El amor más allá de la cuna: Great Expectations o una melodrama gótico en pleno realismo
dickensiano.
Título original: Great
Expectations
Año: 1946
Duración: 118 min.
País: Reino Unido
Dirección: David Lean
Guion: David Lean, Ronald
Neame, Anthony Havelock-Allan, Cecil McGivern, Kay Walsh (Novela: Charles
Dickens)
Música: Walter Goehr
Fotografía: Guy Green (B&W)
Reparto: John Mills, Valerie Hobson, Martita Hunt,
Alec Guinness, Jean Simmons,
Bernard Miles, Francis L. Sullivan, Finlay Currie, Anthony Wager, Freda Jackson.
Me temo que quienes hayan
leído la novela, como les pasa a muchos críticos de FilmAffinity, se ven incapacitados
para elaborar la crítica de la película sin hacer constantes referencias a todo
lo que se ha perdido en la traslación del papel a la pantalla. No haber leído la
novela, sin embargo, me permite criticar la adaptación sin esa rémora de la
comparación odiosa. ¿Qué se me da si tal o cual personaje desaparece, si tal o
cual acontecimiento no aparece, si la edad de los actores se ajusta o no a la
de los personajes creados por Dickens? La película, como tal, es una historia
magníficamente escrita, perfectamente fotografiada, ¡nada menos que por Guy
Green!, director de quien hemos elogiado en este Ojo hasta cuatro películas, todas ellas meritorias y dos
buenísimas: El amargo silencio y El señor de Hawai, e insuperablemente
interpretada por un reparto que desde John Mills hasta La jovencísima Jean
Simmons o el debutante Alec Guiness, sin olvidar al magnifico presidiario
Finlay Currie o a la novia humillada, Martita Hunt, como Miss Havisham. Un guion escrito a cinco manos por fuerza
había de reelaborar la historia para sacar de ella, al margen de los mil y un
caminos en que se diversifica la acción principal, una línea narrativa nítida,
y esa es, en este caso, el amor de Pip por Stella, que resiste todas las
adversidades, que incluyen no pocas humillaciones. La película se adentra,
además, en el género gótico, más como una narración de Emily Bronte, que
propiamente como la obra de Dickens, aunque la parte londinense de la historia
sí que refleja fielmente el mundo dickensiano, sobre todo a través del abogado.
La película comienza con unas secuencias propiamente tenebrosas: Pip
adentrándose en un cementerio donde acabará tropezando con un fugitivo de la Justicia
con grilletes que le exigirá alimento y una lima para poder desembarazarse de
su impedimento. El chiquillo, asustado como si hubiera se hubiera tropezado con
el mismísimo diablo en persona, cumple lo que se le pide, llevado también por
su buen corazón, por supuesto. La puesta en escena en unos parajes cenagosos,
llenos de niebla y rodada con un contrastadísimo blanco y negro muy sugerente
nos sitúa casi en un ámbito mirífico, fuera de la realidad, por dura y
contundente que sea la de los fugados que acaban siendo capturados por los
soldados que siguen su rastro y a quienes acompaña Pip y su cuñado, el herrero
del pueblo. Pero aún no hemos salido del impacto visual de ese arranque de la
película cuando vamos a acompañar a Pip en su viaje a través del tiempo
detenido en una mansión en la que se le
requiere para que sirva de acompañante de la hija de la propietaria, una mujer
extravagante que ha suspendido el tiempo el día en que fue plantada ante el
altar por su novio. Viste las galas de la boda, y la habitación donde recibe a
Pip es la del convite de boda, con el pastel incluido: una decoración
inmejorable, al estilo de las películas de terror de la Hammer, pero con mucha
más clase. El hecho de que se alumbren con una vela para recorrer las sombrías
estancias de la mansión, donde está prohibido que entre la luz del sol, añade
tenebrismo a las escenas. Aunque Pip se enamora de Stella nada más verla,
Stella representa un carácter veleidoso, casquivano, frívolo y caprichoso que
parece complacerse en arruinar las expectativas sentimentales del joven. Por
uno de esos azares propios del mundo de Dickens, el joven Pip es agraciado por
un benefactor o benefactora, ignoramos de quién se trata hasta bien entrada la
película, y se convierte en un gentleman que se instala en Londres, llevando una
vida propio de caballeros, es decir, ociosa y más preocupada por las
apariencias que por darle un sentido que vaya más allá del reducido de las
relaciones sociales, con sus costumbres y etiquetas. Estando en posesión de sus
bienes de origen desconocido, Pip vuelve a la casona para entrevistarse con
quien él cree que es su benefactora, y allí descubre a Stella, si bien esta
sigue manteniendo ese juego cruel con el joven, a quien seduce y rechaza a
partes iguales. Cuando sabemos que el benefactor de Pip es el presidiario que
logró huir y ganar su dinero en otras latitudes, y este se presenta en Londres
para hacérselo saber a Pip, a pesar de que aún sigue perseguido por la Justicia,
la narración da un giro insospechado, porque Pip, por razón del origen de su
fortuna, verá cerradas las puertas de la alta sociedad a la que creía que su
dinero y el deseo de Miss Havisham le habían facilitado el camino y el ingreso.
Insisto, el retrato que hace Lean del joven adocenado, del mundo dickensiano
que representa el abogado, la propia familia de Pip o la graciosa escena del
pasante del abogado con su padre, una escena cómica logradísima, tienen un alto
valor cinematográfico, manifestado en infinidad de tomas, como las de la
diligencia abarrotada que lleva a los personajes del pueblo a la gran ciudad y viceversa,
o como la visita del cuñado que se considera un criado frente al Pip que había
trabajado a sus órdenes y ahora ha alcanzado la categoría de sir… Como los
celos se comen al joven Pip cuando se entera, en unas interesantes secuencias
de baile, que la joven se ha comprometido con un noble, la noticia de la muerte
de Miss. Havisham lo lleva a volver a la mansión donde entró de bien niño y
desde donde alimentó sueños, deseos y anhelos que de ningún modo se han
cumplido como esperaba. En la mansión encuentra a Stella, a quien el noble
acabó despreciando al conocer el origen plebeyo de la joven. No se trata, pues,
del encuentro de dos ambiciosos fracasados, sino de dos enamorados descarriados
a los que el azar ha vuelto a reunir. La última escena, en la que Pip rompe
todos los obstáculos que halla a su paso la luz para inundar de auténtica
realidad las estancias de aquella casa y disolver el tiempo de los viejos
relojes parados, de la que ya había sido un anuncio premonitorio el incendio del
traje de novia de la señora Havisham, a quien Pip salva de una muerte segura
con decidida energía y habilidad; ese momento, digo, en que la luz e hace dueña
del decorado fantasmal en que había vivido la señorita Havisham y en la que
parece estar dispuesta a vivir su hija, es un gran momento cinematográfico, sin
duda. La cuidadísima ambientación de época, la selección fantástica de los
espacios y del casting contribuyen a dotar de una autenticidad la narración que
debería hacerles olvidar a quienes la comparan con la novela, esas
incongruencias que no tienen razón de ser. Adaptar no significa “trasladar”. No
solo hablamos de lenguajes diferentes, el de la novela y el de la pantalla,
sino de dos creaciones muy distintas: la narración de la novela y la de la película,
en la que, por definición, no cabe todo. Pero lo que aquí ha cabido es, sin
duda, una historia emotiva y brillante, inolvidable. Lean es mucho Lean, como
lo saben quienes hayan visto, entre otras joyas, El déspota…
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