lunes, 2 de abril de 2018

“Zafarrancho en el circo”, de Jacques Tati: la despedida agridulce de un genio del humor.



Jacques Tati se despide de la comedia rindiendo homenaje al circo, a través de su mirada sui géneris. Algo más que un adiós humilde.

Título original: Parade  
Año: 1974
Duración: 89 min.
País:  Francia
Dirección: Jacques Tati
Guion: Jacques Tati
Música: Charles Dumont
Fotografía: Jean Badal, Gunnar Fischer
 Reparto: Jacques Tati,  Karl Kossmayer,  Pierre Bramma,  Michèle Brabo,  Pia Colombo.

Arruinado y con pocas expectativas de levantar un proyecto de tanta envergadura como los de sus últimas películas, y tras el fiasco de Playtime, Jacques Tati se embarca en una aventura franco-sueca y, recordando sus inicios artísticos en el género del music-hall, idénticos a los de Charles Chaplin, por cierto, se aviene a rodar una película para la televisión en la que se rinde homenaje al circo de siempre a través de una experiencia con público real y con un planteamiento metanarrativo en el que la ausencia de guion y la improvisación del espectáculo parecer ser la guía y la norma. Confundiendo la pista y las bambalinas de la representación, Tati, que actúa en la película como Jefe de Pista y, al tiempo, como otro participante más, va dando paso a las actuaciones, muchas de ellas mero conato, otras absurdas y algunas de ellas, como las propias de Tati viejos éxitos de sus primeros tiempos, como los policías de tráfico de diferentes países, el partido de tenis o el combate de boxeo, que, sin embargo, se ven, gracias a sus dotes excepcionales de mímico como si fueran originales, porque la técnica originalísima de Tati sigue teniendo la misma efectividad, sea cual sea la edad en la que la use. La película parece un despropósito, a primera vista, aunque tiene el aire inconfundible de sus obras maestras en la planificación y en la creación de una atmósfera muda en la que se van sucediendo los gags sin pretender que l acción pivote alrededor de ellos, sino que, antes al contrario, parecen emerger, como estrellas fugaces, de momentos aparentemente anodinos. ¡Son tantos los detalles que entran en el plano que, a veces, nos hace reír lo más chillón, y perdemos de vista verdaderos gags excepcionales que nos pueden pasar desapercibidos! Pongamos por caso la actuación del público en el espectáculo, sobre todo con un poni resabiado sobre el que diferentes personajes intentan diversas acrobacias inverosímiles. En un momento dado, un señor del público, que vence la resistencia de su esposa, quien tira de él para que no salga a hacer el ridículo en la pista y sale para hacerlo de una manera divertidísima, por ejemplo. Lo mismo ocurre con los músicos acróbatas y otros tantos números que parecen improvisados. La cámara se recrea no poco rato en las reacciones del público ante un espectáculo que no parece que acaben de entender, como si fueran conscientes de que, en el fondo, forman parte de un experimento cinematográfico al que asisten con considerables dosis de escepticismo. Los limites borrosos entre el público, la pista central y los trabajos en las bambalinas dotan a Parade -el título en castellano parece un insulto con mala leche a la obra de Tati- de un aire muy felliniano, porque a diferencia de otras obras de Tati en las que todo está sometido a un rigor exquisito, en esta sesión de circo nada hay que parezca obedecer a un orden riguroso, antes bien, todo fluye de un modo algo caótico y el Jefe de Pista incluso parece sorprendido de que al anuncio de un número le suceda la realización del mismo. Eso justifica, me parece, el hecho de que, iniciado el número, la cámara se desvíe de su registro y se centre en lo que, en ese momento, se hace en la trastienda de la actuación, donde se arreglan decorados, se ultiman detalles para otros números o se producen confusiones y malentendidos llenos de un humor delicioso. A lo que más recuerda esta sesión circense es a la Torre de Babel, pero sin decir palabra, porque son los silencios los que crean la confusión. Con todo, no deja de haber en la película una cierta “pobreza” de la puesta en escena, e incluso un cierto cansancio por parte de Tati, como sucede cuando alguien que ha llegado al techo de su arte, se ve a sí mismo reproduciendo copias de lo ya hecho, perfectas, eso sí, pero copias. La película se deja ver estupendamente, y está llena de detalles que los aficionados al cómico francés disfrutarán mucho, si bien les dejará tocados esa leve (y aleve) música del canto del cisne que es lo que fue su última película con empaque de tal.

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