sábado, 10 de junio de 2017

Las postrimerías del olvidado actor de brillante juventud: “Venus”, de Roger Michell.


Un guion de Kureishi al servicio de Peter O’Toole: Venus o la fascinación del deseo en tiempos de decrepitud

Título original: Venus
Año: 2006
Duración: 94 min.
País: Reino Unido
Director: Roger Michell
Guion: Hanif Kureishi
Música: Corinne Bailey Rae
Fotografía: Haris Zambarloukos
Reparto: Peter O'Toole,  Leslie Phillips,  Jodie Whittaker,  Vanessa Redgrave,  Richard Griffiths, Andrea Riseborough.


Como la edad le impone severas condiciones a la memoria, escogí Venus en mi “cueva maravillosa” de Tallers 79 sin saber que de Roger Michell ya había visto e incluso criticado una película que me dejó muy buen sabor de boca Le week-end, también con guion de Kureishi, algo que se advierte de inmediato, porque tanto en aquella como en esta los estragos de la vejez en los protagonistas son la “circunstancia” que condiciona su peripecia vital. Es cierto que en la presente lo que se acaba es una vida y que en la otra era una pareja, aquí un actor y allá dos profesores, pero hay suficientes nexos en común entre una y otra como para que podamos establecer una comparación cordial entre ambas sobre la desolada al tiempo que divertida visión del envejecimiento, en un ejercicio de humor negro que permite incluso superar el profundo patetismo de muchas escenas. No fue la última película de O’Toole -a los actores sí que es la muerte la que los retira de los escenarios-, pero merecería haberlo sido, no solo por el protagonismo total y absoluto del actor en ella, sino porque ese trabajo le valió su última nominación al Oscar al mejor actor -nunca consiguió uno, ¡él!, genial en tantas películas- y, sobre todo, porque el lirismo nada empalagoso de la película hubiera tenido el tópico e inmejorable “broche de oro” a ambas, una vida y una carrera. Digo esto porque la película cuenta la historia de un actor en horas bajas, al que “casi” solo llaman para hacer papeles de moribundo en la televisión que se enfrenta a sus últimos días con prostatectomia de por medio con cateterismo y bolsa de orina postquirúrgica para completar el panorama patético del protagonista. Su amistad con otro actor de su misma edad, quien recoge en casa a la hija de una sobrina supuestamente para que se cuide de él desencadenará en el protagonista una fiebre amorosa que intentará aplacar mediante un extravagante cortejo de la joven, a quien le repugna la sola idea de que el viejo actor siquiera la roce. Con ese punto de partida, ella, que es una ni-ni extraordinariamente tópica, casi paradigmática, muy en la línea de esa juventud británica cercana al lumpen, sin oficio ni beneficio, se dejará halagar y regalar por el viejo actor en una relación que irá cambiando, con diversos episodios de todo tipo, ridículos y emotivos, patéticos y crueles, a lo largo de la película, hasta llegar a ese desenlace lírico que no por muy socorrido deja de tener un  poderoso efecto emocional sobre los espectadores, si realizado con la delicadeza con que lo hace Michell. Tanto la relación entre la “pareja” protagonista, como las de las otras dos parejas de la historia: la que forma con su compañero de profesión -que recuerda lo mejor de la asociación entre los dos grandes actores de La extraña pareja, Lemmon y Matthau-, un impecable Leslie Phillips y la que forma con su exmujer, ¡una extraordinaria Vanessa Redgrave!, perfilan de modo exacto las facetas de la personalidad de un actor que ha antepuesto siempre, como le dice su exmujer en una escena muy intensa, su placer y su independencia por encima de todo y de todos. Hay, como no podía ser de otro modo, un eco de la Lolita de Nabokov, no de la de Kubrick, pues la estética de la película va por otros derroteros, aunque el juego del cine dentro del cine y unas localizaciones insólitas, como la de la casa del protagonista adosada a los arcos de un puente, además de los interiores relativamente sofisticados de las casas de ambos actores, y el deambular de la pareja protagonista por la ciudad, las tomas del  anfiteatro  de etilo grecorromano  son  muy sugerentes, constituyen un despliegue de muy buen gusto  para la puesta en escena. La dirección no se recrea en un esteticismo que no viene a cuento, pero no desdeña la búsqueda de planos que acentúan el tono íntimo de la narración, la intensa vivencia de un viejo enamorado de la vida rozagante de una ninfa, como un Casanova al borde de la sepultura que no renuncia a sus más profundos impulsos. La caracterización de O’Toole mezcla a partes iguales los rasgos repulsivos de la vejez y los encantadores del glamour, la distinción y lo poco que se retiene de lo que se tuvo, por lo que a la belleza física se refiere. Con todo, sin embargo, es la vitalidad irrefrenable del protagonista, su devoción a la belleza y a la juventud, lo que nos hace empatizar con quien a duras penas se mantiene ya en pie. Se trata, en definitiva, de una obra “de personaje”. y lo que ocurre entonces, cuando el encargado de “animarlo” es nada menos que Peter O’Toole, es que la película nos cautiva, nos seduce, nos enamora, y no somos capaces de ver ninguno de sus defectos, si es que los tiene. Hay películas que “son” quienes la representan. Esta es una de ellas y, a mi modo de ver, el mejor colofón de la carrera de un actor excepcional como pocos. ¡Hay que ver lo que va de Notting Hill a Venus!

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