Respirando por la herida… y la teoría: frente a la
diégesis, el diálogo suele implicar una estética de origen teatral que en La cinta se convierte en un experimento netamente
cinematográfico, saldado con éxito, gracias a tres intérpretes en estado de gracia.
Título original: Tape
Año: 2001
Duración: 86 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Richard Linklater
Guion: Stephen Belber
Fotografía: Maryse Alberti
Reparto: Ethan Hawke, Robert Sean Leonard, Uma Thurman.
Supongo que la etiquete indie debe de ser útil para películas como esta en las que se
plantea un juego cinematográfico que se aparta netamente del cine comercial tal
y como lo malentendemos habitualmente y ante la que los espectadores viciados
no saben como reaccionar, además del recurso al abandono del visionado, como
confiesan algunos críticos de FilmAffinity, incapaces, al parecer, de ver el
magnífico ejercicio de narración cinematográfica planteada como un desafío, al
estilo de la muy reciente La habitación, de Lenny Abrahamson, al
menos en su primera y angustiosa parte. Se trata de una de las primeras
películas de Linklater, de quien me enamoró Boyhood
y me aburrió hasta la saciedad Todos
queremos algo. En esta ocasión, el director ha escogido un desafío, un tour
de force realmente difícil, porque sin salir del espacio de una habitación
durante 86 minutos que se hacen cortos, nos ofrece un diálogo torrencial entre
dos viejos compañeros de instituto a quienes une una ofensa imperdonable ocurrida diez años atrás, al acabar la highschool
, que uno no ha olvidado y que el otro ha vivido con un innegable sentimiento
de culpa. Ethan Hawke representa a un modesto camello, con pocas o ninguna
expectativa halagüeña de futuro, que se instala en el hotel de su antigua
ciudad para asistir al estreno de la primera película de su compañero de
estudios. La conversación progresa del for
old time’s sake al How could you
betrayed me?, por parte de un nervioso y “colcoado” Hawke que planta ante
su amigo esa herida del pasado sin que el otro llegue a ni siquiera a intuir de
qué diablos le está hablando. Por momentos, el rumbo de la conversación se va
tensando, como si el protagonista estuviera tirando de la cuerda del pasado que
tuviera colgada al cuello su interlocutor, un convincentísimo Sean Leonard que
ofrece un contrapunto intelectual al delincuente de poca monta en que se ha
convertido quien compartió con él amistad y estudios en el final de la adolescencia
e inicio de la juventud. Poco a poco se va haciendo la luz de la indignación
atesorada por Hawke durante diez años en los que parece no haber vivido sino
para encontrar el momento de este encuentro en el que reprocharle amargamente a
su amigo que le birlara la novia y se acostara con ella sin importarle nada que
estuviera comprometida con él. De hecho, de lo que lo acusa es de haberla violado,
valiéndose del lamentable estado en que suelen acabar la fiesta de graduación
en la que tuvo lugar el, para él, Hawke, deleznable hecho. Su amigo está
dispuesto a pedirle perdón si eso le sirve de algo, pero en modo alguno está
dispuesto a aceptar que hubiera cometido algo así como una violación. La
truculencia del encuentro incluye, por supuesto, el título de la película, La cinta, que hace referencia,
obviamente, a que toda la conversación ha sido grabada, con el reconocimiento por
parte del director de que bien podría haberse tratado de una violación. En ese
punto es cuando llega al hotel la mujer en disputa, una Uma Thurman cuya
actuación, como ayudante del fiscal del distrito, resuelve la trama para decepción
de ambos hombres. Ahorro el desenlace, pero está claro que en una apología del
diálogo como es la película en sí, el desenlace es la culminación del mismo, no
tanto una suerte de conejo sacado de la chistera, sino un planteamiento
inteligente y verosímil que, eso sí, reduce y alivia la tensión generada por ambos
hombres, a quienes la intervención del objeto de su deseo pone en su sitio. La
cámara de Linklater se mueve con una agilidad sorprendente en el exiguo espacio
de la habitación, en el que incluso Hawke se permite el lujo de cierto
desaforamiento histriónico al que no consigue atraer a su viejo amigo. Por
sorprendente que le pueda parecer a algunos, no hay en la película ni un momento
de decaimiento, porque la progresión de la trama está medidísima, y, como dije
al principio, el metraje se hace corto, a pesar de la posible claustrofobia que
puedan sentir algunos espectadores amantes de los grandes espacios o las calles
y las persecuciones. Aquí se persigue una culpa moral, y entiendo que ello
pueda desesperar a quienes prefieren otras búsquedas más físicas. La película
se inscribe en una tradición de películas teatrales que tiene un género propio,
y con notables cintas, como La soga, Doce hombres sin piedad o La huella, de Mankiewicz, a mi parecer
la mejor de todas. En cualquier caso, se trata de una obra muy sólida que no sé
si ha pasado desapercibida, por ser anterior a la eclosión de la fama del
autor, tras la mundialmente reconocida Boyhood.
Quienes se arriesguen a dejarse fascinar por esa cámara “interior” que bucea en
los recovecos de la maldad y la culpa, es posible que me lo agradezcan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario