Tres cortos sobre la vida sexual
con un poderoso preámbulo perruno o la sátira mellada a cincuenta años vista: Marcha nupcial, de Ferreri o una
reliquia bien conservada.
Título original: Marcia nuziale
Año: 1965
Duración: 100 min.
País: Italia
Director: Marco Ferreri
Guion: Rafael Azcona, Diego Fabbri, Marco Ferreri
Música: Teo Usuelli
Fotografía: Benito Frattari, Enzo Serafin, Mario Vulpiani (B&W)
Reparto: Ugo Tognazzi, Shirley Anne Field, Alexandra Stewart, Gaia Germani, Catherine Faillot, Tecla Scarano, Gianni Bonagura, Julia Drago.
Hace poco, un error
comprensible me llevó a adjudicar Tamaño
natural, sin más averiguaciones, en una respuesta inmediata a Marco
Ferreri. Me corrigieron y ahí quedó la cosa. Ahora, sin embargo, después de
haber visto estos cuatro cortos que forman la Marcha nupcial, aún quedaría más
disculpado mi garrafal fallo de memoria de entonces, porque uno de ellos, el
último, La familia feliz, nos plantea una utopía -en un paisaje que parece
isleño- en la que parejas e hijos son muñecos hinchables, en un anticipo de lo
que, ocho años después y el mismo guionista por medio, Azcona, sería Tamaño natural. No reclamo acierto en el
error, está claro, pero estos cortos han venido a darme algo de razón aun en el
error. Supongo, ya en plena ficción, que incluso hubo un momento en que Berlanga
y Ferreri se disputarían rodar el guion de Azcona, pero detengamos aquí la
espiral de la ficción y atengámonos a estos cortos de desigual factura pero
inequívoco interés sociológico, al menos dos de ellos, los centrales, El deber conyugal e Higiene conyugal, porque el primero, Primeras nupcias, es una introducción paródica a través de la unión
de dos perros con pedigrí aristocrático cuyo cruce se realiza con todo lujo de
detalles en una clínica veterinaria tras haber firmado los dueños los papeles
de la boda ante el notario propio de esos menesteres, y el último, La familia feliz, se desvía hacia una
utopía desoladora cuyo alcance satírico no acaba de redondearse con una puesta
en escena ridícula y una situación que no admite la más mínima extensión
narrativa. En los cuatro cortos, sin embargo, la poderosa presencia de Ugo
Tognazzi es suficiente atractivo como para pasar una buena tarde viéndole
superarse corto a corto, con dos actuaciones estelares en el primero y en el
tercero. En el primero, su omnipresencia de amanerado propietario de una
perrita con un pedigrí insuperable en busca de descendencia, un personaje en el
que parece lejanamente inspirado, mutatis
mutandi, el del Landa de No desearás
al vecino del quinto, lo es todo, aunque el resto del reparto contribuye a
crear esa atmósfera de extrañeza que roza la inverosimilitud y que, sin
embargo, se instala en el espectador como una realidad de tomo y lomo, algo que
para quien ha visto Very Important perros
(The best show, en el original), de
Christopher Guest, una fantástica comedia, le parecerá de lo más normal. El
segundo corto, El deber conyugal, sí
que es una verdadera joya. Un hombre que vive con su mujer, su hijo mal criado
y la suegra, que padece insomnio y a quien su mujer le niega sistemáticamente
el “débito” conyugal, básicamente por su escaso atractivo y porque, una vez ha conseguido
ser mantenida y tener descendencia, se desentiende de ese débito que va
posponiendo día tras día hasta conseguir que el marido, bueno hasta decir basta,
se someta a una cruel resignación. La situación es totalmente neorrealista, y a
ello contribuye la puesta en escena de una casa en sombras y opresiva, por la
que la suegra se mueve espiándolos como una sombra maléfica, y patética; pero
el monólogo de Tognazzi deriva hacia lo bufo en vez de hacia el drama, porque
la situación es, realmente, como para que la aciaga sombra de la tragedia se
cerniera sobre ellos. La contrastada fotografía en blanco y negro y ciertos
encuadres de ambos en la cama recuerdan lo mejor del neorrealismo italiano de
veinte años atrás, si bien, insisto, la deriva cómica de la actuación de
Tognazzi nos sitúa en una suerte de parodia de aquél, perfectamente imitada en
el aspecto técnico. El corto “moderno”, por así decirlo, frente al tradicional
de la vivencia del sexo por las clases populares, que sería el del débito,
sitúa la acción en Nueva York y nos introduce en una vivencia, diríamos científica,
de las problemas sexuales de los personajes, quienes no solo siguen técnicas
innovadoras, como el sexo diurno frente al clásico de las noches, para lo cual
la pareja ha de contratar una babysitter
mientras intenta vencer sus incompatibilidades, sino que, además, y eso es lo
mejor del corto, participan en terapias colectivas en las que se habla
abiertamente de los problemas que tienen las diferentes parejas y de los
métodos que han empleado para vencerlos. La reunión terapéutica es, acaso, lo
mejor del corto y da pie a no pocos gags de notable interés, como el asedio
final del protagonista a la anfitriona, que pone punto y final al corto. Después,
como ya dije, viene el corto dedicado a la utopía deshumanizada que preludia
claramente la película de Berlanga, Tamaño
natural, sobre la que ya me he extendido lo suficiente como para insistir
en ello. Que Marco Ferreri es un director “clásico” no admite objeción, y que,
dentro de lo que cabe, es subversivo, también. Pero el tiempo lamina y
desgasta, socava y transforma la sátira en ingenuidad, de ahí que, vistos los
cuatro episodios, si alguno hubiera de pasar a una antología de cortos de la
cinematografía italiana, ese sería el primero de todos, Primeras nupcias, que aún mantiene un sano poder corrosivo.
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