La endeble película sobre un
escritor cuyas historias han dado grandes películas: Stefan Zweig: Adiós a Europa o la melancolía del exiliado de la
cultura en la exuberancia de la naturaleza
Título original: Stefan Zweig:
Farewell to Europe
Año: 2016
Duración: 106 min.
País: Austria
Director: Maria Schrader
Guion: Maria Schrader, Jan
Schomburg
Música: Tobias Wagner
Fotografía: Wolfgang Thaler
Reparto: Tómas Lemarquis, Barbara Sukowa, Nicolau Breyner, Charly Hübner, Lenn Kudrjawizki, Ivan Shvedoff, Josef Hader,
Harvey Friedman, Nahuel Pérez Biscayart,
André Szymanski, Matthias Brandt, Nathalie Lucia Hahnen, Oscar Ortega
Sánchez, Vincent Nemeth, João Cabral,
Márcia Breia.
Salgo de la sala deshabitada, éramos no más de veinte
personas y hubo tres bajas antes de que acabara la película, con una sensación
muy agridulce. Por un parte, me parece que la película es una obra fallida,
a medio camino entre el biopic, el documental y el drama psicológico; por otra,
se me agiganta la figura de Zweig y me paso toda la película recordando la
emoción que me produjo en su momento la lectura de El mundo de ayer, el libro de memorias al que se hace referencia en
la película. ¡Qué ironía, el hecho de que un autor de relatos de los que han
salido películas como la excepcional de Ophüls, Carta de una desconocida o la intensa y desengañada Ya no creo en el amor, de Rossellini,
haya dado de sí tan poco para una película sobre él! La directora ha desaprovechado una
oportunidad que, hemos de reconocerlo, no era asunto fácil, porque, a pesar de
la reconocida cordialidad de trato de Zweig, su propensión al aislamiento y a
la distancia crítica, a no dejarse llevar por proclamas idealistas y estériles,
más de escaparate que efectivas, hacía difícil lograr la conexión emocional con
los espectadores. Pienso ahora en la película relativamente reciente sobre
Hanna Arendt y la diferencia es abismal. Schrader, no siendo infiel a los
últimos años del autor, no acaba de transmitir el terrible desasosiego íntimo
que trasluce cada una de las páginas de su libro de memorias, de obligada lectura.
Hay momentos de la película en que sí se acerca, cuando va a visitar la casa
del amigo en Brasil y abren la puerta que da la terraza y se enfrentan a la
naturaleza desbordante que está en las antípodas de lo que había sido siempre
su mundo: el de la más elevada y exquisita cultura. El descubrimiento de la
naturaleza, del que se podrían haber extraído imágenes tan seductoras como las
de Terrence Malik en Nuevo mundo, se queda, en la película, en mero contraste y
anécdota, si bien en esa terraza, los dos hombres silenciosos, Zweig al borde del
llanto, logran uno de los pocos momentos intensamente emotivos de la película.
Sí que hay una visión del personaje famoso y de la relación popular con la
cultura que deriva en situaciones incluso cómicas, como la del recibimiento en
un pueblo perdido de la selva brasileña, pero no se trata de algo que acabe
dándonos una visión profunda del personaje. La película huye de la perspectiva
emocional, pero también de la intelectual, y hay algo tópico de gloria nacional
que visita la aldea de los antepasados y vive/sufre la obsequiosidad de las
gentes que desconocen totalmente la dimensión cultural de su persona, un
calvario al que se somete con el agradecimiento del apátrida al que cualquier
sonrisa y cordialidad le parece una declaración de amor. Exiliado forzoso de su
Austria natal muy poco antes de ser anexionada por Hitler, la vida errante de
Zweig lo lleva primero a Inglaterra y después a Hispanoamérica y a Nueva York,
donde se encuentra con su exmujer y las dos hijas del primer matrimonio de esta, poco antes de volver a
Brasil para instalarse y, finalmente, sucumbir al convencimiento de que la
victoria de Hitler era inevitable, algo que no estaba dispuesto a ver con vida,
como fue su determinación. Como es obvio, la película rebosa buenas
intenciones, y ellas son el principal obstáculo para que esos últimos días del
gran escritor acaben constituyendo un relato que seduzca al espectador no
interesado especialmente en su figura, algo que, a mi modo de ver, no logra. A
quienes nos estremecemos al oír la lista de autores alemanes “represaliados”,
pensando en la terrible agonía final de Benjamin en la frontera franco-española
o en la miseria preludio de la inanición de Salomo Friedlaender en París, entre
otros, es evidente que la dramática aventura de Zweig, consecuente con su convicción de que se
estaba destruyendo la Europa de donde se sentía ciudadano, antes que de un
pequeño país como el suyo, Austria, a pesar de haber sido Imperio; es evidente,
digo, que, a pesar de la frialdad documental de la película, nos sentimos
tocados por ese destino común a tantos intelectuales en aquel tiempo de
devastación y barbarie. Vuelvo a repetir que narrativamente la película no
funciona y que ha de traer uno del recuerdo las lecturas de Zweig para
acompañarse en la odisea del escritor europeo, uno de los primeros forjadores
del ideal de la Europa unida, junto con Romain Rolland, otro incomprendido como
él cuando defendían ambos la cordura y el pacifismo a ultranza ante el
estallido de alegría enajenada con que recibieron pueblo y políticos el
estallido de la Primera Guerra Mundial. El final de la película sí que remonta,
cinematográficamente y es una muestra elocuente de lo que la película podía haber
sido, de haberse definido en uno u otro sentido. Mi consejo, con todo, es ir a
verla, siquiera sea para que, al salir, se vaya a cualquiera de las muchas
obras fantásticas de Zweig, desde Los
ojos del hermano eterno hasta las biografías ejemplares de La lucha contra el demonio, sin olvidar, y esto lo prescribo como
deber inexcusable, su autobiografía El
mundo de ayer, una declaración de amor a Europa y la cultura universal que esta ha alumbrado a lo largo de su dilatada y asendereada historia.
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