Un musical ambicioso y notable a
pesar de la inexperiencia de Julien Temple: Absolute
Beginners o el ritmo frenético de unos tiempos socialmente convulsos.
Título original: Absolute Beginners
Año: 1986
Duración: 107 min.
País: Reino Unido
Director: Julien Temple
Guion: Christopher Wicking,
Richard Burridge, Don MacPherson (Novela: Colin MacInnes)
Música: Gil Evans, Varios
Fotografía: Oliver Stapleton
Reparto: Eddie O'Connell, Patsy Kensit,
David Bowie, James Fox, Ray Davies, Mandy Rice-Davies, Steven Berkoff, Lionel Blair,
Alan Freeman, Robbie Coltrane,
Irene Handl.
El Londres de finales de
los 50, con una juventud que se va abriendo camino en las costumbres y el arte
a fuerza de descoser las viejas prendas imperiales del conservadurismo británico,
dispuesto, sin embargo, a sacar tajada del filón que representa la entronización
del concepto “juventud” en el mercado, sumado a los problemas raciales que
fomenta el auge del movimiento fascista de Oswald Mosley constituyen los ejes
básicos de una película rodada con un ritmo frenético por Julien Temple. Una
diseñadora y un fotógrafo que forman pareja han de separarse porque a ella,
por un improvisado happening en un desfile de modas, le sale la oportunidad de
trabajar a un nivel que exige no solo plena dedicación, sino, de paso, una interesada boda con el
promotor que controla y explota su talento. Por vía indirecta, el fotógrafo también
es seducido por un empresario, conchabado con el primero, dedicado al negocio
inmobiliario: erradicar a las minorías étnicas de un popular barrio londinense
-donde nació y ha vivido el fotógrafo toda su joven vida- para construir pisos
de lujo que cambien la fisonomía del barrio, un fenómeno de carácter universal.
A través de agitadores supremacistas blancos se instala la violencia en los
barrios, unos hechos que recuerdan los conflictos raciales ocurrido en Notting
Hill en 1958, en el que los Teddy Boys proclives al racismo, aliados con los
fascistas de Mosley, provocaron graves algaradas en ese barrio londinense hoy
más conocido por la almibarada película del mismo nombre, dirigida por Roger
Michell. La película de Temple, prácticamente toda ella de estudio, con una
puesta en escena eficaz y deslumbrante, narra la aventura de esa pareja mediante
una serie de números musicales algo deslavazados y con un afán documental
notable -al fin y al cabo, el documentalismo es la especialidad de Temple-,
aunque al espectador le cuesta ubicarse en ese punto de vista tan reducido que
es la exclusiva perspectiva del fotógrafo, privilegiado punto de vista que,
dado el ritmo frenético de su función de cronista -García-Alix con la movida
sería algo así como el equivalente español, para entendernos-, con un incesante
movimiento de la cámara y un
ametrallamiento constante de los diálogos consiguen que el espectador no halle
ningún punto de reposo desde el que comenzar a digerir tantísima información
visual como recibe. Son escasos los momentos de calma en que podemos “fijar” la
mirada en la puesta en escena y apreciar en lo que vale, que vale mucho, el
esfuerzo creativo de la película, como si hubiéramos mezclado en un frasco West Side Story, Grease, Ellos y Ellas, Corazonada, El guateque y La fiera de mi
niña y lo hubiéramos agitado hasta la total disolución de los ingredientes:
a eso se parece Absolute Beginners. Hace algún tiempo, vi Fuego en las calles, de Roy Ward Baker, una sólida película de tesis sobre el
racismo en Gran Bretaña, que no tiene nada que ver con esta, pero que nos
muestra de una forma dramática lo que supuso aquel conflicto y el poso que, a
través del Bréxit, por ejemplo, hemos visto que ha pervivido en la sociedad
británica. No quisiera desviar el foco hacia el racismo como eje de la
película, pero sin duda lo es, y los conflictos que estallan al final se van
preparando a lo largo de toda la historia. Todo ello, en la medida que es un
musical, nos llega a través de la distorsión estética de la música y el baile,
y lo hace, con algunos números que nada tienen que envidiar a los mejores del
género, como los de la lucha en la calle, purito West Side Story, o el dúo del protagonista con David Bowie, quien
se asoció a este proyecto porque vio con claridad la ambición del mismo. Y, al
menos a mi entender, el “camaleón” no se equivocó, y contribuyó poderosamente,
además, a que hoy, muy lejos del fracaso de su estreno, la película sea vea con
admiración y con placer . No es un musical redondo, no es tampoco un musical ful,
como La La Land, pero, además de la vertiente social, tiene el acierto de una
puesta en escena a la altura de las mejores producciones de estudio usamericanas
del esplendor del género, años 30 y 40. Estoy convencido de que si se repusiera
hoy, cosecharía un éxito que sorprendería a sus detractores de entonces.
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