sábado, 7 de abril de 2018

Jerry Lewis en su debut y en el inicio de su madurez: “Mi amiga Irma”, de George Marshall y “Un marciano en California”, de Norman Taurog.
















Un debut sorprendente de un dúo atípico, Lewis y Martin; y una rareza de campeonato: sobre una historia de Gore Vidal, una comedia futurista de no poca enjundia crítica y feliz realización: el olfato temático de un genio en cierne…
  

Título original: My Friend Irma
Año: 1949
Duración: 103 min.
País: Estados Unidos
Dirección: George Marshall
Guion: Cy Howard, Parke Levy
Música: Roy Webb
Fotografía: Leo Tover (B&W)
Reparto: John Lund,  Marie Wilson,  Diana Lynn,  Don DeFore,  Dean Martin,  Jerry Lewis, Hans Conried,  Kathryn Givney,  Percy Helton.

Título original: Visit to a Small Planet
Año: 1960
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Norman Taurog
Guion: Edmund Beloin, Henry Garson (Obra: Gore Vidal)
Música: Leigh Harline
Fotografía: Loyal Griggs (B&W)
Reparto: Jerry Lewis,  Joan Blackman,  Earl Holliman,  Fred Clark,  John Williams, Jerome Cowan.

El azar me depara esta sesión doble de Jerry Lewis, actor y director que siempre he frecuentado con total placer, si bien tiene una carrera muy irregular, en la que se mezclan verdaderas genialidades con cintas infumables y muchas otras llenas de defectos que no pueden competir con sus hallazgos. Me ha tocado ver, esta vez, su debut en el cine, haciendo pareja cómica con Dean Martin, y una adaptación curiosa y dulcificadora de un agresivo vodevil -así reza el subtítulo de la obra- de Gore Vidal. Mi amiga Irma es una comedia del experimentado y poco conocido director George Marshall, que se inició ya en el cine mudo, sobre un par de chicas, compañera de piso, que quieren triunfar, cada cual a su manera, en un Nueva York, Irma, enamorada de un vividor apuesto, que no deja de emprender negocios inverosímiles, entretejiéndolos con apuesta hípicas ruinosas, cree que está en camino de realizar su sueño, casarse con él y tener su propio hogar. Su amiga, que busca casarse con su jefe, un millonario para quien trabaja como secretaria eficientísima, tiene la mala suerte de cruzar en el camino con un aspirante a cantante, Dean Martin, de quien se acaba enamorando, contra su decidida voluntad de atenerse a plan de cazar al millonario. De hecho, la sofisticada y glamurosa comedia de Jean Negulesco: Cómo casarse con un millonario, bien podría considerarse inspirada directamente en esta obra de Marshall que alcanzó reconocimiento popular y que incluso provocó una secuela. En la comedia, Lewis y Martin tienen diferentes números de mayor o menor enjundia en los que el dúo aparece actuando al etilo de como habían logrado ya hacerse famosos en la radio, los clubes nocturnos y la televisión. Siguiendo el modelo tradicional del payaso Blanco (Martin) y el payaso Augusto (Lewis), queda claro desde su debut que Lewis se lleva de calle el protagonismo por la fuerza de su mímica espectacular y por los visajes y muecas, junto con un dominio del movimiento corporal, que se convierten en un imán para la atención del espectador. Y aunque en Mi amiga Irma tiene una presencia secundaria, el espectador avezado descubre enseguida la potencialidad sin límites de un cómico llamado a tener una importancia capital en el desarrollo del género, con películas tan extraordinarias como El profesor chiflado o Las joyas de la familia, por ejemplo. Martin, por su parte, que no pasa de crooner con poca voz, aunque con timbre singular y agradable de cantante casi afónico y algo nasal, cumple como galán de forma muy competente, por lo que el contrapeso funciona lo suficiente para permitir, posteriormente, que el dúo protagonizara una quincena de películas como protagonistas absolutos. Marshall tiene una buena mano para la comedia y la narración está llena de momentos hilarantes, si bien es Marie Wilson, en un papel muy parecido al que haría Marilyn Monroe en Cómo casarse con un millonario, el de rubia tonta de físico espectacular…, la que lleva la voz cantante en la película y aporta toda la comicidad, junto con su novio quimerista, John Lund, con quien forma una pareja inolvidable. Insisto, aunque poco conocida, la película permite pasar un rato muy divertido, y si se añade el debut de Lewis en el cine, ¿qué más se puede pedir?
Un marciano en California es la versión cinematográfica de una obra teatral de Gore Vidal que tiene una carga crítica contra el american way of life bastante más acerada que la versión cinematográfica de Lewis, notablemente dulcificada, para adaptarla a un público mayoritario y convencional. Con todo, que Lewis escogiera semejante obra es de por sí una auténtica declaración de intenciones de hacia dónde derivaría la intención crítica que subyacería en buena parte de su obra propia, ya como director. Es cierto que buena parte de las futuras historias de Lewis abundarán en una superficial defensa del reconocimiento de las personas marginales dentro del sistema, especialmente del papel encarnado por el hasta la sociedad de “tonto de gran corazón lleno de nobles sentimientos”, un tipo del que puede hacérsele responsable creativamente y que fue elaborando en su filmografía hasta llegar a la perfección. La historia, de ciencia-ficción, plantea la llegada a la Tierra de un visitante galáctico que, dentro de su periodo de formación, decide aterrizar en un pequeño planeta para estudiar a sus habitantes, si bien con el compromiso de no cambiar el destino de los mismos con sus superpoderes, en comparación con los de ese small planet. El protagonista lo ha programado todo para hacer acto de presencia en plena Guerra de Secesión, pero llega un siglo más tarde y se presenta en el back yard de la casa de la familia de cuya vida cotidiana acabará formando parte el alienígena Lewis. Los gags no son espectaculares, pero no hay momento en que la sonrisa no presida el rostro del espectador y se va animando cuando entramos en la pesquisa sexual que supone el interés del alienígena por un fenómenos para su civilización totalmente desconocido: el cortejo y las relaciones sexuales. Es evidente que, dado el cine eminentemente familiar de buena parte de la producción de Lewis, estas referencias no pasan de ser una aproximación candorosa al tema, aunque, desde el punto de vista humorístico, está bien realizada y Lewis interpreta el “interés científico” con una ironía y una gracia mímica sobresalientes. Los momentos en que actúa el poder telepático del alienígena son estupendos, y recuerdan, en parte, esa gran comedia de Nancy Meyers, ¿En qué piensan las mujeres? Para ser una obra de ciencia-ficción, aunque, de hecho, una comedia costumbrista muy bien llevada, los efectos especiales, dentro de su carácter rudimentario, están muy bien utilizados, así como el uso del blanco y negro, que crea una atmósfera muy apropiada para reflejar la supuesta amenaza de la invasión alienígena, en un momento histórico en el que acababa de comenzar la carrera espacial entre rusos y usamericanos. La verdad es que la película da la impresión de ser una prueba piloto de lo que después se pudiera convertir en serie televisiva, al estilo, pongamos por caso, de Embrujada. Al menos a mí me ha parecido que tenía ese aire de casi sit-com propio de su origen teatral, por supuesto. En cualquier caso, su siguiente película, la primera de su carrera como director, El botones, podría considerarse su primera obra maestra. De esa, cuando caiga en mis manos en Tallers 79, escribiré con más calma…



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