantes de esa bella zona fotografiada
con un mimo especial por Charles Lang, en cuyo haber hemos de citar la
fotografía de películas tan famosas como Adiós
a las armas, Con faldas y a lo loco,
Sabrina, Sola en la oscuridad, Los 7
magníficos y tantas y tantas otras… De hecho, bien puede hablarse de él,
como el del creador de un estilo que identificó inmediatamente las obras de la
Paramount durante una década. Guy Green, excelente director de fotografía él
mismo, antes de convertirse en director, fue Oscar en esa categoría por Great
Expectations, de David Lean, es un director poco conocido pero con tres obras
de fuerte carácter social en sus inicios, El
amargo silencio, Retazo de azul y
Hombre marcado, de temática muy
distinta, pero con un contenido solidario y progresista muy marcado. En este Ojo he criticado El amargo silencio, para quienes se sientan interesados por el
autor. Secretos de una esposa es una
película que pertenece al género de análisis crítico de las relaciones de
pareja, sobre todo las insatisfactorias, que ha dado momentos de gloria al cine
desde diferentes perspectivas, ya dramáticas, ya cómicas, como Secretos de un matrimonio, de Bergman, o
La costilla de Adán, de Cukor, que
revisitaré en breve. Se trata de una película sobre ordinary people narrada con realismo y con escrupuloso sentido de
la realidad, esto es, no estamos ante un melodrama o un tragedia o una
fantasía, sino ante la captura de eso tan difícil de llevar a la pantalla, a
menudo, como es la vida misma representándose ante nuestros ojos con todos los
ingredientes y requisitos de lo que a todos nos atañe y que identificamos como “lo
que es”, “lo que hay”, “real como la vida misma”, etc. En todo caso, que nadie
se imagine que habrá de vérselas con una suerte de película estilo documental o
perspectiva sociológica o algo por el estilo. En modo alguno. Se trata de una
historia sencilla en la que se narra la frustración de una mujer recién llegada
a la sesentena y cuya insatisfacción va creciendo en la medida que progresa su
conocimiento del vecino y “hombre para
todo” que cuida de la casa adonde ella y su marido, un profesor de universidad,
se han retirado con la finalidad de que el marido acabe de escribir un libro de
texto de naturaleza jurídica, un tema apasionante para oírselo leer al marido
cuando tu mente divaga en torno a la súbita atracción que has sentido por un
hombre singular, “auténtico”, expansivo, vital, y no ciertamente sin
preocupaciones, sobre todo con su hijo, un don juan de aldea dispuesto, así se
nos lo presenta, a defender a puñetazos sus adulterios. La protagonista tiene
también su propio conflicto con la hija, porque, aunque casada y con un hijo,
ha sido admitida en la Facultad de Derecho de Harvard. Algo en apariencia tan
trivial y que no tendría por qué alterar en modo alguno la vida de la madre,
supone, sin embargo, que esta ha de tomar una decisión dramática: continuar
donde está y dejar evolucionar su relación con el viril capataz, aun a riesgo
de que ello provoque la ruptura de su matrimonio, o volver a la ciudad para
encargarse de su nieto y permitir, así, que su hija se abra camino en la vida,
escriba la propia vida que, por ello mismo, impide la de la protagonista. No
niego que la situación es absolutamente tópica, que una recién llegada,
urbanita, a un espacio rural con leyes, paisajes, clima y valores muy distintos
de los suyos, como que casi por fuerza ha de sucumbir a la tentación que encarna
Quinn. Que el marido sea absolutamente frígido, o así se nos presenta,
contribuye lo suyo a que la esposa siga adelante con esos escarceos que,
llegado el momento culminante del beso y los progresos sexuales, ella frena
inequívocamente, ante la mirada comprensiva de él, quien es capaz de retenerse
y, como dice, “esperar la decisión de ella”, todo ello en un escena llena de
intensidad erótica y de tensión emocional que ambos representan con auténtica
pasión. La historia tiene algunos momentos de remanso, como la excursión de fin
de semana del matrimonio, en busca de un espacio íntimo de reafirmación de la
pasión que se resuelve en un fracaso hiriente para ella o la feria del condado,
en la que, sin embargo, se perfila el fortísimo enfrentamiento entre el vecino
y su hijo, que acabará en tragedia. Un momento especialmente emotivo de la
película es el de la visita de la hija para comunicarles a sus padres,
personalmente, que ha sido admitida en Harvard y la “sorpresita” que ello supone
para la madre, en quien, en pleno idilio con el vecino, se confía para
encargarse de su nieto y que la hija pueda “desarrollar su propia carrera”, a
costa de la madre, claro está. Es un magnífico momento en el que la
protagonista se enfrenta a su hija y le dice que si alguna vez ha pensado en
ella, como una persona, al margen de verla como su madre, como un ser
individual con sus propias necesidades y deseos… La hija la mira horrorizada,
como si se hubieran invertido los papeles y fuera la madre la que le dijera a
la hija que se va de casa a vivir su vida…, que es lo que hace, por otro lado, porque
rechaza el “encarguito” de la hija y le dice que no, que no volverá a Nueva York,
y que ya se apañarán ella y su marido, que ella tiene su vida organizada donde
están y que no piensa moverse… Dejo en el aire, por supuesto, el desenlace, por
si a alguien le apetece verla. Green es
un director que no juega con las sensaciones, sino con emociones auténticas,
muy reales. Aunque el vestuario y ciertos espacios interiores rechinen un poco,
la naturaleza feliz en la que se hallan lo compensa todo. Hay, en la protagonista,
un renacer vital que se asocia no solo al enamoramiento, esa “última
oportunidad” que a veces se presenta en la vida para redimir una existencia que
ha hecho de la claudicación una norma, sino, sobre todo, al contacto con la
naturaleza, en cuyas distintas estaciones, desde el invierno extremo hasta la
primavera exultante, se sumerge la protagonista para renacer. Y ahí lo dejo.
Ingrid Bergman es una actriz tan maravillosa que una simple mirada suya ahorra líneas
y líneas de tediosos diálogos, y Guy Green saca un excelente partido de ese
virtuosismo interpretativo. Hemos de tener muy presente que estamos hablando de
una de sus últimas películas, y que la vida personal, tan controvertida, de la
actriz, inevitablemente dejaron huella profunda en su buen hacer. Y sí, en Secretos de una esposa, podemos
beneficiarnos como espectadores de una biografía que potenció una
extraordinaria carrera cinematográfica.
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