Una curiosidad sin precedentes en
el western: un sheriff pacifista (y abstemio): El
muchacho de Oklahoma, de Michael Curtiz, o la sagacidad y el valor del jurista.
Título original: The Boy from
Oklahoma
Año: 1954
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Director: Michael Curtiz
Guion: Frank Davis, Winston
Miller (Novela: Michael Fessier)
Música: Max Steiner
Fotografía: Robert Burks
Reparto: Will Rogers Jr., Nancy Olson,
Lon Chaney Jr., Anthony
Caruso, Wallace Ford, Clem Bevans, Merv Griffin,
Louis Jean Heydt, Sheb
Wooley, Slim Pickens, Tyler MacDuff, James Griffith.
Hace algo más de un año criticaba en este Ojo un western singular, La sheriff de Oracle, cuyo título indica
ya el motivo de la singularidad. Hoy me acerco a otro igualmente singular,
porque es la primera vez que veo un western en el que el sheriff se niega a
llevar pistola y, sin embargo, es capaz de salir airoso de un encuentro con el
mismísimo Billy el Niño; así como que en el Saloon no tenga empacho en pedir una zarzaparrilla, lo que da pie a un gag visual delicioso: el barman saca la botella de debajo del mostrador y sopla sobre ella para quitarle el polvo de su larga reclusión.... La película es de Michael Curtiz, el afamadísimo director
de Casablanca, de Alma en suplicio o de clásicos como El halcón del mar, La carga de la brigada ligera o Robin
de los bosques, todos ellos a mayor gloria de uno de los actores por
quienes tengo absoluta debilidad: Errol Flynn, de quien no hace mucho, por
cierto, vi una película-documental rodada durante la Revolución cubana algo más
que curiosa para cualquier estudioso del cine o amigo de las mitomanías, Cuban Rebel Girls, de Barry Mahon y con
guion de Flynn. Curtiz es, pues, un
director todoterreno cuya calidad, sin embargo, está fuera de toda duda. ¿Se
acaba la historia de esta película en esa anécdota del sheriff pacifista? Sí y
no, porque el desarrollo de la historia, con una investigación criminal en toda
regla para determinar quién asesinó al sheriff anterior -el mejor tirador del
condado- y la relación tormentosa con la hija de este, una Nancy Olson que en
nada me ha recordado a la Nancy Olson de Sunset Boulevard, por cierto, si bien
la diferencia abismal entre uno y otro papel ya lo justifica. La hija del
sheriff es una jovencita que idolatra a su padre y que se presenta muy “masculinizada”,
lo que marcará una línea conservadora de la película, pues el nada joven
estudiante de leyes que pasa accidentalmente por el pueblo y cuyos exámenes de
leyes, enviados desde la oficina postal del pueblo, son robados de la
diligencia que los transporta, insistirá en que la joven recupere su feminidad
tanto en el vestuario como en su dedicación como cocinera de la cárcel de la
que él es ahora el titular. El desencuentro se fragua ya en la carrera de
caballos en la que ambos participan por un premio de 100$. Como quedan
empatados, ella elige la forma de desempate y escoge tirar con pistola a
monedas al aire. El pollo relativo -pues el actor ya tiene 43 años cuando la
rueda- resulta ridículo con una pistola en las manos y a partir de ahí se
inicia esa relación que se irá estrechando hasta que él acabe descubriendo no
solo quién fue el asesino de su padre, sino también que su padre no era el
ídolo que ella creía, sino todo lo contrario.Will Rogers Jr, hijo del famoso
cómico Will Rogers, de quien he criticado en este Ojo Barco a la deriva, de John Ford, no tiene la gracia de su padre,
está claro, y hace un papel en el que me da la impresión de que imita a James
Stewart, sobre todo por el timbre y las curvas tonales, no tanto por la
gesticulación, aunque algo hay de ello también. Nancy Olson ha de hacer un
papel de “fierecilla domada”, pero en su lucha particular: a ella su padre la
enseño a disparar para defenderse, y a él su padre le enseñó, como mucho, a
usar el lazo -una referencia al espectáculo circense de rodeo en el que se hizo
famoso su padre- para ese fin -y en la película, claro está, hay un uso
edificante del poder disuasorio de un lazo.; pues en esa relación Olson sabe encontrar un punto de ruptura con
la visión estereotipada y conservadora del nuevo sheriff y devenir de gran
utilidad sus habilidades con la pistola. La historia es sencilla. Una ciudad
dominada por un mafioso que acaba de ser reelegido alcalde y quien contrata al
joven del lazo para cubrir una plaza de sheriff que nadie quería cubrir y
cubrir así, valga la repetición, el expediente, porque no se advierte que aquel
joven desarmado pueda no solo con el cargo, sino descubrir o atajar las
tropelías constantes que el alcalde, propietario del Saloon, y su banda cometen
sin que nadie les frene. Por tópica que sea la situación, y por conservadora
que sea la visión de la mujer, el discurso pacifista de respeto a las leyes es
muy efectivo y encomiable, y Curtiz sabe cómo conseguir atrapar al espectador
para seguir una historia tópica con notable interés por el desenlace. Los
secundarios, sobre todo el viejo que ha llegado a serlo “porque nunca hago
preguntas”, Clem Bevans, contribuyen poderosamente a redondear el nivel de
calidad de la película, que no carece de algunas escenas de acción muy
interesantes, sobre todo teniendo en cuenta la “indefensión” del sheriff. La
escena del enfrentamiento con Billy el Niño en la barra del Saloon tiene todo el
sabor de los mejores westerns. La película tuvo tanto éxito que dio pie a la
creación de una serie de televisión, Sugarfoot,
para la que se escogió otro actor, sin embargo, y a cuyo personaje,
curiosamente, le encasquetaron una pistola, a diferencia del personaje de la
película. En fin, que no pasará a la historia del cine, pero sí a la de las
rarezas de un género como el western, porque rompe un código firmemente
asentado en el imaginario popular: el del sheriff heroico, sustituyéndolo por el
pacifismo legalista en ese duro mundo violento del que desenfunda primero.
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