domingo, 4 de junio de 2017

Un sheriff sin pistola, “El muchacho de Oklahoma”, de Michael Curtiz




Una curiosidad sin precedentes en el western: un sheriff pacifista (y abstemio): El muchacho de Oklahoma, de Michael Curtiz, o la sagacidad y el valor del jurista.

Título original: The Boy from Oklahoma
Año: 1954
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Michael Curtiz
Guion: Frank Davis, Winston Miller (Novela: Michael Fessier)
Música: Max Steiner
Fotografía: Robert Burks
Reparto: Will Rogers Jr.,  Nancy Olson,  Lon Chaney Jr.,  Anthony Caruso,  Wallace Ford, Clem Bevans,  Merv Griffin,  Louis Jean Heydt,  Sheb Wooley,  Slim Pickens, Tyler MacDuff,  James Griffith.

Hace algo más de un año criticaba en este Ojo un western singular, La sheriff de Oracle, cuyo título indica ya el motivo de la singularidad. Hoy me acerco a otro igualmente singular, porque es la primera vez que veo un western en el que el sheriff se niega a llevar pistola y, sin embargo, es capaz de salir airoso de un encuentro con el mismísimo Billy el Niño; así como que en el Saloon no tenga empacho en pedir una zarzaparrilla, lo que da pie a un gag visual delicioso: el barman saca la botella de debajo del mostrador y sopla sobre ella para quitarle el polvo de su larga reclusión.... La película es de Michael Curtiz, el afamadísimo director de Casablanca, de Alma en suplicio o de clásicos como El halcón del mar, La carga de la brigada ligera o Robin de los bosques, todos ellos a mayor gloria de uno de los actores por quienes tengo absoluta debilidad: Errol Flynn, de quien no hace mucho, por cierto, vi una película-documental rodada durante la Revolución cubana algo más que curiosa para cualquier estudioso del cine o amigo de las mitomanías, Cuban Rebel Girls, de Barry Mahon y con guion de Flynn.  Curtiz es, pues, un director todoterreno cuya calidad, sin embargo, está fuera de toda duda. ¿Se acaba la historia de esta película en esa anécdota del sheriff pacifista? Sí y no, porque el desarrollo de la historia, con una investigación criminal en toda regla para determinar quién asesinó al sheriff anterior -el mejor tirador del condado- y la relación tormentosa con la hija de este, una Nancy Olson que en nada me ha recordado a la Nancy Olson de Sunset Boulevard, por cierto, si bien la diferencia abismal entre uno y otro papel ya lo justifica. La hija del sheriff es una jovencita que idolatra a su padre y que se presenta muy “masculinizada”, lo que marcará una línea conservadora de la película, pues el nada joven estudiante de leyes que pasa accidentalmente por el pueblo y cuyos exámenes de leyes, enviados desde la oficina postal del pueblo, son robados de la diligencia que los transporta, insistirá en que la joven recupere su feminidad tanto en el vestuario como en su dedicación como cocinera de la cárcel de la que él es ahora el titular. El desencuentro se fragua ya en la carrera de caballos en la que ambos participan por un premio de 100$. Como quedan empatados, ella elige la forma de desempate y escoge tirar con pistola a monedas al aire. El pollo relativo -pues el actor ya tiene 43 años cuando la rueda- resulta ridículo con una pistola en las manos y a partir de ahí se inicia esa relación que se irá estrechando hasta que él acabe descubriendo no solo quién fue el asesino de su padre, sino también que su padre no era el ídolo que ella creía, sino todo lo contrario.Will Rogers Jr, hijo del famoso cómico Will Rogers, de quien he criticado en este Ojo Barco a la deriva, de John Ford, no tiene la gracia de su padre, está claro, y hace un papel en el que me da la impresión de que imita a James Stewart, sobre todo por el timbre y las curvas tonales, no tanto por la gesticulación, aunque algo hay de ello también. Nancy Olson ha de hacer un papel de “fierecilla domada”, pero en su lucha particular: a ella su padre la enseño a disparar para defenderse, y a él su padre le enseñó, como mucho, a usar el lazo -una referencia al espectáculo circense de rodeo en el que se hizo famoso su padre- para ese fin -y en la película, claro está, hay un uso edificante del poder disuasorio de un lazo.; pues en esa relación  Olson sabe encontrar un punto de ruptura con la visión estereotipada y conservadora del nuevo sheriff y devenir de gran utilidad sus habilidades con la pistola. La historia es sencilla. Una ciudad dominada por un mafioso que acaba de ser reelegido alcalde y quien contrata al joven del lazo para cubrir una plaza de sheriff que nadie quería cubrir y cubrir así, valga la repetición, el expediente, porque no se advierte que aquel joven desarmado pueda no solo con el cargo, sino descubrir o atajar las tropelías constantes que el alcalde, propietario del Saloon, y su banda cometen sin que nadie les frene. Por tópica que sea la situación, y por conservadora que sea la visión de la mujer, el discurso pacifista de respeto a las leyes es muy efectivo y encomiable, y Curtiz sabe cómo conseguir atrapar al espectador para seguir una historia tópica con notable interés por el desenlace. Los secundarios, sobre todo el viejo que ha llegado a serlo “porque nunca hago preguntas”, Clem Bevans, contribuyen poderosamente a redondear el nivel de calidad de la película, que no carece de algunas escenas de acción muy interesantes, sobre todo teniendo en cuenta la “indefensión” del sheriff. La escena del enfrentamiento con Billy el Niño en la barra del Saloon tiene todo el sabor de los mejores westerns. La película tuvo tanto éxito que dio pie a la creación de una serie de televisión, Sugarfoot, para la que se escogió otro actor, sin embargo, y a cuyo personaje, curiosamente, le encasquetaron una pistola, a diferencia del personaje de la película. En fin, que no pasará a la historia del cine, pero sí a la de las rarezas de un género como el western, porque rompe un código firmemente asentado en el imaginario popular: el del sheriff heroico, sustituyéndolo por el pacifismo legalista en ese duro mundo violento del que desenfunda primero.




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