Un melodrama con fuerte crítica social y una comedia
militar en clave de farsa, muy al estilo del soldado Schwejk, de Jaroslav Hasek.
Título original: Catherine ou une vie sans joie.
Año: 1924
Duración: 82 min.
País: Francia
Dirección: Jean Renoir, Albert
Dieudonné
Guion: Jean Renoir
Música: Película muda
Fotografía: Jean Bachelet (B&W)
Reparto: Catherine Hessling,
Louis Gauthier, Eugénie Nau, Albert Dieudonné, Pierre Lestringue, Pierre Champagne, Jean Renoir.
Título original: Tire-au-flanc
Año: 1928
Duración: 81 min.
País: Francia
Dirección: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir, Claude Heymann (Obra: André Mouézy-Eon, André
Sylvane)
Música: Película muda
Fotografía: Jean Bachelet (B&W)
Reparto: Michel Simon, Georges Pomiès, Jeanne Helbling, Félix Oudart,
Jean Storm, Fridette Fatton.
Magnífico programa doble
de Renoir que nos permite ver los muchos riesgos que asume el joven director en
su debut y el giro hacia la comedia crítica, en este caso contra el Ejército,
que acabará constituyendo algo así como una seña de identidad de su producción
fílmica. Lo primero que ha de precisarse es que Una vida sin alegría ha de considerarse más una película de Albert
Dieudonné que propiamente de Renoir, quien la produjo, eso sí, y realizó
labores de asistente de dirección. La autoría exacta, pues, de Renoir en la
película no me ha sido posible establecerla, aunque las Historias del cine la
adjudican a Renoir “en colaboración con” Dieudonné. Este, actor, director y
escritor, lo recordarán todos los espectadores por haber sido el Napoleón de
Abel Gance, una de las grandes películas de la Historia del cine. A título
anecdótico, y como le pasó a Johnny Weismuller con Tarzán, también Dieudonné
acabó creyéndose la encarnación del militar corso. Catherine una vida sin alegría, según el título
original es un melodrama interpretado por la mujer de Renoir, modelo de su
padre, por cierto, que adoptó el pseudónimo de Catherine Hessling. No es un
prodigio de actriz y eso lastra, en parte, la película, pero la denuncia de la
hipocresía y de la severa moral pacata de la época queda bien patente en la
aventura de esta criada, sin excesivas luces, que tiene, sin embargo, la suerte
de tener un empleador caritativo, el alcalde, quien, contra la opinión de su
mujer, que quiere deshacerse de ella, se apiada y la manda a trabajar a casa de
su hermana, donde cuida de un sobrino que no tarda en morir, Dieudonné, lo cual
lleva aparejada la expulsión de la joven de la casa, para acabar poco después en
los bajos fondos de la ciudad de Niza, expuesta a la explotación de los chulos,
hasta que decide poner tierra de por medio y volver a su ciudad. El alcalde,
entonces, la recoge y la emplea. Como estamos en época electoral, hay un movimiento
integrista que afea al alcalde la escabrosa situación que vive teniendo a esa
mujer joven en su casa, separado ya de su mujer. Las secuencias de la pugna
electoral sirven para introducir una cierta relajación casi humorística, porque
el mitin en el que se presenta su rival, un pobre hombre escogido únicamente como
hombre de paja para servir de ariete contra la imagen disoluta del alcalde. La
vida de una pequeña localidad, con sus instituciones conservadoras, el ropero,
el qué dirán, los prejuicios, etc. está perfectamente descrita en la película,
y el desamparo de la joven, muy al estilo de las películas de Chaplin, si no
llega a conmover, sí que se contempla como un motor dramático eficaz.
Escurrir el bulto es una farsa grotesca en la que el joven poeta de
una casa es llamado a filas, junto con el criado, el siempre extraordinario Michele
Simon, con quien Renoir trabajó en Boudu
salvado de las aguas, una película “gamberra” que no está lejos de la
presente. El Ejército descrito en la película, aun habiendo sido el ganador de
la I Guerra Mundial, no deja de ser una institución anacrónica y escasamente
profesional. La vida de los reclutas, pues en ella se centra la película, va a
dar pie a un sinfín de situaciones a cual más estrafalaria y casi surrealista,
con un humor incisivo que no dejará títere con cabeza. Bien puede decirse que
pertenece al género de las screwball comedies, a juzgar por el desarrollo
aceleradísimo que no decae en ningún momento. La película parece un homenaje a Armas al hombro, de Chaplin, pero aquí
se mezclan varias historias amorosas que redondean la trama y dan pie a escenas
muy conseguidas, como el arresto en el calabozo del poeta, del que saldrá un “hombre
nuevo” dispuesto a no dejarse atropellar por los compañeros. La última parte,
un festival en el que actúan los soldados, es algo así como la traca final
divertidísima y alocada. Si bien todos los actores rayan a gran altura, con una
eficacia cómica excepcional, quisiera destacar a Paul Velsa, quien hace de cabo
responsable del barracón de reclutas en los que se centra la historia. Se trata
de la séptima película de Renoir y bien puede decirse que el director domina
perfectamente todos los recursos fílmicos, sobre todo porque la narración fluye
de una manera muy efectiva, aunque la historia se articula en torno a ciertos
gags más o menos extensos, como el fantástico de la marcha de los reclutas con
las máscaras de gas, por ejemplo. El director resuelve muy bien las historias
de los amores cruzados y ello le permite, al margen del enloquecimiento de la
trama, construir una película redonda, en la que no queda cabo sin atar. La
vitalidad expansiva que destilan los personajes y las situaciones acaba siendo
contagiosa, y de ahí la complacencia con que el espectador sigue la acción y la
satisfacción con que asiste a un final que confirma el buen sabor de boca con
que ha seguido el resto de la película.
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