Bus
Stop o el arte de esquivar las premisas ful a la mayor gloria de Marilyn Monroe
y Don Murray
Título original: Bus Stop
Año: 1956
Duración: 96 min.
País: Estados Unidos
Director: Joshua Logan
Guion: George Axelrod (Obra:
William Inge)
Música: Cyril J. Mockridge, Alfred Newman
Fotografía: Milton R. Krasner
Reparto: Marilyn Monroe, Don Murray,
Arthur O'Connell, Betty
Field, Eileen Heckart, Robert Bray, Hope Lange,
Hans Conried, Max Showalter.
Si se sabe -yo lo he
sabido “después” de ver la película-, que Don Murray era un neoyorquino que en
su vida había montado en un caballo hasta la realización de la película, es
fácil entender que ese pedazo de actor ganara el Oscar a la mejor
interpretación por este Bus Stop tan
especial como lo que es: un raro cuento de hadas en Arizona. Hacer una sinopsis
argumental quizá supusiera, de hecho, persuadir al posible espectador de que no
se le ha perdido nada en un disparate semejante, porque Bus Stop, primero obra teatral de William Inge, un sólido autor
teatral usamericano, narra la historia de un cowboy de Montana que, además de
ser virgen, busca descubrir el “ángel” de su vida para casarse con él, se
dirige a un rodeo en Arizona en compañía de su tutor, un espléndido Arthur O’Comnell,
uno de los grandes e inolvidables secundarios del cine usamericano, que venía
de rodar con el propio Logan esa joya que es Picnic, junto a Kim Novak y William Holden, con quien vivirá una aventura
en la “civilización”, porque esa salida es para el chico el equivalente a un
estreno en sociedad, porque Arizona así se le aparece al joven más hecho al
trato con las bestias que con los animales. Rodada en CinemaScope, un formato
idóneo para las tomas en el autobús, que abundan en la película, incluido ese
momento soberbio de las confidencias a media noche entre Marilyn y Hope Lange.
Nada más entrar en un bar donde actúa Marilyn, como una cantante sin voz, pero
con un cuerpo glorioso, el cowboy sufre el flechazo de Cupido y sabe que está
en presencia de “ángel”, a la que da ya por “lazada” como su esposa. A partir
de ese momento, la película será el acoso sin barreras éticas a la cantante por
parte del cowboy para oficializar su matrimonio, porque es indudable que ella “ha
de ser para él”, sin que, en ello, ella tenga ni la más mínima posibilidad de
decir su parecer. Chérie -que el vaquero traduce, a su idiolecto singular, como
Cherry, es una joven soñadora y poco dotada que, a través de trabajos como el
presente, aspira a seguir su camino a través de Usamérica, de este a oeste,
hasta conseguir llegar a Hollywood para probar fortuna como actriz y cantante.
La obra fue un éxito teatral y tuvo en Kim Stanley, en el papel de Marilyn, la
principal baza de su éxito. Tanto fue así, que Marilyn no dudó en imitar la
representación de Stanley, sobre todo fonéticamente. No había dicho hasta ahora
que Marilyn produjo esta película, lo que le granjeó, durante el rodaje, algo
así como un estatus de jefa que arruinó su relación con Don Murray, por
ejemplo, aunque fue a este a quien le concedieron un merecido Oscar por su
interpretación extravertida -para algunos críticos “sobreactuada”- de
Beauregard, nombre francés que él esconde tras un Bo que le permite obviar lo
que entiende implícitamente como un nombre afeminado y que, sin embargo, a
Chérie le parece, cuando lo oye, algo así como una revelación, como una
sorpresa, como una posibilidad de que el gañán que la persigue pueda no serlo y
esconder tras sus rústicas maneras un auténtico gentleman. La situación, como
se advierte, no parece que pueda dar mucho de sí, pero la obra está llena de
una ironía y un sentido de la progresión argumental que se resuelve en un
desenlace magnífico en un huis clos
clásico, porque el autobús donde viajan los protagonistas se ha de detener por
la nieve en una parada de autobús hasta que liberen la carretera y puedan seguir
viaje. Esa parada forzosa permitirá llegar a un desenlace que recoge todas las
subtramas esparcidas a lo largo del relato y concluir con una brillantez propia
de un cuento de hadas moderno. Dos son, a mi parecer, los factores
determinantes del interés de Bus Stop: el primero, las interpretaciones
fantásticas de todo el reparto y, especialmente, de los dos protagonistas,
aunque en la caracterización de Marilyn se les haya escapado la mano en el
blanco de la cara -con el afán de significar que, por su trabajo nocturno, el
personaje nunca está en contacto con el sol…- y quizás el esforzado cowboy
sobreactúe un pelín el papel de cowboy ingenuo y apasionado; el segundo, la
dirección y la puesta en escena, junto con un color muy contrastado y propio de
producciones al estilo de Oklahoma, Siete novias para siete hermanos, Operación Pacífico y tantas otras. La
película está llena de planos cuidadosamente escogidos, y entre los que
sobresalen los del interior del autobús, por supuesto, donde el director
consigue crear un microcosmos que mucho más tarde veremos, por ejemplo, en Cowboy de medianoche, de Schlesinger, auténtico reverso trágico del cowboy
vitalista, rudo y rancio de Bus Stop.
Ese microcosmos que ha sido tan bellamente descrito en una de las mejores
canciones de Paul Simon: América (Let us be lovers,/We'll marry our fortunes
together,/I've got some real estate,/Here in my bag…). Sobre Marilyn o bien
se dice todo, y esta crítica se alargaría hasta lo imposible, o se pronuncia su
nombre y todos nos entendemos. En esta película, además, la primera que rodó la
actriz tras su paso por el Actor’s Studio, y dirigida por quien también pasó
por esa institución, se advierte el enorme esfuerzo de “composición” que llevó
a cabo Marilyn, incluso deformando la voz en el número musical para construir
un personaje acorde con el diseñado en la obra original. Estamos ante un
personaje complejo, dentro de su minúscula sencillez, y Marilyn fue capaz de
expresar todos esos matices que el personaje exigía, lo que convierte la
película en un duelo interpretativo estupendo entre ella y Don Murray, del que
los espectadores se benefician. Si a ese duelo le añadimos las sobresalientes
interpretaciones del resto del reparto, entenderemos por qué, aun a pesar de
las muchas concesiones que hemos de hacer para “entrar” en el realismo mágico
de la película, esta se sigue con una delectación extrema y con una permanente
sonrisa en los labios. La obra esconde ciertas cargas de profundidad, sobre
todo contra el machismo, que pueden pasar inadvertidas, pero que están ahí con
soberbia presencia y emotiva contundencia. Pues eso, un autobús del que no
conviene bajarse, excepto, por razones de fuera mayor, y ello para, después,
emprender un nuevo viaje, radicalmente distinto. Pues sí, un bello cuento de
hadas vaquero…
No hay comentarios:
Publicar un comentario