Una rara avis por las vías raras del amor edípico: El hilo invisible o los extraños patrones
del amor
Título original: Phantom Thread
Año: 2017
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Paul Thomas
Anderson
Guion: Paul Thomas Anderson
Música: Jonny Greenwood
Fotografía: Paul Thomas
Anderson
Reparto: Daniel
Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville, Richard Graham, Bern Collaco, Jane Perry, Camilla Rutherford, Pip Phillips,
Dave Simon, Ingrid Sophie Schram.
Cuando vi el tráiler, sin
reparar en que la película era de Paul Thomas Anderson, porque a veces me
ausento inexplicablemente de los detalles, me dije para mis adentros
clasificatorios ¡otro Ivory! y la eché al cesto de las invisibles, salvo error
u omisión. Primer aviso, la recomendación de Paco Marín, cinéfilo de pro.
Segundo aviso, el obligado crédito de la autoría. Y salió del cesto, claro. En
los Meliès, benémerita institución donde las haya que nos permite a los
rezagados ver aquello que las urgencias de los estrenos alejan al muy poco
tiempo del ara sagrada de la novedad en la que se sacrifican reses nuevas cada
semana. La película tiene un comienzo de esos que a mí me gustan, porque la
toilette del protagonista acaba siendo un retrato psicológico perfecto en
apenas un puñado de tomas selectas que no requieren de mayor narratividad posterior
para identificar el tipo de genio infantiloide y atrabiliario de cuya “conflictiva”
vida nos van a hablar. Hoy en día, un modisto de la alta costura es un
personaje tan popular que, por ese lado, la película pierde buena parte del
exotismo exquisito que supone una narración en un atelier de costura al
servicio de la aristocracia inglesa y europea. Por un lado, la parte documental
sobre el funcionamiento del taller y la dedicación exclusiva del artista a sus “creaciones”
resulta un prodigio de orden y ritmo, rodado con un escrupuloso espíritu de
ballet que tiene en la hermana del protagonista, verdadera “alma” del taller,
una directora a la altura de semejante negocio elitista. Hay un eco de Stevenson
en esa dualidad fraternal en la que la doctora Jeckyll se encarga de mantener
dentro de un orden los excesos de un Hyde infantil, caprichoso, que requiere de
esa sombra protectora, claramente sustituta de la perdida madre adorada por el
modisto. De hecho, la explicación del título hemos de entenderla en esa dirección
de la comunicación extrasensorial del artista con su madre, a la luz de la cual
hemos de entender el sorprendente giro que da la película en un momento en que
todo parece derrumbarse para la pareja protagonista. Tras una relación
fracasada, de la que la hermana lo libra, el artista se toma unos días de
descanso en la casa de campo, un auténtico cottage de lujo, pero en el
transcurso de esa visita, conoce en el comedor de un hotel a una camarera con
la que inicia una relación extraña cuyo sentido y destino ambos ignoran. Lo que
está claro es que, a partir de que ella le sirva como maniquí para unos
arreglos de sus creaciones, una hermosa escena intimista en la que,
curiosamente, irrumpe la hermana, cuya aparición viene a significar algo así
como una declaración de la legítima propiedad de ella sobre el artista y su
obra, y una demostración inequívoca de que en ella recae la supervisión de todo
cuanto afecte al genio creador a cuyo alrededor su hermana ha construido una
sólida institución que rinde espectaculares beneficios, en términos de fama y
de ingresos; a partir de ese momento mágico, digo, en que él descubre que ella
es una verdadera fuente de inspiración, la historia toma unos derroteros que comenzarán
a sorprendernos en breve, porque conciliar la independencia del creador
abstraído en su obra con la convivencia que “exige” una relación interpersonal,
a medio camino entre el amor, la necesidad fisiológica, y el hastío de la dependencia,
no es nada fácil. La historia se nos cuenta a través de un flash back a partir
de las declaraciones que quien acabará convirtiéndose en su esposa le hace a un
interlocutor no especificado, a quien va narrándole las vicisitudes que ella,
una camarera sin estudios, pero con exquisito gusto estético, vivió al lado de a
quien hubo de atar a su persona con un lazo cuya naturaleza me abstendré de
explicar porque tiene que ver con ese hilo invisible que une al protagonista
con la madre y que quiere recuperar, incluso con su puntito incestuoso, en la
relación con una musa decidida a todo para “atarlo en corto”. Estamos en
presencia, así pues, de una película psicológica, muy íntima, con escaso
diálogo y con situaciones definidas a la perfección por las miradas, los gestos
de complicidad, los silencios y una música que parece emerger de la aflicción
de los personajes, de sus desconciertos y sus maquinaciones. ¿Un melodrama?
Solo hasta cierto punto, pero es posible que no nos equivoquemos si le
adjudicamos esa adscripción genérica, porque en la película hay un conato de
redención y una afirmación del amor por encima de todas las barreras que se
interponen entre ambos personajes que bien se hace acreedora la película a ser considerada
un excelente melodrama, si bien con los tonos discretos y nada estridentes de
una tela de tacto cálido. A este Ojista
le ha resultado particularmente emocionante la escena en la que una aristócrata
jamona -sí, sí, casi al estilo de las de Serafín…- va a probarse un vestido
para la boda y se ve horrorosa dentro de un vestido tan elegante, tan
exquisito: se siente abrumada por su fealdad corporal, como si recubrir sus
carnes amorfas con tanta belleza textil supusiera un insulto incalificable al
traje y al artista, quien así lo acaba percibiendo cuando la “novia” se
derrumba sobre la mesa en la celebración de los esponsales y han de llevársela
casi en volandas -¡que ya es decir!- a una cama donde recuperarse de su desvanecimiento.
La película está prácticamente rodada en interiores, de ahí que el juego con la
luz y los planos que nos llevan a través de ellos o captan el juego de
sobreentendidos y malentendidos de los personajes en lugares privados, al
margen de la institución del taller, nos permita hablar de una película muy
intimista, casi vermeeriana. No hay un derroche de ornamentación exquisita, ni
el genio tiene necesidad de demostrar fehacientemente que lo es a través de sí
y de lo que lo rodea, antes bien hay justo lo contrario: un espíritu de
austeridad, de sencillez que lo preside todo, algo que se refleja en sus
creaciones, como se advierte en las graciosas secuencias del desfile de modelos…
En fin, después de haber paladeado YSL,
de Jalil Lespert este Hilo invisible
cuaja en el espectador la sensación de haber asistido al desnudamiento total de
un artífice del encubrimiento: y lo que ve le choca y le conmueve. Y no digo
más, porque hay que verlo. En su último trabajo ante la cámara, Daniel Day
Lewis demuestra con creces su acreditada fama como actor. Y su compañera de
reparto, Vicky Krieps, que da el papel a la perfección, lo secunda para formar
un dúo cuya hermosa y terrible historia de amor es de las que no se olvidan.
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