Un guion milimétrico, una realización contundente y unas
interpretaciones brillantes: Sé quién
eres o el dolor de la verdad que emerge de la niebla de la amnesia.
Título original:Sé quién eres
Año: 2000
Duración: 100 min.
País: España
Dirección: Patricia Ferreira
Guion: Inés París, Daniela Fejerman
Música: José Nieto
Fotografía: José Luis Alcaine
Reparto: Ana Fernández, Miguel
Ángel Solá, Roberto Enríquez, Ingrid Rubio, Manuel Manquiña, Héctor Alterio, Mercedes Sampietro, Gonzalo Uriarte, Luis Tosar.
Del intimismo que rezuma
el encuentro entre una psiquiatra y un desconcertante paciente en un sanatorio
mental gallego vamos ir ascendiendo en la escala del reconocimiento de los
hechos hasta una película política sobre los movimientos golpistas en el
Ejército que nos dejan sin aliento y sorprendidos por la eficacia narrativa con
que hemos ido subiendo gradualmente, cada peldaño añade mayor y más sofisticada
violencia, hasta ese conocimiento. Un enigma, un diagnóstico -síndrome de
Korsakov-, y una revelación: la anagnórisis, a través de la noticia de un
diario, de un viejo conocido que ha muerto “ajusticiado” por unos sicarios de
difícil adscripción mafiosa o ideológica. Con ese planteamiento, más la súbita aparición
de la policía en el sanatorio con la intención de llevarse al paciente a
Madrid, se abre un camino de conocimientos que nos van a ir sorprendiendo cada
vez más, hasta estallar todo en una trama política en el ámbito militar que
nada tiene que ver con la primera ni con la segunda parte de la película. La
segunda tiene que ver con la huida de la psiquiatra y el paciente para
esconderse en un pequeño pueblecito, acogidas por una veterinaria amiga de la
psiquiatra, una Ingrid Rubio que, como todo el reparto, desde Ana Fernández
hasta Roberto Enríquez, pasando, sobre todo por Miguel Ángel Solá, cumple a la
perfección con su cometido, incluido un secundario Luis Tosar, aún lejos del
protagonismo en películas como Te doy mis
ojos, de Bollaín o Celda 211, de
Monzón. La puesta en escena se aprovecha de unos exteriores campanudos, tanto
en Galicia, la secuencia del baño del protagonista en la playa desierta es
espectacular, como en el pequeño pueblo donde se refugia junto a la
veterinaria. Después, en la parte madrileña y en el ambiente militar, la
sobriedad de esos ambientes castrenses contrasta, por ejemplo, con el exótico
restaurante donde vive la exmujer del protagonista, del asesino amnésico cuya colaboración
fue indispensable para hacer saltar por los aires al padre del coprotagonista del
último tercio de la cinta, un local en el Rastro, captado en todo su esplendor “de
barrio”. La película se adentra en una trama en la que se desvela la
participación del estamento militar en la eliminación de quienes, considerados
como traidores, trabajaban para la clase política pasando información
pertinente sobre la agitación golpista instalada en las Fuerzas Armadas. Ahí es
donde la película, hasta entones casi un mero thriller en el que resultaba difícil
encajar las piezas para tener una visión comprehensiva de lo que estaba pasando,
se revela como la obra meritoria que es, porque sin perder de vista en ningún
momento el suspense que condiciona el comportamiento de los personajes, hay una
indagación psicológica y política muy convincente en ese mundo oscuro sobre el
que se escribe y se habla más de oídas que de datos, aunque haberlos, haylos.
La realización de Ferreira me ha sorprendido gratamente. Por difícil que sea el
tema tratado y complicada la estrategia de desvelamiento seguida, lo que nunca
pierde de vista Ferreira es el hilo argumental de la recuperación de la memoria
por parte del paciente, gracias a una medicación que “obra milagros”, sin
desdeñar los posibles efectos secundarios que el protagonista, sin embargo,
desprecia, si el precio es poder saber “quién es” su psiquiatra, en vez de
olvidarlo en menos de lo que tarda en producirse una conversación. Gradualmente,
pues, vamos descubriendo el papel que jugó el protagonista en unos hechos que
se remontan más de veinte años atrás, y de ahí la importancia como lo vive un
damnificado, quien perdió no solo al padre, también militar como él, sino a su
madre y su hermana. La mente humana siempre es un desafío. Aquejada por un
síndrome amnésico, más aún. En poco tiempo me he dado cuenta de lo mucho que
supone el estreno en la dirección para los cineastas y cómo miman tanto su primer
largo que hace difícil la comparación
con la obra posterior. No se trata solo de “dar lo mejor de sí mismos”, sino de
la libertad con que abordan la realización, ausente, después, en la continuación
de sus obras. Estos días, por ejemplo, anuncian Tierra firme, de Carlos Marqués-Marcet, cuyo tráiler vi el día en
que fui a ver El artista, y ya me eché a temblar… Es todo un género, pues, el
de la ópera prima. En este caso, Patricia Ferreira se luce lo suyo y deja al
espectador con la “necesidad” de ver más obra suya. Ya veremos qué pasa cuándo
otra caiga ante mi Ojo, tan crítico…
Sé quién eres, eso sí que lo he visto claro, es una película que se sigue con
un interés y con un gusto más que notables. Ferreira tiene la virtud de
recompensar al espectador mediante la dosificación de las revelaciones, y aun
después, por la historia cruzada de la víctima. En fin, muy digna de ser vista.
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