La
homosexualidad y la marginación juvenil en Víctima y Barrio peligroso, de Basil Dearden,con códigos
cinematográficos distintos de los del Free Cinema.
Título original: Victim
Año: 1961
Duración: 95 min.
País: Reino Unido
Director: Basil Dearden
Guion: Janet Green, John
McCormick
Música: Philip Green
Fotografía: Otto Heller
Reparto: Dirk Bogarde, Sylvia Syms,
Dennis Price, Anthony
Nicholls, Peter Copley, Norman Bird, Peter McEnery, Donald Churchill, Derren Nesbitt, John Barrie, John Cairney.
Título original: Violent Playground
Año: 1958
Duración: 108 min.
País: Reino Unido
Director: Basil Dearden
Guion: James Kennaway
Música: Philip Green
Fotografía: Reg Johnson,
Reginald H. Wyer (B&W)
Reparto: Stanley Baker, Anne Heywood,
David McCallum, Peter
Cushing, John Slater, Clifford Evans, Moultrie Kelsall, George A. Cooper, Brona Boland,
Fergal Boland.
Decía Bergamín que solo hay
una inquietud más terrible que la de buscar: la de haber encontrado, y,
como ocurre con ciertas paradojas, le sobra razón. Tan es así que nada más
acabar de ver Barrio peligroso, la
primera película que veía de Basil Dearden, desconocido para mí hasta ese
momento, y habiendo quedado tan complacido, a pesar de ciertos tópicos
justificables por la época que retrata, finales de los años cincuenta,
enseguida me lancé a investigar quién era y qué había dirigido. De mis
pesquisas salí disparado a ver otra película suya, Víctima, con Dirk Bogarde, actor de mi absoluta confianza e índice,
per se, de la más que posible calidad del guion y/o de la realización de la
misma, porque Sir Dirk no se embarcaba, ciertamente, en cualquier empresa
cinematográfica y su nombre está asociado, para el cinéfilo, a títulos
capitales del séptimo arte. De hecho, él fue el único que aceptó el rol frente
a la negativa de muchos actores a encarnar a un
homosexual cuya condición sexual se reivindicaba abiertamente en una
época en que la homosexualidad era un delito, como todos bien sabemos por el
caso de Alan Turing, recientemente llevado al cine, Descifrando Enigma, de
Morten Tyldum. Tal impacto tuvo la película que dio pie a que el recién
elegido Prime Minister, Harold Wilson, legalizara la homosexualidad. Con todo,
hasta 2013 la reina Isabel no rehabilitó (y parcialmente) la figura de Alan
Turing. Me estoy yendo de lo propio de mi Ojo,
que son las críticas, lo sé, pero no está de más este breve excurso para darnos
cuenta de la incidencia social que ha tenido, y seguirá teniendo, un cine que
es capaz de mostrar a la sociedad algunas de sus lacras para que los poderes
públicos sean capaces de erradicarlas. Víctima
es una película “de caso policial” que va creciendo, con códigos de cine negro,
para desembocar en el cine social y con un caso que pone al descubierto la
doble vida sexual de los ciudadanos acomodados, Bogarde interpreta a un Fiscal,
cuya relación con un joven los convierte en presas fáciles de unos chantajistas
dispuestos a sacar un jugoso dinero del miedo a la descalificación pública de
quienes han mantenido relaciones con él. La película arranca, con magnífico
nervio, con una persecución policial de un joven que huye y que, tras pedir
ayuda a sus acomodados amantes, para poder salir del país, acaba siendo
detenido por la policía y, posteriormente, ahorcándose en las dependencias
policiales. Esa muerte es el inicio de una trama que la policía irá siguiendo
de forma paralela a los intentos del protagonista de someterse al chantaje para
no poner en peligro no solo su carrera sino también su matrimonio. Sylvia Syms,
la esposa del protagonista, le da una réplica perfecta y emocionante, porque la
situación se afronta no desde los códigos del melodrama, sino de los de la
tragedia, y resulta harto convincente. La esposa supo, cuando se casó con su
marido, con solo 19 años, que este tenía un pasado homosexual. La sorpresa de
la mujer, cuando ata cabos entre el nombre del joven que llamó, angustiado, a
su marido y la noticia de su ahorcamiento en el periódico deriva enseguida
hacia una crisis matrimonial profunda, porque se percata de que su marido no ha
abandonado en ningún momento sus antiguas inclinaciones. No se trata, pues, de
la posible vergüenza por una revelación insospechada, sino del despecho lógico
de quien se siente postergada y preterida. La densidad emocional de la historia
va creciendo a la par que la trama del chantaje, y la acción paralela, pero discreta,
de la investigación policial. La decisión trascendental es, obviamente, por
parte del Fiscal, la de acudir o no a la policía, sabiendo que, en caso de
hacerlo, ha de afrontar el descrédito de su persona, el fin de su carrera
profesional y el ostracismo social. Finalmente, acude a la policía. La película
está llena de suficientes claves para identificar claramente la posición
progresista ante la homosexualidad, considerada delito en aquellos años. El
ayudante del fiscal, a quien le entrega la foto del chantaje para que sepa lo
que ocurre, se limita a decirle: “Durante diez años he admirado su integridad y
no veo motivos para tener que dudar de ella ahora”. O cuando, en la escena de
los arrestos de los chantajistas, el protagonista le pregunta al policía cómo
ve el asunto y este le dice: Someone once
called this law against homosexuality the blackmailer's charter. Melville Farr, el protagonista, le
repregunta: Is that how you feel about
it? Y el detective le responde lapidariamente: I'm a policeman, sir. I don't have feelings. Como se ve, la
posición ideológica del director es clara, pero sutil, elegante, como el propio
Bogarde, paradigma del gentleman inglés. La realización, en blanco y negro,
tiene hechuras de thriller o de intriga policiaca, cuando menos, y el guion
progresa estupendamente hasta que el “crimen perfecto”, el chantaje a los
prominentes homosexuales, se derrumba cuando uno, en este caso el protagonista,
ha de dar el paso de no ceder ante la estructura criminal, aun a riesgo de
perderlo todo: vida íntima, trabajo, vida social, etc., algo que ha de afrontar
él solo, sin la mujer, quien, tras haber oído que él la “necesitará cuando todo
haya pasado” es capaz de decirle que need
is a greater word tan love, antes de aceptar que su marido pase solo el
calvario que le espera. En definitiva, una película con hallazgos visuales
interesantes, como el contrapicado del frontal del Rolls Royce como símbolo de
estatus, por ejemplo, o las magníficas tomas ciudadanas de Londres. Por su parte, Barrio peligroso es una película sobre la delincuencia juvenil que
tiene un planteamiento muy novedoso. Un detective de calle, habituado a lidiar
con la delincuencia adulta ha de sustituir durante un cierto tiempo a un
compañero en la brigada de delincuencia juvenil. Ese factor de desubicación del
detective, intentando lidiar con situaciones que caen fuera de su rutina
habitual, va a permitir ver, “por vez primera”, a través de sus ojos, un
problema social candente entonces y hace no mucho primera plana con la rebelión
de las banlieues en Francia, por
ejemplo. La película muestra la necesidad de encauzar en los barrios
marginales, en este caso de Liverpool -aunque a la película se le achacó en su
estreno que ninguno de los actores hablara con el deje propio de la ciudad-, a
unos niños que, según en qué condiciones de fracaso familiar, se inician en el
deliro, como los gemelos protagonistas, con apenas seis años de edad. La
película no es un experimento sociológico ni un documental, y por esa razón la
historia se centra en una familia desestructurada, sin padres, en la que la
hermana mayor trabaja pero no puede atender debidamente ni a sus hermanos
pequeños, los gemelos, ni al adolescente, un David McCallum -que más tarde
sería el compañero de Napoleón Solo en la serie televisiva El hombre de CIPOL- que
está integrado en una banda de jóvenes ninis dedicados a fechorías pequeñas y
no tan pequeñas, porque el adolescente Murphy, “los Murphy”, la familia, son
los protagonistas de la historia, por un trauma infantil, es un pirómano que
trae descolocada a la policía, que asiste impotente a una oleada de incendios
provocados. Poco a poco, el detetive, un sobrio y eficacísimo Stanley Baker,
ajustadísimo en su papel de encauzador de menores que se enamora de la hermana
mayor -¡y cómo no!, de quien había sido Miss Great Britain siete años antes!,
una Anne Heywood que borda el papel de ciudadana resentida que, como ocurre en
los barrios marginales, no se recata en manifestar su desprecio hacia los
policías de quienes solo conoce la faceta represiva- y que, progresivamente ha
de ir ganándose su confianza y la de los niños, pero no así la del joven, quien
no tarda en delatarse como principal sospechoso de la oleada de incendios. No
sé si contar el final, porque la película da un giro soberbio y nos hallamos
ante una situación que es prefiguración de unos sucesos a los que, por
desgracia, estamos muy habituados últimamente. En todo caso, es importante
destacar la evolución del detective asignado a la prevención de la delincuencia
juvenil, quien, frente a sus superiores, que tienen automatizados los resortes
represivos , sugiere escoger la vía del pacto y la persuasión sutil y efectiva.
En fin, se trata de una película con una excelente ambientación en el Liverpool
anterior a los Beatles, con un blanco y negro muy de Free Cinema y con unas
interpretaciones, sobre todo las de la pareja protagonista, que rayan a
considerable altura. Choca ver a Peter Cushing, fetiche del cine de terror, en
el papel de sacerdote redentor de almas perdidas, pero parece haber nacido para
encarnar sacerdotes, la verdad, del modo tan natural como se conduce con los
hábitos. La película tiene, incluso, como cualquier obra compleja, sus momentos
de humor, como las burlas que ha de sufrir el detective por parte de sus
compañeros, relativas a la “peligrosidad” de su misión… Aún me queda por
descubrir otra película de Dearden, Crimen al atardecer, en la que el racismo
juega un destacado papel. Acaso también Vida para Ruth , sobre la potestad de los
padres, por imperativo religioso, para impedir una transfusión de sangre… En
ambos casos se trata de películas, como se aprecia, en la línea del cine social
sobre el que el Free Cinema proyectó una nueva visión.
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