La amabilidad sin asperezas; las
sombras sin espesor: Rosalie Blum o
las limadas tragedias de las pequeñas comunidades, y las cometas…
Título original: Rosalie Blum
Año: 2015
Duración: 97 min.
País: Francia
Director: Julien Rappeneau
Guion: Julien Rappeneau
(Cómic: Camille Jourdy)
Música: Martin Rappeneau
Fotografía: Pierre Cottereau
Reparto: Noémie Lvovsky, Kyan
Khojandi, Alice Isaaz, Anémone,
Philippe Rebbot, Sara Giraudeau,
Camille Rutherford, Nicolas
Bridet, Pierre Diot, Matthias Van
Khache, Grégoire Oestermann, Jean-Michel Lahmi, Aude Pépin, Jaouen Gouevic, Vincent Colombe, Pierre Hancisse, Luna Picoli-Truffaut.
El autor debuta en la
dirección, después de haberse curtido en la escenografía, y lo hace con una
película amable, entretenida y superficial, pero con un guión muy bien elaborado,
porque, a través de la narración de la vida de los tres personajes en los que
se centra la acción, el espectador sufre una desorientación temporal respecto
de los sucesos que tiene su reparación cuando se reinicia el relato desde cada
una de las tres perspectivas desde la que se nos cuenta. Hay una petición de
principio que hemos de aceptar: no busquemos explicaciones a lo disparatado, ni
tratemos de entender qué ata a ciertos personajes a otros, porque hay una vocación
bufa en la obra con la que se ha de contar, y aceptar, si queremos “entrar” en
la película y tomarnos relativamente en serio las andanzas detectivescas que se
nos ofrecen por partida doble. Un joven peluquero de una pequeña ciudad francesa,
esas ciudades típicas de las películas de Chabrol, por ejemplo -en este caso se
trata de la hermosísima ciudad de Nevers, si bien la acción transcurre en un
espacio acotado de la misma-, cree reconocer a la dueña de una tienda de
comestibles cuando, esclavo de su madre autoritaria, va a comprar una lata de
cangrejos. A partir de ese flash
identificador, pero imposible de ubicar en el tiempo, el peluquero, de vida
anodina, con una medio novia que nunca acaba de darle el plantón definitivo y
que vive en París, y aficionado a la construcción y posterior vuelo de cometas,
se dedica a seguir a la mujer para informarse sobre ella y poder descifrar el
misterio de su presencia en la localidad, porque de lo que no cabe duda es de
que tras esa mujer se esconde un misterio, uno “de los gordos”, y él se empeña
en descubrirlo. Ha de decirse que tanto
la presencia física del peluquero como la de la mujer nos sitúan en una
aventura cotidiana con gentes comunes y mortales, dentro, pues, de un realismo
francés sin estrellas conocidas por estos pagos, pero si en el país vecino, y
en el que solo choca la presencia cinegénica (aceptémoslo como paralelo a
telegenia, ¿no?) extraordinaria de Alice Isaaz, quien tuvo un pequeño papel en
la película de Verhoeven, Elle. Todo
transcurre, ya digo, dentro de un tono amable y superficial que no parece
esconder ningún misterio de envergadura, hasta que, finalmente, emerge, pero
tímidamente, cuando la mujer recurre a su sobrina -la única que acepta
visitarla en la familia, se nos dice enigmáticamente, como todo en la película-
para seguir al seguidor y descubrir con qué propósito efectúa su seguimiento.
Esa es la parte cómica de la película, cuando la sobrina y dos amigas, una de
ellas realmente muy graciosa, se dedican a seguir al enigmático peluquero para
descubrir sus intenciones. La situación de la sobrina, que ha abandonado los
estudios universitarios, vive con un disparatado artista trasnochado que se
dedica a lo que, no sin cierta relajación, podríamos llamar “arte circense”,
encuentra trabajos, pero los pierde porque no acude, etc., se sumará pronto a
la revelación del rechazo familiar por parte de su madre a su hermana, a la tía
a quien ella sí acepta ver: fue encarcelada por robo y pasó varios años en la
cárcel, pero lo importante no fue eso, sino que perdiera la patria potestad de
su hijo, que fue dado en acogida. Y por ahí ya nos instalamos en el drama o,
acaso sería más propio decir en el melodrama, porque la imposibilidad de la
madre por entrar en contacto con su hijo, a quien ve a escondidas y quien
seguramente lo ignora todo de su existencia, es uno de esos momentos climáticos
de la película, que tiene algún otro la mar de desconcertante, como el absurdo
enamoramiento del peluquero cometista que experimenta la sobrina, más propio de
la novela rosa que de la realidad, pero no haré cuestión de semejante
inverosimilitud. Eso sí, el afán de un final feliz no puede llevar la excelente
técnica del rompecabezas, o de la diseminación/recolección, seguida por la narración
hasta el punto de que todo haya de encajar, por bemoles, porque, al final,
claro está, a pesar del buen rollo armonioso y tal, la película blandea
demasiado y se acerca peligrosamente a lo naíf, y ahí ha de entrar la metáfora
de la cometa que se aleja en el cielo como una metáfora de la dependencia
materna superada del protagonista y la entrada en la madurez del verdadero amor
real. Deja un buen sabor de boca, en efecto, pero se trata de esa amabilidad tan
hija de la ficción como engendro extraño en la realidad. La realización ha
sabido jugar perfectamente con los excelentes exteriores de Nevers y sin buscar
una originalidad a toda costa, que es lo propio de las óperas primas, se ve con
el mismo agrado con que, en su momento, disfruté de La vida es un largo río tranquilo, de Étienne Chatiliez, por ejemplo, salvando las distancias, por
supuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario