viernes, 30 de junio de 2017

Un guion magnífico en una obra de un realismo consistente: “Llama un desconocido”, de Jean Negulesco.


Interpretaciones de lujo para una historia perfectamente tramada, con una fotografía intimista y una dirección exquisita: Llama un desconocido o la redención postmórtem.
 Título original:  Phone Call from a Stranger
Año: 1952
Duración: 105 min.
País:  Estados Unidos
Director: Jean Negulesco
Guion: Nunnally Johnson, I.A.R. Wylie
Música: Franz Waxman
Fotografía: Milton R. Krasner (B&W)
Reparto: Shelley Winters,  Bette Davis,  Gary Merrill,  Michael Rennie,  Keenan Wynn, Evelyn Varden,  Warren Stevens,  Beatrice Straight,  Ted Donaldson.

De Jean Negulesco tuve la suerte de ver no hace mucho Belinda,  y de dedicarle una crítica entusiasta, porque me pareció que el director había sabido captar la vida en toda la intensidad con que esta suele manifestarse en nuestra vida de cada día, llena de todos los matices posibles de la existencia propia del común de los mortales. Nada que ver con vidas de excepción como las que aparecen en ciertos melodramas o en visiones idealizadas más propias de la ficción fantástica que del realismo bien entendido. En Llama un desconocido hay que valorar, incluso sobre la realización de Negulesco, muy ajustada a la descripción de los personajes y con un sentido narrativo muy potente y eficaz, el guión de Nunnally Johnson, uno de los grandes guionistas -ganó el Oscar al mejor guion por Las uvas de la ira- y director de mérito, sin duda, como demuestra Las tres caras de Eva, por ejemplo. En compañía de la novelista cuya obra es la  base del guion, Ida R. Wylie, Nunnaly Johnson estructura el relato como una especie de rompecabezas dividido en dos partes, una presentación de los cuatro personajes -los cuatro mosqueteros, dice de ellos que son el insoportable jocoso personaje que encarna con idoneidad absoluta Keenan Wynn- que acuerdan reunirse de vez en cuando para celebrar haberse conocido, por lo que intercambian sus tarjetas de visita o el papel donde la improvisan dos de ellos, porque su vuelo, en condiciones atmosféricas muy adversas, ha de desviarse de su ruta para un aterrizaje en una escala no prevista, lo cual permite un acercamiento entre ellos que no tardará en dar pie incluso a algunas confidencias de las que es receptor un abogado que acaba de separarse de su mujer por la infidelidad de esta. Estructurada en dos partes bien definidas, como he dicho, a la primera, que transcurre íntegramente en el aeropuerto y en el avión hasta que este, tras reanudar el vuelo acaba, finalmente, estrellándose, le sigue otra en la que uno de los tres supervivientes del accidente, el abogado, va telefoneando a las casas de cada uno de los tres mosqueteros fallecidos para entablar contacto con sus familiares y tratar de aliviar su duelo mediante la narración de las últimas horas pasadas con las víctimas. Como se advierte, se trata de un planteamiento muy original que el guion explota a fondo gracias al personaje hilo conductor, Gary Merrill, en uno de los pocos papeles protagonista de su carrera, especializada en secundarios de altos vuelos. Merrill ya había destacado en Eva al desnudo, de Mankiewicz, y Negulesco sabe sacar un excelente partido de él en esta película en la que hay un planteamiento detectivesco y moral que cumple todas las expectativas de una historia capaz de atrapar al espectador en la urdimbre de su trama, aunque, a veces, la resolución de cada uno de los episodios deje algo que desear, sobre todo porque acaban conformándose como una “lección” que el protagonista ha de asimilar para acabar resolviendo, de un modo un poco naíf, todo se ha de decir, su propio problema. Eso sí, en ningún caso el nivel de realismo se resiente lo más mínimo, ni la dureza de las situaciones a las que se enfrenta el protagonista se reblandece lo más mínimo, sobre todo en el episodio del desengaño que ha de sufrir un hijo respecto del pasado nada honroso de un padre a quien el hijo tiene idealizado. La película, rodada en blanco y negro, con una querencia por los claroscuros del cine policiaco, tiene en la fotografía de  Milton Krasner una de sus mejores bazas. Recordemos que Krasner fotografió Bus Stop, de Logan. que acabo de criticar en este Ojo, y, sobre todo, otra criticada con entusiasmo aquí, A 23 pasos de BakerStreet, de Hathaway, un thriller, con un investigador ciego, un estupendo Van Johnson,  lleno de suspense y emoción. De las tres historias, la de la nuera en conflicto con su suegra, también actriz de vodevil como ella, y en permanente disputa; la del pesado amigo de las bromas constante, y la del cirujano borracho que se estrella en un coche y acusa a su amigo, fallecido en el accidente, de ser el conductor del vehículo, con la complicidad de su esposa, quizás haya de destacarse la del bromista a quien la mujer engaña con otro, quien, tras quedar ella paralítica también en un accidente de coche, la abandona. Ese breve papel, protagonizado por Bette Davis -quien no eclipsa el despliegue de genio interpretativo de  Shelley Winters, una actriz que va creciendo a medida que voy viendo más películas suyas, y ya llevo unas cuantas-, en una historia conmovedora, porque el marido burlado acaba volviendo con ella y aceptando su condición disminuida con el mismo amor que le tenía antes de que ella lo abandonase por un amante que se revela un desalmado, le da alas a una película que ya vuela alto por todo lo visto con anterioridad, pero Bette Davis, tan magnífica siempre, contribuye a ponerle un broche de oro. Es difícil, insisto, en destacar a nadie sobre nadie, porque la película, a pesar del protagonismo estelar de Merryll, es una obra coral perfectamente orquestada y en la que ninguna voz desafina. Me ha sorprendido mucho, para bien, aunque el hecho de venir firmada por Negulesco ya era, de por sí, una garantía suficiente de la calidad de la misma. Si se le suma el excelente equipo que logró reunir, y no olvidemos la música de Franz Waxman, que fue nominado doce veces al Oscar a la mejor banda sonora, entenderemos que la película sea algo más de lo que, al principio, parece: un título magnífico de serie B, digno de competir con los mejores de la serie A. Solo una pega hay que ponerle a la película, la pobreza de los efectos especiales en las escenas de la tormenta que atraviesa el avión, realmente indignos del resto de la película, pero bien podemos pasar por alto esas breves secuencias y apreciar todo lo bueno, el 99% restante, que la película tiene.


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