Un guion de
Kureishi al servicio de Peter O’Toole: Venus
o la fascinación del deseo en tiempos de decrepitud
Título original: Venus
Año: 2006
Duración: 94 min.
País: Reino Unido
Director: Roger Michell
Guion: Hanif Kureishi
Música: Corinne Bailey Rae
Fotografía: Haris Zambarloukos
Reparto: Peter O'Toole, Leslie Phillips, Jodie Whittaker, Vanessa Redgrave, Richard Griffiths, Andrea Riseborough.
Como la edad le impone
severas condiciones a la memoria, escogí Venus en mi “cueva maravillosa” de
Tallers 79 sin saber que de Roger Michell ya había visto e incluso criticado
una película que me dejó muy buen sabor de boca Le week-end, también con guion
de Kureishi, algo que se advierte de inmediato, porque tanto en aquella como en
esta los estragos de la vejez en los protagonistas son la “circunstancia” que
condiciona su peripecia vital. Es cierto que en la presente lo que se acaba es
una vida y que en la otra era una pareja, aquí un actor y allá dos profesores,
pero hay suficientes nexos en común entre una y otra como para que podamos
establecer una comparación cordial entre ambas sobre la desolada al tiempo que
divertida visión del envejecimiento, en un ejercicio de humor negro que permite
incluso superar el profundo patetismo de muchas escenas. No fue la última
película de O’Toole -a los actores sí que es la muerte la que los retira de los
escenarios-, pero merecería haberlo sido, no solo por el protagonismo total y
absoluto del actor en ella, sino porque ese trabajo le valió su última
nominación al Oscar al mejor actor -nunca consiguió uno, ¡él!, genial en tantas
películas- y, sobre todo, porque el lirismo nada empalagoso de la película
hubiera tenido el tópico e inmejorable “broche de oro” a ambas, una vida y una
carrera. Digo esto porque la película cuenta la historia de un actor en horas
bajas, al que “casi” solo llaman para hacer papeles de moribundo en la
televisión que se enfrenta a sus últimos días con prostatectomia de por medio
con cateterismo y bolsa de orina postquirúrgica para completar el panorama
patético del protagonista. Su amistad con otro actor de su misma edad, quien
recoge en casa a la hija de una sobrina supuestamente para que se cuide de él
desencadenará en el protagonista una fiebre amorosa que intentará aplacar
mediante un extravagante cortejo de la joven, a quien le repugna la sola idea
de que el viejo actor siquiera la roce. Con ese punto de partida, ella, que es
una ni-ni extraordinariamente tópica,
casi paradigmática, muy en la línea de esa juventud británica cercana al
lumpen, sin oficio ni beneficio, se dejará halagar y regalar por el viejo actor
en una relación que irá cambiando, con diversos episodios de todo tipo,
ridículos y emotivos, patéticos y crueles, a lo largo de la película, hasta
llegar a ese desenlace lírico que no por muy socorrido deja de tener un poderoso efecto emocional sobre los
espectadores, si realizado con la delicadeza con que lo hace Michell. Tanto la
relación entre la “pareja” protagonista, como las de las otras dos parejas de
la historia: la que forma con su compañero de profesión -que recuerda lo mejor
de la asociación entre los dos grandes actores de La extraña pareja, Lemmon y Matthau-, un impecable Leslie Phillips
y la que forma con su exmujer, ¡una extraordinaria Vanessa Redgrave!, perfilan
de modo exacto las facetas de la personalidad de un actor que ha antepuesto
siempre, como le dice su exmujer en una escena muy intensa, su placer y su
independencia por encima de todo y de todos. Hay, como no podía ser de otro
modo, un eco de la Lolita de Nabokov, no de la de Kubrick, pues la estética de
la película va por otros derroteros, aunque el juego del cine dentro del cine y
unas localizaciones insólitas, como la de la casa del protagonista adosada a
los arcos de un puente, además de los interiores relativamente sofisticados de
las casas de ambos actores, y el deambular de la pareja protagonista por la
ciudad, las tomas del anfiteatro de etilo grecorromano son
muy sugerentes, constituyen un despliegue de muy buen gusto para la puesta en escena. La dirección no se
recrea en un esteticismo que no viene a cuento, pero no desdeña la búsqueda de
planos que acentúan el tono íntimo de la narración, la intensa vivencia de un
viejo enamorado de la vida rozagante de una ninfa, como un Casanova al borde de
la sepultura que no renuncia a sus más profundos impulsos. La caracterización
de O’Toole mezcla a partes iguales los rasgos repulsivos de la vejez y los
encantadores del glamour, la distinción y lo poco que se retiene de lo que se
tuvo, por lo que a la belleza física se refiere. Con todo, sin embargo, es la
vitalidad irrefrenable del protagonista, su devoción a la belleza y a la juventud,
lo que nos hace empatizar con quien a duras penas se mantiene ya en pie. Se
trata, en definitiva, de una obra “de personaje”. y lo que ocurre entonces, cuando
el encargado de “animarlo” es nada menos que Peter O’Toole, es que la película
nos cautiva, nos seduce, nos enamora, y no somos capaces de ver ninguno de sus
defectos, si es que los tiene. Hay películas que “son” quienes la representan.
Esta es una de ellas y, a mi modo de ver, el mejor colofón de la carrera de un
actor excepcional como pocos. ¡Hay que ver lo que va de Notting Hill a Venus!
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