martes, 3 de abril de 2018

“La cinta”, de Richard Linklater o el cine dialógico…



Respirando por la herida… y la teoría: frente a la diégesis, el diálogo suele implicar una estética de origen teatral que en La cinta se convierte en un experimento netamente cinematográfico, saldado con éxito, gracias a tres intérpretes en estado de gracia.

Título original: Tape
Año: 2001
Duración: 86 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Richard Linklater
Guion: Stephen Belber
Fotografía: Maryse Alberti
Reparto: Ethan Hawke,  Robert Sean Leonard,  Uma Thurman.

Supongo que la etiquete indie debe de ser útil para películas como esta en las que se plantea un juego cinematográfico que se aparta netamente del cine comercial tal y como lo malentendemos habitualmente y ante la que los espectadores viciados no saben como reaccionar, además del recurso al abandono del visionado, como confiesan algunos críticos de FilmAffinity, incapaces, al parecer, de ver el magnífico ejercicio de narración cinematográfica planteada como un desafío, al estilo de la muy reciente  La habitación, de Lenny Abrahamson, al menos en su primera y angustiosa parte. Se trata de una de las primeras películas de Linklater, de quien me enamoró Boyhood y me aburrió hasta la saciedad Todos queremos algo. En esta ocasión, el director ha escogido un desafío, un tour de force realmente difícil, porque sin salir del espacio de una habitación durante 86 minutos que se hacen cortos, nos ofrece un diálogo torrencial entre dos viejos compañeros de instituto a quienes une una ofensa imperdonable ocurrida diez años atrás, al acabar la highschool , que uno no ha olvidado y que el otro ha vivido con un innegable sentimiento de culpa. Ethan Hawke representa a un modesto camello, con pocas o ninguna expectativa halagüeña de futuro, que se instala en el hotel de su antigua ciudad para asistir al estreno de la primera película de su compañero de estudios. La conversación progresa del for old time’s sake al How could you betrayed me?, por parte de un nervioso y “colcoado” Hawke que planta ante su amigo esa herida del pasado sin que el otro llegue a ni siquiera a intuir de qué diablos le está hablando. Por momentos, el rumbo de la conversación se va tensando, como si el protagonista estuviera tirando de la cuerda del pasado que tuviera colgada al cuello su interlocutor, un convincentísimo Sean Leonard que ofrece un contrapunto intelectual al delincuente de poca monta en que se ha convertido quien compartió con él amistad y estudios en el final de la adolescencia e inicio de la juventud. Poco a poco se va haciendo la luz de la indignación atesorada por Hawke durante diez años en los que parece no haber vivido sino para encontrar el momento de este encuentro en el que reprocharle amargamente a su amigo que le birlara la novia y se acostara con ella sin importarle nada que estuviera comprometida con él. De hecho, de lo que lo acusa es de haberla violado, valiéndose del lamentable estado en que suelen acabar la fiesta de graduación en la que tuvo lugar el, para él, Hawke, deleznable hecho. Su amigo está dispuesto a pedirle perdón si eso le sirve de algo, pero en modo alguno está dispuesto a aceptar que hubiera cometido algo así como una violación. La truculencia del encuentro incluye, por supuesto, el título de la película, La cinta, que hace referencia, obviamente, a que toda la conversación ha sido grabada, con el reconocimiento por parte del director de que bien podría haberse tratado de una violación. En ese punto es cuando llega al hotel la mujer en disputa, una Uma Thurman cuya actuación, como ayudante del fiscal del distrito, resuelve la trama para decepción de ambos hombres. Ahorro el desenlace, pero está claro que en una apología del diálogo como es la película en sí, el desenlace es la culminación del mismo, no tanto una suerte de conejo sacado de la chistera, sino un planteamiento inteligente y verosímil que, eso sí, reduce y alivia la tensión generada por ambos hombres, a quienes la intervención del objeto de su deseo pone en su sitio. La cámara de Linklater se mueve con una agilidad sorprendente en el exiguo espacio de la habitación, en el que incluso Hawke se permite el lujo de cierto desaforamiento histriónico al que no consigue atraer a su viejo amigo. Por sorprendente que le pueda parecer a algunos, no hay en la película ni un momento de decaimiento, porque la progresión de la trama está medidísima, y, como dije al principio, el metraje se hace corto, a pesar de la posible claustrofobia que puedan sentir algunos espectadores amantes de los grandes espacios o las calles y las persecuciones. Aquí se persigue una culpa moral, y entiendo que ello pueda desesperar a quienes prefieren otras búsquedas más físicas. La película se inscribe en una tradición de películas teatrales que tiene un género propio, y con notables cintas, como La soga, Doce hombres sin piedad o La huella, de Mankiewicz, a mi parecer la mejor de todas. En cualquier caso, se trata de una obra muy sólida que no sé si ha pasado desapercibida, por ser anterior a la eclosión de la fama del autor, tras la mundialmente reconocida Boyhood. Quienes se arriesguen a dejarse fascinar por esa cámara “interior” que bucea en los recovecos de la maldad y la culpa, es posible que me lo agradezcan.




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