Natalie
Wood at her best en una comedia
disparatada e intrascendente pero efectiva: Penélope o la cleptómana por
desamor.
Título original: Penelope
Año: 1966
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Director: Arthur Hiller
Guion:
George Wells (Novela: Howard Fast)
Música:
John Williams
Fotografía:
Harry Stradling
Reparto:
Natalie Wood, Ian Bannen, Dick Shawn,
Peter Falk, Jonathan Winters, Lilia
Kedrova, Lou Jacobi, Norma Crane,
Arthur Malet, Jerome Cowan,
Arlene Golonka, Amzie Strickland, Bill Gun,
Carl Ballantine, Iggie Wolfington.
Tengo cierta debilidad
cinematográfica por la comedia y me reputo de ser un espectador poco
complaciente, de ahí que, puesto el listón donde se debe, sea capaz de
descender algunos palmos para salvar, de algunos bodrios infumables, ciertas
escenas, un buen guion o, como en este caso, una interpretación
archiconvincente de quien en modo alguno es una experta en el género: Natalie
Wood, actriz por la que tampoco siento excesiva devoción. Por eso -y aunque en
casa hube de quedarme solo para verla, ante la negativa Conjunta a seguir con
ella…-, estoy francamente sorprendido por un resultado que en modo alguno me
esperaba por los primeros compases de la película, cuya estética “moderna”
-convenientemente rectificada por el desfile de modelos de alta costura de la
protagonista, especialmente el traje amarillo de Givenchy, que da pie a una
subtrama de chantaje muy graciosa, con un par de secundarios de lujo: Lilia Kédrova
y Lou Jacobi, inolvidables ambos en Zorba, el griego e Irma la dulce, respectivamente; cuya estética, decía, me
distanciaba horrísonamente de lo que veía en pantalla. Tras el primer “golpe”,
el día de la apertura de un banco, la mujer del banquero, disfrazada de vieja,
lo atraca y se lleva un botín de más de 100.000 dólares, y tras los
convenientes cambios de look para no ser reconocida, la protagonista llega a la
consulta de su psiquiatra, quien oye, desesperado, el realato del atraco, un
psiquiatra, por cierto, magníficamente interpretado por Dick Shawn, quien actuó
en Los productores, de Mel Brooks,
por ejemplo. Se trata, como se advierte, de un reparto ejemplar en el que un joven
y eficaz Peter Falk anterior a Colombo, hace de Colombo, pero sin gabardina y
con unas dotes para la comedia que luego explotaría a lo largo de su magnífica
carrera. Teniendo todos esos ingredientes, se había de ser un necio de marca
mayor para no sacar partido y, de hecho, la película tuvo un estreno apoteósico
que, sin embargo, no se confirmó posteriormente en taquilla. Me temo que se debió
a que quedaba muy lejos el género de las screwball comedies, como La fiera de mi niña o Me siento rejuvenecer, ambas de Howard
Hawks. La película le sirvió a Natalie Wood para salir de una depresión, pero
el fracaso de la misma la devolvió a ella
hasta que lgunos años más tardes volvió con una película icónica del new
age: Bob, Carol, Ted y Alice, de Paul
Mazrsky, que la devolvió, como se dice, a lo cursi, a las mieles del estrellato…
Penélope es, como digo, un guion
alocado, en el que cualquier atisbo de normalidad brilla por su ausencia: todo
es disparatado, incluso los momentos de relajación, como las sesiones con el
psiquiatra, quien acabará involucrándose en la devolución del dinero e
intentará aprovecharse de la frialdad del marido para conquistar a su paciente,
de quien, antideontológicamente, se ha enamorado hasta las cachas. La
inconsciencia divertida de la protagonista, perfectamente interpretada,
consigue que la ligereza con que es tratado todo el asunto sea fuente de
legítima diversión, e incluso, como el día de la boda, hay escenas cleptómanas
que casi llegan a arrancar la carcajada. La película, muy neoyorquina, gana
mucho en los exteriores, bellamente fotografiados, pero es, ante todo, una
película de actrices y de actores en la que, acaso, el soso marido de ella sea
la parte más floja, aunque se ha de ser un genio de la comedia para sacar
partido de un personaje tan plano, tonto y aburrido, si bien tiene su momento
de gloria en la película cuando cree ver a su mujer en distintos personajes de
la película. En términos generales, así pues, sin ser una comedia inolvidable,
me parece una película muy digna, muy en la línea del cine comercial propio de
Arthur Hiller, de quien se recuerda el musical El hombre de la Mancha,
con Peter O’Toole y Sophia Loren o ¡Autor,
autor!, con Al Pacino. Nadie se espere un Wilder, pero tampoco tenga miedo
a encontrarse con un Love Story
cómico…
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